NUEVAS TIERRAS NUEVOS DESAFÍOS

CAPITULO 16

Además de ejercer gran influencia en países lejanos, el élder Hinckley también había dejado su marca en su localidad. Desde los primeros días de Utah como territorio, la Iglesia había soportado los ataques tanto de personas no miembros como de miembros resentidos con respecto a cuestiones sociales y morales.

En la primavera de 1968 volvió a surgir un renovado sentimiento en contra de la Iglesia, particularmente en Salt Lake City, cuando un grupo de ciudadanos prominentes lanzaron una intensa y persuasiva campaña procurando legalizar la venta de bebidas alcohólicas al mostrador.

Los proponentes de esta medida, un grupo de ciudadanos muy bien organizados, no demoraron en convencer a un gran número de adherentes de que las leyes estatales relacionadas con el control de las bebidas alcohólicas restringían el turismo, catalogaban a Utah como un lugar provinciano y fomentaban la venta ilícita de bebidas alcohólicas. En el término de pocas semanas, más de cuarenta mil personas habían firmado una petición agregando un referéndum al sufragio y las primeras encuestas indicaron que dos tercios de los votantes estaban a favor de tal medida.

Los líderes de la Iglesia estaban profundamente preocupados en cuanto al asunto, convencidos de que significaba serias inferencias morales. Basándose en el precedente establecido en otros estados que ya habían legalizado la venta de bebidas alcohólicas al mostrador, creían que el fácil acceso a las mismas conduciría a un aumento en el costo de los servicios de ayuda social, los crímenes y los accidentes.

Después de analizar extensamente la cuestión, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce decidieron contrarrestar activamente la propuesta y asignaron al élder Hinckley la tarea de programar la oposición de la Iglesia. Sin demorarse, él entonces consultó a su gran amigo Wendell J. Ashton, un ejecutivo en publicidad, para que le ayudara a planear la estrategia a seguir en oposición al referéndum. juntos determinaron que, siendo que la cuestión afectaba a la población en general, sería imposible derrotar la iniciativa sin el apoyo ecuménico; en consecuencia, hablaron con ciudadanos prominentes y ministros de varias religiones a fin de que la campaña fuera de naturaleza multilateral.

Varios líderes respetables de la comunidad no miembros de la Iglesia se unieron al Comité de Ciudadanos de Utah contra la Venta de Bebidas Alcohólicas al Mostrador. Aunque el élder Hinckley no integraba dicho comité, participó activamente en organizarlo y realizó en su oficina varias reuniones preliminares sobre la estrategia a seguir.

A principios de mayo, recomendó que el presidente McKay publicara en el periódico Deseret News una declaración para explicar a los miembros de la Iglesia la posición de sus líderes en cuanto al asunto, y el presidente McKay así lo hizo. Entonces, el élder Hinckley convocó una reunión de Representantes Regionales y les encomendó la tarea de alentar a los líderes locales del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro a fin de que diseminaran la información acerca de las bebidas alcohólicas y que identificaran a los ciudadanos que estuvieran dispuestos a hablar en contra del proyecto de ley en los clubes locales y grupos comunitarios. "Estamos encarando una verdadera batalla y si nos ganan no será porque no hayamos tratado. Vamos a hacer todo lo que podamos para vencer", dijo el élder Hinckley a los líderes allí congregados. "Sabemos que el Señor está de nuestra parte en esto y es hora de que nos pongamos de pie para ser reconocidos. Yo he escuchado al Profeta hablar sobre esta cuestión y eso es todo lo que necesito saber".

La reacción general en cuanto a la participación de la Iglesia en el asunto fue inmediata y muy emotiva, y la comunidad no demoró en dividirse con respecto a uno de los argumentos más graves que con los años surgieron en Utah. Aunque él prefería permanecer entre bastidores, al élder Hinckley se lo identificó como el principal representante de la Iglesia y por consiguiente fue blanco de los críticos que resentían que la Iglesia interfiriera en una cuestión de índole "política". Los que proponían la reforma descargaban directamente en él sus frustraciones y dirigían sus ataques e insultos contra su persona. Algunos llegaron al colmo de amenazarlo si él y la Iglesia no abandonaban su posición.

A pedido de las Autoridades Generales, el élder Hinckley habló por los medios de difusión la noche antes de las elecciones apelando a quienes aún permanecían indecisos en cuanto al asunto. Estaba agotado a raíz de las exigencias de la campaña y no recibió de buena gana la asignación, pero una vez más explicó así el razonamiento en que se basaba la participación de la Iglesia: "Por supuesto que la Iglesia ha levantado su voz. La Iglesia ha declarado su oposición con claridad y franqueza. Tenía el deber de hacerlo. En primer lugar, el problema no fue planteado por nosotros. Pero una vez que se lo planteó, la Iglesia no habría cumplido con su obligación si hubiese permanecido en silencio. Ésta es una cuestión moral". Al día siguiente los votantes rechazaron el proyecto de leycasi dos a uno.

La asignación encomendada al élder Hinckley, aunque a veces le causaba exasperación, fue en realidad hecha a la medida para él. A través de los años había demostrado ser elocuente e imbatible ante cualquier ataque. Reflejaba e inspiraba confianza sin aparentar ser arrogante y se relacionaba muy bien con personas no miembros de la Iglesia. Por tales razones, con frecuencia recibía la responsabilidad de bosquejar la posición oficial de la Iglesia en cuestiones problemáticas.

La década de 1960 dio comienzo a una época de grandes inquietudes de naturaleza racial. La Iglesia, cuya doctrina no permitía entonces que los de raza negra recibieran el sacerdocio, pasó obviamente a ser acusada de discriminación. Tanto los miembros como quienes no lo eran presionaban a los líderes de la Iglesia para que, por lo menos, aclararan la situación o aun abolieran tal restricción.

El 7 de marzo de 1965, trescientas personas manifestaron frente al Edificio de la Administración de la Iglesia demandando que ésta se declarara en favor de los derechos civiles. El programa de deportes de la Universidad Brigham Young fue incesantemente criticado como símbolo evidente del conflicto. En los años 1968 y 1969, los deportistas de varias instituciones educacionales se negaban a competir con los de la Universidad Brigham Young.

A fines de 1969, el élder Harold B. Lee determinó que había llegado la hora de que la Iglesia explicara su norma sobre el particular y le pidió al élder Hinckley que formulara una declaración en cuanto a los derechos raciales y de igualdad civil.

El proyecto era muy delicado y mentalmente agobiante, pero el élder Hinckley preparó un documento que finalmente se publicó como declaración oficial de la Iglesia. Firmado por los presidentes Hugh B. Brown y N. Eldon Tanner, la declaración fechada en diciembre de 1969 reafirmó la convicción de la Iglesia de que todos los ciudadanos estadounidenses merecían los derechos garantizados por la Constitución, pero que las prácticas religiosas eran un asunto diferente. En una Iglesia fundada y dependiente en la revelación, la cuestión de quienes habrían de poseer el sacerdocio era prerrogativa de Dios: "Desde el principio de esta dispensación, José Smith y todos los que le sucedieron como presidentes de la Iglesia han enseñado que los de raza negra, aunque son hijos espirituales del mismo Padre y progenie de nuestros padres terrenales Adán y Eva, no habrían de recibir todavía el sacerdocio por razones que creemos sólo Dios conoce pero que aún no ha dado a conocer a los hombres... Si fuéramos los líderes de una institución creada por nosotros mismos y gobernada en base a nuestra propia sabiduría terrenal, sería muy simple proceder de conformidad con la voluntad popular. Pero nosotros creemos que esta obra es dirigida por Dios y que para conferir el sacerdocio debemos esperar Su revelación. Hacerlo de otra manera significaría negar el fundamento mismo sobre el cual la Iglesia fue establecida".

A pesar de su articulada construcción gramatical, la declaración no puso fin a las críticas raciales contra la Iglesia. Ésa fue solamente una de las tantas asignaciones que obligaron al élder Hinckley a considerar metódicamente los temas relacionados con la total incorporación de todos los miembros a las filas de la Iglesia.

En el transcurso de ocho años, el élder Hinckley había realizado más de veinte viajes al Oriente y ocupado el equivalente de dos años completos recorriendo esos países. Entonces, durante una gira asiática en la primavera de 1968, tuvo el presentimiento de que ésa sería la última que haría por mucho tiempo.

En junio [de ese año], fue relevado de sus funciones como supervisor del Oriente y asignado a trabajar en Sudamérica. Siendo que Clark se hallaba sirviendo en Argentina, el élder y la hermana Hinckley recibían con regularidad los informes que su hijo les enviaba en cuanto a la obra allí, pero habían visitado esa parte del continente sólo una vez. El élder Hinckiey sabía que existía una estaca en Sáo Paulo (Brasil), una en Buenos Aires (Argentina), y una en Montevideo (Uruguay);4 Aparte de eso, era muy poco lo que conocía en cuanto a la tierra que se extiende desde Venezuela al norte hasta el Cabo de Hornos en el extremo sur.

El élder Hinckley aceptó la asignación con determinado desconcierto. Anhelaba familiarizarse con otra parte del mundo, pero en Asia se sentía como en su propio hogar. La primera vez que fue allá había tenido dificultad aun para identificar a unos y otros entre los santos orientales, pero con el correr de los años todos ellos pasaron a ser estimados amigos.

Él había dado su testimonio ante grandes y pequeños grupos, en capillas improvisadas y en las chozas de Quonset con el resonar de tiroteos que a lo lejos se dejaban oír en plena noche. Había soportado un sofocante calor en Manila, las lluvias del monzón en Corea y un frío amargo en el norte de Japón. Sin embargo, le era difícil imaginar que podría pasar mucho tiempo antes de que volviera a cruzar otra vez el Océano Pacífico.

Mas, por el momento, dedicó toda su atención a Sudamérica. Su breve experiencia allá le sugería que, aunque la Iglesia era todavía pequeña, esas naciones poseían la promesa de una fructífera cosecha misional. A fines de noviembre de 1968, realizó la primera de una serie de visitas a Sudamérica.En ese viaje, dividió la única estaca de Brasil, dirigió un seminario con los presidentes de las diez misiones sudamericanas y dedicó una capilla en Argentina donde su hijo Clark servía como misionero con el élder Richard G. Scott como presidente.

Con cada viaje que emprendía a Sudamérica, la admiración y el amor que el élder Hinckley sentía por los santos iba incrementándose. Muchos de ellos luchaban denodadamente por ganarse la vida, pero de una nación y congregación a otra se admiraba ante la fidelidad de hombres y mujeres que parecían estar investidos de un extraordinario grado de fortaleza y sensibilidad espirituales.

Cuando no se hallaba embarcado en algún viaje, el élder Hinckley disfrutaba mucho al tener la oportunidad de participar en reuniones espirituales y trabajar con los hermanos de su quórum, en el que se manifestaba una camaradería tal como nunca había experimentado. Sus conversaciones carecían por completo del dramatismo, la presunción o el politiqueo que suele verse en los consejos gobernantes de muchas instituciones. Por el contrario, cada vez que suplicaban la guía del Señor, el Espíritu los inspiraba con tal generosidad que no tenía palabras para describir lo que experimentaba o sentía.

"Existe una extraordinaria hermandad en el quórum", explicó una vez. "Yo tenía libertad para hablar sobre cualquier asunto, a pesar de ser el miembro más nuevo. He ahí un grupo de doce hombres quince, cuando nos reuníamos con la Primera Presidencia-cada uno de ellos procedente de diferentes ambientes, representando diferentes puntos de vista y con variadas experiencias en la Iglesia. Por supuesto que se manifestaban diferentes puntos de vista en cuanto a muchos temas, pero se esperaba que habláramos con toda franqueza. Para eso estábamos ahí.

"No obstante, nunca hubo animosidad alguna en el consejo", continuó diciendo, "gracias a lo cual podíamos tratar aun los más delicados asuntos. Al intercambiar ideas, efectuábamos un resumen de las diferentes opiniones. Y cuando terminábamos de hacerlo y el Presidente de la Iglesia hacía uso de la palabra, todos estábamos de acuerdo. Cualquiera hubiera sido anteriormente la idea de uno de nosotros, la nueva opinión pasaba a ser la convicción de todos. No se tomaba decisión alguna, a menos que existiera una total unanimidad al respecto".

Algunos aspectos de su llamamiento como apóstol eran agradables pero, a la vez, extremadamente agotadores-entre ellos, el tener que responder a una gran cantidad de asignaciones administrativas sin permitir que ello entorpeciera su ministerio.

El élder Hinckley lamentaba constantemente no tener más tiempo para pensar, meditar, estudiar, y sólo en raras ocasiones podía hacerlo en su hogar en i:s fines de semana. Por lo general, sin embargo, debía correr de una asignación, cita y reunión de comité o mesa directiva a otra. Había días-y eso era la regla más que la excepción en que lo único que hacía era saltar de una serie de reuniones a otra.

Durante ese período, el eder Hinckley sirvió en las mesas directivas de numerosas instituciones de la Iglesia y también comerciales. Fue director del o imité ejecutivo de la Corporación Administradora Deseret, que zn una sola corporación comprendía todos los negocios que eran propiedad de la Iglesia. Fue director del comité ejecutivo de Bonneville Internacional, la agencia de difusión de la Iglesia, e integró las mesas directivas de la compañía de seguros Benefici.d Life y del Banco Zion.

En 1971 fue nombrado presidente y director del comité ejecutivo de la compañía editorial Deseret News cuando también se nombró al élder Thomas S. Monson vicepresidente y subdirector de la misma. Al año siguiente, aceptó su nombramiento como integrante del directorio de la compañía de suministro de energía eléctrica Utah Power and Light, aunque se preguntaba cómo habría de cumplir una asignación adicional dentro de su ocupada agenda. Disfrutaba afiliarse con talentosos e influyentes hombres de negocio y anhelaba aprender de ellos las artes industriales.

En todas sus deliberaciones con las mesas directivas y como miembro de los Doce, el élder Hinckley se distinguía como conservador financiero que deploraba las deudas y el despilfarro. Le preocupaba cualquier operación financiera que no produjera ganancia y manifestaba escepticismo en cuanto a toda propuesta comercial que no pusiera el punto sobre las í es o que al menos garantizara un rendimiento.

Estaba, no obstante, dispuesto a apoyar inversiones infructuosas siempre que indicaran ser prometedoras al administrárselas debidamente. Parecía estar capacitado para distinguir entre lo que es una desenfrenada insensatez económica y la necesidad de hacer a veces importantes inversiones ya sea en cuestión de personas, edificios o compañías.

Las asignaciones del élder Hinckley en las oficinas generales de la Iglesia incluían su participación en el Comité Ejecutivo Misional, el de Correlación, el de miembros prestando servicio militar, el de Información y el de Relaciones Militares, como así también en la Mesa Directiva de Educación y el comité que consideraba el caso de aquellos que habían sido excomulgados. Desde 1961, había presidido el Comité de Correlación para los Niños, y en 1970 fue nombrado asesor de la Escuela Dominical y de la Primaria.' 6Por varios años, el élder Hinckley había adiestrado a misioneros y a presidentes de misión, y como miembro del Comité Ejecutivo Misional continuó relacionándose con casi cada una de las facetas del programa para misioneros.

En junio de 1969, se inició un programa bimestral de capacitación en idiomas para todos los misioneros llamados a servir en países extranjeros. En junio de ese mismo año, se enviaron los primeros misioneros a España, una medida que no solamente significó un paso más en el progreso misional europeo, sino que fue de particular interés para la familia Hinckley siendo que a su hijo Clark se le pidió que prolongara su misión y ayudara a inaugurar allá la obra.

El élder Hinckley continuó supervisando la parte del campo de labores asignada a su cuidado y después de la conferencia general de abril de 1969 salió nuevamente con rumbo a Sudamérica. Siendo que Virginia estaba por dar a luz a sus mellizas, Marjorie no lo acompañó pues consideraba que su responsabilidad era ayudar a su hija. "Nos despedimos con cierta dificultad y verdadera desilusión", escribió después de partir del aeropuerto. Primeramente hizo escala en Omaha [Nebraska], donde le dio a Ginny una bendición paterna, y entonces prosiguió con destino a Perú, Chile, Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela .

Ésa fue la primera vez que visitaba Bolivia y no demoró en darse cuenta de que arribar a La Paz en medio de los Andes es una experiencia muy particular: "Uno se siente bien al principio", escribió tras aterrizar en el aeropuerto más alto del mundo, "pero si empieza a andar con rapidez, no tarda en marearse". Le impresionó mucho la apariencia de los indígenas nativos. "Viven por lo general en condiciones casi al borde de la desesperanza. Su pobreza es realmente espantosa.

Al pasar junto a ellos hacia la ciudad, no pude menos que pensar en la gloria que una vez disfrutaron los hijos de Lehi y en su terrible caída... Mi corazón se afligía por esa [gente]. Merecían algo mejor".A pesar de esas condiciones, encontró que los misioneros tenían muy buen espíritu y estaban dedicados a la obra. "Ésta es una de las cosas admirables y maravillosas de la Iglesia", comentó el élder Hinckley, "ver que los jóvenes, aunque viven bajo difíciles circunstancias después de haber salido de tan cómodos hogares, manifiesten un amor inmenso por el país y la gente con quienes trabajan".

En Venezuela, el élder Hinckley recibió un cablegrama informándole que "las señoritas habían llegado con toda felicidad y que la Sra. Pearce se encontraba muy bien"-las mellizas de Ginny habían nacido. En su viaje de regreso, hizo escala en Omaha [Nebraska] para reunirse con Marjorie y visitar a su hija y sus nuevas nietitas, a quienes denominó "un pronóstico de mucho trabajo". Al día siguiente, se despidió otra vez de su esposa, "algo que, me parece, hago con frecuencia", escribió luego en su diario personal. "Ayer fue nuestro aniversario de bodas. Hemos estado casados por treinta y dos años y creo que nuestro amor es más fuerte que cuando nos casamos".

El élder Hinckley se sintió muy agradecido de que Marjorie pudiera acompañarlo en su siguiente viaje a Sudamérica cuatro meses después, esta vez con escalas en Brasil, Argentina y Uruguay. En ocasiones solía preguntarse si realmente se justificaban esos constantes viajes, pero las circunstancias que encontró en uno de esos países le convencieron de que las visitas de Autoridades Generales eran muy necesarias o de lo contrario no demoraría en suceder que "mil facciones terminarían separándose en procura de arcos tornasolados que ni siquiera se relacionan con el verdadero programa de la Iglesia"."11 Pero también encontró muestras de progreso. En una reunión en la Estaca Sáo Paulo Este se encontraban presentes tantas personas como cuando el año anterior él había dividido la estaca original-una evidencia, pensó el élder Hinckley, de que las divisiones promueven el progreso y la actividad.

Era realmente alentador reconocer un progreso tal, ya que hacía esos largos viajes a expensas de sacrificios personales. Él y su esposa se encontraban en Brasil cuando Clark regresó de la misión.

El élder Hinckley tenía un criterio más práctico que su esposa en cuanto a la situación. "Marge extraña a la familia y se siente deprimida por no hallarse en casa cuando llegue su hijo", escribió. "Sin embargo, tanto nosotros como nuestros hijos andamos yendo y viniendo con tal frecuencia que estas cosas no parecen preocuparnos demasiado. Ya regresaremos a casa y lo encontraremos muy ocupado con sus propios asuntos y probablemente esto seguirá siendo así en el futuro".` Había veces en que la hermana Hinckley soñaba con vivir una vida más tradicional.

Cada miembro de la familia, no obstante, había aprendido a aceptar, aunque no siempre de buena gana, el régimen inusitado de su padre. Aunque en años anteriores Jane rehusaba acompañar a su madre cuando llevaba a su padre al aeropuerto por temor a ponerse a llorar, ahora lo besaba en la mejilla como si él fuera a regresar esa misma noche de su oficina.

Además de los continuos reajustes y de las contrariedades que debía enfrentar la familia, se avecinaban otras circunstancias dificultosas. Temprano en la mañana del domingo 18 de enero de 1970, el élder Hinckley se hallaba presidiendo una conferencia de estaca en Idaho cuando recibió la noticia del fallecimiento del presidente David O. McKay. Aunque el anciano profeta de noventa y seis años de edad había estado enfermo por largo tiempo, la noticia fue de todas maneras muy sorprendente.

Durante todo el día, el élder Hinckley no pudo dejar de pensar en el profeta, con quien había disfrutado una maravillosa relación personal. Recordó aquel día en 1935 cuando el presidente McKay lo había invitado a trabajar para la Iglesia y las numerosas mañanas dominicales en que los dos se reunían en el quinto piso del Templo de Salt Lake.

Al día siguiente del funeral del presidente McKay, el élder Hinckley y los demás apóstoles se congregaron para reorganizar la Primera Presidencia. Ésa fue su primera oportunidad de participar en el solemne y sagrado procedimiento de ordenar un nuevo Presidente de la Iglesia, y tal experiencia fue muy emocionante por su simplicidad y magnitud. Después de que cada uno de los Doce Apóstoles tuvo la oportunidad de expresar sus sentimiento y de que todos estuvieron de acuerdo en que la reorganización debía proceder sin demora, el presidente Joseph Fielding Smith fue ordenado Presidente de la Iglesia.

Pronto habrían de vivirse otros momentos emotivos e inspiradores. En ocasión de un viaje a Sudamérica en febrero y marzo de 1970, durante el cual organizó la Estaca Lima Perú, el élder Hinckley y su esposa visitaron Machu Picchu, donde pasaron tres horas andando por las terrazas en medio de lo que una vez fueran magníficos patios y templos.

Al día siguiente, viajaron en tren a través de los Andes hacia Bolivia pasando por el Lago Titicaca y pudieron ver de cerca a ese pueblo y apreciar su cultura. "Nos acosan muchachos vendiendo chocolate y goma de mascar, jovencitas vendiendo plátanos y naranjas, mujeres vendiendo pan y hombres vendiendo baratijas", escribió él sobre tal experiencia. "Se suben al tren en una estación, se bajan en la siguiente y son reemplazados por otro grupo igualmente tesonero y alborozado... Mientras viajamos, Marge lee 'Conquista del Perú', la monumental obra de Prescott.

Es una historia de crueldad y opresión, y sus trágicas víctimas son los indígenas que vemos a nuestro alrededor. Finalmente, arribamos a la cima del desfiladero. A un lado de las vías, un letrero dice La Raya... 4,480 metros. Realmente estamos en el aire y la atmósfera es escasa, seca y fría... Después de un prolongado descenso, viajamos grandes distancias a través del altiplano del Perú. Ésta es una elevada meseta muy común aquí y en Bolivia y se asemeja a las que se encuentran en la región del río Sweetwater, en Wyoming".

Cuando llegaron a Juliaca, en el sur del Perú, el élder Hinckley le sugirió a Marjorie que prestara atención para ver si encontraba a los misioneros. Ella empezó a reírse ante la idea de que alguien pudiera estar esperándolos en tan remota estación. "Quizás se sientan muy solitarios y entonces se pongan a mirar los trenes que llegan", le respondió él, y en ese preciso instante Marjorie dejó escapar una exclamación al ver a un par de élderes que observaban los vagones del tren a medida que aminoraban la marcha tratando de reconocer al élder Hinckley y su esposa, quienes según se les había dicho tal vez pasarían por allí. Los dos jóvenes misioneros llevaron de prisa a los Hinckley hasta la vecina localidad de Puno, donde algunos miembros esperaban la primera visita de una Autoridad General.

Después de una breve reunión, el élder y la hermana Hinckley abordaron un barco a vapor que los llevaría en horas de la noche a través del Lago Titicaca. Nunca se había acostado él en una cama tan incómoda desde aquella vez en que acompañó a Dick a un campamento de padres e hijos y tuvo que dormir toda la noche sobre una roca, lo cual desde entonces pasó a ser la pauta para describir el peor descanso nocturno. No obstante eso, el poder reunirse con los Santos en aquel solitario puesto de avanzada compensó tal inconveniencia.

Con frecuencia contemplaba asimismo el magnífico legado de esa gente. Durante una conferencia de zona en Quito, Ecuador, en la que se manifestó un profundo espíritu, dijo a los misioneros: "Tengo la fuerte impresión de que hoy hemos estado en presencia de algunos de los profetas del Libro de Mormón, y creo que ellos están interesados en lo que ustedes están haciendo para que sus hijos reciban el Evangelio".

En otra ocasión, quedó maravillado ante la gran multitud que asistió a una conferencia en La Paz, Bolivia: "Un coro cantó en idioma aimará. Casi todos eran indígenas y al escucharlos desfilaron por mi mente las profecías del Libro de Mormón de que 'las escamas de tinieblas empezarán a caer de [los] ojos' de los descendientes de Lehi... Escuchamos a varios discursantes nativos y todos lo hicieron bien. Todos eran de linaje lamanita. Ésta ha sido una de las experiencias más emocionantes que he tenido-presenciar la llegada de este pueblo a la Iglesia".

Apenas habían los Hinckley desempacado sus maletas tras regresar de Sudamérica, cuando tuvieron que partir hacia el Oriente donde el élder Hinckley habría de ayudar al élder Ezra Taft Benson, quien tenía entonces la responsabilidad de la obra allí, a organizar en Tokio la primera estaca en Asia. Cuando retornaron al Oriente, los Hinckley tuvieron un alegre reencuentro con varios amigos muy queridos. El élder Hinckley conocía ya a casi cada uno de los hermanos del sacerdocio a quienes entrevistaba detenidamente y con quienes él y el élder Benson conversaban.

Le impresionó mucho saber que todos los entrevistados pagaban un diezmo íntegro y que, a excepción de uno solo de ellos, habían entrado al templo, a pesar de haber tenido que viajar hasta Hawai para ello. "Creo que esto es algo extraordinario", escribió. "Nunca antes he tenido una experiencia como ésta". El 15 de marzo de 1970, fue organizada la Estaca Tokio, con Kenji Tanaka como presidente. El primer consejero del presidente Tanaka-Yoshihiko Kikuchi-era, a la edad de 29 años, el oficial más joven de la estaca.

El élder Benson le pidió al élder Hinckley que adiestrara a los nuevos líderes de la estaca, y éste comenzó su capacitación formulando a cada uno preguntas que pusieron a prueba su familiaridad con el Manual General de Instrucciones. Uno de los hermanos no sólo contestó correctamente la primera pregunta, sino que hasta indicó en qué página del manual se encontraba la respuesta. Otro de los hermanos respondió de manera similar a la segunda pregunta. La respuesta a la tercera pregunta del élder Hinckley demostró el mismo tipo de conocimiento. "¿Cómo es que son ustedes tan versados en cuanto al manual?", les preguntó.

Fue entonces que se enteró que, el año anterior, estos líderes del sacerdocio y sus familias habían compartido sus vacaciones y que todos esos días habían estado estudiando el manual hasta aprender, en una sola semana, cómo debe ser administrada una estaca. El élder Hinckley se sintió profundamente emocionado al ver cómo se habían preparado aquellos hombres a quienes tanto apreciaba.

El siguiente viaje internacional del élder Hinckley, realizado en mayo de 1970 a Sudamérica, dio lugar a una desconcertante serie de acontecimientos. Después de haber presidido una conferencia de estaca en Lima, tomó un vuelo a Santiago. Dos días más tarde, un telegrama del presidente Allen E. Litster, de la Misión Andina, le informó que menos de un minuto después del despegue de su avión, Perú había sido sacudido por un terremoto devastador y que cuatro misioneros habían desaparecido en la región norte del país. El élder Hinckley trató inmediatamente de ponerse en contacto con Véase 1995-1996 Church Almanac, pág. 327.el presidente Litster y cuando finalmente lo consiguió después de varias horas, se le dijo que todavía no habían podido localizar a los misioneros y entonces prometió regresar al Perú a la mañana siguiente. "Yo sabía que a fines de esa semana el élder Hinckley tenía una importante reunión en Salt Lake City", dijo el presidente Litster. "Cuando le pregunté acerca de eso, él contestó: 'Honestamente, no podría volver a casa hasta que no hayamos localizado a esos misioneros`. Cuando el presidente Litster comentó cuánto le sorprendió que suspendiera todo lo que estaba haciendo para regresar a Perú, él respondió: "Presidente, toda persona necesita contar con alguien a quien consultar". Esa noche, el élder Hinckley no lograba conciliar el sueño. "No podía dejar de pensar en esos misioneros", escribió en su diario personal. "Pero tenía la certeza de que aún estaban vivos, aunque en graves circunstancias, y que teníamos que hacer algo por ellos tan pronto como fuera posible, y que, además, estaban trabajando afanosamente para ayudar a los heridos y moribundos".

Al día siguiente, después de algunos problemas, el élder Hinckley consiguió tomar un vuelo a Lima. Ni bien él y el presidente Litster arribaron a la casa de la misión, recibieron un llamado de los misioneros desaparecidos, quienes habían conseguido que un radioaficionado los conectara con el servicio telefónico de Lima.

Tiempo después, el presidente Litster relató lo que sucedió cuando el élder Hinckley habló con los misioneros: "El pequeño lugar donde se encontraba el radioaficionado estaba lleno de gente que esperaba su turno para usar la radio, y los misioneros dijeron que eso era un verdadero pandemónium. Todas las conversaciones radiotelefónicas se transmitían por altoparlantes a fin de que los que se hallaban en ese cuarto pudieran escuchar lo que se decía. Súbitamente, cuando la voz del élder Hinckley se dejó oír en medio del clamor de todos los que querían usar la radio, se produjo un silencio total. Aunque esa voz hablaba en inglés y allí todos hablaban español, unos y otros comenzaron a cuchichear y preguntaban: '¿Quién es ese hombre?' Algo les manifestó, aun en medio del caos, que ésa no era la voz de un hombre común".

Esa noche, en su diario personal, el élder Hinckley anotó en cuanto a los misioneros, quienes se encontraban muy bien: "El recibir esa noticia después de tanta preocupación, fue por supuesto algo muy emotivo".

Durante los tres días siguientes, el élder Hinckley y el presidente Litster continuaron coordinando los esfuerzos para ayudar a los damnificados, hicieron arreglos para que se distribuyeran suministros de asistencia por medio de la Cruz Roja Peruana y visitaron varios lugares del país para inspeccionar los daños y reconfortar a los miembros y a los misioneros. Los daños causados por el terremoto en Lima fueron menores que los registrados en el norte del país, donde quedaron completamente destrozadas varias poblaciones y ciudades.

Al llegar a la localidad de Chimbote, la reacción del élder Hinckley fue naturalmente característica: "¡Qué espantoso panorama! Casi todas las casas habían sido dañadas y había pozos de agua fétida en todas las tierras bajas... Chimbote es una ciudad desolada... Huele como si fuera una pescadería y eso, sumado a los olores típicos de las condiciones existentes aquí, hacen de éste un lugar repulsivo. Me apena pensar en los misioneros, y sin embargo todos ellos quieren permanecer aquí y ayudar a que los santos reconstruyan sus hogares" Cuando le pareció haber hecho todo lo que podía, el élder Hinckley regresó a su casa. Ya tendría oportunidad de realizar otros viajes a Sudamérica, muchos de los cuales serían más placenteros, pero muy pocos en los que habría de prestar tanta ayuda como lo había hecho en Perú."

Al año siguiente, el élder Hinckley se sorprendió al ser condecorado por la Universidad de Utah como Ex-Alumno Distinguido, el más alto honor conferido por la Asociación Universitaria a ex estudiantes.`22 Quizás la mayor sorpresa que recibió en 1971, sin embargo, fue cuando en mayo se le asignó la supervisión de ocho misiones en el área Europea-Alemana. Después de haber servido apenas dos años como supervisor de la obra en Sudamérica, no esperaba tal cambio de responsabilidades.

No perdió tiempo en hacer su primer viaje a Europa como tal. El presidente Joseph Fielding Smith le encomendó que asistiera a la primera conferencia de área de la Iglesia, a llevarse a cabo en Manchester, Inglaterra, en agosto siguiente. Así fue que partió un mes antes para poder inspeccionar cuidadosamente las misiones correspondientes. Jane, que acababa de graduarse de la escuela secundaria, acompañó a sus padres en su gira por Suiza, Alemania e Italia. El espíritu reinante entre los santos era maravilloso, pero la cosecha misional, comparada con la de Sudamérica, era más bien moderada.

Los Hinckley viajaron entonces a Manchester, donde se encontraron con el presidente Smith y otras Autoridades Generales en el Centro Bell-Vue del King's Hall, el cual mostró un lleno total de 12.000 personas durante los dos días de conferencia. El panorama conmovió profundamente al élder Hinckley, quien no podía contener las lágrimas al entrar en ese enorme auditorio y verlo colmado de miembros de toda la Gran Bretaña.

Cuando en la sesión de la tarde del domingo se puso de pie para hablar, tuvo el presentimiento de que debía dejar de lado el discurso que había preparado y simplemente ofrecer en cambio su testimonio personal. "No recuerdo haber sentido jamás en mi corazón lo que siento hoy en esta conferencia", dijo. "Nací en Estados Unidos, pero fue como misionero en Inglaterra que recibí el poder de la fe".

Los primeros dos meses de 1972 le ofrecieron la maravillosa oportunidad de participar en la dedicación de templos, en Ogden y en Provo, Utah. En ambas dedicaciones habló el presidente Joseph Fielding Smith,24quien había de fallecer menos de cinco meses más tarde. Al día siguiente del funeral, el Quórum de los Doce Apóstoles se reunió para efectuar la reorganización de la Primera Presidencia. Harold Bingham Lee, entrenado y cultivado a lo largo de treinta y un años de servicio en el apostolado, recibió el llamamiento de Presidente de la Iglesia y escogió a N. Eldon Tanner y a Marion G. Romney como primer y segundo consejero respectivamente.

A lo largo de los años, el nuevo Presidente de la Iglesia y el élder Hinckley habían mantenido una cálida amistad. El élder Hinckley había servido en el Comité de Correlación bajo la dirección del élder Lee, quien con frecuencia le delegaba importantes tareas. Merced a ello, se había ganado la confianza del presidente Lee.

Apenas dos meses más tarde, cuando se le encomendó al élder Hinckley la reorganización de la Estaca Londres Inglaterra, el presidente Lee le preguntó si él y su esposa podían acompañar a los Hinckley a Europa. Éstos se sintieron muy sorprendidos y halagados ante la posibilidad de viajar con el presidente Lee, quien deseaba también ir a Italia, Grecia y la Tierra Santaprimera visita de un Presidente de la Iglesia a esos lugares en esta dispensación. Fue una notable experiencia viajar por toda Europa y reunirse con grandes y pequeños grupos de miembros que se regocijaban al estar en presencia del recientemente ordenado Presidente de la Iglesia.

Ambos líderes reorganizaron la Estaca Londres, con la principal participación del élder Hinckley. A punto de comenzar la sesión de la noche del sábado, el presidente Lee le preguntó si ya había determinado quién sería el nuevo presidente de estaca. "Creo que sí", respondió, "pero me preocupa su edad. Sólo tiene treinta y un años".

El presidente Lee no dijo nada y, poco después, a medida que se desarrollaba la reunión, le pasó una nota en la que simplemente decía: "Yo tenía treinta y un años de edad cuando fui llamado como presidente de estaca". Eso contestó cualquier pregunta adicional que el élder Hinckley tuviera en mente y entonces le ofreció el llamamiento al joven obispo. Antes de retirarse a dormir esa noche, escribió: "Estas experiencias son siempre interesantes. Uno se preocupa, entrevista, ora y, finalmente, de una manera extraordinaria pero inexplicable, recibe la confirmación en cuanto a la persona indicada"

Desde Inglaterra, los cuatro viajaron a Atenas, donde se reunieron con funcionarios del gobierno con la intención de establecer la identidad de la Iglesia como una "casa de oración". Temprano en la mañana siguiente, subieron al monte Areópago para presenciar el amanecer sobre el Acrópolis. Allí escucharon al presidente Lee recitar el famoso sermón de Pablo acerca del "Dios no conocido". Más tarde, a pedido del Presidente de la Iglesia, el élder Hinckley ofreció una oración en la que pidió al Señor que enterneciera el corazón de los funcionarios griegos, detuviera la mano del adversario y bendijera a los santos de allí con fe para seguir adelante. Su sencilla oración fue tan elocuente y poderosa que el presidente Lee declaró entonces que se le consideraría como una rededicación de esa tierra.

Los Lee y los Hinckley viajaron luego a la Tierra Santa para pasar allá tres días inolvidables. Entre varias reuniones con dignatarios y funcionarios del gobierno, visitaron diversos lugares relacionados con la vida del Salvador. Pero la parte culminante de su visita ocurrió en el Jardín del Sepulcro. Una noche, a medida que la brillante luz de la luna de septiembre se filtraba por entre el ramaje de los olivos, el presidente Lee organizó la Rama Jerusalén, la primera unidad de la Iglesia que se formaba en la Tierra Santa en casi dos mil años.

Durante todo el viaje, el presidente Lee había estado siendo acosado por el agotamiento y una fatiga total. Es noche, al prepararse los Hinckley para retirarse a dormir, la hermana Lee llamó a su habitación para pedirle al élder Hinckley que le diera una bendición al presidente Lee. Él llamó de inmediato al presidente Edwin Q. Cannon, de la Misión Suiza, que viajaba con ellos, y ambos fueron a la habitación del Profeta. Ésa no era la primera vez que el élder Hinckley bendecía al presidente Lee, y tenía cierto conocimiento en cuanto a la enfermedad que por varios años había padecido. Pero esa noche le sorprendió sobre manera su semblante.

Tenía el rostro muy decaído y hasta entristecido. El élder Hinckley preguntó si quizás debía llamar a un médico, pero el presidente Lee sólo quería que le dieran una bendición. "Mientras pronunciaba la bendición, sentí el Espíritu del Señor", escribió luego. "Tuve la seguridad de que el Señor sanaría a Su siervo"

A eso de las dos de la mañana, lo despertó el sonido del presidente Lee que, en la habitación contigua, tosía convulsivamente por largo tiempo hasta que, súbitamente, dejó de hacerlo. A la mañana siguiente, cuando le preguntó cómo se sentía, el Presidente de la Iglesia le contestó con sencillez: "Mejor". No fue sino hasta un día después, cuando su salud parecía haber mejorado notablemente, que le confió lo que había ocurrido.

Durante su convulsión, había arrojado un par de coágulos de sangre. De pronto, dejó de respirar con dificultad, cesaron sus dolores de espalda y se recuperó de su extremo cansancio. "Teníamos que venir a la tierra de los milagros para presenciar un milagro en nosotros mismos", le dijo al élder Hinckley. El presidente Lee escribió en su diario personal: "Ahora comprendo que me hallaba merodeando en los bordes de la eternidad y que un milagro, en esta tierra de milagros mucho mayores, se me ofreció por la gracia de Dios que obviamente estaba prolongando mi ministerio".

Durante las últimas horas de su vuelo de regreso a Salt Lake City, el élder Hinckley describió así sus sentimientos en cuanto a la experiencia de viajar por dos semanas con el Presidente de la Iglesia: "Hemos presenciado el restablecimiento de la salud del Presidente y eso ha sido, para mí y para Marge, una experiencia incomparable que jamás olvidaremos... Hemos andado por donde anduvo Jesús y testificado de Su divinidad como el Hijo del Dios Viviente... Hemos proclamado el llamamiento profético de José Smith y afirmado el llamamiento profético de Harold B. Lee, su sucesor en el cargo. Éste ha sido un viaje inolvidable. Ésta ha sido una experiencia digna de atesorar".

La semana siguiente, en una reunión de Autoridades Generales antes de la conferencia de octubre, el presidente Lee pidió que el élder Hinckley presentara un informe de su viaje. "Al referirme a nuestra visita a la Tierra Santa, me sobrevino la convicción de la divinidad del Señor Jesucristo, quien dio Su vida por los pecados de la humanidad", escribió después. "Tuve dificultad para expresarme.

El presidente Lee estaba visiblemente emocionado, como así también otras Autoridades Generales. Cuando terminé de hablar, el presidente Lee se puso de pie y mencionó el milagro que le había ocurrido cuando se hallaba en Jerusalén. Dijo que fue algo muy sagrado para relatarlo aun bajo estas circunstancias. Estaba muy emocionado y se le derramaron lágrimas... Dijo nuevamente que si alguna vez había tenido alguna duda acerca de mi llamamiento como Apóstol y del poder del sacerdocio que se manifestó por mi intermedio, tal duda había desaparecido ya".


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