CAPITULO 21
A la fecha del fallecimiento del presidente Kimball, más del 40 por ciento de los miembros de la Iglesia no habían conocido a ningún otro profeta. Durante los doce años de su presidencia, el número de miembros se había aumentado casi al doble-de 3.300.000 a 5.900.00. Mientras que en 1973 había quince templos en funcionamiento, ahora existían treinta y seis y otros once proyectados o bajo construcción. El número de las misiones se había expandido de 108 a 188 y el de misioneros que servían en el campo misional había aumentado de dieciocho mil a casi treinta mil.
El presidente Benson y el presidente Hinckley mantenían una cálida amistad; éste apoyaba siempre al Profeta, quien manifestaba abiertamente su gratitud por el testimonio, la capacidad y la fortaleza de su primer consejero. Aunque su servicio como integrante de una Primera Presidencia completamente funcional difería de su desempeño durante la administración del presidente Kimball, el presidente Hinckley aceptó con beneplácito el reajuste. Después de la segunda reunión de la nueva Primera Presidencia, anotó en su diario personal: "Es maravilloso contar con otros que compartan la responsabilidad de las decisiones".
Fuera del Edificio de la Administración de la Iglesia se originaron otros cambios para el presidente Hinckley y su esposa. Durante dos años por lo menos, les habían atormentado los problemas de mantener su hogar en Capitol Hill, donde residían desde hacía más de una década. El cuidado del jardín, el quitar la nieve de las aceras y su exigente programa de viajes les llevó a decidir, a regañadientes, que había llegado el momento de tratar de vivir en un condominio y entonces compraron uno en la llamada Governor s Plaza, en el centro de Salt Lake City.
Una de las ventajas de vivir en "gabinete de archivo", como el presidente Hinckley insistía en llamar su residencia, era que los preparativos para hacer un viaje de cierta importancia requerían muy poco más que apagar las luces y echar llave a la puerta, lo cual hicieron en diciembre de 1985 al irse por una semana a Corea para la dedicación del templo en Seúl.
No era de sorprenderse que el presidente Hinckley tuviera dificultad en reprimir sus emociones durante la dedicación de este primer templo en el continente asiático. En los servicios dedicatorios habló de sus primeras visitas a Corea y de todo lo que había visto desde entonces: "He crecido en años visitando Corea y he tenido muchas experiencias aquí". Declaró haber vertido más lágrimas por Corea que por cualquier otro lugar en el mundo. Al cabo de seis sesiones dedicatorias y dos días, el presidente Hinckley quedó exhausto pero muy agradecido de que el Señor hubiera aceptado el nuevo templo.
Como primer consejero del presidente Benson, el presidente Hinckley había de participar en la dedicación de templos en Denver [Colorado] y en Las Vegas [Nevada], y de presidir en las dedicaciones en Lima [Perú], Portland [Oregon], Toronto [Canadá] y San Diego [California], como asimismo en la rededicación de los reacondicionados templos de Alberta [Canadá], Londres [Inglaterra], Berna [Suiza] y Chicago [Illinois].
Participó en la ceremonia de la palada inicial del Templo de Bountiful [Utah] y presidió en la del Templo de Mt. Timpanogos, en American Fork, Utah. Había momentos en que se maravillaba por lo que estaba sucediendo en todo el mundo. Brigham Young había vivido hasta poder ver la terminación de sólo uno de los cuatro templos para los cuales había escogido terrenos en Utah. Para la fecha en que concluyera la administración del presidente Benson como Presidente de la Iglesia, habría cuarenta y cinco templos en operación.
Aunque era para él un alivio integrar una Primera Presidencia en completo funcionamiento, el presidente Hinckley todavía continuaba desempeñando la principal responsabilidad de ciertos agobiadores dilemas que se presentaban al consejo. Una de tales decisiones fue con respecto a determinar lo que había de hacerse con el Hotel Utah. Éste había sido el principal hotel de Salt Lake City por setenta y seis años, pero ahora se lo consideraba anticuado. El lugar era un punto sobresaliente en pleno centro de la ciudad y casi todos parecían tener una opinión sobre lo que debía hacerse con el edificio.
Demoler ese antiguo gran hotel provocaría un vendaval de críticas. Sin embargo, no era fácil para la Iglesia encontrar una explicación racional para continuar el negocio cuando varias cadenas hoteleras nacionales habían construido ya edificios más nuevos y competentes en la localidad. Durante los cinco años anteriores, el hotel había perdido varios millones de dólares y los .estudios indicaban que se requeriría una inversión de por lo menos otros cuarenta millones para renovar el edificio. Después de prolongados análisis, la Primera Presidencia y el Quórum de lo Doce estuvieron de acuerdo en que la Iglesia tenía que suspender las pérdidas y renunciar al negocio de hoteles.
Todavía quedaba una pregunta: ¿qué hacer con el edificio? Después de varios meses de evaluaciones y deliberaciones, la Primera Presidencia decidió, con el presidente Hinckley a la vanguardia, renovar el edificio para propósitos de la Iglesia. Al hacer esto, podrían preservar la magnífica arquitectura del hotel, incluso su hermosa recepción.
La reacción producida por la clausura fue rápida, aguda y, en algunos casos, malintencionada y directa. Al presidente Hinckley se lo acusaba como el villano de la tragedia y recibía muchas cartas de iracundos comerciantes y aun de amigos de largo tiempo que protestaban la decisión, aseverando que la clausura del hotel podría perjudicar permanentemente el turismo y la economía del sector céntrico de Salt Lake City. Tanto él como la Iglesia fueron criticados por no haber consultado al público antes de difundir un anuncio de tal trascendencia. ¿Cómo podía la Iglesia considerar seriamente la reducción del prestigioso hotel de la ciudad en un simple edificio de oficinas? La Utah Heritage Foundation se opuso a la decisión y en una página completa el periódico Salt Lake Tribune publicó una petición de parte de casi mil personas, incluso dos ex gobernadores del estado de Utah, insistiendo en que la Iglesia reconsiderara el asunto.
Las críticas fueron aflictivas. Aunque el presidente Hinckley reconocía que aun cuando los insultos dirigidos a él reflejaban cierta decepción hacia la Iglesia, le resultaba difícil conservar la calma, pero respondía metódicamente a una queja tras otra prometiendo al público que la Iglesia iba a proteger la integridad del edificio y que no quedarían desilusionados con los resultados finales. "Éste es un edificio hermoso. Por favor, confíen en nosotros", repetía una y otra vez.
El hotel pasó a ser el proyecto personal del presidente Hinckley, quien supervisaba cuidadosamente cada etapa de su renovación. Podía visualizar toda una variedad de finalidades para el edificio y no vacilaba en comunicar sus ideas en cuanto a lo que el Hotel Utah podría finalmente llegar a ser. Para cuando la remodelación interior estaba en pleno proceso, él y la hermana Hinckley se habían mudado a un condominio en los Apartamentos Gateway, a solo una cuadra al este del Edificio de la Administración de la Iglesia y del Hotel Utah. Utilizando un prismático, verificaba casi diariamente desde su balcón el progreso del proyecto. Uno de los salones fue convertido en una capilla y otros cuartos pasaron a ser pequeñas salas de reunión. Los salones de baile y los comedores fueron hermosamente refaccionados de modo que pudieran utilizarse para recepciones y asambleas, mientras que en el piso superior se renovó el popular Roof Restaurant. Por sobre todo, insistía en que la Iglesia debía cumplir con la comunidad y preservar la recepción y el entrepiso para uso del público.
Esperaba asimismo encontrar una manera de poder alentar a los visitantes de la Manzana del Templo a que cruzaran la calle y visitaran el nuevo edificio. Después de considerar docenas de alternativas, tuvo la idea de remodelar el salón principal de baile para utilizarse como teatro en el que grandes números de personas pudieran ver una película acerca de la epopeya de los Santos de los últimos Días. Se puso en contacto con el destacado director Kieth Merrill, ganador de un Premio de la Academia Cinematográfica, y lo invitó a que produjera la película en que había pensado. Subsiguientemente, revisó cada una de las partes del libreto original e hizo numerosas sugerencias hasta que, finalmente, dio su aprobación. En realidad, ningún detalle de la película ni de la renovación de la sala escapó su atención.
No había decisiones fáciles de tomar en lo que concernía a la amplia renovación del hotel. Pero los problemas que la Primera Presidencia debía considerar eran casi siempre de naturaleza grave y de largo
alcance. "Los problemas fáciles se resuelven antes de que la Primera Presidencia los reciba", dijo el entonces Obispo Presidente Robert D. Hales, quien trabajaba juntamente con el presidente Hinckley en muchos proyectos relacionados con los asuntos temporales de la Iglesia. 'Los que restan son apropiados para [la sabiduría de] Salomón. Cuando me reunía con el presidente Hinckley para tratar temas difíciles y que le preocupaban de tal manera, siempre sugería que nos arrodilláramos para orar juntos. Él es un hombre brillante y de juicio extraordinario, pero cuando se enfrenta con algún problema insoluble, se pone de rodillas. Cuando dice, 'Lo pondremos bajo consideración', significa que esperará hasta asegurarse de que la medida a seguir sea la correcta. No se le puede empujar o apresurar a que tome una decisión. Siempre mide antes de cortar".
Nunca terminaban los problemas que requerían una combinación de buen juicio, paciencia e inspiración. A fines de la década de 1980, ciertos enemigos declarados reanudaron sus esfuerzos por ridiculizar a la Iglesia desacreditando al presidente Hinckley y trataron de hacerlo acusándolo de inexcusables transgresiones morales.
Las acusaciones se intensificaron en octubre de 1988, cuando los miembros de ese grupo organizaron una demostración frente al Edificio de la Administración de la Iglesia para acusarlo de conducta indecente. El lunes siguiente, repitieron sus falsas alegaciones en una conferencia de prensa en las oficinas del periódico Salt Lake Tribune.
El presidente Hinckley se sintió abochornado y ofendido por las horribles acusaciones y la desagradable manifestación pública. Al difundirse los ataques, le escribió una carta al presidente Benson solicitando formalmente que autorizara una investigación oficial que pusiera término a las acusaciones.9 El presidente Benson respondió designando un comité integrado por el presidente Howard W. Hunter y los élderes James E. Faust y Dallin H. Oaks, siendo los tres abogados de gran experiencia, para que supervisaran la investigación. Éstos contrataron los servicios de un altamente respetable abogado no miembro de la Iglesia para que llevara a cabo una investigación independiente de las alegaciones.
Otras cosas agregaron leña al fuego. La película antimormona God Makers II (Los Hacedores de Dioses) y un video titulado The True Story of President Gordon B. Hinckley (La Verdadera Historia del Presidente Gordon B. Hinckley), fueron puestos a la venta, los cuales perpetuaban las ofensivas acusaciones. Después de mirar el video, el presidente Hinckley preparó y leyó una declaración en una reunión de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce, mediante la cual negó "categórica y definidamente" toda acusación y declaró: "¿Ha sido esto doloroso? Por supuesto. Que le arrastren a uno el nombre por el fango es realmente doloroso... Si aquellos que han fabricado estas acusaciones se sienten felices a causa de mi dolor, quizás les resulte entonces una amarga satisfacción".
Después de una prolongada averiguación, el abogado principal y sus investigadores repudiaron cada acusación y comprobaron que todas las alegaciones contra el presidente Hinckley eran puras falsedades. Algunos de los que habían "testificado" en contra de él se retractaron públicamente y otros admitieron haber recibido paga para mentir. El presidente Hinckley se sintió reconfortado cuando quedó aclarado el asunto y los hechos que confirmaban su integridad pasaron a ser parte de los registros oficiales de la Iglesia.
Algunos años más tarde, consideró esos ataques desde otro punto de vista al recordar algo que una vez le había dicho el presidente Lee-que cada uno de los hombres que llegaron a ser Presidentes de la Iglesia había sido primeramente probado en el crisol de las aflicciones. "Supongo que estos episodios fueron el crisol de las mías", afirmó.
Como siempre, su perseverante optimismo le ayudó a superar las críticas y los pesares que debió soportar-un optimismo arraigado en su inalterable fe en que el Señor estaba a cargo del timón y que haría predominar el bien. Siendo un hombre de visión amplia que puede percibir más allá de las cosas, estaba siempre predispuesto a concentrar su atención en el rumbo de la Iglesia en vez de permitir que le afectaran los desalientos que lo acosaban a diario en sus actividades. Y en su desempeño con los asuntos de la Iglesia, el presidente Hinckley demostraba siempre una extraordinaria habilidad.
El élder Neal A. Maxwell lo explicó así: "Lo que distingue al presidente Hinckley es que recuerda lo que ha leído y entonces destila lo que desea conservar. Él es un perfecto intelectual. Puede recurrir a lo que sabe
para tomar decisiones sabias".12 El élder M. Russell Ballard concuerda con ello en estas palabras: "Cuando uno combina el buen juicio del presidente Hinckley con su caudal de experiencia-años de supervisar la construcción de edificios y templos, adquirir propiedades, etcéterapuede ver que él sabe lo que debe observar y qué preguntas hacer. No necesita que se le repitan las cosas. Una vez que se concentra en algún problema, puede encontrarle la solución con mayor rapidez que cualquier otra persona que yo conozca".
A medida que iba progresando en su propia carrera, su hijo Clark llegó a apreciar las extraordinarias virtudes del padre. "Papá posee un increíble sentido común y parece conocer instintivamente cuál es la mejor manera de manejar las cosas", dijo. "Sabe juzgar bien a la gente y es una persona inteligente. También posee una memoria prodigiosa, particularmente para los nombres y los rostros. Se devora el [periódico] Wall Street Journal, y quienes han trabajado con él en la mesa directiva del Zion's Bank se maravillaban de que no solamente lo leía, sino que también podía aplicar a las deliberaciones bancarias lo que de ello cosechaba".
El caudal de conocimientos del presidente Hinckley fue incrementado al cabo de varias décadas de intensos viajes y estudios que le inculcaron un profundo respeto por la historia. Apoyaba siempre con entusiasmo cada oportunidad en que se destacaran significativas realizaciones del pasado. Muy pocas celebraciones lo conmovieron tanto como la que marcó el sesquicentenario de la inauguración de la obra misional en Gran Bretaña.
La noche del viernes 24 de julio de 1987, los Hinckley acompañaron al presidente y la hermana Benson a un banquete de gala en el elegante Hotel Savoy de Londres para celebrar dicho aniversario. También el ex Primer Ministro británico, Edward Heath, asistió al evento como asimismo otros dignatarios y miembros de la nobleza, funcionarios de gobierno y hombres de negocio. Cuando los agasajados entraron en la sala, los llamados Trumpeters of the Lifeguards (Pregoneros de Salvavidas) interpretaron parte del himno "¡Oh, está todo bien!".
Después de la cena, el presidente ofreció unas breves palabras de introducción y el entonces presidente [de los Estados Unidos] Ronald Reagan envió un mensaje en video. Kenneth Thompson, Lord Thompson de Fleet, había viajado desde Canadá con el expreso propósito de presentar al presidente Hinckley. En un efusivo tributo, se refirió a algunos eventos importantes en la vida del presidente Hinckley y lo elogió por su "gran carácter, su profunda integridad moral y religiosa, su destacada habilidad administrativa y su energía y perseverancia casi ilimitadas".15 El presidente Hinckey pronunció luego el discurso principal.
Otras celebraciones exigieron también la atención de Gordon y Marjorie. Al aproximarse el festejo de sus Bodas de Oro, el presidente Hinckley le preguntó a su esposa si quería celebrarlas. "Quisiera andar por las calles de Hong Kong con mis hijos", respondió ella de inmediato, reiterando un deseo que había repetido incontables veces a través de los años. Ella sabía que ese sueño era nada más que eso-una fantasía-pero cuando los hijos comprendieron que nada complacería a sus padres más que eso, decidieron que la próxima vez que el presidente Hinckley fuera enviado al Oriente, irían a Hong Kong por sus propios medios. El proyecto de reunir a los cuatro hijos y sus cónyuges en Hong Kong a la hora y en el lugar exactos era como el de mover montañas. Pero en la noche del 6 de septiembre de 1987, los diez se encontraron en el Hotel Shangri La, en Kowloon, para la histórica reunión familiar.
Los tres días siguientes, en tanto que sus hijos viajaban a la China continental, el presidente y la hermana Hinckley se ocuparon en cumplir una asignación en Burma con el Presidente de Área, el élder Jacob de Jager. El presidente Hinckley dedicó Burma para la enseñanza del Evangelio. A la mañana siguiente, el élder de Jager bautizó a algunos de los primeros miembros de la Iglesia en ese lugar.
Ya tarde en la noche, regresaron a Hong Kong y, al otro día, el sueño que la hermana Hinckley había tenido por tres décadas y media se cumplió cuando ella y su esposo se reunieron con sus hijos para recorrer los alrededores, regatear con los vendedores callejeros, probar comidas y disfrutar de los ruidos, la confusión del tráfico y los aromas típicos de la singular metrópolis asiática. "Escuché a mamá describir a Hong Kong con tanto lujo de detalles", dijo Kathy, "que me pareció haber estado ya allí. Estar por fin en ese lugar con mis padres era como haber entrado en el otro mundo de mamá y papá".
Además de visitar las atracciones turísticas, todos querían conocer los lugares que su padre les había descrito por muchos años. Particularmente emocionante fue su visita al Salón Kam Tong, el obscuro recinto que al élder Hinckley le pareció como una "casa encantada" cuando lo vio por primera vez pero que desde entonces había sido convertido en un hermoso edificio junto al magnífico puerto. "Habíamos escuchado hablar de ese sitio desde el primer día en que papá lo vio", dijo Clark. "Para nosotros era un lugar legendario. Había regresado a casa muy asustado después de haber recomendado que la Iglesia adquiriera una costosa propiedad que necesitaba muchas reparaciones. Pero esa propiedad llegó a ser el lugar de reuniones para la Iglesia en el Oriente. Encontrarnos ahora allí con toda la familia fue para nosotros una extraordinaria experiencia.
Era como si hubiéramos participado en todos los viajes que hizo durante tantos años".
Desde Hong Kong, la familia voló a Seúl para asistir a una conferencia regional. Allí presenciaron personalmente el obvio cariño que existía entre sus padres y los santos coreanos. "Contemplar a mamá y a papá en tales circunstancias era algo que nunca habíamos experimentado antes", dijo Virginia. "Siempre supimos que guardaban un tierno rincón del corazón para los santos orientales, pero no teníamos ideas de su profunda emoción hasta que los vimos rodeados por multitudes de personas que querían estrechar sus manos o abrazarlos. Pensamos en los días cuando papá había recorrido Corea para reunirse con sólo unos pocos miembros aquí y allá, y entonces contemplamos a las miles de personas que asistieron a estas reuniones. Fue como si estuviéramos presenciando los frutos de su labor". Clark agregó: "Papá conocía a todos-sus nombres, su historia, cuándo habían sido bautizados, qué cargos habían tenido, con quién se habían casado y aun el nombre de cada uno de sus hijos. El Oriente había sido una parte muy grande de su vida y también, vicariamente, de la nuestra. Conocer a la gente y ver los lugares sobre los cuales él nos había hablado durante tantos años fue una experiencia histórica".
Tales circunstancias hacían válido cualquier esfuerzo. Consecuentemente, el presidente Hinckley se conservaba envuelto en tantos asuntos como el tiempo y sus energías se lo permitían y tal como el presidente Benson, quien estaba comenzando a aminorar su marcha, deseaba que fuera. En realidad, existían algunas organizaciones y cuestiones que le interesaban tanto que, aun siendo un miembro de la Primera Presidencia, el presidente Hinckley decidió permanecer íntimamente envuelto en ellas. Tal era el caso de la Corporación Internacional Bonneville y de la Universidad Brigham Young, de cuyo comité ejecutivo era el director.
A través de los nueve años en que fue presidente de la Universidad Brigham Young, Jeffrey R. Holland trabajó estrechamente con el presidente Hinckley y tiempo después dijo: "El presidente Hinckley está extraordinariamente capacitado para sus funciones en nuestra Universidad porque es un hombre que ama la educación, estudia y lee. Él ha leído La Ilíada y La Odisea en el griego original. Siempre ha estado a favor de las universidades, la educación, el conocimiento y el progreso. Se ha sentido cómodo en sus funciones y en el campo universitario. Tanto al cuerpo docente como a los alumnos les encanta verle. Aun cuando se presentaban difíciles problemas o sucedía algo perturbador, él siempre decía: 'Todo saldrá bien"
El presidente Hinckley solía disfrutar cierto descanso en medio de las exigencias y los programas que ocupaban su tiempo. Eso sucedía en una pequeña cabaña que él y su esposa construyeron en el campo. Cuando su agenda se lo permitía, pasaban la noche de los viernes allí y se quedaban la mayor parte de los sábados ocupándose en tareas al aire libre, cavando y plantando, regando y podando, y comiendo frutas de sus propios árboles. Al trabajar en aquel pequeño hogar, a él le encantaba verse libre de la reclusión que el centro de la ciudad le imponía.
Los hijos solían ver a su padre escabullirse para ir a la cabaña. Jane lo explicó así: "Primero se va al sótano a trabajar por horas con sus herramientas. Algunas personas juegan al golf. Papá ocupa su tiempo en fruslerías en el sótano".
En julio de 1989 decidió tomarse unos días de vacaciones para trabajar en cierto proyecto. Una desacostumbrada cantidad de nieve había derrumbado el techo de un galponcito en su propiedad y decidió reemplazarlo. Día tras día trabajó a pleno sol hasta quedar exhausto. Dedicó el 4 de julio [fecha de la independencia estadounidense] a medir, serruchar y martillar. "Trabajé como lo hacía cuando tenía 50 años de edad", comentó. "No creí poder hacerlo, pero lo hice". A fines de esa semana, casi al terminar ya su proyecto, se regocijó de haber podido olvidarse prácticamente de su oficina.
Dos meses más tarde, comentó en cuanto a esa experiencia en un discurso que pronunció en la Universidad Brigham Young: "Este verano me tomé unos pocos días libres... y me los pasé... transpirando en pleno sol, removiendo tierra y presenciando los milagros de la naturaleza. ¡Qué maravilloso es estar de pie sobre tierra suave después del atardecer cuando llega la obscuridad...! Contemplo las estrellas y puedo presentir hasta cierto grado la majestad, la maravilla y la magnitud del universo, la asombrosa grandeza de su Creador y Gobernador, y la implicancia de mi propio lugar como hijo de Dios".
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