SE ABREN NUEVAS PUERTAS

CAPITULO 22

Uno de los acontecimientos más dramáticos del siglo veinte comenzó sin resonantes clarinadas ni advertencias. Al toque de la medianoche del 9 de noviembre del 1989-hora en la que el gobierno de la Alemania Oriental había anunciado se suspenderían todas las restricciones relacionadas con el cruce hacia la Alemania Occidental-decenas de millares de berlineses en ambos lados del muro lo franquearon a través de los nuevos emplazamientos de inspección. Sonaban las bocinas y doblaban las campanas; hombres y mujeres cantaban, gritaban y se secaban las lágrimas de los ojos en tanto que los mazos de hierro comenzaban a desmoronar esa barrera de 45 kilómetros que desde 1961 había permanecido como el máximo símbolo de opresión y aislamiento.

La resultante transformación de la Europa Oriental fue más increíble aún, porque una gran marejada de liberación arrasó un país tras otro. Una callada revolución depuso el gobierno de Checoslovaquia; el régimen brutal de Rumania llegó a un final abrupto y deshonroso; Polonia pasó a ser el primer país de la Cortina de Hierro que formó un parlamento no comunista y multipartidario; Hungría abrió sus fronteras; y para fines de 1990 las quince repúblicas soviéticas habían declarado alguna forma de autonomía.

El mundo entero festejó estos extraordinarios acontecimientos, pero quizás en ningún otro lugar se celebraron con mayor gratitud que en las Oficinas Generales de la Iglesia, donde los líderes los reconocieron como una impresionante respuesta a sus oraciones. Aunque el presidente Hinckley nunca tuvo duda de que algún día el llamado Bloque Oriental abriría sus puertas a la Iglesia, la rapidez con que habían derrumbado el Muro de Berlín lo dejó admirado. "Fue un milagro", comentó. "El Señor procedió a quitar las cadenas que por tanto tiempo había soportado la gente. La hora había llegado para que, de conformidad con Su sabiduría, se produjera la oportunidad para enseñar el Evangelio en esa parte del mundo".

Ya para julio de 1990 se habían abierto misiones en Praga [Checoslovaquia], en Varsovia [Polonia] y en Budapest [Hungría], y la Misión Finlandia Helsinki se organizó con fines de concentrar allí la obra misional en lo que antes era la Unión Soviética. A principios del otoño, el presidente y la hermana Hinckley viajaron a la Europa Oriental para informarse en cuanto a las condiciones de la región.

Fueron homenajeados por el Ministro de Religión de Polonia quien los recibió cuando llegaron a Varsovia y se les concedió una audiencia con el Presidente del Consejo de Ministros del gobierno polaco. Antes de alejarse del país, se reunieron también con miembros de la Iglesia e inspeccionaron una nueva capilla en construcción en Varsovia. En Checoslovaquia y en Budapest se reunieron con pequeños grupos de miembros y misioneros. Al prepararse para el viaje de regreso, el presidente Hinckley dijo: "Hemos tenido una experiencia extraordinaria en estos nuevos países que acaban de liberarse del dominio comunista. Ésta es una época milagrosa en la Europa Oriental. Hace dos años, la gente habría considerado imposible que sucedieran tales cosas". Sólo tres días después de su retorno a Salt Lake City, aprobaron oficialmente el registro de la Rama Leningrado de la Iglesia. Al año siguiente, en junio de 1991, la República Rusa concedió a la Iglesia su reconocimiento oficial.

Así como fueron asombrosos estos eventos, también se produjeron otros acontecimientos significativos en ámbitos apolíticos. En noviembre de 1989, la Primera Presidencia anunció un importante cambio en las normas relacionadas con el financiamiento de las unidades locales de la Iglesia en los Estados Unidos y Canadá. En adelante, todos los fondos necesarios para su funcionamiento, incluso los requeridos para construir nuevos edificios, provendrían de los diezmos y las ofrendas de la Iglesia; los miembros en esas localidades ya no tendrían que aportar fondos de presupuesto. Los líderes habían esperado por mucho tiempo ese día, y durante años el presidente Hinckley había estado recomendando normas financieras que colocaran a la Iglesia en una posición económica que facilitara tal medida.

También de gran importancia histórica fue que la Primera Presidencia anunciara que, a partir del 1° de enero de 1991, todas las contribuciones requeridas para mantener a los misioneros regulares en los Estados Unidos y Canadá, serían uniformes, es decir, que sin importar a dónde se asignara a un misionero, el costo sería el
mismo; el cincuenta por ciento de las familias de misioneros solventaría los costos del otro cincuenta por ciento. Tal posibilidad había sido igualmente considerada durante décadas y en los últimos meses la habían tratado en varias oportunidades.

Desde el fallecimiento del presidente Tanner en 1982, ningún otro hombre había tenido una mayor responsabilidad o influencia con respecto al bienestar económico de la Iglesia que la que el presidente Hinckley tenía ahora. El Obispo Presidente Robert D. Hales dijo: "El conocimiento que el presidente Hinckley tiene en materia bancaria y en economía es increíble, en particular si consideramos el hecho de que su carrera ha tenido lugar mayormente en las Oficinas Generales de la Iglesia. Sin embargo, su influencia concerniente a la estrategia financiera de la Iglesia y en cuanto a la manera en que administramos nuestras propiedades y nuestros bienes, es realmente extraordinaria. Posee una visión de largo alcance. Parece saber cuándo es necesario gastar dinero y cuándo conservar los recursos económicos".

Además de tales reformas políticas y económicas sin precedentes, en el año 1990 sucedieron varios acontecimientos notables en la familia Hinckley. Uno de ellos ocurrió el 15 de abril, cuando Richard Hinckley fue llamado a servir como Presidente de la Estaca Salt Lake Emigration. "Su llamamiento es algo muy significativo", dijo el presidente Hinckley, "puesto que ahora tenemos cuatro generaciones de presidentes de estaca en la familia. Es un verdadero tributo para él y una gran oportunidad. Nos sentimos genuinamente orgullosos de él". Clark servía entonces como presidente de estaca en el estado de Arizona y el presidente Hinckley estaba muy agradecido de que sus hijos estuvieran dispuestos y capacitados para encargarse de tales asignaciones.

Cuando el presidente Hinckley apartó al nuevo presidente Hinckley, no fue ése el primer privilegio que disfrutaba con uno de sus hijos. El año anterior había apartado a Virginia como miembro de la Mesa Directiva General de la Primaria y dos años más tarde tendría una experiencia similar cuando ella fue llamada a servir como primera consejera de Janette C. Hales en la Presidencia General de las Mujeres jóvenes. Tenía, claro está, cierta preocupación de que se lo acusara de nepotismo en cuanto a dicho llamamiento y al principio aun había tratado de disuadir a la hermana Hales cuando ésta hizo la recomendación, pero sabía que [su hija] era digna y capaz.

Durante toda su vida, el presidente Hinckley había estado rodeado de esforzadas mujeres. Su madre había sido una consumada profesional antes de su casamiento y una devota madre después, y Marjorie había sido una madre maravillosa para sus hijos y un gran apoyo para él-todo ello a la vez que mantenía su propia iniciativa personal y su independencia. Ahora, sus hijas seguían el ejemplo de la madre y eran muy elocuentes, talentosas y sociables. Siempre les hacía bromas con respecto a la tenacidad de cada una de ellas, pero en privado se enorgullecía de que fueran tan independientes, fieles y estrictas sin sujetarse necesariamente a lo convencional. Reconocía y valoraba la influencia de las mujeres, no solamente en el hogar y en la sociedad, sino también en el reino del Evangelio, y no vacilaba en abogar por su causa en toda oportunidad que se le presentaba.

En el año 1990 sucedió también un significativo evento personal en la vida del presidente Hinckley: cumplió los ochenta años de edad. La noche antes, su familia preparó una cena en su honor para las Autoridades Generales y sus respectivas esposas. Al hablar como homenajeado, el presidente Hinckley reconoció que tanto él como Marjorie seguían aumentando en años, y dijo que "los remaches estaban aflojándoseles un poco y que las soldaduras se les estaban ablandando". Sin embargo, no podía dejar de pensar en los extraordinarios privilegios que le habían sido permitidos: "He tenido muchos, muchos amigos", dijo. "Personas buenas y maravillosas que han sabido bendecir mi vida y de quienes he aprendido mucho. He tenido a veces algunas desilusiones, pero en general ha sido una vida extraordinaria y buena".

El punto culminante de la celebración fue ' a la mañana siguiente, cuando él y Marjorie asistieron a una sesión del Templo de Salt Lake con sus hijos y sus nietos adultos-diecinueve personas en total. Fue una mañana maravillosa, más aún al reconocer que todos sus hijos y sus respectivos cónyuges, como también sus nietos con la debida edad, eran dignos de participar.

A medida que 'avanzaba en su octava década, el presidente Hinckley continuó disfrutando de buena salud y las tareas físicas le proporcionaban el mejor paliativo en su atiborrada agenda. No sólo le encantaba estar al sol y al aire libre, pero también se enorgullecía de poder tolerar faenas rigurosas. Cuando se produjo una gotera en el techo del cobertizo de las herramientas en su casa de East Millcreek, insistió en repararlo él mismo. "Marjorie me reprendió por pensar siquiera en subirme al techo a los 83 años de edad", comentó. "Tal como sucede con la mayoría de los hombres de mi edad, presté muy poca atención a su regaño, me subí por la escalera y trabajé en el techo. ¿Descabellado? Sí. Pero el techo dejó de gotear".

Afortunadamente, tanto el presidente Hinckley como el presidente Monson podían andar a pasos vigorosos, porque la salud del presidente Benson continuaba decayendo y, a los ochenta y seis años de edad, era el segundo Presidente de la Iglesia más anciano y a lo largo de sus dos primeros años como tal había mantenido una activa agenda y viajado con gran regularidad. En octubre de 1987, [el presidente Benson] sufrió un leve ataque cardíaco, lo cual solamente le causó dificultades temporarias. Durante 1988, sin embargo, su energía comenzó a disminuir y dejó de asistir a un número cada vez mayor de reuniones.

Al principio, el presidente Hinckley se afligía al ver que la salud del Profeta iba empeorándose, pues nuevamente se encontró sirviendo como consejero de un envejecido Presidente de la Iglesia cuya energía física y su lucidez mental iban deteriorándose gradual e irreversiblemente. Pero al menos esta vez contaba en la Primera Presidencia con un segundo consejero capacitado y vivaz que compartía sus responsabilidades y con quien podía consultar cualquier asunto difícil que exigiera una resolución.

El presidente Hinckley continuó interesándose en cada una de las fases relacionadas con la obra y la construcción de los templos. No había inconveniencia demasiado grande para él si ello significaba hacer que los templos fueran más accesibles para los miembros.

Cuando las lluvias torrenciales impidieron que un grupo de santos irlandeses asistieran a una de las sesiones de rededicación del Templo de Londres, el presidente Hinckley ofreció demorar el momento de la sesión o agregar otra solamente para ellos. Durante la dedicación del Templo de Lima Perú, un grupo de miembros bolivianos que viajaban hacia la capital peruana llamaron varias veces con la noticia de que el autobús que los transportaba seguía descomponiéndose. Cuando le informaron que dicho autobús se había averiado una vez más y que parecía ser que no llegarían a tiempo para la última sesión, el presidente Hinckley dijo: "La próxima vez que llamen, díganles que no importa a qué hora lleguen, llevaremos a cabo una sesión especialmente para ellos, aunque sea a las dos de la mañana".

Cuando la Primera Presidencia decidió que debían prepararse dos nuevos filmes para el templo, el presidente Benson designó al presidente Hinckley para supervisara su producción. Él entonces revisó el libreto y el proyecto en general, lo cual le requirió varios meses. Aparte de otras mejoras, autorizó la producción de una banda de sonido musical a fin de agregar una nueva dimensión al resultado final.

Siempre que era posible hacerlo, el presidente Hinckley continuaba seleccionando por sí mismo el lugar donde los templos serían edificados. En cierta ocasión llegó a Guayaquil, Ecuador, para inspeccionar seis probables terrenos previamente ubicados por Philippe Kradolfer, el Director de Asuntos Temporales del Área. Philippe lo llevó hasta el primero de ellos y, aunque le pareció atractivo, tuvo curiosidad por saber qué había detrás de una arboleda cercana. Philippe le dijo que había un terreno pantanoso. Ése y otros factores desalentaron al presidente Hinckley en cuanto a la ubicación, así que fueron a visitar los otros cinco terrenos. No encontrando nada que le interesara, le pidió a Philippe que lo llevara nuevamente al primer terreno y volvió preguntándose qué había detrás de la arboleda adyacente.

Esta vez, la comitiva se encaminó a explorar ese lugar y el presidente Hinckley iba indicándoles dónde y cuándo tenían que doblar. De pronto, encontraron un camino sin pavimento. En ese instante, el presidente Hinckley dijo: "Éste es precisamente el sitio a donde vamos". El angosto camino conducía hacia un hermoso lugar desde el cual se dominaba toda la ciudad de Guayaquil. Nadie dijo una sola palabra en tanto que el presidente Hinckey descendía del automóvil y caminaba hasta el borde de la propiedad. Philippe lo recuerda así: "Al verlo allí parado a solas contemplando la ciudad, se me llenaron los ojos de lágrimas, porque comprendí que un profeta acababa de encontrar el lugar para el templo".

El presidente Hinckley estaba convencido de que la construcción de templos tenía que seguir adelante de una manera sin precedentes. En una reunión del comité de terrenos y construcción de templos, que él mismo presidía, comentó sentirse frustrado por la demora en obtener los planos arquitectónicos para los templos ya autorizados: "Les dije que teníamos que construir más templos y que debíamos hacerlo más rápidamente. Ésta es la época para edificar templos. Los necesitamos y tenemos los medios para edificarlos. El Señor nos hará responsables si no trabajamos con más ahínco que al presente para obtener mayores resultados".

En particular, estaba ansioso por seleccionar un terreno en Hong Kong y en varias ocasiones había ido a ver algunas propiedades. En julio de 1992 realizó una rápida visita a esa ciudad con el objeto de buscar y, así lo esperaba, escoger un lugar para el templo. Al inspeccionar diversas localidades continuó sintiéndose desconcertado por lo que veía y ello lo preocupaba sobremanera.

Entonces, una mañana tuvo una experiencia singular. "Algo muy interesante me vino a la mente", escribió luego en su diario personal. "No escuché una voz con mis oídos naturales, pero a mi mente llegó la voz del Espíritu diciéndome: '¿Por qué te preocupas por esto? Tienes una magnífica propiedad donde se encuentran la casa de la misión y la pequeña capilla. Están en el corazón mismo de Kowloon, en un lugar con los mejores medios de transporte... Construye un edificio de [varios] pisos. Podría incluir una capilla y salas de clase en los dos primeros pisos y un templo en los dos o tres pisos superiores." 11El presidente Hinckley se tranquilizó y volvió a dormirse después de haber recibido la confirmación que procuraba recibir. La Iglesia demolería la casa de la misión en Kowloon y construiría en su lugar un edificio de varios pisos que habría de servir como oficinas y como templo.

La experiencia culminante relacionada con un templo es su dedicación, y al prepararse para la del de San Diego [California] en abril de 1993, el presidente Hinckley estimó que, entre los cuarenta y cinco templo existentes, él había participado en la dedicación o rededicación de todos menos cinco de ellos. "Fui en ayunas', escribió luego en cuanto a prepararse para esa dedicación. "Siempre siento una gran responsabilidad cuando dedicamos un templo".

Después de veintitrés sesiones, escribió: "Nos sentimos agotados esta noche. Pero se trata de un agotamiento combinado con felicidad".13El élder L. Tom Perry [del Quórum de los Doce] acompañó al presidente Hinckley para la dedicación del Templo de Manila [Filipinas] y lo que pudo observar allí no era desusado: "El presidente Hinckley habló en cada una de las sesiones, y cada discurso fue especial. Parecía conocer las necesidades de cada grupo y les impartía un mensaje apropiado para ellos. Sus instintos espirituales eran extraordinarios. Los sentimientos allí eran tan enternecedores que cuando los miembros del coro entraron para cantar el último himno en la última sesión y se pusieron detrás nuestro, podíamos sentir sus lágrimas caer sobre nuestros hombros".

Los instintos del presidente Hinckley también se manifestaron cabalmente en cuanto a la enorme renovación [del edificio] del Hotel Utah. El proyecto exigió una mezcla de buen sentido común acerca de la propiedad misma y una meticulosa atención a los detalles. En la primavera de 1993, cuando se hacían los últimos retoques al interior del edificio, el presidente Hinckley y las demás Autoridades Generales examinaron la versión final de Legacy, la película producida exclusivamente para el teatro de pantalla gigante y consideraron que era magnífica. Parecía que todo estaba ya listo para la dedicación a fines de junio. Hasta se había escogido y anunciado un nombre para la histórica estructura: El Edificio Utah. Aunque había sido él mismo quien sugirió ese nombre, el presidente Hinckley se sentía un tanto intranquilo al respecto a medida que se aproximaba la fecha de la dedicación. Le molestaba la idea de que ese nombre no tuviera conexión alguna con la Iglesia.

A altas horas de la noche del 5 de mayo, lo despertó la preocupación en cuanto al nombre del ex Hotel Utah. Después de intentar en vano de volverse a dormir, se levantó y desde su ventana contempló la histórica manzana en la que se encontraba el viejo hotel, el Edificio de la Administración y las Oficinas Generales de la Iglesia, así como las casas del León y de la Colmena. Su mente deambuló por algunos instantes entre el pasado y el presente. Había pasado gran parte de su vida en esa manzana-comenzando en el Gimnasio Deseret cuando era muchacho y continuando como adolescente en la Escuela Secundaria LDS, en cuyo predio se encontraban tanto un Edificio Young como un Edificio Smith-uno en honor a Brigham Young y el otro a Joseph F. Smith.

Entonces recibió una fuerte y clara impresión: Existían muchos monumentos a Brigham Young en el centro de Salt Lake City, pero ninguno en honor a José Smith, a excepción de una estatua dentro de las paredes de la Manzana del Templo. El Hotel Utah, que había sido tan hermosamente refaccionado y que no sólo serviría para varias funciones de la Iglesia sino que también ofrecería al público muchas oportunidades para visitar su interior, debería llamarse Edificio Conmemorativo José Smith.

A la mañana del día siguiente, describió al presidente Monson-y luego a los Doce en su reunión del templo-la experiencia que había tenido a altas horas de la noche. La reacción de todos fue unánime: el hotel restaurado se llamaría Edificio Conmemorativo José Smith. El presidente Hinckley decidió luego que se necesitaría alguna obra de arte que conmemorara al Profeta para colocarla en su elegante y enorme recepción. Pensó en un cuadro de José Smith que colgaba en el Edificio de Administración de la Iglesia, pero temía que fuera de tamaño muy reducido para exhibirse en esa sala. El obispo David Burton, primer consejero en el Obispado Presidente, le informó entonces que acababa de recibirse en Salt Lake City una estatua del Profeta del centro de visitantes de Independence, Misuri.

Los presidentes Hinckley y Monson fueron hasta el depósito para inspeccionar dicha estatua, la cual, aun de espaldas y sin limpiar en su embalaje, era magnífica. Hecha de mármol de Carrara y con dos metros y setenta y cinco centímetros de estatura, esa obra de arte agregaría un toque de refinamiento a la recepción del edificio. Pocos días después, el presidente Hinckley pasó algunos momentos en la impresionante sala tratando de determinar dónde habría de colocarse la estatua. Con la ayuda de un empleado de alta estatura que se paraba sobre una silla para compararse al tamaño de la estatua, probaba diferentes posiciones hasta que decidió que tenía que ubicarse del lado oeste de la planta baja del edificio enfrente al recinto de recepciones que, apropiadamente, se llamaría el Salón Nauvoo.

El 27 de junio de 1993, en ocasión del 149 aniversario del martirio del Profeta, el presidente Hinckley dedicó el Edificio Conmemorativo José Smith. "Éste es un día maravilloso-la culminación de un extraordinario proyecto que tengo la seguridad de que fue inspirado por el Señor", dijo a la gente allí reunida. Reconoció que dicho proyecto había sido costoso. "Habrá gente que quizás piense que hemos sido extravagantes, aunque espero que no existan sentimientos de esa clase... Nada es demasiado bueno cuando se trata de recordar al profeta José Smith". Refiriéndose al nombre dado al renovado edificio, el presidente Hinckley simplemente declaró: "Yo creo que el Señor quería que este lugar se denominara Edificio Conmemorativo José Smith". Y concluyó su discurso declarando enfáticamente: "Amo al profeta José Smith. Amo al profeta José Smith".

La reacción del público fue espléndida. Después de la dedicación y de la prolongada recepción durante la cual más de 70.000 personas recorrieron el edificio, el presidente Hinckley recibió centenares de cartas felicitando a él y a la Iglesia por lo que universalmente fue considerado una magnífica restauración. Muchas personas se disculparon por sus previas expresiones de resentimiento. La Utah Heritage Foundation (institución dedicada a la restauración de edificios de valor histórico) ofreció el siguiente reconocimiento: "El Edificio Conmemorativo José Smith es un proyecto sobresaliente de restauración y renovación. La visión y el talento que se necesitaron para ello han producido un centro de primera clase... Se debe felicitar y encomiar a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días".

Aquellos que habían trabajado juntamente con el presidente Hinckley se maravillaron de su notable habilidad administrativa.

Después de observarlo en innumerables circunstancias, Lowell R. Hardy, entonces su secretario personal, simplemente dijo que era el líder más eficiente que jamás había conocido." Rex Lee, Rector de la Universidad Brigham Young, describió con estas palabras las virtudes del presidente Hinckley: "He estado en contacto directo con dos presidentes de los Estados Unidos, tres fiscales generales y numerosos oficiales gubernamentales. Pero nunca he conocido a nadie que haya tenido una mayor capacidad que el presidente Hinckley para ver tanto el bosque como los árboles, el cuadro mayor y los pequeños detalles al mismo tiempo, manteniendo ambas cosas en completa perspectiva".

Ted Simmons, el Director General del Departamento de Propiedades de la Iglesia, quien se reunía a menudo con él para tratar asuntos relacionados con la construcción de edificios y otras propiedades, explicó: "El presidente Hinckley es un estudiante muy aplicado. En materia de negocios, no hay teoría o práctica con la que no esté familiarizado, pero a su vez es muy sagaz. Él comprende cuáles son los puntos esenciales de toda empresa y tiene una memoria prodigiosa.

Yo no me animo a darle ninguna cifra a menos que esté absolutamente seguro de que sea correcta, porque él la recordará con precisión. Es sorprendente con cuánta frecuencia me dice, cuando le presento una propuesta para remodelar un edificio: '¿No gastamos tal o cual dinero en ese edificio hace sólo seis años?' Su memoria es generalmente correcta y no hay que olvidar que tenemos miles de edificios en todo el mundo. Tiene gran capacidad para recordar los más ínfimos detalles, y al mismo tiempo posee una amplia visión para determinar cómo todo coincide entre sí".

El presidente Monson ha dicho: "El presidente Hinckley puede hacer malabares con un sinnúmero de bolas en el aire al mismo tiempo. Puede salir de una reunión donde se haya tratado el programa de bienestar para asistir a otra donde se hable sobre auditoría y luego a una tercera donde se analice el proselitismo, y estar en condiciones de cambiar instantáneamente de tema y dedicarle su completa atención a cada asunto".

No obstante, nadie puede empujar al presidente Hinckley para que tome una decisión prematura. Para consternación de las Autoridades Generales, algunas propuestas han ido a parar a la gaveta izquierda de su escritorio o al "archivo pendiente" después de haberse rehusado a adoptar una decisión que no le parecía correcta.

A fines de 1993, teniendo el presidente Benson que permanecer en su hogar sin dar señales de mejora y al presidente Hunter con mala salud, el presidente Hinckley pensó: "Estoy agradecido por sentirme tan bien como me siento. Tengo 83 años de edad y cumplo toda una serie de tareas. Trato de hacer algunos ejercicios y de mantener una buena dieta, aunque esto no es fácil... Puedo hacer todo lo que debo hacer, y por tal medida de fortaleza y salud agradezco profundamente al Señor".

Durante los pocos primeros meses de 1994, el presidente Benson permaneció en las mismas condiciones, en tanto que el presidente Hunter debió ser internado en el hospital debido a otra condición grave. Luego, en horas tempranas del viernes 25 de febrero, el presidente Hinckley recibió la noticia de que D. Arthur Haycock, su amigo de más de cincuenta años, secretario personal de cinco presidentes de la Iglesia, había fallecido imprevistamente. Algo más tarde ese mismo día, también falleció el élder Marvin J. Ashton, del Quórum de los Doce. "Éste ha sido un día muy duro", escribió simplemente el presidente Hinckley.

No obstante, él continuó trabajando con afán. En la conferencia general de abril de 1994, volvió a referirse a la salud del presidente Benson y reafirmó la ley divinamente decretada con respecto a la sucesión en el gobierno en la Iglesia. "Todos deben entender", dijo, "que Jesucristo está a la cabeza de esta iglesia que lleva Su sagrado nombre. Él está cuidándola. Él está guiándola...

No me preocupan las circunstancias en que nos encontramos. Yo las acepto como una manifestación de Su voluntad. Asimismo, acepto la responsabilidad, actuando juntamente con mis hermanos [las Autoridades Generales], de llevar adelante esta obra santa". En esa misma conferencia, el Obispo Presidente Robert D. Hales fue llamado al Quórum de los Doce, llenando así la vacante producida por el fallecimiento del élder Ashton, y el élder Merrill J. Bateman fue sostenido como Obispo Presidente.

En mayo de 1994, el presidente y la hermana Hinckley y otras dos mil personas se congregaron en el condado Millard, Utah, para asistir a la dedicación del Fuerte Cove como centro de visitantes. Ese fuerte de avanzada construido por el abuelo del Con motivo de su octogésimo quinto cumpleaños, Gordon B. Hinckley recibió de su sobrinoMark Willes quien era entonces Presidente de la compañía General Mills, una caja de cereales para desayuno con la siguiente dedicatoria: 'Como última medida en mis funciones de oficial y director de General Mills, le envío estos Wheaties.

En muchas cajas se han mostrado las fotos de algunos de los más grandes campeones de todos los tiempos. Creo que también sted y la Tía Marge deben ser homenajeados de igual manera"

Rodeado de familiares en celebración de su octogésimo quinto cumpleaños, el 23 de junio de 1995 presidente Hinckley había sido donado a la Iglesia y restaurado. Al recorrer su interior, tuvo la sensación de que sus antepasados se hallaban presentes.

Durante los servicios dedicatorios en aquel caluroso día veraniego, lo animaba un buen espíritu. Después de escuchar a varios otros oradores, el presidente se puso entonces de pie para hablar a la multitud. "Yo sé que hace mucho calor aquí y que nos sentimos muy incómodos", comenzó diciendo, "pero es algo que ya esperaban.

Más aún, el tema cabal de esta ciudadela es la perseverancia, así que, hagan todo lo que puedan". Se rió de su propio humorismo y la audiencia lo emuló. Entonces continuó: "Ésta es una emotiva experiencia para mí... Al ver todo lo que aquí se realizó, me siento profundamente conmovido. A mi abuelo y sus compañeros les llevó siete meses construir esto sin más recursos que sus propias manos. A la Iglesia, por otro lado, con todos sus recursos, le ha llevado casi siete años restaurarlo".

Esa noche describió así en su diario personal un sentimiento que ya había expresado en otras ocasiones en que la Iglesia dedicó fondos para la preservación de su historia: 'La restauración ha sido costosa, pero con el correr de los años estos gastos se habrán olvidado y este fuerte de avanzada en el desierto... ofrecerá incontables oportunidades para relatar la historia y edificar la fe en la vida de quienes han estado aquí presentes... Considero que ha sido un milagro que haya ocurrido todo esto. Yo sé que la mano del Señor ha estado en ello".

El presidente Hinckley también sabía que la salud del presidente Benson estaba en manos del Señor y a través del mes de mayo de 1994 la salud del Profeta continuó deteriorándose. El sábado 28 de mayo, al regresar el presidente Hinckley de un rápido viaje a Nashville [Tennessee], se enteró de que el presidente Benson había entrado en coma. Fue directamente al apartamento del Profeta y, al estar junto a su lecho, sintió una profunda gratitud por la vida y el servicio dedicado del presidente Benson. Antes de salir, puso por última vez sus manos sobre la cabeza del Profeta y le dio una bendición que le prometía paz y gozo. En ese mismo instante, presintió que al Presidente le quedaba ya poco tiempo de vida.

Dos días después, el 30 de mayo a las 14:40 horas, el presidente Hinckley recibió la noticia: el presidente Benson había fallecido. Inmediatamente llamó a los presidentes Hunter y Monson e inició el procedimiento de informárselo a los Doce. Le resultaba difícil concentrarse, sin embargo, porque aunque había esperado ya la noticia, le acometieron las emociones al pensar acerca de su relación con aquel hombre de quien había sido consejero por casi toda un década. A la mañana siguiente, cuando los Doce se congregaron a fin de hacer los preparativos para el funeral y la sepultura del Presidente de la Iglesia, el presidente Hunter presidió la reunión y los presidentes Hinckley y Monson tomaron sus respectivos lugares en el Quórum.

Al día siguiente del funeral, los miembros del Quórum de los Doce se reunieron en el Templo de Salt Lake para reorganizar la Primera Presidencia. Durante la reunión, cada Apóstol tuvo la oportunidad de decir algunas palabras, comenzando con el élder Hinckley. "Les indiqué que yo creía que era esencial reorganizar inmediatamente la Primera Presidencia", escribió en su diario personal. "Es necesario continuar la obra de la Iglesia.

La gente quiere escuchar la voz de un Profeta viviente. Expresé mi amor por el presidente Hunter y le aseguré que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ayudarle".27 Después de que todos hubieron hablado, fue evidente que la unión era total entre los catorce hombres reunidos en tan sagrada ocasión. El presidente Hinckley fue la voz al apartar a Howard W. Hunter como Presidente de la Iglesia. El presidente Hunter entonces apartó al presidente Hinckley como su primer consejero y como Presidente del Quórum de los Doce, al presidente Monson como su segundo consejero, y al élder Boyd K. Packer como Presidente en Funciones de los Doce. Sin resonancias de ninguna clase pero con un poderoso testimonio del Espíritu de que todo estaba de acuerdo con la voluntad del Señor, la Iglesia siguió avanzando con facilidad.



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