EL MUCHACHO SE CONVIERTE EN HOMBRE

CAPÍTULO 4


La vida era realmente buena para los adolescentes que vivían en Salt Lake City en la década de 1920. Aunque a Gordon le correspondían algunas tareas y otras responsabilidades, tanto en la granja como en la casona de la familia en el centro de la ciudad, pocas eran las exigencias y muchas las oportunidades.

Quizás Gordon haya tratado de eludir su asistencia al primer grado escolar, pero ya cuando ingresó a la Escuela Secundaria LDS, su actitud acerca de la educación cambió notablemente. Existía un gran espíritu y armonía entre los alumnos y al comenzar a reconocer sus propios intereses y talentos, la enseñanza adquirió para él un nuevo atractivo.

Aun cuando era un adolescente, Gordon revelaba una evidente inclinación hacia el lenguaje. Su apetito por la literatura fue desarrollándose naturalmente y no era extraño encontrarlo sentado ante la extensa mesa de la biblioteca asimilando algún otro libro más. Sin embargo, no todos sus talentos eran intelectuales porque también poseía excelentes instintos mecánicos. Le encantaba tratar de reparar casi cualquier cosa.

Cuando el gramófono se averiaba, siempre conseguía hacerlo funcionar otra vez. Su maestro de carpintería en el taller de la escuela fue inculcándole una pasión por las herramientas bien afiladas y el dulce aroma de la madera, y Gordon llegó a tallar y producir una gran variedad de figuras. En la escuela intermedia tomó una clase de dibujo y descubrió entonces que le gustaba hacer bocetos de automóviles y de casas, dibujándolos en proporción y con cada detalle. Trabajaba por largas horas en el auto Modelo T de la familia, sacándolo a probar por el camino para entonces intentar nuevamente repararle algo más.

Como acontece con la mayoría de los adolescentes, lo que sucedía fuera del hogar fue convirtiéndose en algo cada vez más importante para Gordon. El Barrio 1 de la Estaca Liberty ofrecía a los jóvenes del vecindario un lugar donde reunirse. Los teatros ambulantes, las obras teatrales, los concursos de oratoria, los bailes y una variedad casi interminable de actividades les proporcionaban oportunidades para pasar momentos juntos y a la vez mantenerse activos en la Iglesia. El barrio era, en verdad, el centro de reunión para ellos.

Enfrente al hogar de los Hinckley vivía la familia de Georgetta y LeRoy Pay, cuya hija Marjorie se granjeó el interés de Gordon desde aquel momento en que, cuando todavía era una niña que peinaba trencitas, ofreció una lectura en una reunión social del barrio. Gordon notó el obscuro y ondulado cabello de la jovencita y sus grandes ojos pardos, pero también percibió con cuánto talento se comportó ante el auditorio. Ramona, la hermana de Gordon, dijo en otra ocasión: "Pese a ser tan joven, Marge siempre se mostró muy primorosa y agradable en sus lecturas y presentaciones en nuestro barrio. Todos los otros jovencitos se quedaban en silencio y murmuraban algo, pero Marjorie actuaba siempre con mucha propiedad".

En el barrio había muchas familias que eran numerosas y tenían dificultades para subsistir. Pero en su mayoría eran gente honrada y devota que vivía en sus propios hogares y trataba de criar familias responsables. Los entretenimientos fuera del hogar eran pocos y a Gordon le encantó cuando su familia adquirió su primer receptor de radio con audífonos. A los doce años de edad, disfrutaba sobremanera escuchar la estación KZN Deseret News, precursora de la que es hoy KSL.

En el hogar de los Hinckley siempre se estuvo al tanto de lo que acontecía en el mundo que les rodeaba, pero la Iglesia estaba primero. Ada sirvió en varias presidencias de organizaciones auxiliares, tanto a nivel de barrio como de estaca, y Bryant se desempeñó como segundo consejero de la presidencia de estaca desde 1907 a 1919 y desde entonces hasta 1925 como primer consejero. Ese año fue llamado a servir como presidente de la Estaca Liberty, la mayor de todas las estacas de la Iglesia, con unos quince mil miembros. Bryant ocupó ese cargo hasta 1936.

La influencia que Bryant Hinckley ejerció se extendió más allá de los confines de su estaca. Era un prolífico autor y un orador elocuente; en ocasiones, hablaba aun en conferencias generales de la Iglesia. Bryant se sentía realmente apasionado en cuanto a los sacrificios y las contribuciones de sus antepasados y escribió copiosamente sobre temas de la Restauración y la labor de los pioneros, y también publicó numerosos artículos acerca de los líderes de la Iglesia. Estas cosas no pasaron desapercibidas para Gordon, puesto que él asimilaba todo lo que su padre tenía que decir. Bryant poseía una habilidad particular para extraer inspirados ejemplos de aquellos cuya vida estudiaba. Creía que uno debe esperar lo mejor en otras personas, que el hombre común está dotado de virtudes y de bondad y que hay nobleza de sentimientos en la clase obrera.

Si había algo de nobleza entre los de la clase obrera, a fines de la década de 1920 y en los primeros años de la de 1930 se manifestaba también algo extremadamente complicado. El 24 de octubre de 1929 se produjo el derrumbe del mercado de valores, lo cual precipitó en los Estados Unidos la llamada Gran Depresión.

Ya para la primavera de 1933, aproximadamente una tercera parte de la clase obrera había quedado sin empleo. Como presidente de estaca, Bryant Hinckley debió encarar el problema de cuidar no solamente a su familia sino también de ayudar a quienes estaban bajo su mayordomía, porque la crisis resultó ser un duro golpe de guadaña en cuanto al bienestar espiritual, temporal y emocional de toda su gente.

Muchos hombres con buenos empleos de pronto se encontraron literalmente en la calle. Tanto el empleado de oficina como el obrero de fábrica se vieron obligados a deambular entre una y otra faena. Cierta familia de la vecindad perdió su hogar porque no pudo seguir pagando los ocho dólares mensuales de la hipoteca. Décadas más tarde, Gordon comentó: "Aquellos fueron días muy, pero muy difíciles. Nadie se imagina cuán difíciles fueron, a menos que los haya experimentado en carne propia".

Por alguna extraña razón, el Gimnasio Deseret continuó funcionando, aunque no sin dificultad. Durante cierto tiempo, Bryant recibió sólo una parte de su salario anual de tres mil dólares, distribuyendo el resto del dinero entre algunos empleados que lo necesitaban para vivir. ' Él y Ada se dedicaron a componer, remendar y renovar sus cosas o a simplemente privarse de otras. Pero la comida nunca les faltó en la mesa y la ropa de la familia estaba siempre limpia y bien planchada, aunque no estuviera de moda.

En 1928, justamente un año antes de la Gran Depresión, Gordon se graduó de la Escuela Secundaria LDS y se matriculó en la Universidad de Utah. Tanto su agudeza intelectual como su sagacidad mental eran extraordinarias y, siendo que se había dispuesto a prepararse para ganarse respetablemente la vida, vislumbraba largos años de educación en su futuro. Esperaba trabajar con mucho afán, pero quería hacerlo en una carrera que pudiera disfrutar y por medio de la cual contribuir algo a la sociedad.

Una vez había considerado la posibilidad de estudiar arquitectura, pero al aproximarse al nivel universitario decidió seguir un curso diferente y obtuvo su asignatura en idioma inglés. Tomó difíciles cursos de gramática y composición, estudió las obras literarias de Milton y Longfellow, Emerson y Carlyle, Shakespeare y otros autores europeos. También tomó cursos menores de latín y de griego, y leyó La Ilíada y La Odisea, como así también el Nuevo Testamento, en griego. Su educación en humanidades le significó un amplio caudal de conocimientos.

En aquellos días de la Depresión no resultaba fácil continuar estudiando. Los derechos de matriculación en la Facultad de Humanidades y Ciencias costaba diecinueve dólares por trimestre,' suma difícil de conseguirse. Una taza de trigo hervido con higos, azúcar y crema podía comprarse por diez centavos en la cafetería de la universidad y ése era el plato preferido de Gordon.

Los libros de texto eran caros y, en lo posible, a veces se privaba de ellos; no obstante, compró el de Shakespeare y lo conservó a lo largo de toda su vida. Solventó sus propios estudios universitarios pagando los derechos de matriculación y demás gastos con lo que ganaba trabajando en tareas de limpieza y mantenimiento en el Gimnasio Deseret. Al ir avanzando en sus estudios, decidió graduarse en periodismo y empezó a ahorrar dinero para tal propósito.

En el transcurso de su carrera universitaria, Gordon, como muchos de sus compañeros, comenzó a cuestionar ciertas presu posiciones en cuanto a la vida, el mundo y aun la Iglesia. Sus inquietudes se vieron complicadas por el cinismo propio de la época. "Sólo quienes hayan vivido en aquel período podrían realmente comprender cuán grave fue la catástrofe económica que azotó al país", explicó una vez. "Fue una época de terrible desaliento, y lo sentimos intensamente en el campo universitario.

Yo mismo lo sentí. Empecé a dudar de algunas cosas, incluso quizás, en cierta medida, de la fe de mis padres. Eso no es nada extraño para los estudiantes universitarios, pero el ambiente era particularmente serio en aquel entonces".

Afortunadamente, pudo conversar con su padre acerca de algunas de sus preocupaciones y juntos analizaron las preguntas que formulaba: la natural falibilidad de las Autoridades Generales; por qué padece dificultades la gente que vive de acuerdo con el Evangelio; por qué permite Dios que sufran algunos de Sus hijos, etc. El ambiente pleno de fe que reinaba en su hogar fue algo fundamental para Gordon en aquellos días de introspección, y así lo explicó tiempo después: "La fe de mi padre y de mi madre era absolutamente sólida.

No trataron de imponerme el Evangelio ni de obligarme a participar, pero tampoco vacilaron en manifestarme sus sentimientos. Mi padre era muy sabio y sensato y de ningún modo intransigente. Había enseñado a estudiantes universitarios y entendía a los jóvenes con sus diversos puntos de vista y sus problemas. Tenía buena disposición hacia la tolerancia y la comprensión y no vacilaba en hablar sobre cualquier cosa que me interesara".

Por debajo de los interrogantes y de la actitud crítica de Gordon existía un hilo de fe que por largo tiempo había estado enhebrando. Poco a poco, no obstante sus preguntas y su incertidumbre, fue reconociendo un testimonio que no podía negar. Y aunque comenzó a entender que no siempre hay una solución simple o fácil para cada problema, también descubrió que su fe en Dios sobrepujaba todas sus dudas.

Desde aquella noche muchos años antes en que había asistido a su primera reunión de sacerdocio en su estaca, supo siempre que José Smith fue un profeta de Dios. "El testimonio que recibí cuando era muchacho permaneció conmigo y llegó a ser un baluarte al que pude aferrarme durante aquellos años tan difíciles", dijo' Cuando Gordon era todavía un adolescente, los doctores diagnosticaron que su madre tenía cáncer del seno y entonces su médico la sometió a cirugía. Durante un par de años, el cáncer entró en remisión pero después le reapareció.

Ada empezó a recibir tratamientos de radioterapia, lo cual agravó aún más su enfermedad. Ella y Bryant acostumbraban a sentarse juntos en el pórtico de su casa de campo en las tardes, y eso a Gordon le apenaba sobremanera. Peor todavía, le agobiaba el temor de lo que se presentía. Por un lado, trataba desesperadamente de ejercer su fe en el Señor y le suplicaba que sanara a su madre; por otro, era difícil no temer lo peor.

A pesar de que su salud declinaba rápidamente, Ada insistió en acompañar a Beulah, su nuera, en un peregrinaje a Europauna excursión con todos los gastos pagos para las madres y viudas de los soldados que perdieron la vida en la Primera Guerra Mundial-con el fin de visitar la tumba de Stanford. Bryant no estaba muy seguro en cuanto a permitir que su esposa viajara, pero Ada insistió.` A pesar de su mala salud, ella habría de disfrutar inmensamente la aventura.

El grupo zarpó hacia Francia en el barco SS George Washington, y Ada aprovechó todo lo que le permitió su energía: Versailles con sus hermosos jardines, el museo Louvre y la catedral de Notre Dame, y otros fascinantes lugares históricos. Las experiencias más emotivas, sin embargo, fueron sus visitas al Cementerio Militar Americano en las afueras de París, donde estaba la tumba de Stanford. El día de su última visita a ese lugar, ella escribió en su diario personal: "Salí de allí con la satisfacción de saber que nuestros soldados americanos estaban muy bien cuidados y que no se podría haber levantado un mejor monumento a su memoria".

Durante el viaje, Ada no mencionó a nadie que su salud se estaba deteriorando rápidamente. Cuando regresó, Bryant trató desesperadamente de encontrar algo que curara a su esposa o que al menos demorara su empeoramiento. Se enteró que en Los Ángeles (California) había dos facultativos que habían desarrollado una posible cura para el cáncer. A principios de octubre, dispuso que, acompañada por su hermana Mary, Ada viajara a California para recibir ese tratamiento. Sin embargo, aunque los potentes medicamentos le aliviaron el dolor, no lograron detener el avance de su enfermedad.

Ada Bitner Hinckley falleció una hermosa mañana de domingo, el 9 de noviembre de 1930. Para Gordon y sus hermanos y hermanas, el tiempo pareció detenerse. Nunca había sentido Gordon tanta desolación y angustia. Todos fueron a la estación del ferrocarril para recibir a su padre que regresaba de California, pero les pareció increíble-aun inconcebible-que la carroza fúnebre estacionada cerca de la estación estuviera allí para llevar el cuerpo de su madre a la funeraria.

Tiempo después, Gordon comentó: "Mi acongojado padre... bajó del tren y saludó a sus hijos desconsolados. Juntos caminamos hasta el vagón de donde descargaron el féretro para que el personal de la funeraria se lo llevara. Pudimos comprender mucho más que antes la ternura del corazón de nuestro padre... Asimismo, yo pude comprender algo en cuanto a la muerte-la absoluta angustia de los hijos que pierden a su madre-pero también un sentimiento de paz sin dolor y la certidumbre de que la muerte no puede ser el fin del alma".

Aquel jueves 30 de noviembre en que sepultaron a Ada fue un día sombrío y gris. Más tarde, Gordon dijo: "Adoptamos una actitud de bravura y tratamos de contener nuestras lágrimas. Pero, por dentro, nuestras heridas eran profundas y dolorosas"." Bryant no alcanzaba a comprender por qué tenía que soportar otra vez una pesadilla tal. A sus hijos, la experiencia les resultaba devastadora; algunos de ellos perdían ahora una segunda madre. Gordon tenía veinte años de edad; su hermana menor, Sylvia, tenía diez. Todos, más allá de su edad, lamentaban haber perdido a la mujer que les había proporcionado un hermoso hogar pleno de alegría y protección.

Con el fallecimiento de Ada, Bryant se encontró nuevamente ante la angustiosa responsabilidad de criar por sí mismo una familia numerosa y soportar la dolorosa separación de la mujer que tanto amaba y atesoraba, esta vez después de veintiún años de casados. Para Gordon, los primeros meses subsiguientes parecieron transcurrir lentamente en extremo. El acostumbrarse a la pérdida de su madre era mucho más doloroso de lo que jamás había imaginado. Le parecía que el mundo entero se obscurecía y no podía siquiera imaginar que jamás volvería a estar contento en su vida. Como hijo mayor de Ada, había disfrutado de una íntima y afectuosa relación con su madre.

Lo había atendido de una a otra enfermedad infantil y, en cierto modo, fue transformándose en una reflexión de ella-un joven inteligente y virtuoso a quien le encantaba aprender y que era, a la vez, genuino y lleno de fe. Ahora hubiera querido titubear menos en decirle a su madre cuánto la amaba, aunque tales expresiones no eran muy comunes en la familia y tanto él como los demás sufrían en silencio su angustia.

A pesar de lo difícil que era acostumbrarse a vivir sin su querida madre, los Hinckley siguieron, día tras día, hacia adelante. Según lo recordaba, Gordon escuchó decir a su padre que, aunque las cosas no siempre son como uno querría que fueran, había que seguir andando sin volver atrás la mirada. "Nunca hay que mirar hacia atrás", era un lema de la familia Hinckley. Sin embargo, ante la ausencia de su madre, Gordon solía pensar acerca de la inmensa riqueza del hogar en el que se le había nutrido-una riqueza no evaluada en dinero, sino en amor, apoyo y esmero. "Para todos quedó un remanente que nos dotó de fortaleza, guía y disciplina", dijo tiempo después. "De mi madre aprendí muchas cosas, entre ellas el respeto por la mujer y un profundo aprecio por la enorme fuerza que ella poseía y que manifestó al gozar su vida con entusiasmo y felicidad".

Siendo el hijo mayor de su madre, Gordon se sentía responsable por ayudar a sus hermanos y hermanas a fin de que se adaptaran a las nuevas circunstancias y pasó a ser como un segundo padre para ellos. Por ejemplo, con parte del dinero ahorrado para sus estudios universitarios le compró a Ramona un vestido para que asistiera a un importante evento del colegio. Asimismo, cuando no se cumplían los quehaceres domésticos, él preparaba un programa de trabajo para sus hermanos menores y se aseguraba de que la empleada supiera cuáles eran las tareas que era necesario realizar."

Quizás Gordon suponía que la vida continuaría como de costumbre, asumiendo él mismo algunas de las responsabilidades del hogar y ayudando a cuidar de sus hermanos y hermanas. Así que no estaba en realidad preparado aquel día, a principios de 1932, en que Bryant reunió a sus hijos y les informó que iba a casarse nuevamente. Su prometida era May Green, la administradora de la Clínica Salt Lake. May era una mujer de notable capacidad, una trabajadora muy dedicada que poseía un contagioso sentido del humor. Pero a Gordon no le interesaban sus virtudes. Se había propuesto preservar el recuerdo de su madre y le molestó que su padre estuviera dispuesto a reemplazarla.

Los hijos de Bryant no podían siquiera imaginar a su padre junto a otra mujer que no fuera Ada. Una noche, varios días después, Gordon y su padre hablaron sobre el tema y su conversación fue muy emotiva. Finalmente, Bryant le preguntó: "¿Quieres que envejezca completamente solo? ¿Quieres acaso que tus hermanas se sientan responsables por cuidarme cuando llegue a ser un anciano?".. Le aseguró a Gordon que amaba profundamente a Ada y que nunca dejaría de amarla. Pero también le señaló cuán desolada sería su existencia terrenal si se viera forzado a vivir el resto de ella en soledad. Padre e hijo hablaron durante casi

toda la noche y Gordon sintió enternecerse su corazón al reconocer cuán devastadora había resultado para su padre la muerte de su madre.

El 22 de febrero de 1931, Bryant y May contrajeron matrimonio. Al principio hubo cierta tirantez y se produjeron algunos momentos desagradables entre los jovencitos y su nueva madrastra. Pero, con el tiempo, la Tía May-como solían llamarla-se ganó un rinconcito del corazón de cada uno; y Gordon y sus hermanos y hermanas llegaron a amar a aquella mujer que con tanto afán los amaba a ellos.

Entretanto, se acercaba el momento de la graduación de Gordon. En junio de 1932 recibió de la Universidad de Utah su diploma de Licenciado en Letras, con un grado de especialización en inglés y una asignatura secundaria en idiomas antiguos. Habiéndose propuesto continuar su educación y prepararse mejor para su carrera en la vida, pensó en inscribirse en la Facultad de Periodismo de la Universidad Columbia en Nueva York, la que en aquellos días era considerada como quizás la mejor escuela de periodismo en el país.

Tal como resultaron las cosas, sin embargo, la preparación de Gordon había de ser más amplia y muy diferente de lo que había previsto. Un domingo por la tarde, antes de que cumpliera veintitrés años de edad, el obispo Duncan lo invitó a que fuera a su casa. El obispo fue directamente al grano: ¿Había pensado alguna vez en servir una misión? Gordon se quedó pasmado.

En aquellos días de depresión económica, el servicio misional era más una excepción que una regla. La abrumadora situación monetaria había convertido el compromiso de mantener a un misionero en algo prácticamente imposible para la mayoría de las familias; en realidad, muy pocos misioneros eran llamados. No obstante, tan pronto como el obispo Duncan le hizo esa pregunta, Gordon supo cuál debía ser su respuesta y le contestó que sí.

Sin embargo, la realidad de tener que financiar su misión era algo muy serio. Bryant aseguró a su hijo que encontrarían la manera de hacerlo y Sherman se ofreció a ayudar en ello. Gordon planeó dedicar los escasos fondos que había ahorrado para sus estudios. Desafortunadamente, poco después de haberse comprometido a aceptar el llamamiento, el banco en que guardaba sus ahorros se presentó en quiebra y Gordon perdió todo lo que tenía.

Pero algo más tarde la familia descubrió que, durante varios años, Ada había acumulado algunos fondos con las monedas que recibía como vuelto al comprar comestibles, con la idea de financiar el servicio misional de sus hijos. Gordon se sintió profundamente impresionado ante los años de callado sacrificio y la sagaz previsión de su madre. Aún después de fallecida continuaba cuidando de él. Más importante todavía era el ejemplo de consagración que había sido su madre y por lo tanto consideró que ese dinero ahorrado por ella era algo sagrado.

En aquella época, a los misioneros se les preguntaba en qué lugar les agradaría servir. El idioma diplomático internacional era el francés y a raíz de su interés particular en el periodismo y de cierta inclinación personal, Gordon sugirió que se le enviara a Francia. Pero no habría de ser así.

Cuando recibió su llamamiento, se enteró de que se lo necesitaba del otro lado del Canal de la Mancha, en el centro mismo de una de las regiones más literarias del mundo. El élder Gordon B. Hinckley había sido llamado a servir en la Misión Europea, cuya sede era Londres, Inglaterra.


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