LA PRIMERA PRESIDENCIA

C A P Í T U L O 1 9

Temprano en la mañana del miércoles 15 de julio de 1981, el presidente Kimball llamó a su secretario personal, D. Arthur Haycock, para que fuera a su oficina y le dijo entonces que después de haber orado al respecto había recibido la impresión de llamar a un tercer consejero en la Primera Presidencia y quería que éste fuera el élder Gordon B. Hinckley. El hermano Haycock alzó espontáneamente ambas manos como muestra de apoyo y dijo: "Puedo votar con las dos manos. No creo que hubiese podido usted hacer una elección mejor".

A pedido del presidente Kimball, el hermano Haycock llamó por teléfono al élder Hinckley y lo invitó a que fuera a la oficina del Profeta. Minutos más tarde, el élder Hinckley se hallaba sentado al otro lado del escritorio del presidente Kimball, quien fue directamente al grano: Había decidido llamar a un consejero adicional en la Primera Presidencia. ¿Qué pensaba él al respecto? La primera reacción del élder Hinckley fue una de curiosidad. ¿Por qué, preguntó, estaba el Presidente de la Iglesia confiándole algo de tal naturaleza? [El Profeta] le respondió que ya había un antecedente en tal sentido y que, en último caso, el Presidente de la Iglesia tenía derecho a hacer lo que quisiera sobre el particular. El presidente Kimball se sonrió, expresó palabras de aprecio por el élder Hinckley y le dijo sencillamente: "Quiero que usted sirva como mi consejero".

El élder Hinckley se quedó pasmado. Después de unos instantes de silencio, logró decir que se sentía abrumado y que se consideraba totalmente inadecuado para sumir tal responsabilidad. No obstante, si el presidente Kimball tenía confianza en él, haría lo mejor posible por servir y tendría mucho gusto en aliviar las cargas del Profeta tanto como pudiera.

A raíz de que las Autoridades Generales se hallaban en diferentes lugares durante su tradicional descanso en el mes de julio, el Quórum de los Doce no tenía que reunirse sino hasta principios de agosto. En vez de esperar hasta entonces, sin embargo, el presidente Kimball pidió que los Doce interrumpieran sus vacaciones a fin de asistir a una reunión especial en la mañana del jueves 23 de julio. Cuando el élder L. Tom Perry recibió la noticia en cuanto a dicha reunión, tuvo una inmediata impresión: "Aun antes de salir con rumbo a Salt Lake City, yo sabía que el presidente Kimball iba a llamar al élder Hinckley como consejero, y eso era exactamente lo que el presidente Kimball necesitaba".

Durante esos días entre haber recibido su llamamiento y la reunión de los Doce, el élder Hinckley se vio ensimismado con lo que le había dicho el presidente Kimball y trastornado por su nueva posición. "He estado orando y meditando mucho", escribió en su diario personal? Volvió a leer su bendición patriarcal, la que sesenta años antes le había indicado que "llegaría a ser un líder poderoso y valiente en medio de Israel". También le atormentaba la idea de tener que abandonar el Quórum de los Doce, en el que había servido por casi veinte años. "En estos días he sentido cierta tristeza y depresión", admitió en privado. "Ha sido algo casi abrumador para mí".

Después de uno de los días más largos de su vida, a las 9 de la mañana del día indicado, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce se reunieron en el Templo de Salt Lake. Entonces el presidente Kimball propuso que se llamara al élder Hinckley como consejero en la Primera Presidencia. Los Doce sostuvieron tal acción y el presidente Kimball lo apartó para ese oficio. Luego propuso que Neal A. Maxwell fuera llamado a llenar su vacante en el Quórum de los Doce y subsiguientemente ordenó al élder Maxwell.

A las 10:45, el presidente Kimball tuvo una conferencia de prensa y anunció los llamamientos del presidente Hinckley y del élder Maxwell. Minutos antes de comenzarla, el presidente Hinckley hizo un rápido llamado telefónico a su casa para contarle a Marjorie lo que había sucedido. Kathy y su familia se hallaban visitándolos y estaba junto a su madre cuando sonó el teléfono. "Mamá recibió el llamado de papá", recordó luego, "y cuando colgó el teléfono tenía los ojos llenos de lágrimas. Al cabo, dijo: 'Papá ha sido llamado como consejero en la Primera Presidencia'. Yo me quedé absolutamente paralizada. Recuerdo haber experimentado una increíble sorpresa. Nunca se me había cruzado por la mente que algo así podía suceder. Al conversar, las dos estábamos convencidas de que eso sería a corto plazo, que pronto retornaría al Quórum y que la vida volvería a lo normal".

Agobiado por los acontecimientos, el presidente Hinckley regresó a casa sintiendo un peso inesperado sobre sus hombros y con un raro semblante sombrío. "He estado aparentando sonreírme", confesó en su diario personal, "pero me siento profundamente deprimido. Supongo que es el espíritu del adversario, pero es por cierto muy real".

Las circunstancias relacionadas con la incorporación del presidente Hinckley a la Primera Presidencia fueron verdaderamente excepcionales. Arthur Haycock describió su discernimiento acerca de la peculiar serie de eventos con estas palabras: "Durante cierto tiempo antes de que... extendiera los llamamientos al presidente Hinckley y al élder Maxwell, el presidente Kimball no había estado sintiéndose bien... Parecía ser que le resultaba difícil concentrarse y tomar decisiones y... con frecuencia estaba muy cansado... No obstante, el día en que me pidió que fuera a su oficina para informarme que llamaría al élder Hinckley como miembro de la Primera Presidencia y al élder Maxwell a los Doce, su mente era tan clara y sus acciones tan bien definidas y conscientes como lo habían sido 30 o 40 años antes. Inmediatamente después del llamamiento del presidente Hinckley, el presidente Kimball pareció recaer de golpe en su previa condición de... salud generalmente quebrantada".

El hermano Haycock agregó: "En los 46 años que he tenido de estrecha relación con los últimos seis presidentes de la Iglesia, puedo decir sin equivocación que, para mí, éste es el mayor testimonio de directa revelación que jamás he presenciado... No existe en mi mente ninguna duda de que el Señor fortaleció mental y físicamente al presidente Kimball y lo estimuló e inspiró a llamar [al presidente Hinckley y al élder Maxwell] a sus respectivos oficios para que Su obra pudiera continuar".

Los presidentes Tanner y Romney acogieron con entusiasmo al presidente Hinckley en su círculo, pero las nuevas circunstancias fueron, al principio, un tanto incómodas. "Me sentía como que fuera una quinta rueda", admitió luego. "Estos dos hombres poderosos habían estado por años en la Presidencia. El presidente Tanner había sido consejero de tres Presidentes, y el presidente Romney de dos de ellos. Tenían experiencia, mucha experiencia. Pero no cabía duda en mi mente que el Señor había actuado directamente en esas circunstancias. No sabía por qué me había elegido a mí, pero comprendí haber sido escogido y no me quedaba otro remedio que el de seguir adelante".

A pesar del incómodo proceso de integrarse a la rutina diaria de la Primera Presidencia, el presidente Hinckley no demoró en reconocer la sabiduría del presidente Kimball en llamar un consejero adicional. Unas seis semanas más tarde, el Profeta fue sometido a una tercera y más seria operación cerebral. Su recuperación fue lenta y desalentadora, y por momentos su condición era aun desesperante. A la misma vez, la salud del presidente Tanner empezó a deteriorarse a raíz de los efectos del mal de Parkinson que sufría desde hacía tiempo. Al aproximarse su primera conferencia general como miembro de la Primera Presidencia y siendo que el presidente Kimball se hallaba confinado a una cama de hospital, el presidente Hinckley reconoció que los miembros de la Iglesia estarían esperando que fueran él y los otros consejeros quienes les ofrecieran consejo.

Esa conferencia era para él muy importante porque significaba ser un evento trascendental y también un aniversario: Exactamente veinte años antes había sido llamado al Quórum de los Doce y ahora tenía que pronunciar su primer discurso como consejero en la Primera Presidencia. Habló acerca de la "inquietante responsabilidad" y la "agradable experiencia" que había disfrutado en los años anteriores y agradeció a los miembros en todo el mundo por su bondad, su lealtad y su convicción.

Luego se refirió al anuncio de que una cadena de quinientas antenas parabólicas para recibir transmisiones vía satélite se instalarían en centros de estaca a través de los Estados Unidos y Canadá para facilitar la vinculación entre miembros y líderes de la Iglesia. Esta empresa era particularmente gratificadora para él puesto que, juntamente con los ejecutivos de Bonneville, había investigado durante años diversos medios tecnológicos para desarrollar precisamente una cadena tal y había visitado en el sur de California una planta industrial donde se fabricaban satélites de transmisión.

Refiriéndose a esas experiencias, dijo: "Una vez que aprendí lo que son un satélite y un retransmisor, la altitud de su circunvalación, y que operan mediante la conversión de la luz solar en electricidad a través de células voltaicas, etcétera, pude entenderlo todo. Puedo vislumbrar el tremendo impacto que una cadena de satélites tendrá en nuestra gente. Éste ha sido el resultado de muchos años de esfuerzos en tratar de encontrar la manera de comunicarnos con nuestros miembros".

Aludiendo entonces a sus propias circunstancias, el presidente Hinckley concluyó así su discurso: "Ahora he recibido una nueva asignación... Este sagrado llamamiento me ha hecho reconocer mis propias debilidades. Si he ofendido [a alguien] en algún momento, pido disculpas y espero que me perdonen. Ya sea que esta asignación sea larga o breve, les prometo darles mi mejor empeño con amor y fe".

Después de la conferencia, el presidente Hinckley escribió en su diario personal: "Todos notaron la ausencia del presidente Kimball, pero... el Espíritu del Señor ha morado con nosotros y tenemos sobrada razón para estar agradecidos". Dos semanas después, el presidente Kimball fue dado de alta del hospital y se mudó con su esposa Camilla a un apartamento en el Hotel Utah.

Ya para noviembre de 1981, cuando fue dedicado el Templo Jordan River, el presidente Hinckley estaba empezando a sentir que el peso de la Primera Presidencia iba desplazándose gradualmente hacia él. El presidente Kimball se encontraba muy debilitado y no podía hablar. El presidente Tanner tenía dificultad en expresarse con claridad y el presidente Romney estaba perdiendo la vista. En toda su participación relacionada con la dedicación de templos durante más de veinticinco años, el presidente Hinckley nunca había tenido que dirigir como lo hacía ahora.

A fines de diciembre, la condición del presidente Kimball había mejorado bastante como para que ocasionalmente fuera a su oficina. Después de una rara reunión de la Primera Presidencia completa dos días antes de la Navidad, el presidente Hinckley resumió lo siguiente: "Le informamos que, durante su ausencia, ...habíamos tratado de continuar llevando a cabo las tareas de la Primera Presidencia, que no habíamos hecho ningún cambio en el personal, las normas o procedimientos, y que si alguna vez se propusieran cambios, le serían presentados para su consideración y aprobación. El presidente Kimball aceptó estas cosas apreciativamente".

El presidente Kimball se sintió suficientemente bien como para asistir a las sesiones de apertura y de clausura de la conferencia general de abril de 1982 y se acercó al púlpito por un breve momento para expresar su amor y dar su testimonio. Ésa había de ser la última vez que ocupaba el púlpito durante una conferencia general.

Ese verano, el presidente Hinckley dedicó diecisiete lugares históricos restaurados en Nauvoo [Illinois], y habló acerca de la fe que se requirió tanto para edificar esa ciudad como para abandonarla tiempo después. Once días más tarde, fue a las Filipinas para dar la palada inicial de un templo, proclamando que ése era un acontecimiento que representaba los frutos de modernos pioneros.

Su regocijo ante la perspectiva de inaugurar la construcción de un templo en las Filipinas se vio un tanto disminuido por el hecho de que Manila se encontraba en el trayecto de un huracán. El viento rugió todo el día, recordó más tarde Rubén Lucanienta, director del comité para recaudar fondos para [construir] el templo. "Luego, a eso de las 4 de la tarde, la naturaleza pareció calmarse y pudimos proseguir con la ceremonia tal como se había planeado. Unos pocos minutos después del último amén, el viento empezó a soplar otra vez con intensidad. Fue algo que no podré olvidar".13 A pesar del mal tiempo, más de dos mil filipinos asistieron a [la ceremonia de] la palada inicial. Dos días después, el presidente Hinckley participó en una ceremonia del mismo tipo para edificar un templo en Taipeh, Taiwán. Estos dos acontecimientos en el Oriente lo llenaron de tal emoción que no podía expresarla. ¿Era posible que hubieran pasado apenas veinte años desde que recorrió esa parte del mundo? En cierto sentido, parecía haber ocurrido el día antes. Podía recordar haber esperado el día en que existiría un templo en algún lugar de Asia. Ahora, ya estaban en camino un segundo y un tercero.

El presidente Hinckley regresó a casa para atender al presidente norteamericano Ronald Reagan, quien visitaba Utah para echar una mirada al sistema de bienestar de la Iglesia. El presidente Reagan pareció quedar muy impresionado con lo que vio en la planta local de envasados del sistema de bienestar y comentó que si otros grupos a lo largo del país siguieran ese ejemplo, la nación no tendría que enfrentar ninguna crisis de asistencia social.

A mediados de 1982, apenas un año después de su llamamiento a la Primera Presidencia, las responsabilidades diarias de ese consejo se habían transferido casi por completo al presidente Hinckley. Era en vano teorizar cuánto tiempo habría de servir en tales funciones y trataba de mantenerse al día con sus tareas a fin de poder retornar al Quórum en cualquier momento.

En su diario personal describió parte de la preocupación que lo envolvía: "La responsabilidad que tengo me atemoriza. El Presidente de la Iglesia no está en condiciones de atender en detalle ninguna cuestión administrativa. El presidente Tanner, su primer consejero, sufre seriamente al hablar y al caminar... Su mente es lúcida, pero tiene dificultad para expresarse. El presidente Romney... tiene serios problemas con su memoria... Todos los días oro procurando fortaleza, sabiduría e inspiración...

Ésta es la obra maravillosa y el prodigio de que habló el Señor y a mí me corresponde una pesada responsabilidad en cuanto a ella. A veces, podría sollozar a causa de mi preocupación. Pero entonces me acomete la certidumbre de que el Señor me ha puesto aquí para un propósito Suyo, y si soy humilde y trato de obtener la guía del Santo Espíritu, Él me utilizará de acuerdo con Su voluntad para realizar Sus propósitos".

En la primavera de 1982, el presidente Hinckley estuvo muy enfermo a causa de una infección y con cierta renuencia consintió en que lo internaran en el hospital. Aunque en ocasiones anteriores había recibido ya tratamiento médico en consultorio, ésa era la primera vez que debió soportar toda una noche en un hospital. Estando los otros miembros de la Primera Presidencia sujetos a serias limitaciones, no quería que se publicara su hospitalización por temor a que se preocuparan los miembros de la Iglesia. Cuando al cabo de someterse a numerosos exámenes volvió a su casa, aún continuaba sintiéndose debilitado como consecuencia de su malestar y era muy poco lo que podía hacer además de permanecer en cama. Así y todo, había tenido buenos resultados médicos.

A fines del verano, después de regresar de un viaje al extranjero, el presidente Hinckley se sintió algo culpable de haber estado ausente por tanto tiempo. "Estoy aquí para ayudar a los miembros de la Primera Presidencia, quienes necesitan asistencia urgentemente", escribió. "Cuando no me encuentro aquí, ellos deben asumir pesadas cargas y su estado de salud es tal que no pueden atenderlas debidamente. Debería realmente quedarme acá. Pero también necesito el estímulo que recibo al relacionarme con la gente. Quedarme aquí constantemente y no hacer otra cosa que asistir a las reuniones y tomar decisiones, me conduce a la monotonía y a la falta de entendimiento en cuanto a los problemas de la gente en todo el mundo".

Cada uno de los miembros de la Primera Presidencia asistió por lo menos a una sesión de la conferencia general de octubre de 1982, aunque el presidente Kimball no habló en ninguna. El presidente Tanner sólo 16habló brevemente, dando su testimonio en la última sesión. Ése habría de ser su último mensaje. Al mes siguiente, falleció calladamente.

En diciembre de ese año, la Primera Presidencia fue reorganizada. El presidente Kimball pidió que el presidente Romney sirviera como primer consejero y que el presidente Hinckley fuera el segundo. Aproximadamente un mes después, la condición del presidente Romney se deterioró de tal manera que ya no pudo concurrir a las oficinas ni participar en reuniones de la Presidencia. Para entonces, el presidente Kimball sólo se aventuraba con muy poca frecuencia a salir de su apartamento en el Hotel Utah. Asistía periódicamente a las reuniones, pero había perdido ya su vitalidad.

A menos que sucediera algo milagroso para que se restaurara la salud de cualquiera de los colegas del presidente Hinckley-o de todos ellos-la responsabilidad total del oficio de la Primera Presidencia recayó principalmente en él. Pero el caudal de tareas le preocupaba mucho menos que otros problemas para los que parecía no haber soluciones fáciles, como ser:

¿Cuáles son las decisiones que únicamente el Presidente de la Iglesia puede tomar y cuáles le correspondía delegar?

¿Cómo reaccionarían los miembros en cuanto a la frágil condición de la Presidencia y al hecho evidente de que solamente él era activo y tenía buena salud?

Más importante aún, ¿cómo podría él continuar el ritmo establecido por el presidente Kimball y promover el progreso de la obra de la Iglesia sin adelantarse al Profeta o cometer alguna imprudencia? Para él, era una cuestión muy seria.

Las perspectivas que se avecinaban podrían haber sido aterradoras si no hubiera sido por el natural optimismo del presidente Hinckley y su invariable fe en que el Señor conocía las circunstancias y que lo guiaría. "Fue una época muy difícil', escribió más tarde. "Pero yo tenía mucho cuidado. No dudaba que debía seguir adelante en base a normas ya establecidas, mas si algo requería una nueva medida o alguna decisión que no dependiera de dichas normas, yo iba a ver al presidente Kimball cuando se hallaba tranquilo y le explicaba con detalle las cosas que deseábamos realizar.

Arthur Haycock me acompañaba y anotaba diligentemente todo lo que tratábamos. En ocasiones, yo regresaba varias veces para hablar con el presidente Kimball a fin de verificar que había entendido las decisiones adoptadas en cuanto a cualquier asunto. Cuando yo me aseguraba de que había comprendido nuestras conversaciones y que estaba de acuerdo con las medidas a adoptarse, procedíamos entonces con la tarea correspondiente.

También analizaba muchas cosas con los Doce. Frecuentemente les dije que no pretendía adelantarme al Presidente de la Iglesia, que era el Señor quien estaba al mando y que Él sabía lo que estaba sucediendo. Ésta es Su Iglesia y podía hacer lo que deseara conforme a Su voluntad. Él era y es el amo de la vida y de la muerte, y dirige las cosas de acuerdo a Su norma. Yo estaba dispuesto a ser paciente y a no adelantarme en nada al Presidente. Y así era".

Las tareas mantenían al presidente Hinckley detrás de su escritorio por largas horas durante la semana y rara vez aminoraban en intensidad. Había veces en que la fatiga lo volvía irritable. Un jueves por la tarde, dos días antes de la Navidad de 1982, se molestó al enterarse de que la mayoría de los empleados de la Iglesia se habían ido temprano a casa. En su diario personal anotó esta queja: "No sé por qué la gente se justificó en irse temprano cuando se les ha dado un día libre para mañana y otro para el lunes. A decir verdad, no sé por qué las oficinas de la Iglesia deben estar cerradas el lunes.

Ésta es ahora una organización internacional y una enorme entidad cuya operación debe administrarse todos los días, excepto los sábados y los domingos . A manera de posdata, atemperó así sus comentarios: "Y bueno, es Navidad y mejor es que me sienta feliz y generoso en vez de rezongar. Supongo que son las tremendas preocupaciones que me agobian las que a veces me provocan un espíritu de reproche".

Pasó la mitad del día antes de la Navidad en su oficina y se sintió mejor después de haber cumplido con algunas tareas retrasadas. Temprano en la mañana de la Navidad, él y Marjorie fueron en automóvil al Centro de Capacitación Misional en Provo [Utah] para hablarles a los misioneros. El presidente Hinckley había determinado esa fecha para su visita con la esperanza de poder alentar a aquellos que quizás estuvieran sintiendo nostalgia en su primera Navidad lejos del hogar.

Ya para el verano de 1983, cuando el presidente Romney fue internado en el hospital con pulmonía y problemas del corazón, la Primera Presidencia era esencialmente un organismo compuesto por una sola persona. El presidente Hinckley mencionó en su diario personal: "Si alguien llega a leer esto en el futuro, probablemente quedará hastiado con tal procesión de reuniones.

También me han cansado a mí. Pero son algo que forma parte de mi vida. Consumen mi tiempo. Abruman mi inteligencia y causan que suplique al Señor que me inspire. Tengo que dirigir la mayoría de [esas reuniones]... Esto ha venido sucediendo por largo tiempo y no tengo idea de cuánto más ha de durar. Porque mientras se pida que lo haga, contribuiré mis mejores esfuerzos, y espero y ruego que las decisiones que tomemos sean correctas."Cierto día, encontrándose en una situación particularmente dificultosa para la que parecía no haber solución, el presidente Hinckley se arrodilló para pedirle al Señor que lo ayudara. Más tarde relató así lo que sucedió: "A mi mente acudieron las palabras, 'Cálmate y recuerda que yo soy Dios'. Aprendí otra vez que ésta es Su obra, que Él no permitirá que fracase, que todo lo que yo debía hacer era dedicarme a ello de la mejor manera posible y que la obra tenía que seguir adelante".

El élder Thomas S. Monson comentó con estas palabras encuanto a la función del presidente Hinckley durante este singular período en la historia de la Iglesia: "[Él] se hallaba en una situación muy delicada, porque el presidente Kimball era todavía el Profeta. Aunque un hombre pueda estar físicamente incapacitado, podría no estarlo mental o espiritualmente.

El presidente Hinckley tenía el deber poco envidiable de no ir muy lejos demasiado rápidamente, pero de llegar hasta donde fuera posible. Siempre tuvo la cabal capacidad y el buen sentido común para hacer lo que un consejero debe hacer- es decir, para no inmiscuirse en lo que solamente al Presidente le compete. Él era el único miembro de la Primera Presidencia que muchas veces asistía a nuestras reuniones de la Presidencia y los Doce. Siempre nos asegurábamos de estar totalmente de acuerdo sobre cualquier tema antes de seguir adelante. Habíamos laborado durante muchos años con el presidente Kimball y sabíamos cómo se sentía él acerca de muchos asuntos y cuáles serían probablemente sus decisiones. Cuando el presidente Kimball no pudo ya tomar algunas de ellas, el presidente Hinckley sabía lo que el Profeta hubiera querido que se hiciera. Sin llegar al punto de tomar sobre sí el manto profético, avanzaba hasta donde más podía hacerlo".

Trabajando en unión con los Doce, el presidente Hinckley mantuvo la obra de la Iglesia en funcionamiento. Entre octubre de 1983 y abril de 1984, llevó a cabo una conferencia regional en Londres, dedicó templos en Tahití y en la Ciudad de México, como así también el nuevo Museo de Historia y Arte de la Iglesia en Salt Lake City y pronunció innumerables discursos que le fueron asignados. En la conferencia general de abril de 1984, anunció los primeros llamamientos de hombres a servir por tres o cinco años en el Primer Quórum de los Setenta. Aquellos hermanos fueron posteriormente sostenidos para servir durante cinco años en el Segundo Quórum de los Setenta, organizado en 1989.

Una clara evidencia de la condición del presidente Kimball era la prolongación de vacantes en el Quórum de los Doce. En enero de 1983 falleció el élder LeGrand Richards. Los miembros de la Iglesia esperaban que en la conferencia general de abril se llamara a un nuevo apóstol, pero no se llenó esa vacante. Cuando pasó la conferencia general de octubre sin que se llamara a nadie al Quórum de los Doce, algunos miembros se sintieron decepcionados mientras que otros más reprochadores comenzaron a especular en cuanto a la demora y aun censuraban la organización que estaba permitiendo que un profeta tan anciano permaneciera en funciones. Todo eso se complicó un año más tarde al fallecer el élder Mark E. Petersen. Siendo que el presidente Hinckley carecía de ayudantes en la Primera Presidencia, era imperativo que se organizara completamente el Quórum [de los Doce].

Pero la nominación y el llamamiento de apóstoles era prerrogativa del Presidente de la Iglesia y aunque el presidente Hinckey estaba muy preocupado en cuanto a esas vacantes, no quería tomar medidas sin el presidente Kimball. Las expectativas aumentaron al aproximarse la conferencia general de abril de 1984.

En esa conferencia, el presidente Hinckley anunció el llamamiento al Quórum de los Doce del Dr. Russell M. Nelson, un renombrado médico de Salt Lake City, y de Dallin H. Oaks, ex presidente de la Universidad Brigham Young y entonces juez de la Suprema Corte de Utah. Después de que ambos apóstoles fueron presentados para el voto de sostenimiento, el presidente Hinckley aseguró a los santos que tales llamamientos se habían dado solamente con la aprobación del presidente Kimball y bajo la dirección del Señor. "Quiero darles mi testimonio de que [estos hombres] han sido escogidos y llamados por el espíritu de profecía y revelación", dijo. "Aunque el presidente Kimball no puede presentarse en este púlpito y dirigirnos la palabra, ocasionalmente podemos conversar con él y él ha dado su autorización para hacer lo que hoy se ha hecho".

También trató de tranquilizar toda preocupación concerniente al estado actual de la Iglesia. En la sesión del sacerdocio, el presidente Hinckley ofreció, según su propia definición, un "informe anual para los accionistas", asegurando a los que se hallaban presentes que la Iglesia estaba en buenas condiciones, sus finanzas en orden y que su total de miembros (5.400.000) seguía creciendo. "Cuán maravilloso es ser parte de una organización próspera y progresista", dijo. "La Iglesia nunca ha dado un solo paso atrás desde que fue organizada en 1830-y nunca lo dará. Ésta es la causa del Maestro. Es la Iglesia de Dios".


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