SIEMPRE ADELANTE SIN DAR PASO ATRAS

CAPITULO 20

En el año 1984 se produjeron importantes acontecimientos en la organización de la Iglesia. En junio, el presidente Hinckley anunció que la obra iba a ser supervisada por Presidencias de Área en trece regiones del mundo. A manera de experimento, tres de esas presidencias residirían en el extranjero.

Explicó que el dinámico crecimiento de la Iglesia exigía una administración flexible y que su organización debía, de alguna manera, reconsiderar la tendencia a adoptar restricciones rigurosas, procedimientos burocráticos y expansión de normas. "No podemos lamer cada estampilla postal en Salt Lake City. Tenemos que hacer algo para descentralizar la autoridad", dijo el mes siguiente a un grupo de nuevos presidentes de misión. Tiempo más tarde, explicó en detalle la importancia de esta innovación administrativa: "Llegó a ser evidente que teníamos que efectuar alguna descentralización.

Traje el tema a colación muchas veces, con los Doce y en otras conversaciones. De ello surgió el concepto de las Presidencias de Área... supeditadas a la decisión del Quórum de los Doce y de allí a la Primera Presidencia".1' En ocasiones subsiguientes, el presidente Hinckley rogó que los directores de departamentos de las oficinas generales de la Iglesia adoptaran normas de simplicidad. Aunque el crecimiento era algo excitante, él aborrecía la burocracia y a veces hasta sentía estar nadando desvalido contra la corriente.

Sin embargo, estaba profundamente agradecido por el creciente número de fieles miembros de la Iglesia y lo expresaba con frecuencia. En la sesión del sacerdocio de la conferencia general de octubre de 1984, por ejemplo, puso a un lado el discurso que había preparado y habló extemporáneamente, diciendo: "Les agradezco desde el fondo de mi corazón por la bondad [manifiesta] de sus vidas. Les agradezco por el ejemplo que demuestran ante sus familias y ante el mundo.

Ustedes contribuyen honor a esta iglesia... Ustedes responden a sus instintos generosos al ayudar a los pobres, brindando amistad a los que viven en soledad y al defender lo más noble de nuestra sociedad. Ustedes son los dulces frutos del precioso Evangelio". Reconoció también que tal apoyo lo animaba en momentos que de otra manera resultarían ser angustiosos: "Su voto de sostenimiento en esta conferencia significa mucho más de lo que puedo expresarles. A veces, cuando estimo que el peso es demasiado y las cargas son muchas, pienso en ustedes que no sólo levantan la mano en confirmación sino que también dan de su propio corazón, su tiempo y sus medios de manera leal".

En la mañana siguiente, hizo recordar a la extensa congregación participante por medio de la transmisión vía satélite que la obra de la Iglesia seguía progresando y que era plenamente consciente de la función que desempeñaba. "Es para mí un gran honor encontrarme ante ustedes y hablar a los Santos de los últimos Días en todo el mundo", dijo. "No estoy aquí para substituir al Presidente de la Iglesia. Estoy hablándoles como su segundo consejero, responsabilidad que no busqué sino que acepté como un sagrado llamamiento, en cumplimiento del cual he tratado de aliviar de sobre los hombros de nuestro amado Presidente algunas de las pesadas cargas de su oficio y hacer con diligencia que la obra del Señor continúe avanzando. El presidente Kimball es el Profeta del Señor. Nadie más puede tomar ni tomará su lugar mientras viva".

Para 1985, lo que el presidente Hinckley había supuesto inicialmente que sería una asignación temporaria como consejero del presidente Kimball se había prolongado por casi cuatro años, y durante más de la mitad de ese tiempo había sido el único miembro visible de la Primera Presidencia. A pesar de su inclinación a ver lo positivo en las cosas, hubo momentos en que se sintió atormentado por el aislamiento. Al mismo tiempo, añoraba la habitual asociación con sus hermanos del Quórum de los Doce y contemplaba con anticipación el día en que habría de retornar al servicio regular con ellos. Aunque presentaba a la consideración del Quórum tantos asuntos como podía, había decisiones que sólo él podía tomar y otras que por el momento tenía que postergar.

Entre sus colegas de las Autoridades Generales y otros con quienes había laborado a lo largo de los años, los talentos del presidente Hinckley como líder y administrador estaban bien documentados. Pero ahora su capacidad era mucho más evidente. Aquellos hermanos descubrieron que él tenía un sexto sentido cuando se trataba de dirigir cuestiones entremezcladas con temas religiosos, sociales o políticos; sus instintos eran admirables. "El presidente Hinckley posee una rara amalgama de expresión y buen juicio", explicó el élder Neal A. Maxwell. "Va sin rodeos al fondo mismo de todo asunto complicado. Recuerdo una vez en que se me encomendó considerar cierto incidente que involucraba a una Autoridad General. Cuando le pregunté al presidente Hinckley cómo debía proceder, él simplemente me dijo: 'Él le dirá lo que ha pasado. Usted podrá confiar en su discernimiento'. Eso fue todo. No respondió con una perorata. Él tiene una envidiable capacidad para sintetizar. Hay quince hombres entre la Primera Presidencia y [el Quórum de] los Doce, y ninguno de ellos es una persona tímida. Cuando nos enfrascamos en serias cuestiones, es maravilloso contar con alguien que se expresa sintetizadamente. De no ser así, pasaríamos muchísimo tiempo debatiendo para llegar al fondo de las cosas".

En tanto que los colegas del presidente Hinckley admiran su eficacia y sus notables talentos como líder, también aprecian su sentido del humor, con el cual ha sabido calmar los ánimos en muchas ocasiones y ofrecer una pausa en reuniones que de otro modo resultaban tediosas.

En cierta reunión efectuada temprano una tarde, los administradores del Sistema Educativo de la Iglesia presentaron su presupuesto para el año siguiente. Los ánimos estaban intensificándose y en cierto momento uno de los oficiales se dirigió al presidente Hinckley y le preguntó: "¿Qué piensa usted?" El presidente, que había estado escuchándolos con el mentón apoyado en sus manos, respondió: "Estoy pensando que nunca más voy a comer chuletas de cerdo rellenas para el almuerzo". Todos rieron y la tensión se disipó.

Cuando inspeccionaba proyectos de construcción, frecuentemente aludía a "la ley de Hinckley": "Costará más y llevará más tiempo de lo que dijeron". Con respecto a estas cosas, sabía muy bien lo que decía, porque a él le correspondía la pesada responsabilidad de controlar la distribución de los fondos de la Iglesia.

El presidente Hinckley era muy conservador en materia económica y durante los análisis concernientes a gastos importantes solía sacar de su escritorio una pequeña moneda que años antes le habían dado en Jerusalén representando el óbolo de la viuda. Él conservaba esa moneda en su oficina para tener siempre en cuenta "la tremenda responsabilidad de utilizar los fondos que provienen de la consagración de los miembros de la Iglesia". Pero también parecía entender cuándo tales gastos eran apropiados y necesarios.

Por ejemplo, cuando revisó por primera vez los planos del templo a construirse en Freiberg, en la entonces República Democrática Alemana, el presidente Hinckley pensó que se necesitaban importantes revisiones a fin de que el edificio mostrara una dignidad mayor. Aunque las modificaciones que sugirió aumentarían considerablemente los costos, señaló que al cabo de diez años los líderes de la Iglesia no echarían de menos ese dinero pero seguramente criticarían la estructura si no se hubiera diseñado adecuadamente desde el principio.

Ésa probaría ser una época sin precedentes en cuanto a la construcción de templos. Entre la primavera de 1982 y el otoño de 1985, el presidente Hinckley dio la palada inicial para templos en Manila, Taipei, Dallas, Chicago, Denver y Francfort; presidió en la dedicación de los templos de Atlanta, Samoa Occidental, Tonga, Santiago de Chile, Tahití, Ciudad de México, Boise, Sydney, Manila, Dallas, Taipei, Ciudad de Guatemala, Freiberg, Estocolmo, Chicago y Johannesburgo; y también dedicó nuevamente el reacondicionado Templo de Manti [Utah]. Al dedicarse el templo en Sudáfrica, existían entonces casas del Señor en cada continente, excepto en la Antártida.

El presidente Hinckley no solamente dedicó en tres años tantos templos como se habían edificado previamente en la historia de la Iglesia, sino que participó personalmente en el diseño y la construcción de cada uno de ellos. Si un templo carecía de aspecto celestial, se lo hacía saber a sus arquitectos. Si el interior de uno de ellos no presentaba la atmósfera deseada, invitaba a los trabajadores a empezarlo todo de nuevo. Y con frecuencia inspeccionaba personalmente los terrenos, escalando hasta la cima las colinas y recorriendo los lugares antes de aprobarlos.

Desde principios de la década de 1950, uno de los centros primordiales de atención para el presidente Hinckley había sido la obra del templo y periódicamente solía meditar acerca del anhelo que años antes había sentido de construir un gran número de templos de menor tamaño con el fin de que estuvieran más cerca de la gente. Y ahora se encontraba él mismo participando en la realización del mandato de poner las bendiciones del templo al alcance de hombres y mujeres dignos en todo lugar.

En diversas maneras, él estaba idealmente capacitado para tales asignaciones y quienes lo acompañaban se maravillaban de ello. Aunque generalmente dirigía y hablaba en cada sesión dedicatoria-las cuales a veces sumaban más de veinte-siempre lo hizo sin anotaciones, muy rara vez repetía sus palabras y siempre adaptaba su discurso a cada congregación. Después de la dedicación del Templo de Chicago, en agosto de 1985, comentó que había hablado en 185 sesiones dedicatorias en los veintiocho meses anteriores y presidido y dirigido dieciséis ceremonias de colocación de la piedra angular.

En cada dedicación reflejaba las costumbres y circunstancias particulares del país o área correspondiente, pero el Espíritu era siempre el mismo-profundo y penetrante. Y por varias razones, cada dedicación era memorable. En la Ciudad de Guatemala, en diciembre de 1984, las tres cuartas partes de los concurrentes eran descendientes de Lehi, y el presidente Hinckley tuvo la sensación de estar contemplando a varias generaciones de antepasados de esa gente. Entre dos de las sesiones, al caminar hacia una salida posterior para tomar un poco de aire fresco, encontró a un grupo de santos indígenas, algunos de ellos descalzos, que habían viajado centenares de kilómetros para asistir a la dedicación. No pudo contener las lágrimas al contemplar sus condiciones y el esfuerzo fenomenal que habían hecho para ir a la Ciudad de Guatemala.

Las siete sesiones dedicatorias del Templo de Freiberg fueron extraordinarias. La influencia del presidente Thomas S. Monson en la República Democrática Alemana, la cual se encontraba bajo control de los comunistas, había contribuido a que se abrieran sus puertas para construir ese edificio. Recordando su propia visita a Dresden, Meissen y Leipzig cincuenta años antes en viaje de regreso a casa después de cumplir su misión, el presidente Hinckley dijo que nunca había soñado siquiera que un edificio tal pudiera erigirse allí algún día, y que la realización de ese templo era evidencia de que la mano del Señor había enternecido el corazón de los oficiales gubernamentales que permitieron que se construyera. Refiriéndose a tal experiencia, dijo: "Hemos derramado muchas lágrimas; hemos sollozado con ellos, hemos orado con ellos, nos hemos lamentado con ellos [y] nos hemos regocijado con ellos. Me emocioné hasta los más profundo de mi alma cuando vi la fe, el amor por el Señor [y] la fidelidad hacia el Evangelio que anidan los corazones de los santos en la República Democrática Alemana."

Durante la dedicación del Templo de Papeete Tahití, el presidente Hinckley tuvo una emocionante reunión con la enfermera que veinte años atrás lo había asistido después de un trágico accidente marítimo cerca de la Isla Maupiti y que desde entonces era miembro de la Iglesia. En sus comentarios en varias sesiones mencionó a las mujeres que perdieron la vida aquel día fatal, diciendo: "Espero de todo corazón que los esposos [de ellas] sean dignos de entrar en esta casa y sellarse a aquéllas, sus bellas esposas".

Su experiencia en la dedicación del Templo de Johannesburgo fue igualmente emocionante. Contemplar a esos santos tanto de raza negra como blanca congregados en un servicio de eterno significado en un país donde la tensión racial había generado odio y opresión, conmovió el alma del presidente Hinckley. En su discurso hizo referencia a los conflictos de esa nación y profetizó: "Los periódicos y la televisión a lo largo del mundo han estado presentando un dramático cuadro de los fuegos en Sudáfrica. Pero yo tengo confianza en que todo esto resultará ser una bendición para ustedes. Las cosas podrían empeorar antes de que mejoren, pero yo estoy seguro de que habrán de mejorar".

La dedicación de cada uno de los templos en Asia fue todo un acontecimiento para el presidente Hinckley, cuyos tiernos sentimientos para con los santos orientales eran perdurables. Durante la dedicación del Templo de Manila Filipinas, dijo: "Nunca antes he experimentado una emoción tan intensa ni me ha enternecido de tal manera el Espíritu como ha sucedido hoy". Se esforzaba por contener sus emociones cuando agregó: "No conozco ningún otro lugar en el mundo donde la cosecha haya sido tan abundante en tan poco tiempo. El Señor ha bendecido a este país de una manera milagrosa y maravillosa".

Al visitar el reacondicionado Templo de Manti la noche antes de ser nuevamente dedicado, el presidente Hinckley tuvo otra vez dificultad en contener las lágrimas. "Suele sucederme a veces cuando entro en estos templos", explicó al día siguiente refiriéndose a los cuatro templos construidos en la época de los pioneros. "Aprecio la magnificencia de la mano de obra efectuada con rústicas herramientas. He estado en la mayoría de los más grandes edificios del mundo-palacios reales y casas parlamentarias-y en ninguno de ellos he tenido la clase de sentimiento que recibo al venir a estas casas de Dios [construidas por] los primeros pioneros.

Durante una sesión pidió a la hermana Hinckley que diera su testimonio y contara la historia de su abuelo, quien murió a raíz de las heridas que sufrió al colocar las pesadas puertas al este [del templo]. "Creo que ése fue el más notable de todos los discursos que se pronunciaron", dijo después con genuino orgullo."

En cada dedicación, el presidente Hinckley incluía en sus sermones relatos acerca de los fieles santos que habían iniciado la obra en esa región, haciendo notar de tal manera un servicio que quizás de otro modo pasaría desapercibido. Y no importaba el país, el continente ni los idiomas que hablaban, aconsejaba a los miembros que asistían al templo que encontraran en la casa del Señor un santuario donde pudieran apartarse de los afanes del mundo y disfrutar las bendiciones de la eternidad.

Con frecuencia explicaba: "Nunca efectuamos la dedicación de un templo sin que tengamos dos congregaciones: la que se sienta aquí con nosotros y la que se encuentra del otro lado del velo". Invitaba a todos los miembros, jóvenes y ancianos, a prepararse para las dedicaciones [de templos] limpiando sus vidas de cualquier cosa que desagradara al Señor. "La experiencia del templo es una experiencia santificante", enseñaba repetidamente, agregando esta promesa: "No hay mejor manera de cultivar el espíritu de abnegación entre nuestra gente, alentar la fidelidad entre esposos y esposas, [y] acercarse más al Señor que concurrir a Su santa casa".

La maravillosa manifestación espiritual de las dedicaciones de templos contrastaba con las experiencias que el presidente Hinckley se veía forzado a soportar-casi siempre en silencio-a raíz de numerosos ataques de enemigos determinados a humillarlo y desprestigiarlo. Siendo el único miembro visible de la Primera Presidencia, constituía el blanco más fácil de encañonar, ciertamente el pararrayos ideal. Había quienes aparentemente creían que si lograban desacreditar al presidente Hinckley, debilitarían e intimidarían a todos los líderes de la Iglesia. En consecuencia, con el correr de los años fue acusado de muchas cosas, desde ser deshonesto y manipulador político hasta haber cometido espantosas transgresiones morales.

Habiendo sido bendecido con un total concepto de la Iglesia en esta dispensación, el presidente Hinckley miraba más allá de todo fastidio temporario. "Los críticos pueden malgastar sus vidas tratando de negar, desmerecer o sembrar dudas", dijo en una conferencia general, "pero... esta misión... es mucho más trascendental que cualquier raza, nación o generación... Es una causa sin paralelo... Ustedes y yo podemos fracasar individualmente y perder las bendiciones. Pero esta obra no puede fracasar. Siempre habrá quienes se adelantarán para realizarla". Con tal filosofía arraigada en él, avanzó a través de constantes presiones y ocasional soledad.

En la conferencia general de octubre de 1985, el élder M.Russell Ballard fue llamado al Quórum de los Doce, llenando así la vacante producida por el fallecimiento del élder Bruce R. McConkie. El presidente Kimball intervino en su ordenación la última en que tendría el privilegio de participar. Yaunque el presidente Hinckley no lo sabía aún, esa conferencia sería la última en que habría de presidir por sí solo.

Antes de que cambiara la Primera Presidencia, sin embargo,pasó a ser el punto central de otra controversia en que la Iglesia se vio involucrada.Durane los tres años anteriores, elpresidente Hinckley se había reunido en ocasiones con Mark Hoffman,un negocian teen documentos antiguos que decía poseer varios papeles históricos que contradecían la declaración de José Smith acerca de la Restauración.

El élder G. Homer Durham, quien entonces servía como Director General del Departamento Histórico de la Iglesia, presentó a Hoffman a la Primera Presidencia y les mostró lo que más tarde se conocería como la transcripción de Anthon-la cual "parecía ser el papel original copiado por José Smith de las planchas [de oro] y entregadas a Martin Harris para que las hiciera examinar en Nueva York por el profesor [Charles] Anthon". Aunque no indicó abiertamente a quién había pertenecido ese documento, Hoffman dijo haber descubierto el manuscrito en una antigua Biblia que recibió de una nieta de Katharine, hermana de José Smith, en Carthage, Illinois.

Otro descubrimiento de Hoffman fue un registro de la bendición paterna que José Smith supuestamente le dio a su hijo, Joseph Smith III. De acuerdo con tal registro, el Profeta bendijo al jovencito de once años de edad para que fuera su "sucesor en la Presidencia del Sumo Sacerdocio", o, según lo interpretaron algunos, como Presidente de la Iglesia." Hoffman aseguraba haber encontrado esa bendición entre una colección de escritos de Thomas Bullock, quien fuera uno de los secretarios del profeta José Smith.

Aunque ni el presidente Hinckley ni sus colegas del Quórum de los Doce se preocuparon de que la carta afectara la doctrina de la sucesión profética, él reconocía que una determinada interpretación del documento podría ofrecer a los críticos un arma para intentar una interrupción en la práctica por tanto tiempo establecida. Teniendo en mente este asunto, dedicó su discurso de la conferencia de abril de 1981 al tema de la bendición, explicando que los líderes de la Iglesia habían dado a publicidad el descubrimiento a pesar de que sabían que sus enemigos aprovecharían la oportunidad para sugerir una irregularidad en la línea de autoridad de la Iglesia.

Los críticos polemizaban en cuanto a las ramificaciones de la bendición de Joseph Smith III, como así también de otros documentos de Hoffman que contenían insinuaciones poco halagadoras acerca de los primeros líderes de la Iglesia o eventos relacionados con la Restauración. Entonces, en enero de 1984, Lyn Jacobs, un conocido de Hoffman, le mostró al presidente Hinckley una carta de Martin Harris a W. W. Phelps en la que un relato del descubrimiento de las planchas de oro por José Smith contenía notables diferencias comparadas con la versión oficial.

Una referencia acerca de un espíritu que se había "transfigurado" en forma de "salamandra blanca" provocó una furiosa controversia entre críticos, eruditos y miembros laicos de la Iglesia. Describiendo los orígenes de la Iglesia con términos espiritualistas, la "Carta de la Salamandra" parecía confirmar otros documentos concernientes a las supuestas actividades de José Smith como buscador de tesoros. Jacobs dijo haber obtenido la carta de un coleccionista cuyo nombre le había sido dado por Hoffman.

Subsiguientemente, los Doce pidieron que se efectuara una investigación a fin de correlacionar el documento en el sentido histórico y verificar si era auténtico. Entre tanto, fueron apareciendo otros sumarios o expedientes que ponían en tela de juicio la veracidad del comienzo de la Iglesia. La mayoría de estos documentos les eran dados al presidente Hinckley y él los presentaba a los Doce para su análisis, y finalmente dio muchos de ellos a publicidad. En cuanto a la "Carta de la Salamandra", dijo: "No tenemos nada que ocultar. Nuestros enemigos tratarán de sacar partido de esta carta, pero toda persona de buen juicio que la lea teniendo en cuenta la época en que fue escrita y el lenguaje de esos días no la verá como un detrimento a la historia de los acontecimientos concernientes a la restauración del Evangelio".

La controversia relacionada con la Carta de la Salamandra llegó a su apogeo en agosto de 1984, cuando el periódico Los Angeles Times publicó un largo artículo aseverando que dicha carta amenazaba con "alterar la imagen idealizada de José Smith, el fundador de la iglesia". El artículo indicaba que entre los protestantes que eran críticos conservadores de la Iglesia, la Carta de la Salamandra era considerada ahora como "una de las mayores evidencias en contra del origen divino del Libro de Mormón". Aunque el peso de la manifiesta controversia era para él algo muy gravoso, el presidente Hinckley conservaba una actitud muy serena tanto en sus reacciones como en sus respuestas.

En abril de 1985, Steven Christensen, un comerciante de Salt Lake City que le había comprado la Carta de la Salamandra a Hoffman, entregó dicho documento al presidente Hinckley, quien lo aceptó en representación de la Iglesia. Días después, el semanario Church News publicó completamente el contenido de la misma. La declaración de la Primera Presidencia que acompañó el artículo citaba las siguientes palabras del presidente Hinckley: "Nadie puede, por supuesto, estar seguro de que fue Martin Harris quien escribió este documento. No obstante, por el momento, aceptamos la opinión de su examinador en cuanto a que no parece ser una falsificación.

Ello no excluye la posibilidad de que pudiera haber sido falsificado durante los días en que la Iglesia tenía numerosos enemigos. Constituye, sin embargo, un interesante documento de esa época". Su declaración terminaba asegurando que la carta nada tenía que ver con las divinas reafirmaciones de la Restauración. "La verdadera fe que Martin Harris y W. W. Phelps tenían en José Smith y su obra se manifiesta en sus propias vidas, en los sacrificios que hicieron por los miembros de la Iglesia y en los testimonios que expresaron al final de sus vidas".

El presidente Hinckley asumió la carga de responder a las preguntas, los ataques y los insultos que se suscitaban. Siempre tuvo confianza, sin embargo, en que la Iglesia habría de emerger indemne de la controversia. "Yo no temo a la verdad. ¡La recibo con beneplácito!", dijo muchas veces. "Pero quiero tener todos los hechos en su debida perspectiva, destacando los elementos que explican el inmenso progreso y poder de esta organización".

Al presidente Hinckley le resultaba casi imposible comprender o tener paciencia en cuanto a aquellos que trataban repetidamente de desprestigiar al Profeta durante las varias etapas del escándalo provocado por el documento, porque después de muchos años de estudiar dedicadamente la historia de la Iglesia, no sólo tenía un testimonio personal del divino llamamiento de José Smith, sino que también lo consideraba un magnífico modelo de optimismo y de fe.

Desafortunadamente, los papeles promocionados por Hoffman demostraron ser fatales no solamente desde el punto de vista espiritual sino también físico. En la mañana del 15 de octubre de 1985, dos miembros de la Iglesia-Steven Christensen y Kathy Sheets-fueron asesinados en el espacio de noventa minutos entre uno y otro como resultado de bombas explosivas contenidas en unos paquetes.

El hecho conmovió y azoró a la comunidad de Salt Lake City. Al principio, algunos creyeron que los asesinatos estaban relacionados con problemas de negocios entre Christensen y Gary Sheets, el esposo de la otra víctima. Otros teorizaban que las tragedias tenían algo que ver con la Carta de la Salamandra. Inmediatamente, el Departamento de Seguridad de la Iglesia adoptó medidas para proteger al presidente Hinckley, quien no podía siquiera imaginar que los horribles acontecimientos tuvieran relación alguna con él.

Al día siguiente, una tercera bomba explotó en un automóvil estacionado apenas a una cuadra de la sede central de la Iglesia. En cuestión de minutos, dos oficiales de seguridad de la Iglesia llegaron jadeantes a la oficina del presidente Hinckley, y durante el resto del día montaron guardia a sus puertas como medida de prevención. Mark Hoffman había resultado seriamente herido a causa de la explosión. Con Hoffinan envuelto ahora en el asunto, la conexión con sus documentos resultaba ser más aparente.

El presidente Hinckley conferenció durante muchas horas con los élderes Dallin H. Oaks y Hugh W. Pinnock, quienes se habían reunido con Hoffinan acerca de la llamada "Colección McLellin", documentos pertenecientes a William E. McLellin, un ex miembro de los Doce que a lo largo de su vida había fluctuado entre la devoción y la disidencia. Determinaron entonces que el élder Oaks tenía que informar de inmediato a la policía todo lo que sabía en cuanto a la conexión de Christensen y Hoffriian con el asunto de McLellin.

Durante los días subsiguientes, la Iglesia en general y el presidente Hinckley en particular recibieron los azotes de la prensa. Algunos periodistas lo acusaron de haber actuado independientemente para conseguir los documentos y conjeturaban acerca de cómo un líder la Iglesia podía haberse involucrado en lo que aparentaba ser una falsificación de documentos.

Algunos aun insinuaban un siniestro elemento relacionado con Hoffman. Después de leer uno de esos artículos, el presidente Hinckley comentó [en su diario personal]: "Me sentí asqueado. Esta gente no tiene interés alguno en dar captura a los responsables de los asesinatos. Sólo están interesados en que se considere a la Iglesia como sospechosa". Al día siguiente agregó: "Nunca he visto una andanada tal de insinuaciones, todas absolutamente falsas.

La Iglesia, como es de esperarse, es el blanco de los ataques y usan con preferencia mi nombre... porque Mark Hoffman se reunió conmigo en varias ocasiones para tratar de que la Iglesia adquiriera algunos documentos históricos".

El 23 de octubre, en horas de la mañana, la Iglesia llevó a cabo una conferencia de prensa a fin de aclarar su relación con Hoffman, Christensen y otros participantes en lo que ahora era una investigación criminal. Entre el gran contingente de periodistas que llenaron el auditorio de las oficinas generales de la Iglesia había muchos representantes de agencias internacionales y nacionales de información.

El presidente Hinckley expresó palabras de condolencia para las familias de las víctimas del crimen, explicó que la Iglesia había cooperado totalmente con los funcionarios policiales, describió su propia relación y la de la Iglesia con Hoffriian y relató todo lo que sabía acerca de la llamada Colección McLellin. Respondiendo a una pregunta con respecto al interés de la Iglesia en coleccionar documentos históricos, dijo que desde el principio se había exhortado a sus líderes a conservar registros. "Tenemos un mandato", dijo. "Tenemos la obligación de mantener una historia de la Iglesia y lo consideramos algo muy serio" .Sintiendo que tanto él como los otros líderes habían sido inspirados para responder a los periodistas, esa noche anotó: "La Iglesia saldrá triunfante. No hemos hecho nada malo'.

Su impresión demostró ser profética. En febrero de 1986, el negociante en documentos fue acusado de haber cometido veintiocho crímenes, entre ellos dos asesinatos y trece cargos de fraude por decepción. Once meses más tarde, el 23 de enero de 1987, Mark Hoffman se declaró culpable de asesinato de segundo grado en relación con la muerte de Steven Christensen y Kathy Sheets. Poco después, durante entrevistas con los fiscales, se jactó de haber engañado a los más altos líderes de la Iglesia y confesó haber falsificado, entre otros documentos, la Carta de la Salamandra, la bendición de Joseph Smith III, y la transcripción de Anthon.

Aunque la confesión de culpabilidad de Hoffman acalló los interrogantes provocados por los documentos sobre la veracidad de las afirmaciones de José Smith concernientes a la Restauración, el presidente Hinckley continuó recibiendo críticas en cuanto a su vinculación con Hoffman. Una insistente pregunta era: "¿Cómo fue posible que un miembro de la Primera Presidencia haya sido engañado e incapaz de discernir las malignas intenciones de un hombre como Mark Hoffman?" Las críticas ofendieron al presidente Hinckley, cuyas breves reuniones con aquél habían sido de menor importancia para él en comparación con otros numerosos asuntos que tenía que tratar y a quien sólo le había animado lo que consideró una legítima razón para obtener materiales de naturaleza histórica.

El presidente Hinckley resumió la cuestión de Hoffman con las siguientes palabras: "Reconozco francamente que Hoffinan nos engañó. Sin embargo, también engañó a expertos en Nueva York y en Utah. Compramos esos documentos solamente después de que nos aseguraran que eran genuinos. Y cuando los dimos a publicidad, aclaramos que no podíamos saber si eran o no auténticos. No me avergüenza reconocer que fuimos embaucados. No es la primera vez que la Iglesia se ha encontrado en tal posición. José Smith fue engañado una y otra vez. El Salvador fue engañado. Lamento decir que suele suceder".

La peor publicidad negativa acerca de las explosiones causadas por Hoffman no podía haber sucedido en momentos más inconvenientes. La noche en que se llevó a cabo la conferencia de prensa en la que explicó la vinculación de la Iglesia con Hoffman, el presidente Hinckley escribió en su diario personal: "Estoy abrumado hasta los huesos con problemas... El presidente Kimball no se encuentra bien. Sus enfermeras creen que su condición está empeorando. Todo esto aumenta mis preocupaciones y se ha convertido en el motivo primordial de mis oraciones".

Al día siguiente, cuando el presidente Kimball se reunió con los Doce en el templo, se mostraba aletargado y con la cara enronjecida. Después de unos breves minutos, regresó a su apartamento. El presidente Hinckley admitió: "Hoy me he sentido como si el mundo estuviera derrumbándose a mi alrededor".

El 4 de noviembre de 1985, el presidente Hinckley y Arthur Haycock visitaron al presidente Kimball en su apartamento y le dieron una bendición. A diferencia de previas bendiciones, el presidente Hinckley no pudo encontrar palabras que le prometieran una renovación de sus fuerzas. Más bien tuvo la impresión de decirle que podía tener tranquilidad mental y física y que sería rescatado de sus dolores. Al atardecer siguiente, encontrán dose con su esposa en viaje de regreso a Salt Lake City desde Provo, su chofer llamó pidiendo información acerca de la condición del presidente Kimball y se le dijo que llevara al presidente Hinckley directamente al domicilio del Profeta. Cuando a las 22:25 llegó al apartamento, Arthur Haycock lo esperaba a la puerta. El presidente Kimball había fallecido pocos minutos antes.

El presidente Hinckley regresó a su hogar, pero antes de retirarse a dormir escribió en su diario personal: "El presidente Spencer Woolley Kimball pertenece a la historia. Fue un grande y notable hombre... He servido como consejero suyo desde el 23 de julio de 1981. Desde que falleció el presidente Tanner y a raíz de la incapacidad del presidente Romney, he tenido que llevar a solas la carga de la Presidencia, a excepción del Señor, quien me ha bendecido y magnificado. La Primera Presidencia queda ahora disuelta. Tomaré entonces mi lugar en el Consejo de los Doce... Esta noche me siento exhausto y agotado. Las presiones y exigencias del pasado parecen haberme rendido. Ésta ha sido una época muy peculiar en la historia de la Iglesia. No ha habido otro tiempo como éste y supongo que nunca lo habrá. Desde lo más profundo de mi corazón le agradezco al Señor por Sus bendiciones y lamento la pérdida de Su amado Profeta".

A la mañana siguiente del funeral, los miembros del Quórum de los Doce fueron en ayunas al templo. Allí, en un procedimiento en el que por cuarta vez participaba el élder Hinckley, ordenaron a un nuevo Presidente de la Iglesia-Ezra Taft Benson-quien indicó que deseaba que Gordon B. Hinckley sirviera como primer consejero y Thomas S. Monson como segundo consejero. Marion G. Romney fue llamado como Presidente de los Doce, con Howard W. Hunter como Presidente en Funciones.

Esa noche, en su diario personal, el presidente Hinckley prometió: "Haré todo lo que me sea posible para ayudar al presidente Benson tal como traté de hacerlo para ayudar al presidente Kimball".


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