CAPITULO 25
DE LA LUZ A LA OBSCURIDAD
A medida que viajaba a través de la Iglesia reuniéndose con los santos en congregaciones grandes y pequeñas, sus comentarios se relacionaban siempre con un tema característico: que la fe y la fidelidad de cada miembro son esenciales, que la Iglesia no es "una iglesia norteamericana" sino una que progresa de manera extraordinaria doquiera se establece y que su futuro es brillante.
Al concluir la conferencia general de abril de 1996, se refirió a la profecía frecuentemente mencionada comprendida en la oración dedicatoria del Templo de Kirtland: que el reino "llegará a ser una gran montaña y que llenará por completo la tierra" y que la Iglesia habría de "emerger del desierto de las tinieblas". Entonces terminó diciendo: "Estamos contemplando la respuesta a esa extraordinaria súplica. Más y más, la Iglesia está siendo reconocida en nuestro país y en el extranjero por lo que verdaderamente es".
Muchos de sus colegas entre las Autoridades Generales creían que él mismo era parte integral del cumplimiento de esa profecía. "El presidente Hinckley está ayudando a sacar a la Iglesia del anonimato", dijo el élder Neal A. Maxwell. "La Iglesia no puede seguir avanzando como necesita si no nos damos a conocer. Alguien tiene que salir al frente y el presidente Hinckldey está dispuesto a hacerlo. Él es un hombre tradicional y moderno a la vez, y posee maravillosos talentos de expresión que le permiten presentar nuestro mensaje de una manera que atrae a la gente de todas partes".
Verdaderamente, con el correr de los años el presidente Hinckley había aprendido a hablar con soltura acerca del Evangelio, tanto con los ricos como con los pobres, con toda clase de gente, y lo hacía sin condescendencia o presunción. Después de haberlo acompañado durante casi tres semanas en Asia, el élder Joseph B. Wirthlin dijo: "El presidente Hinckley está elevando la Iglesia a un nuevo nivel de admiración en el mundo. Sabe cómo presentar nuestro mensaje a personas que no comparten nuestra fe. Sus instintos le dicen lo que tiene que decir, cómo decirlo y cuándo hacerlo".
Con frecuencia aconsejaba a los miembros que debían cultivar un espíritu de tolerancia por las personas de otras religiones y convicciones filosóficas, insistiendo en que es posible no estar de acuerdo [con alguien] sin ser antagónico. "Tenemos que cultivar un espíritu de afirmativa gratitud por aquellos que no ven las cosas como nosotros las vemos", dijo a una congregación. "De ningún modo queremos comprometer nuestra teología, nuestras convicciones, nuestro conocimiento de la verdad eterna tal cual nos la ha revelado el Dios de los Cielos.
Podemos ofrecer nuestro propio testimonio de la verdad de una manera apacible, sincera, honesta, pero nunca de forma alguna que pueda ofender a los demás".
También creía que la Iglesia podía aprovechar mejor el empleo de los medios de comunicación para diseminar el mensaje del Evangelio, y durante el primer año de su administración estudió diferentes maneras en que la tecnología de la difusión podría utilizarse para enseñar más eficazmente el Evangelio a un mayor número de personas. "Continuamente me pregunto qué podría hacer para ayudar a los 50.000 misioneros que están sirviendo tan diligentemente en el campo misional", explicó una vez. "Si pudiéramos encontrar maneras en que, en vez de esperar que los misioneros llamen a su puerta, la gente se topara súbitamente con el Evangelio en su vida cotidiana, sería una de las cosas más extraordinarias que pudiéramos lograr".
Durante el primer año de su administración, el presidente Hinckley utilizó con dinamismo los medios de comunicación para difundir el mensaje del Evangelio. En noviembre de 1995,él y el élder Maxwell volaron a la ciudad de Nueva York para ofrecer un almuerzo a algunos de los líderes más influyentes de medios publicitarios y otras instituciones-entre ellos, Mike Wallace, el veterano reportero del programa 60 Minutes de la cadena de televisión CBS.
Después del almuerzo, el presidente Hinckley dio pie a un sociable y por momentos humorístico intercambio. Presentó una reseña del alcance internacional de la Iglesia, comentó en cuanto a sus propósitos misionales, humanitarios y educacionales, y luego contestó preguntas.
Algunas de las indagaciones que siguieron eran fáciles de presagiar. Una pregunta se relacionó con el tema de la mujer y el sacerdocio, otra con el de las excomuniones y las desavenencias en la Iglesia. Otro comentario se refirió al énfasis que la Iglesia pone en la investigación genealógica, y uno de los invitados le pidió al presidente Hinckley que comentara acerca de las ideas falsas que se tienen en cuanto a la Iglesia y sus miembros. Él respondió a cada pregunta con toda candidez y sin vacilación o torpeza. Casi al final de la entrevista, un reportero sugirió: "Presidente Hinckley, es obvio que usted no teme contestar preguntas difíciles... Su sola presencia aquí habla de su sinceridad. ¿Es ésta una nueva franqueza y está tratando la Iglesia de dar a conocer algunas cosas que anteriormente estaban vedadas al público?" El presidente Hinckley respondió: "Hay una sola situación sobre la cual no hablamos y ésa es la sagrada obra que tiene lugar en nuestros templos... En ellos realizamos convenios y ordenanzas que son sagrados y de tal naturaleza que no los comentamos en público... Pero las puertas están completamente abiertas para cualquier otra cosa".
Al concluir el almuerzo, uno tras otro los invitados le dieron la mano y le agradecieron por esa entrevista sin precedentes. Después de lo que demostró ser un evento muy bien recibido, él escribió en su diario personal: "Tuve un profundo sentimiento de aprecio por el Señor, quien me bendijo. Yo sé que me enalteció. Yo sé que Él puso palabras en mi boca... Me atemorizaba tener que enfrentar a toda esa gente. El mérito es del Señor. Lo reconozco con toda sinceridad y placer".
El reportero Mike Wallace había podido verificar que el presidente Hinckey era una persona realmente amable y al terminar el almuerzo dijo que le gustaría producir un programa de televisión sobre él y la Iglesia Mormona. Después de pensarlo por un breve momento, el presidente Hinckley respondió: "Gracias. Estoy dispuesto a aventurarme".
Los reporteros de 60 Minutes son bien conocidos por su agresivo estilo periodístico. Reconociendo que podría haber cierto riesgo en hacerlo y acosado por la idea de pensarlo mejor, procuró la opinión de algunos profesionales en comunicaciones, y escuchó con mucha atención a sus consejeros y otras personas en quienes confiaba. Después de estudiarlo bien, oró con fervor sobre el particular y decidió entonces proceder con ello.
Como parte de su preparación, dedicó varias noches a meditar sobre las preguntas que Mike Wallace podría formularle y a escribir detalladamente las respuestas correspondientes. Hizo todo lo que pudo para prepararse personalmente y luego sometió todo a la voluntad del Señor.
En diciembre, el presidente Hinckley se sentó ante Mike Wallace y sus ayudantes durante varias horas en una "entrevista cara a cara", como más tarde la describió.
Wallace comenzó preguntándole por qué había aceptado someterse a esa entrevista tan poco común. Su respuesta fue: "Porque me pareció que sería una buena oportunidad para hablarle a la gente sobre algunas cosas de esta gran causa que tanto me interesa".
"Pero eso no es algo tradicional para los mormones", recalcó Wallace. "¿Puede decirnos quién fue el último Presidente de la Iglesia Mormona que consintió en participar en una entrevista televisada sin conocer de antemano las preguntas que se le harían para saber a qué atenerse?" Cuando el presidente Hinckley reconoció que no hubo ninguno, Wallace le dijo: "Así que Gordon Hinckley decidió, aparentemente, que la Iglesia Mormona tiene un mensaje para los Estados Unidos y, al mismo tiempo, para el mundo entero".
"Así es, en realidad", respondió el presidente Hinckley.
"¿Y cuál es el mensaje?", preguntó Wallace.
"Que existe una manera para lograr una paz mayor. Hay una manera de vivir con más armonía. Hay una manera para restablecer los valores que hicieron fuerte a nuestro país. Existe una manera para mejorar las cosas", contestó él.
Ambos hombres disfrutaron desde el principio una particular afinidad. Cuando Wallace le preguntó si el dinámico proselitismo de la Iglesia intentaba "decirnos a nosotros, los paganos,lo que nos estamos perdiendo", el presidente Hinckley respondió: "Sí, es para decirles a todos ustedes lo que se están perdiendo".
"¿Y qué es lo que nos estamos perdiendo?", inquirió Wallace.
"Se están perdiendo el incentivo que proviene de vivir cerca del Señor y de saber que la vida tiene realmente un propósito, y que es una misión y no simplemente una carrera. Es algo maravilloso tener una idea de lo que somos como hijos de Dios con un destino divino, y que podemos hacer de la vida mucho más de lo que hemos estado haciendo".
Cuando Wallace le preguntó si Dios le hablaba como profeta, el presidente Hinckley le respondió refiriéndose a la experiencia que tuvo Elías cuando escuchó una voz apacible y delicada. "Ésa es la voz del Espíritu, y quiero darle a usted mi testimonio de que es algo real". Cuando se le preguntó a qué se debía el rápido progreso de una iglesia que demanda tanto de sus miembros, él respondió con ese tono característico que empleó durante toda la agotadora entrevista: "Esperamos mucho de nuestra gente. Esperamos que observen y mantengan nuestras normas. Sí, son exigentes, y eso es precisamente lo que atrae a la gente a esta Iglesia. Es una fuente de esperanza para un mundo de tan variables valores. Perciben tener algo sólido a lo cual aferrarse aunque todo a su alrededor se derrumbe. La gente está buscando algo substancial y fortalecedor que se base en la verdad eterna y en valores eternos".
Después de que Wallace comparara los comienzos de la Iglesia con el surgimiento de algunos cultos religiosos, el presidente Hinckley le respondió: "Considere sus frutos. Ésa es la prueba. Observe a nuestra Iglesia. Desde que fue organizada en 1830 ha estado progresando firmemente. Nunca ha dado un paso atrás. Su historia es impresionante. La llegada de nuestra gente a los valles de estas montañas es una de las grandes jornadas de América. Dieron su vida por esta causa porque la amaban, porque sabían que era verídica. Eran personas industriosas. Domesticaron el desierto; lo hicieron florecer como la rosa. Ésta no es obra de charlatanes ni de simples soñadores".
Cuando se le preguntó si creía en una vida después de la muerte, el presidente Hinckley contestó: "Por supuesto que sí.
Creo que la vida venidera es tan real como la que estamos viviendo. Creo en que hemos vivido antes de venir aquí y que vivimos con un propósito..."
"Espere, espere", dijo Wallace interrumpiéndolo. "¿Usted cree que vivíamos antes de venir aquí?"
"Oh sí, definitivamente, [vivimos] como inteligencias, como espíritus", respondió el presidente Hinckley.
"¿Existió un espíritu de Gordon Hinckley?", preguntó Wallace.
"Ya lo creo, y también de Mike Wallace".
"Espero que no", dijo Wallace, en tono de broma.
"La vida es algo eterno, Mike", continuó diciendo el presidente Hinckley. "Es parte de un plan eterno, un plan de nuestro Padre para Sus hijos e hijas, a quienes ama. Su obra y Su gloria es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos e hijas. Tiene un propósito definido y muy significativo".
Aunque la experiencia fue algo mentalmente exigente y agobiador al considerar las posibles ramificaciones, el presidente Hinckley percibió a Wallace como una persona profesional, bien preparada y respetuosa. A su vez, Wallace describió al presidente Hinckley con palabras de elogio y luego comentó: "Hablando en general, es un hombre excelente, pero en comparación con otras personas de ochenta y cinco años de edad, es increíblemente perspicaz. No hubo pregunta alguna que le pareciera difícil o desagradable. Vino dispuesto a hablar". Wallace agregó que esperaba que ese segmento de 60 Minutes comunicara una historia acerca de la Iglesia que nunca antes había sido relatada por ninguno de sus presidentes en un programa destacado de la television.
A pesar de tan positiva experiencia con Wallace, cuando la fecha originalmente proyectada para la transmisión del programa fue postergándose, el presidente Hinckley comenzó a preocuparse sobremanera. En su último discurso de la conferencia general de abril de 1996, se refirió a su entrevista con el "tenaz" reportero de 60 Minutes y reconoció estar un tanto preocupado a causa del programa que se transmitiría esa misma noche.
Explicó que había accedido a tener la entrevista porque consideró que ofrecía una oportunidad para comunicar a millones de personas "algunos aspectos afirmativos de nuestra cultura y de nuestro mensaje. "Llegué a la conclusión de que era mejor enfrentar el viento firme de la oportunidad que simplemente encogerme y no hacer nada", dijo, a lo que el auditorio del Tabernáculo respondió con marcado entusiasmo para deleite del Profeta. "No sabemos en qué resultará esto... Si resulta ser algo favorable, estarémuy agradecido. De lo contrario, les prometo que nunca más he de caer en esa clase de trampa".
Más tarde esa noche, después de ver finalmente la transmisión de 60 Minutes, quedó gratamente aliviado al descubrir que el programa había sido equitativo y respetuoso, que los temas de controversia fueron tratados sin distorsiones y que por lo general sus comentarios habían sido utilizados debidamente. Wallace había sido, pensó, "muy honrado" para con él y la Iglesia.
La entrevista de 60 Minutes llegó por lo menos a unos cuarenta millones de personas y atrajo una atención inmediata y general. Las oficinas de la Primera Presidencia y las de CBS recibieron un sinnúmero de cartas al respecto. Wallace dijo: "Pienso que Gordon Hinckley quería exponer su Evangelio mormón ante mucha gente y realmente lo consiguió".11 Los miembros de la Iglesia y los que no lo eran respondieron con entusiasmo a ese programa que había presentado a un Presidente que en nada tuvo que disculpar a la organización que dirigía, quien con un tono agradable pero eficaz había explicado los valores intrínsecos del Evangelio a un auditorio compuesto por no miembros de la Iglesia y que tan hábilmente había resistido el fulgor deslumbrante de la atención pública nacional.
La de 60 Minutos fue solamente una de numerosas entrevistas que el presidente Hinckley concedió a periodistas del país e internacionales. Durante los primeros dieciocho meses de su presidencia llevó a cabo importantes conferencias de prensa en varias ciudades del mundo. Hablaba siempre con soltura y sin temor ni evasivas. Tenía una manera especial de describir con firmeza las virtudes de la Iglesia sin ser arrogante y de explicar los beneficios resultantes de vivir el Evangelio sin menospreciar otras religiones u otros grupos de intereses particulares. Siempre esbozaba un cuadro de esperanzas no sólo en cuanto a la Iglesia sino al mundo en general.
En cada conferencia de prensa comenzaba con una breve declaración acerca de la Iglesia y establecía un ambiente de cordialidad con esa rueda particular de periodistas.
A veces apelaba al sentido del humor; con frecuencia demostraba una impresionante familiaridad con el lugar o la gente que estaba visitando, creando de ese modo la sensación de que era "uno de ellos".
En un banquete oficial en honor a representantes de trece de los principales periódicos y revistas de Seúl, Corea, por ejemplo, empezó diciendo que había estado visitando ese país por treinta y seis años, que amaba a los coreanos y que admiraba su industriosidad, su dedicación a los valores de la familia y su interés en la educación. Y también en tono jocoso dijo: "Nosotros tenemos un estricto código para la salud. Nos abstenemos de las bebidas alcohólicas, el tabaco, el café y el té. Como ya se ha dicho, tengo ochenta y cinco años de edad. Disfruto de buena salud y no es porque coma kimchee [comida picante coreana]".
Agregó entonces que la Iglesia había invertido en Corea millones de dólares para construir centros de reuniones pero que no había sacado dinero alguno del país, y que en Corea las unidades de la Iglesia eran dirigidas por coreanos. Antes de terminar, dio su testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios, que José Smith es un Profeta y que el Libro de Mormón es la palabra de Dios.
"El presidente Hinckley respeta mucho los medios de difusión, pero no se siente intimidado por ellos", señaló el élder Neal A. Maxwell, quien había presenciado su actuación en ocasiones similares. "Y posee tal conocimiento tanto de la historia de la Iglesia como de sus estadísticas que es imposible que se lo desconcierte con alguna pregunta que él no haya considerado o analizado mentalmente con anterioridad. Puede responder con extraordinaria concisión toda pregunta importante. Posee una gran rapidez mental y puede ponerse al mismo nivel de cualquier circunstancia qué surja. No se siente obligado a disimular ninguna de nuestras imperfecciones como personas. Nunca trata de adornar ni de ocultar nada. Entonces, al percibir cuán genuino es él, los periodistas reaccionan favorablemente. Tiene la capacidad para comunicarse con personas de toda clase y portal motivo está eminentemente preparado para contar al mundo nuestra historia".
El presidente Hinckley anhelaba también acercarse personalmente al mundo y no demoró en distinguirse como un presidente viajero. Durante la conferencia general de abril de 1996,explicó así sus motivos: "He decidido que, mientras tenga la fortaleza necesaria para ello, iré a visitar a la gente en nuestro país y en el extranjero para expresarles mi reconocimiento, alentarlos, cultivarles la fe, enseñarles, agregar mi testimonio al suyo y al mismo tiempo obtener de ellos fortaleza... Tengo la intención de continuar andando con energía por tanto tiempo como pueda. Deseo asociarme con todas las personas a quienes amo".
"El presidente Hinckley es incansable", comentó el presidente Packer. "Nos tiene corriendo a todos para alcanzarlo". El élder Maxwell dijo a un grupo de misioneros en el Lejano Oriente: "El presidente Hinckley tiene una capacidad y una movilidad tan extraordinarias que le permiten abarcar todo el planeta de una manera asombrosa. Ustedes son la primera generación que presencia la obra de expandir la Iglesia en todo el mundo. Nadie hasta ahora había tomado una mayor parte en tal esfuerzo que el presidente Hinckley".
Es probable que no haya resultado sorprendente que escogiera a Gran Bretaña como el lugar de su primera visita como Presidente de la Iglesia, puesto que era el lugar por el que sentía un cariño constante. Ya al iniciar su viaje admitió estar tan ansioso por reunirse con los santos allá que quizás su fervor había desplazado su sabiduría en planear su itinerario. Casi todos los días, él y la hermana Hinckley viajaron en automóvil de una ciudad a otra, frecuentemente a más de 150 kilómetros de distancia, y se reunieron con misioneros, inspeccionaron algunas propiedades, concedieron entrevistas con medios de difusión y llevaron a cabo charlas fogoneras para los miembros.
En total, el presidente Hinckley pronunció catorce discursos ante unos ocho mil miembros durante su apresurado viaje, lo cual puso de manifiesto el asombroso dinamismo de ese hombre de ochenta y cinco años de edad.
Hablando con los misioneros de la Misión Londres, dijo: "Hoy les está hablando un viejo, gastado y abatido misionero británico".
Entonces compartió con ellos algunas de sus propias experiencias en Inglaterra y exhortó a los jóvenes y señoritas a no desalentarse. "Yo sé lo que significa golpear puertas, espantar perros y que les cierren las puertas en la cara. Sé que es muy difícil. Pero, ¿qué importa? ¡Cuánto poder tienen ustedes! ¡Cuánta capacidad tienen para cambiar la vida de las personas!
Quizás no muchas, pero una aquí y otra más allá, les están escuchando. Y con el tiempo, todo un barrio de personas habrán aceptado el Evangelio. Nunca podrán predecir los resultados de lo que hacen cuando están enseñando el Evangelio de Jesucristo. La Iglesia era pequeña y débil cuando yo serví aquí, pero ahora tenemos 160.000 miembros en estas islas".
La hermana Hinckley complementaba la labor de su esposo con su característica manera de ser, su sentido del humor y la expresión genuina de su testimonio.
Los santos, sin excepción, se deleitaban con el natural intercambio entre los dos. En una reunión, el presidente Hinckley la presentó diciendo: "Haciendo uso de mi prerrogativa, le pediré a la hermana Hinckley que hable. Sé que esto habrá de costarme mucho, pero así sea". Su esposa replicó: "¿Qué harían ustedes si estuvieran casadas con un hombre como éste? Solía haber dos hombres importantes en mi vida-mi esposo y el Presidente de la Iglesia. Ahora, de repente, hay uno solo".
Típicamente, su amigable proceder y su ingenio no eran sino un preludio para entonces expresar su sincero testimonio. "Cada día de mi vida voy sabiendo con mayor seguridad que éste es el Evangelio de nuestro Salvador", dijo. "Sólo tengo que pellizcarme para reconocer que he estado presenciando lo que acontece a través de esta maravillosa Iglesia. No puedo decirles cuánto significa para nosotros que ustedes se encuentren aquí. Ustedes fortalecen nuestro testimonio con su sola presencia".
La última escala de su viaje antes de regresar a casa fue la ciudad de Dublin, siendo el primer Presidente de la Iglesia, en cuarenta y dos años, que visitaba Irlanda. El Presidente del Área, Graham W. Doxey, describió así la semana que pasó con el Profeta en Gran Bretaña: "Ha sido maravilloso contemplar el rostro de la gente que llega con gran expectativa y se deleita con todo lo que el presidente Hinckley dice. Les encanta su buen humor y el hecho de que sea tan sencillo. Él entiende los problemas de la gente. Les expresa su testimonio y les alienta a seguir adelante. Contemplar cómo responden a un Profeta de Dios ha sido un verdadero deleite".
Al mes siguiente de regresar de Gran Bretaña, en la conferencia general de octubre de 1995, el presidente Hinckley anunció que si continuaba el giro actual de las cosas, la Iglesia iba acele-101brar un importante acontecimiento aproximadamente en febrero de 1996, cuando llegaría a haber más miembros en el extranjero que en los Estados Unidos. El 26 de febrero de 1996, un artículo publicado en la primera plana del diario Deseret News indicó que tal predicción se había cumplido y que en ese momento la Iglesia estaba recibiendo a un promedio de 950 nuevos miembros por día." "Éste es un logro maravillosamente significativo", explicó el presidente Hinckley. "Representa el fruto de un enorme esfuerzo. El Dios de los Cielos, cuyos siervos somos, nunca propuso que ésta fuera una obra estrecha y parroquial".
Parecía ser algo natural que tamaño acontecimiento se produjera a principios de la administración del presidente Hinckley, porque él había recorrido el mundo entero de una manera extraordinaria a lo largo de su vida y estaba decidido a continuar haciéndolo. En mayo de 1996, convirtió su viaje a Asia para dedicar el Templo de Hong Kong en una rápida excursión exploratoria del Oriente que duró dieciocho días.
Por doquiera que iba, le esperaban grandes multitudes para saludarlo y escuchar sus palabras. Todos respondían a la visita de no sólo el Presidente de la Iglesia sino del hombre que había pasado mucho tiempo entre ellos en las décadas anteriores. Al hacerlo, fue estableciendo una particular afinidad con los santos en cada país. En casi todas partes a donde iba, la gente confesaba saber íntimamente que el presidente sentía un cariño especial por ellos-y que él era su Presidente.
En Hong Kong presidió y participó en cada una de las siete sesiones dedicatorias del templo de esa ciudad. Se regocijaba de haber comprobado que la mano de obra del edificio como también su arquitectura y su decorado eran de una singular y hermosa naturaleza china.
El presidente Hinckley comentó: "Éste es un momento muy emotivo para mí. Este templo representa la cristalización de un sueño y una respuesta a muchas oraciones. Hace treinta y seis años que vine aquí por primera vez, cuando solamente teníamos pequeñas ramas que se reunían en cuartos alquilados. Recuerdo haber tratado de explicarles a un puñado de líderes locales cómo funcionaba la Iglesia empleando diagramas en una pizarra. En esos días difíciles apenas si podía siquiera soñar con que llegaríamos a tener lo que hoy tenemos. Pero ahora la Iglesia ha logrado, con este templo, alcanzar su madurez en Hong Kong. Si alguna vez he sentido en mi vida una fuerte inspiración del Señor, fue con relación a este edificio".
Desde Hong Kong, el presidente y la hermana Hinckley viajaron a Shenzhen, China, donde fueron objeto de una bienvenida preferencial por parte de dignatarios que representaban la Zona Económica Especial China de Ultramar y las comunidades chinas-asociadas éstas con el Centro Cultural Polinesio de Hawai. Ésa fue la primera visita de un Presidente de la Iglesia a la China continental.
Desde allí viajó a Camboya y luego a Vietnam. Dedicó la tierra camboyana para la predicación del Evangelio y mientras se encontraba en Hanoi [Vietnam] tuvo la impresión de que debía ofrecer lo que él mismo describió como un "aditamento" a la oración dedicatoria original y dedicó entonces todo el territorio de Vietnam. También se reunió con varios grupos pequeños en ambos países, lo cual le produjo un verdadero oleaje de recuerdos de aquellos días en que había realizado reuniones semejantes a través de Asia.
Estas incursiones por regiones lejanas del mundo le permitían vigorizarles el espíritu a aquellos que estaban colocando los cimientos sobre los que habrían de edificar las generaciones futuras. En áreas donde los bautismos de conversos ocurrían lentamente, él le decía a la gente, una y otra vez, que no había razón para desalentarse y que la Iglesia progresaría. Desde Hanoi voló a las Filipinas, país que entonces contaba con más de 375.000 miembros de la Iglesia.
Ya para la media tarde, el Coliseo Araneta de Manila, donde se llevaría a cabo una charla fogonera, estaba repleto de gente. Cuando entraron al estadio, el presidente y la hermana Hinckley se encontraron con lo que se consideraba el auditorio más numeroso jamás reunido bajo techo para escuchar en persona a un Presidente de la Iglesia. Unos 35.000 miembros se habían aglomerado en los 25.000 asientos y pasillos adyacentes a ese coliseo. Muchos de ellos habían llegado a Manila después de viajar durante veinticuatro horas en barcos y autobuses. Para algunos, el costo del viaje equivalía al salario de varios meses. Como si les hubiera indicado hacerlo, toda la congregación se puso espontáneamente de pie, aplaudió y comenzó a entonar emocionada el himno "Te damos, Señor, nuestras gracias"
El Espíritu fue arrebatador cuando el presidente Hinckley se dirigió a la impresionante multitud. Al finalizar su mensaje,declaró algo que quizás había tenido en su mente durante todo ese viaje por Asia: "No sé si habré de volver aquí otra vez", dijo.
"El mundo es grande y estoy tratando de allegarme a nuestros miembros. Simplemente quiero aprovechar esta ocasión para hablarles de una manera muy personal. Mi corazón abriga un sentimiento muy especial por la gente de esta nación. Ustedes han sufrido mucho en el pasado". Entonces concluyó pronunciando una bendición sobre todos los que se hallaban allí. "Por medio de la autoridad del oficio apostólico, con la autoridad de las llaves de la Presidencia de esta Iglesia, les bendigo para que, si andan en la fe, tengan alimentos en sus mesas, ropa sobre sus espaldas y refugio sobre su cabeza, y que se regocijen constantemente. Tengan a bien aceptar mi amor, mi profundo sentimiento de amor por ustedes".
El presidente Hinckley regresó de Asia habiendo hablado ante unos 60.000 miembros de la Iglesia en charlas fogoneras y conferencias especiales, presidido en siete sesiones dedicatorias del Templo de Hong Kong-aparte de la ceremonia de colocación de la piedra angular-y visitado ocho países además de Hong Kong y Saipán.
Cuando se le preguntó cómo era que podía mantener un paso tal, él respondió bromeando: "Pues me acuesto todas las noches y me aseguro de levantarme a la mañana siguiente. Y sigo andando". Luego admitió: "El clima en esta parte del mundo es debilitante, pero uno se siente realzado por la gente. Ellos me dan la energía para seguir andando. Me encanta estar entre los santos".
Estuvo en su casa apenas una semana antes de partir en otro viaje emprendedor, esta vez a Europa y a la Tierra Santa. Una vez más, el propósito de este viaje se relacionaba con el templo, siendo que dio la palada inicial para uno en Madrid. Pero también visitó a los santos en Bruselas, La Haya, Copenhague, Berlín y la Tierra Santa.
Por dondequiera que iba, su presencia captaba la atención tanto de dignatarios como de la prensa. En Madrid, dos prominentes funcionarios de gobierno asistieron a la ceremonia de la palada inicial, durante la cual el presidente Hinckley concentró sus comentarios en el deseo que la Iglesia tiene de que sus miembros sean buenos ciudadanos de España: "Espero que seamos buenos vecinos de todos los que viven en estos alrededores. Les prometo, a ustedes y a los oficiales de la ciudad de Madrid, que lo que habrá de construirse aquí será hermoso.
Edificaremos un templo, un centro de estaca, un centro de capacitación misional y algunas otras instalaciones para satisfacer las necesidades de nuestra gente. La estructura y los jardines serán hermosos. Éste será un lugar santificado y sacrosanto". Después de que el presidente y otros oficiales hubieron removido las primeras paladas de tierra, un jovencito y una jovencita fueron invitados a acercarse y tomar turno con las palas. Al excavar los jóvenes la tierra polvorienta, la multitud estalló en aplausos y un experimentado fotógrafo periodista de la ciudad gritó: "¡Bravo!"
En Bruselas, el presidente Hinckley fue recibido por el Embajador Robert E. Hunter, el representante permanente de los Estados Unidos ante la OTAN, y por Alan John Blinken, Embajador de los Estados Unidos en Bélgica. Cuatro días después, en entrevistas con dos de los principales periódicos de Berlín-el Berlíner Zeitung y el Die Welt-un reportero de este último comenzó indicando que su diario circulaba en unos 130 países. "Nosotros les ganamos. Estamos en 155 [naciones]", respondió bromeando el presidente Hinckley.
El artículo resultante lo describió luego como "un hombre encantador que a cualquiera le agradaría tener como vecino", agregando que "el presidente y profeta de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días... causa una cálida y amable impresión". El artículo continuaba con un informe sobre la conferencia regional de Berlín, a la que asistieron más de 3.700 miembros, y decía: "Uno podía ver a muchas familias felices en ropas blancas, muchachas vestidas con faldas hasta el tobillo y hombres jóvenes en camisas con moñito negro que asistían a la reunión. Con frecuencia se refieren a la Iglesia Mormona como 'la Iglesia feliz', lo cual no está muy lejos de ser verdad. Naturalmente, el Sr. Hinckley tenía un mensaje para todos nosotros: Debemos volver a Dios.
Él nos da luz y entendimiento en esta época en que todas las normas del pasado se están desmoronando. La familia cabal que vive con amor y comprensión, y la cual practica la oración, es la verdadera fuente de fortaleza para cualquier país".
Desde Berlín, el presidente y la hermana Hinckley volaron hasta la Tierra Santa, donde nuevamente visitaron los lugares principales de la vida y el ministerio del Salvador. Al término de su estancia allí, él habló a los miembros del Distrito Israel en el auditorio del Centro Jerusalén de la Universidad Brigham Young, mencionando sus visitas a Belén, el Mar de Galilea, el Monte de las Bienaventuranzas, Masada, Meggido, Nazaret, el Aposento Alto, Getsemaní y el Sepulcro del jardín. "Cuando nos hallábamos hoy en Getsemaní", dijo a la congregación, "cruzamos la calle hasta la gruta, nos sentamos en la sombra y leímos las Escrituras. Pienso que Su súplica al Padre, cuando en Su agonía sudó gotas de sangre, fue para que lo librara de ese gran dolor, sufrimiento y aflicción, si era posible. Pero quería que se hiciera la voluntad de Su Padre, no la Suya. Creo que fue algo más que la certidumbre de Su Crucifixión lo que le angustiaba. Era Su función en el plan eterno de crear la tierra, de poblarla, del divino plan por medio del cual el hombre podría ser redimido y progresar hacia la vida eterna, si estuviera dispuesto a aceptar Sus mandamientos y vivir en base a ellos... El Suyo fue un extraordinario mensaje doble de amor y paz en medio del odio y la hostilidad... Por supuesto que existieron otros grandes maestros.
Hubo otros que enseñaron la regla de oro. Hubo aún otros que enseñaron los maravillosos conceptos del amor y de la paz. Pero he aquí Uno que enseñaba con gran poder y que luego selló esas enseñanzas con Su propia vida en una ofrenda que escapa toda comprensión".
Después de dos semanas de viaje, el presidente Hinckley regresó a casa un sábado de noche para reintegrarse a una agenda que parecía no respetar su cansancio ni su edad. Ese domingo, a las 8 de la mañana, habló en el seminario anual para presidentes de misión llevado a cabo en el Centro de Capacitación Misional, en Provo [Utah]; luego regresó a Salt Lake City y pronunció un discurso ante miembros del club internacional Kiwanis que colmaron el Tabernáculo. Al día siguiente, él y la hermana Hinckley viajaron en automóvil hasta Fuerte Cove a fin de presenciar allí la llegada del grupo de carretas del Centenario del Estado de Utah, y habló ante una congregación de casi veinte mil personas que se habían reunido para una "noche de hogar con el Profeta". En su discurso comparó los viajes que había realizado en las cinco semanas anteriores, en los que visitó diecisiete países, con los problemas que debieron enfrentar los que colonizaron el Oeste y establecieron los cimientos del Evangelio Restaurado. Luego volvió a referirse a un tema familiar, diciendo: "Hemos llegado a ser un pueblo bien conocido. La Iglesia está saliendo del anonimato y de la obscuridad en todo el mundo de una manera notable y maravillosa".
Fue casi imposible para el presidente Hinckley visitar Fuerte Cove sin pensar en sus antepasados, particularmente en su abuelo y en su padre, quienes habían dejado un legado de fe y devoción que por mucho tiempo había intentado emular. Su abuelo había ayudado a colonizar el Oeste y quizás de ese ejemplo él mismo había adquirido un constante respeto por aquellos que abrieron senderos en tierras desconocidas. Y había sido su padre quien, años antes, le había amonestado a que se olvidara de sí mismo y pusiera manos a la obra.
A través de épocas buenas y malas, en momentos de regocijo y de experiencias cargadas de frustración y de congojas, mientras soportaba las escalas en aeropuertos llenos del humo de tabaco y los prolongados y turbulentos vuelos de un continente a otro, había seguido fielmente el consejo de su padre: En verdad, hacía mucho que había dejado de preocuparse principalmente de sus propias necesidades y comodidades, olvidándose de sí mismo y poniendo manos a la obra. En consecuencia, el suyo era un ministerio que había abarcado más de la mitad del siglo veinte y cubierto el globo entero, y que le había requerido una y otra vez proceder él mismo como un pionero moderno. Había muy pocos rincones del mundo en los que no había caminado, hablado, escuchado, enseñado y testificado, y no había literalmente pueblo alguno por el que no sintiera un gran cariño y aprecio.
En sus comentarios finales de la conferencia general de abril de 1996, el presidente Hinckley compartió nuevamente su entusiasmo por la obra en la que había estado embarcado toda su vida y dijo: "Hay todavía algunos, y no son pocos, que critican y se rebelan, que apostatan y levantan la voz en contra de esta obra. Los hemos tenido siempre. Dicen todo lo que quieren en su paso por el escenario de su existencia y poco después se les olvida... [Pero] nosotros seguimos adelante, marchando cual ejército con estandartes de verdades sempiternas. Somos una causa que promueve la verdad y la bondad. Somos soldados cristianosmarchando 'con valor... tomando las armas de verdad y luz'...Doquiera que vamos podemos ver la gran vitalidad de esta obra.Dondequiera que se establece, produce entusiasmo. Es la obradel Redentor. Es el Evangelio de las buenas nuevas. Es algo quenos hace felices y nos alienta".
No reservaba ese entusiasmo y esa visión sólo para cuandoestaba detrás del púlpito del Tabernáculo. En cada lugar que visitaba, al hacer oír su voz frente a congregaciones grandes ypequeñas, tanto en circunstancias sociales como religiosas, sus predicciones y su optimismo en cuanto a lo que sucedería en el futuro, su energía y su testimonio del Señor Resucitado y de la Iglesia que lleva Su nombre, eran algo realmente contagioso.
Ante un numeroso auditorio en Londres, dijo: "Lo he visto todo, desde los comienzos cuando sólo contábamos con salasalquiladas hasta hoy con esta congregación. Ustedes son esta noche el cumplimiento de las magníficas palabras de Jeremíasquien, hablando en el nombre del Señor, dijo:' ...Os tomaré unode cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sión; y os daré pastores según mi corazón'. (Jeremías 3:14-15.) Ustedes son el cumplimiento de eso. Esto es Sión para ustedes, y están recibiendo el mensaje del Señor".
Su único interés, como lo explicó, no estaba nunca en el número de conversos, sino en el poder que el mensaje tiene para cambiar la vida de las personas. "¡Cuán maravillosa es esta obra!", dijo. "¡Cuán agradecido estoy por el Evangelio de Jesucristo!... He visto los milagros que el Evangelio ha producido en esta tierra. He conocido a hombres que fueron disolutos en su vida pero que al ser tocados por el Evangelio se convirtieron en gigantes. He visto a sirvientas que se han convertido en reinas de esta obra. Ése es el total propósito de [esta obra]... guiar por el camino, levantarnos, [y] señalar el sendero que conduce a la gloria eterna".
En ciertos aspectos, él lo había visto todo-desde el personal en las oficinas generales de la Iglesia que una vez podía contarse con los dedos de dos manos, hasta una creciente organización que cubría el mundo con miles de dedicados empleados y voluntarios; desde pequeñas congregaciones de recientes conversos del Oriente, hasta enormes auditorios de miembros capaces y devotos en los amplios salones de aquella tierra; desde un programa misional disminuido por los efectos de la guerra hasta un contingente de más de cincuenta mil misioneros; desde la dedicación del primer templo fuera de los Estados Unidos, hasta la construcción y dedicación de docenas de ellos en todo el mundo; desde una Iglesia que virtualmente no empleaba los medios de difusión, hasta una que podía comunicarse instantáneamente con sus millones de miembros por medio de refinadas redes de satélites y otros elementos modernos.
"Me maravilla lo que está sucediendo hoy en esta Iglesia", dijo en una charla fogonera realizada en Crawley, Inglaterra, como así también en otros lugares. "Pero no me sorprende, porque conozco su misión. Conozco su destino. Sé lo que el Señor ha dicho con respecto ella, que seguirá avanzando y llenará toda la tierra... Mis hermanos y hermanas, no hay nada en todo el mundo que se compare a esta obra. Conozco a mucha gente de otras religiones y tengo amigos en varias iglesias, y los aprecio mucho. Pero sé que ésta es la única iglesia verdadera y viviente en toda la faz de la tierra. El Señor mismo lo ha declarado así y no me disculpo por ello. Podría sonar un tanto egoísta y hasta arrogante, pero no fui yo el autor de esa declaración. El Señor mismo es el autor y así lo creo con todo mi corazón".
Entonces prosiguió con su poderoso testimonio, diciendo: "Dios vive. Él es nuestro Padre Eterno, el Creador y Gobernador del Universo, el Todopoderoso sobre todas las cosas. Él, que está sobre todas las cosas, se dignó a hablar con un jovencito en una arboleda de Nueva York. Él, que está sobre todas las cosas, escuchará las oraciones de ustedes y las mías. Él vive. Jesús es el Cristo, el Hijo preordenado de Dios que consintió en venir a la tierra, que nació en un pesebre en medio de una subyugada nación de vasallos, el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre en la carne, el Primogénito del Padre y Autor de nuestra salvación. Él es nuestro Redentor, nuestro Salvador, por medio de cuya Expiación se ha hecho posible la vida eterna para todos los que sean obedientes a Sus enseñanzas. Ruego que aumente en nuestro corazón el testimonio de que ésta es en realidad la Iglesia del Dios viviente y que continuará progresando y avanzando para cumplir su destino divino".
Desde 1933, cuando aceptó el llamamiento de servir en la Misión Europea, Gordon B. Hinckley ha dedicado esencialmente toda su vida al avance del reino del Evangelio. Todo lo que ha aprendido, todo lo que ha presenciado lo ha colmado de un impenetrable testimonio en cuanto a la obra de Dios. Ahora, como Presidente de la Iglesia, continuará esforzándose hacia adelante, recomendando a todos los que están dentro de su alcance e influencia que sigan lo que él mismo ha determinado que es el único rumbo estrecho y seguro-las inspiradas palabras que su padre le dijo cuando partió para su misión: "No temas, cree solamente".
Yo sé que vive mi Señor,
el Hijo del eterno Dios;
venció la muerte y el dolor,
mi Rey, mi Luz, mi Salvador.
Él vive, roca de mi fe,
la luz de la humanidad.
El faro del camino es,
destello de la eternidad.
Oh, dame siempre esa luz,
la paz que sólo Tú darás,
la fe de andar en soledad,
camino a la eternidad.
Gordon B. Hinckley
Himnos, N'74
No hay comentarios:
Publicar un comentario