C A P I T U L O 1 0
A medida que las responsabilidades de Gordon iban aumentando en las oficinas generales de la Iglesia, también su familia iba creciendo. Al enterarse de que habrían de tener otra hija más, él y Marjorie se regocijaron mucho. Su hijo menor, Clark, tenía seis años y había empezado a asistir a la escuela. Virginia tenía nueve años de edad, Dick casi trece y Kathy se aproximaba a los quince. Desde la mayor al menor, el nacimiento de Jane, la tercera niña de Gordon y Marjorie, el 27 de febrero de 1954, fue motivo de celebración.
La vida era realmente activa para los siete miembros de la familia Hinckley. Gordon estaba constantemente desenmarañando sus tareas en la oficina, cumpliendo sus asignaciones en la presidencia de la estaca y realizando trabajos en la casa o el jardín que necesitaban terminarse. Teniendo que cuidar a dos adolescentes, dos escolares, una bebé y un hogar, Marjorie apenas si daba a basto. Con cada temporada, el hogar de los Hinckley parecía cobrar una nueva vida.
No era fácil saber quién de todos esperaba con mayor entusiasmo la llegada del verano-si Gordon, quien sentía claustrofobia en los meses de invierno que lo confinaban a vivir entre paredes, o Marjorie, a quien le encantaba escuchar el sonido de las puertas cuando los niños la azotaban al entrar corriendo desde el patio, o los hijos, que tanto disfrutaban de su libertad para corretear por el amplio terreno que circundaba la finca de la familia.
Marjorie se deleitaba en quedarse sola con sus cinco vástagos y se empeñaba en mantener cada verano sin restricciones a fin de que los niños tuvieran tiempo para echarse al suelo a disfrutar del ambiente y escuchar, si así lo querían, el trinar de los pájaros. Cada vez que llegaba el otoño, sollozaba al tener que mandar a sus hijos de vuelta a la escuela; aun en horas de clase, aguardaba ansiosa el momento en que los niños entrarían bulliciosos a la casa y empezarían a revolverlo todo en busca de algo para comer. Un día, cuando Dick tuvo que quedarse en la escuela después de hora por razones de disciplina, Marjorie fue hasta la clase y dijo a la sorprendida maestra: "Usted puede hacer lo que quiera con este niño, pero después de las 3 de la tarde él es mío".
Aunque a Gordon le encantaba East Millcreek, donde había disfrutado tanto sus despreocupados días de la infancia y ahora criaba a su propia familia, y pesar de que protegía tanto la propiedad que tan devotamente cuidaba y el hogar que había construido con sus propias manos, su decisión de mudar a la familia más cerca de la ciudad era tan fácil de vaticinar como el cambio mismo de las estaciones del año. Se exasperaba constantemente en cuanto a la distancia que tenía que viajar, como si los diecisiete kilómetros que recorría a diario fueran un fastidio insoportable.
Pero cada vez que llegaba la primavera, al sentir el olor de las flores de cerezos y empezar a escarbar la tierra, y siendo que a Marjorie le encantaban las abundantes lilas de doble pétalo que florecían en su jardín, comentaban: "¿Cómo podríamos dejar atrás todo esto?"
Para los hijos, "todo esto" era realmente un cielo. Con los huertos, la pastura y el enorme patio que rodeaba una hondonada llena de senderos y escondites, creían estar viviendo en el mejor lugar de la tierra. La hondonada en la que Gordon había jugado cuando muchacho era igualmente atractiva para sus varones, quienes construían fortificaciones en la maleza y dormían por las noches en los huertos para "proteger" sus frutos contra posibles invasores. Las niñas iban de una casa a la otra en sus bicicletas o "merendaban" en el columpio del Papá Hinckley. En la mayoría de las tardes, todos jugaban hasta ya entrado el anochecer y nunca les faltaba algo que hacer en la casa para mantenerse entretenidos y ocupados.
Desde el principio, Gordon había diseñado su casa de modo que pudiera ampliarse a medida que fueran cambiando las necesidades de la familia. Aún continuaba haciendo reparaciones y modificaciones por sí mismo; por tanto, con frecuencia se encontraba envuelto en un proyecto u otro. En cualquier momento libre que le quedaba entre su trabajo y sus obligaciones en la Iglesia, ponía de inmediato manos a la obra, ya sea levantando una pared, derribando otra o agregando un cuarto de baño, etcétera. Durante años, la mesa del comedor solía estar cubierta de planos arrollados.
El caos de las construcciones molestaba a veces a Marjorie, porque era prácticamente imposible renovar una parte de la casa sin crear confusión en otra. Pero las reparaciones de Gordon iban mejorando siempre su hogar, y siendo que las tareas tenían un efecto terapéutico en él-cuando se intensificaban las presiones en la oficina, él llegaba a casa, se ponía unos pantalones de trabajo y una desvencijada camisa blanca, se ajustaba un cinturón de carpintero y empezaba a martillar clavos-Marjorie era muy complaciente con sus proyectos.
Al ir creciendo, los muchachos tenían que trabajar a la par de su padre y si no estaban levantados entre las siete y las ocho de la mañana, Gordon iba a despertarlos: "¿Qué están haciendo en la cama todavía? Ya ha pasado la mitad del día", les decía. Sin embargo, a los muchachos les gustaba pasar los sábados con su padre. Juntos hacían reparaciones y modificaciones, plantaban y planeaban. Gordon terminaba de hacer todo lo posible ese día, sabiendo que solo de vez en cuando podría aprovechar unas pocas horas durante la semana.
Aún entonces no era posible contratar a un artesano o constructor. Él sabía cómo quería que fueran hechas las cosas y aunque era ahorrativo y habilidoso, su empeño más apremiante era el buen resultado. No creía que era necesario contratar a alguien para que hiciera lo que también él mismo podía hacer-y aun mejor todavía.
"No importaba si papá ya había hecho algo similar o no", explicaba Ginny después. "Si decidía que era necesario hacer alguna cosa, la hacía. No creo que jamás se le haya ocurrido no ser capaz de hacer algo determinado y tampoco recuerdo que haya empezado nada sin completarlo".
Lo que lo limitaba no era su aptitud, sino disponer de tiempo; Gordon era habilidoso y podía construir o componer casi cualquier cosa. Ya fuera que se tratara de una caja de engranajes de la antigua máquina de lavar, el motor de la cortadora de césped o el automóvil, podía resolver el problema y por lo general sin tener que comprar repuestos.
Cuando era necesario reparar algo, iba de inmediato al sótano o al galponcito detrás de la casa y ponía manos a la obra hasta que lo conseguía o encontraba la manera de reemplazar la parte defectuosa con algo similar. Kathy quedó muy sorprendida cuando en casa de una de sus amiguitas alguien mencionó que tenía que ir a buscar un tostador que había llevado para que se lo repararan. "No podía creerlo", dijo Kathy. "No sabía que fuera posible llevar un artefacto a alguna tienda para que alguien lo reparara. Pensaba que eso, el componer las cosas, era tarea de los padres".
La casa era probablemente el monumento más evidente a las habilidades mecánicas, la visión, el ingenio y las cualidades naturales de Gordon. Cuando la construyó, dejó libre de travesaños ciertas secciones de las paredes, pensando en las futuras modificaciones cuando tuviera que abrir pasillos o colocar puertas a medida que fuera necesario ampliarla.
Por varios años, en la sala de estar se hallaba un tocadiscos escondido que apareció cuando hubo necesidad de abrir una pared para colocar una puerta. Siendo un habilidoso plomero, Gordon tenía una caldera para derretir el plomo que usaba para ensamblar las cañerías. Con el tiempo, transformó el patio en una sala familiar y el dormitorio principal en una cocina, dividió el garaje en dos dormitorios, agregó una amplia entrada en el comedor y convirtió un cobertizo en cuarto de baño-entre muchas otras cosas.
Solamente el cuarto de baño original se salvó de los martillazos de Gordon. A pesar de que la familia siempre se quejaba del repetido trastorno causado por sus construcciones, a él lo guiaba un solo motivo en su constante actividad renovadora: 'Pensaba en el aumento de mi familia y sabía que nuestro hogar podía ser cada vez más adecuado y cómodo. Lo hacía todo con la esperanza de mejorar las cosas".
Tal como la casa, también el jardín era el producto e inventiva de su creador quien, de acuerdo con el plan maestro de su cerebro, vislumbraba lo que llegaría a ser todo el terreno cuando concluyera su labor. Clark comentó que, desde el principio, su padre "tenía una visión y un plan para el futuro. No sólo pensaba en reparar las cosas, sino en ir mejorándolas para el futuro".`
Por ejemplo, el diseño original de los jardines incluía una hilera de pequeños olmos chinos en la parte sur del terreno, intercalados con otros árboles de madera dura algo más atractivos y de crecimiento lento. La idea era simple: una vez que los árboles de madera dura hubieran crecido lo suficiente, sacaría los olmos y entonces quedaría una hilera de hermosos árboles de sombra.
Desafortunadamente, el proyecto tenía una falla: los vigorosos olmos crecieron tan rápidamente que terminaron por dominar todo el patio, produciendo millones de vainas de semillas que había que barrer constantemente de la entrada al garaje. Peor aún, una enorme cantidad de semillas fueron germinando abundantemente, llenando de pequeños arbolitos cada rincón del terreno. Durante todo un verano, habiéndosele asignado la tarea de arrancar todos los olmos que no fueran parte del diseño original, Clark recogió por lo menos doscientos arbolitos.
Al ir creciendo los hijos y mudándose a sus propios hogares, el mantenimiento del enorme jardín fue tornándose cada vez más difícil. Con el tiempo, llegó a ser evidente que, tal como la casa misma, la absoluta inmensidad del plan maestro contrarrestaba el empeño en llevarlo a cabo.
La familia creció acostumbrada a los constantes esfuerzos para tal fin que, aunque nunca se realizaron por completo, constituían un vigorizante objetivo. Si bien en base a las normas de la época era una residencia modesta, aquella maravilla progresista que al principio contaba con dos dormitorios y un baño tenía ahora cuatro dormitorios y dos cuartos de baño.
Desde que sus hijos eran pequeños, las reuniones requerían que Gordon volviera tarde a su casa muchas noches de la semana y virtualmente todos los domingos. Solamente Kathy podía recordar-y apenas vagamente-una temporada en que su padre no era el "presidente Hinckley". Había ocasiones en que sus hijos deseaban que él tuviera más tiempo disponible para ellos. "Solíamos, sí, estar juntos", dijo Dick, "pero nunca para ir a cazar o a pescar, sino martillando clavos y serruchando. De vez en cuando sentía lástima de mí mismo, pero con el paso de los años reconocí que, en realidad, pasamos mucho tiempo juntos".
Los domingos, Gordon estaba siempre ocupado con los asuntos de la estaca, tanto en la mañana como en la noche, pero dedicaba las tardes a su familia. Habitualmente, al llegar a la casa después de las reuniones, juntaba a todos los miembros de la familia y a muchos amigos para conversar con ellos.
En esas horas de la tarde, parecía como si el tiempo se detuviera, lo cual era para deleite de todos. Así era porque Gordon tenía que comprimir una enorme cantidad de trabajo durante los otros seis días de la semana. La eficacia y la puntualidad eran "marca registrada" de Gordon-de ahí que fuera tan impaciente con todo lo que trastornara su tiempo, como ser las multitudes y tener que formar fila.
El día en que se conmemora a los soldados muertos en la guerra, la familia acostumbraba a llevar flores al cementerio antes de las 7 de la mañana a fin de "adelantarse al gentío". (Ya siendo adultos, los hijos se sorprendieron al descubrir que bien podrían haberlo hecho aun al mediodía sin tener problemas de tránsito.) Para Gordon, media docena de automóviles a la vez en cualquier lugar constituía una aglomeración.
Todos los veranos, la familia iba por lo menos una vez a un cine al aire libre, pero prácticamente nunca se quedaban hasta que terminara la película. Antes del final, Gordon encaminaba el automóvil hacia la salida para no arriesgarse a formar cola en el tráfico.
Si una recepción de bodas comenzaba a las 6 de la tarde, él y Marjorie arribaban a las 5 y 30 para evitar la muchedumbre. Si programaba una reunión para que comenzara a una hora determinada, los que asistían a la misma sabían que tenían que estar sentados diez minutos antes porque era más probable que la comenzara antes de hora. En días de semana iba a trabajar bien temprano y por lo general estaba sentado a su escritorio antes de las 7, pero salía de su oficina en camino a su casa a eso de las 5 de la tarde para así evitar la conglomeración del tránsito automotor.
Muchas veces, al llegar, se ponía ropa de trabajo y dedicaba una hora a su último proyecto antes de cambiarse de camisa y ponerse una corbata para ir al centro de estaca. "Papá nunca tuvo problema para hacer en veinticuatro horas más que nadie que yo conozca", dijo Kathy. "Nunca tuvo paciencia en cuanto a la falta de disciplina y menos todavía con los que malgastan el tiempo, particularmente el suyo".
Desde el punto de vista de Gordon, siempre hubo una buena razón para que se preocupara en cuanto al tiempo. Según su propia experiencia, todo aquel que es disciplinado tiene una visión de lo que quiere realizar y si se esfuerza generalmente triunfa. "No hay nada que no podamos hacer cuando queremos hacerlo y estamos dispuestos a trabajar con afán", decía con frecuencia a sus hijos. "Ustedes son tan inteligentes y capaces como cualquier otra persona, y si quieren hacer algo, háganlo". Aunque nunca consideró en realidad que sus hijos e hijas eran extraordinariamente geniales o talentosos, siempre deseaba que pudieran, cada uno, apreciar sus posibilidades.
También le decía a Marjorie que esperaba que sus hijos se casaran en el templo, obtuvieran una buena educación, contemplaran el mundo y conocieran a su gente. También quería que vieran la vida más allá de lo que experimentaban en East Millcreek y captaran un sentido de las aventuras y el potencial que les esperaba en el futuro. Los libros y la educación eran medios para tal fin. A Gordon le encantaban las palabras y la hora de la cena frecuentemente le ofrecía una oportunidad para enseñar a sus hijos una lección de gramática al corregirles la manera en que empleaban el idioma, construían las frases y pronunciaban las palabras. Esperaba que sus hijos tomaran con toda seriedad su educación escolar e hicieran al respecto lo mejor que pudieran.
Al mismo tiempo que administraba el hogar, Marjorie cumpla con otras asignaciones complicadas. Servía ya sea como presidenta de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres jóvenes o de la Primaria del barrio o como directora de la campaña contra el cáncer en la comunidad y aceptaba muchos otros programas que se beneficiaban mucho a raíz de su entusiasmo y habilidad para alentar a otros para que participaran. Durante años enseñó las lecciones de Refinamiento Cultural en la Sociedad de Socorro y se granjeó la reputación de ser una instructora sobresaliente. La familia se acostumbró a ver libros diseminados por toda la casa cuando ella se preparaba para la próxima lección.
Marjorie era un singular ejemplo de apoyo e independencia, una mujer cuya cálida y genuina disposición amigable atraía a mucha gente. Ella no era presumida, no pretendía poder o posición alguna ni trataba de figurar. Y tenía la capacidad para hacer que las personas con quienes se relacionaba se sintieran bien recibidas y cómodas consigo mismas.
La atareada agenda de Gordon requería que su esposa fuera tolerante y flexible. Pero aunque naturalmente optimista y serena, Marjorie era asimismo decididamente independiente e inclinada a hablar con toda franqueza y trazar límites donde lo consideraba justo. Sí estaba convencida en cuanto a alguna cosa, no vacilaba en decírselo a Gordon, y él respondía en la debida forma. Así como no se imponía a sus hijos, tampoco trataba de dominar a su esposa. Gordon no tenía interés en controlarla porque sabía que ella era completamente capaz de administrar el hogar y de criar a sus cinco activos hijos.
Años más tarde, Clark observó: "El carácter independiente de mi madre es algo muy interesante. Siempre apoyó a papá, pero ella es también la única persona que puede refrenarlo. Si ella le decía, 'Esta semana no harás reparaciones en la cocina, y eso es todo', papá ni siquiera tocaba la cocina. A él siempre le ha encantado en ella ese rasgo de personalidad".
Tiempo después, Gordon comentó ante un auditorio de toda la Iglesia: "Desafortunadamente, algunas mujeres quieren remodelar a sus esposos en base a sus propios designios. Algunos esposos consideran como una de sus prerrogativas el obligar a sus esposas a satisfacer las normas de lo que les parece ideal. Eso nunca resulta"' Lo que ha resultado en el caso de los Hinckley es el respeto y la colaboración entre uno y otro.
Eso no quiere decir que no hayan tenido algunas discordias en el hogar. Los Hinckley han experimentado las lógicas irritaciones y molestias típicas de la vida familiar. Pero, en general, todo ha sido parte de una rutina natural. Los familiares y los amigos sabían que no debían llamarles muy tarde porque las luces se apagaban siempre a las 10 de la noche. A través de su vida, Gordon ha declarado: "Si se acuestan a las 10 de la noche y se levantan a las 6 de la mañana, todo les saldrá bien". Y también hay otras fórmulas que él no sólo predicaba sino que también llevaba a la práctica. Una de las reglas básicas que les destacaba repetidamente a sus hijos era ésta: "Pónganse de rodillas y pidan ayuda; entonces, levántense, pónganse a trabajar y podrán encontrar la manera de superar cualquier situación".
Un tema que los hijos incluían en sus oraciones cada verano era que no sucediera nada que pudiera postergar o, pero aún, cancelar las vacaciones anuales de la familia que Gordon siempre les prometía para cuando terminara de atender sus deberes en la oficina. Marjorie y sus hijos nunca estaban totalmente seguros del día en que ello sucedería, así que cuando él anunciaba que iba a ser al día siguiente, se producía un revuelo al ponerse todos a preparar las cosas, llenar las bolsas de agua que colgarían del paragolpes del auto y elegir libros para leer durante el viaje.
El día señalado, se levantaban a las 4 de la mañana pero nunca salían antes de las 5-entre los rezongos de Gordon, claro está. Los niños casi siempre reñían entre sí antes de llegar a los límites de la ciudad y en tales circunstancias él detenía el automóvil y les anunciaba con impaciencia: "Si no pueden quedarse quietos, regresaremos ya mismo a casa". Una vez que la vacación estaba en plena marcha, todos pasaban un tiempo maravilloso.
Las vacaciones les llevaban por todo el panorámico oesteal cañón Bryce, donde Gordon, Kathy y Dick descendían hasta el fondo del impresionante desfiladero y luego escalaban hasta la cumbre; a Moab y el Valle de los Monumentos, donde un día Dick se mareó al ver que el automóvil tenía que andar por el borde de un precipicio y dijo: "Cuando nuestro Padre Celestial creó el mundo se olvidó de completar esta parte"; y al Parque Nacional Yellowstone, donde se tapaban la nariz al caminar en puntillas alrededor de los pozos de lava. Para cuando los hijos llegaron a ser adultos, ya habían visitado, según Marjorie, "cada pulgada cuadrada" de Utah y preferían éste, su estado natal, por las maravillosas formaciones de arenisca roja y las cumbres de las Montañas Wasatch. También viajaban a muchos otros lugares fuera de Utah.
Marjorie acostumbraba a leerles a los miembros de la familia durante los viajes y juntos exploraban el mundo literario, y se ensimismaban con historias a las que ella daba vida con su manera de relatarlas. Cuando terminó de leerles el cuento Where the Red Fern Grows, todos en el auto sollozaban. El tierno capítulo final coincidió con su llegada a destino—el hogar de una tía en el estado de Nevada. Gordon dio varias vueltas alrededor de la manzana hasta que todos lograron tranquilizarse antes de llamar a la puerta.
Gordon consideraba que las vacaciones eran magníficas oportunidades educacionales, así que se detenía en cada mojón histórico a la vera de los caminos y les relataba el evento que conmemoraban. Parecía conocer las fechas y los detalles de casi todos los lugares de interés histórico. Cuando era posible, hacía un alto en el Fuerte Cove o en Fillmore, donde les narraba las historias sobre Ira Hinckley y otros de sus antepasados.
Con respecto a la disciplina, ni Gordon ni Marjorie eran propensos a imponer en sus hijos normas muy rígidas. Gordon siempre decía que ya había predicado lo suficiente en otros lugares y que no tenía deseo alguno de llegar a su casa y continuar haciéndolo.
Manejaban la disciplina más o menos de igual manera. Ambos pensaban que toda medida correctiva sólo provocaba resentimiento. "Mamá y papá nos enseñaron que hay una diferencia entre los principios y los reglamentos", explicó Ginny. "No existen suficientes reglamentos que puedan decirnos lo que tenemos que hacer en cada circunstancia. Pero nos impartían algunos principios. Teníamos libertad para tomar decisiones porque conocíamos los principios fundamentales en los que debíamos basarnos".
Los Hinckley enseñaban a sus hijos esos principios--ser responsables, trabajar con afán, cumplir con su palabra, obtener una buena educación, ser disciplinados, completar lo que comenzaran, guardar los mandamientos, etcétera-mediante el ejemplo, que es el mejor libro de texto. Dick recordó un período crucial en su propia vida, diciendo: "Cuando en mi adolescencia tuve ciertas interrogantes y dudas, mi padre era como un ancla para mí.
No recuerdo haber analizado con él muchas de mis preocupaciones, pero en mi corazón yo sentía que él sabía que el Evangelio es verdadero, y eso era realmente significativo para mí. Yo sabía que él era un verdadero creyente-no porque manifestara abierta y repetidamente sus sentimientos, pero yo simplemente sentía en mi interior que él lo sabía. Para él, Dios era una persona real. Las experiencias de José Smith eran, para mi padre, algo real. Nunca se me ocurrió siquiera pensar que él dudara de su autenticidad. Nuestros padres nos enseñaban más por el ejemplo que por la predicación. Observábamos que se guiaban por principios y entonces hacíamos lo mismo".
Cuando surgían los inevitables problemas relacionados con la crianza de los hijos-tales como las multas de tráfico, pequeños accidentes, las llegadas tarde a casa-Gordon tenía su propia manera de responder: tomaba las tijeras, salía afuera y se ponía a podar árboles. Ese ejercicio era, para él, una buena terapia.
A través de todo esto, los hijos de la familia Hinckley llegaron a entender que debían ajustarse a ciertas normas. Una vez establecido un código de conducta, Gordon y Marjorie no necesitaban estar vigilándolos constantemente. Querían que sus hijos y sus hijas se fortalecieran a sí mismos a fin de que aprendieran a tomar sus propias decisiones y entonces seguir adelante.
La oración familiar era uno de los fundamentos en los que Gordon y Marjorie dependían para proteger a sus hijos de los males del mundo. Años después, Dick conservaba un vívido recuerdo del efecto que las oraciones de su padre surtían en él: "No recuerdo que haya habido un solo día sin que tuviéramos la oración familiar. Cuando era su turno ofrecerla, mi padre oraba con profunda sinceridad, pero nunca con tono dramático o apasionado.
Llegamos a saber cuán profunda era su fe con sólo escucharle orar. Se dirigía a Dios con gran reverencia, como que si se tratara de un sabio y venerado maestro o consejero, y se refería con intenso sentimiento al Salvador.
Cuando era niño, yo sabía que, para él, se trataba de personajes reales-que él los amaba y reverenciaba, y que apreciaba profundamente el sufrimiento del Salvador"." Gordon oraba con regularidad por sus hijos, por sus maestros y por todos aquellos que se hallaban "afligidos y oprimidos" y "abandonados y temerosos". Entre otras cosas, sus oraciones enseñaban a la familia a dónde podrían acudir siempre en caso de necesidad. Una de las frases que empleaba con frecuencia quizás no tuvo un efecto cabal cuando sus hijos eran niños, pero prevaleció en ellos tiempo después: "Oramos para poder vivir sin tener que lamentarnos".
Había otras características en la familia Hinckley que incrementaban un sentimiento de seguridad en sus hijos. Ni Gordon ni Marjorie fomentaban la actitud de hacer algo simplemente para figurar. "Siempre nos sorprendía que otras personas insinuaran que necesitábamos ser perfectos", dijo Ginny. "Mamá y papá nunca nos hicieron sentir que teníamos que hacer algo sólo para hacerles sentir bien".
No obstante, Gordon y Marjorie les decían que esperaban que sus hijos procedieran con integridad y que cooperaran cada vez que se les pidiera. "Nuestros padres tenían una cierta manera de hacernos sentir que éramos los mejores niños que ellos conocían", dijo Clark. "Nunca nos hicieron creer que éramos mejores que los demás, pero pensábamos que para ellos probablemente éramos un poquito más inteligentes y más trabajadores que otros niños".
Frecuentemente, Gordon les decía que no estaba interesado en tener ningún genio en la familia, que las cárceles estaban llenas de genios que se habían creído demasiado vivos. "Pero mamá y papá nos hacían sentir que si bien no éramos los niños mejor dotados, ellos esta ban inmensamente satisfechos con nosotros", agregó Ginny.
De todas maneras, Gordon y Marjorie se las arreglaban para saber siempre lo que sucedía en la vida de sus hijos, aun mientras permanecían lo suficientemente a la distancia para que aprendieran a tomar sus propias decisiones. Cuando cursaba su último año en la escuela secundaria, Kathy sabía que se espera baque comprara su propio distintivo al graduarse del seminario.
El distintivo costaba cuatro dólares y cincuenta centavos, lo que parecía ser una extravagancia siendo que nunca volvería a usarlo, así que ella y varias de sus amigas decidieron no comprarlo. Sin embargo, al acercarse la fecha de su graduación, todos, a excepción de Kathy, accedieron a la exhortación de la directora del seminario de que compraran el distintivo. Kathy fue la única en oponerse. La situación fue aun más violenta cuando invitaron a Gordon para que hablara en el banquete de graduación y la directora temía avergonzarse cuando todos, excepto Kathy, recibieran el distintivo.
Para entonces, todo era ya cuestión de principios y Kathy rehusó cambiar de idea. Una noche, sonó el teléfono. A juzgar por las palabras de su padre durante la llamada, Kathy pudo percibir que la directora le estaba refiriendo el caso del distintivo. "Oh, bueno, si así lo ha decido ella, así debe ser", dijo Gordon, al terminar la conversación. "Ésa era la directora, que llamó acerca del distintivo del seminario", le informó a Kathy.
Ésta respondió: "Yo no quiero gastar $4,50 en ese distintivo, pero veo que va a ser difícil que asista al banquete si he de ser la única que no recibirá uno". Su padre dijo entonces: "Y bueno, ya oíste todo lo que yo puedo decir".
Kathy no compró el distintivo ni asistió al banquete. "Ni mamá ni papá me dijeron jamás otra palabra al respecto", comentó. "Estoy segura de que se tienen que haber preguntado por qué simplemente no me amoldé a la situación, pero ésa era mi decisión y ellos la respetaron. Ese incidente fue una de las cosas que me enseñaron lo que era importante para ellos-era yo, no el distintivo del seminario".
En otra ocasión, el maestro de la Escuela Dominical de Kathy insistió en que toda la clase diera su testimonio el domingo siguiente durante la reunión de testimonios. A Kathy le molestó que la obligaran a hacer algo tan personal para ella, así que informó a la familia que no tenía intención de participar. Nuevamente, sus padres decidieron no contribuir a que la situación se convirtiera en un problema. "Mamá y papá procedían en base al principio de que éramos bastante inteligentes para tomar nuestras propias decisiones", explicó Kathy. "No nos ponían obstáculos y por lo tanto no había nada que necesitáramos esquivar. Me dejaban probar mis propias alas y resolver las cosas por mí misma, confiando en que, a la larga, yo adoptaría la decisión que ellos esperaban en primer lugar".
Cada uno de los hermanos y hermanas de Kathy tuvieron experiencias similares. La asistencia de Ginny a la Mutual era menos que perfecta durante su último año en la escuela secundaria. No había muchas jóvenes de su edad en el barrio y teniendo tantas tareas escolares a veces se quedaba a estudiar en su casa.
En cierta ocasión, la presidencia de las Mujeres jóvenes fue a ver a Gordon y a Marjorie para explicarles que, a raíz de que la asistencia de Virginia era tan irregular, corría el riesgo de no recibir el Premio Individual del sexto y último año-un reconocimiento anual basado principalmente en la asistencia. Padeciendo la hipersensibilidad propia de la adolescencia, Ginny estaba segura de que aquellas líderes no estaban tan interesadas en el bienestar personal de ella como en lo inusitado que sería que la hija de Gordon Hinckley no recibiera el premio. Después de que las líderes se fueron, ni su padre ni su madre le dijeron absolutamente nada con respecto a la conversación que habían tenido.
Cuando era alumna de la escuela secundaria, Jane le mencionó por casualidad a su madre que una amiga suya no iría a estudiar con ella porque estaba en confinamiento. "¿En confinamiento? ¿Qué disparate es ése?", le preguntó Marjorie. Jane le explicó que su amiga se había comportado mal y que por un tiempo determinado podía salir de su casa solamente para asistir a la escuela. Considerándola como una manera arbitraria de castigo, Marjorie no podía creerlo y exclamó: "¡Ésa es la cosa más ridícula que jamás he escuchado!".
Marjorie pensaba que había ciertas cosas que no merecen intervención, angustia o, peor aún, castigo alguno; y por supuesto no eran dignas de que suscitaran un conflicto entre padres e hijos. "Aprendí que tenía que confiar en mis hijos", dijo tiempo después, "así que nunca trataba de decir que no cuando era posible decir que sí. Mientras criábamos a nuestra familia, todo era cuestión de completar el día y en lo posible divertirnos a la vez un poquito.
Sabiendo que de todas maneras no podría decidir nada por mis hijos, yo trataba de no preocuparme por nimiedades. Creo que heredé eso de mis padres, porque ellos tenían absoluta confianza en mí y en mis hermanos. A pesar de algunas dificultades, Gordon y yo tratábamos de tener esa misma confianza en nuestros hijos".
Un domingo por la mañana, al prepararse la familia para asistir a la iglesia, Ginny se quejó preguntando a su madre: "¿Tengo que ir a la iglesia hoy?", a lo que Marjorie, sin vacilar, respondió con calma: "No, no tienes que ir si no quieres hacerlo". Después de una breve pausa y como si se tratara simplemente de algo lógico, agregó: "Pero si has de quedarte en casa, ¿por qué no preparas la cena? Sería maravilloso regresar a casa después de la iglesia y que alguien estuviera esperándonos con la cena lista". Ginny estuvo de acuerdo y Marjorie se fue pensando que quizás tendría que haber encarado las cosas de otra manera. "Virginia jamás se quedó otra vez en casa", dijo Marjorie. "Descubrió que era mejor ir con la familia que quedarse sola en la casa. En aquella ocasión, hice bien en no provocar un altercado con el asunto".
Hubo circunstancias en que la enseñanza entre padres e hijos fue más directa. Un día, Kathy le preguntó a su padre cómo era que había diferentes opiniones entre las Autoridades Generales y que sin embargo los miembros de la Iglesia tenían que seguir al profeta. La respuesta de Gordon fue concluyente: "Préstale atención al Presidente de la Iglesia y nunca cometerás errores".
En otra oportunidad, Kathy y su padre se hallaban caminando por el centro de la ciudad y se detuvieron a conversar con un conocido de él. Kathy se quedó mirando al hombre, algo perturbada por su aspecto. Al seguir caminando por la calle, le preguntó a su padre qué pasaba con ese hombre. "Su apariencia me dice que es un hombre que no honra su sacerdocio", respondió Gordon. Ésa fue una lección que Kathy no habría de olvidar nunca. "El comentario de papá produjo en mí un gran impacto", dijo. "Llegué a la conclusión de que algo que hace del mundo un lugar seguro es el hombre que honra su sacerdocio".
Gracias a tales experiencias, Kathy y sus hermanos y hermanas aprendieron, a confiar implícitamente en sus padres. "Aun cuando era jovencita pude reconocer que mi padre poseía lo que yo consideraba buen juicio y sabiduría", comentó una vez. "Él parecía saber y entender las cosas por encima de lo que es obvio. No nos obligaba, no se ponía a filosofar, sino que nos hacía preguntas que inevitablemente daban lugar a una adecuada declaración. Parecía tener la innata capacidad para comprender toda situación. Yo tenía el presentimiento de que él siempre sabía exactamente lo que era apropiado y lo que no lo era".
Las reacciones de Gordon y Marjorie en cuanto a los distintivos del seminario, los premios y otras cuestiones semejantes, se veían siempre templadas por su proverbial naturaleza sencilla. "Era de gran ayuda", dijo Jane una vez, "que tanto mamá como papá pudieran reírse de sí mismos y tomar las cosas con humorismo. De alguna manera, siempre evitaban reaccionar exageradamente ante todas nuestras rencillas cotidianas".
Marjorie admitió: "Tratábamos de no tomar las cosas muy en serio, porque sabíamos que eso suele causar problemas".20Realmente, tanto Gordon como Marjorie reconocían sus propias flaquezas y las tomaban abiertamente en broma.
El buen humor era algo típico en esa familia en que todos tenían la habilidad para reírse de sí mismos como si fuera algo esencial para su supervivencia. A Gordon le encantaba escuchar o contar buenos chistes y solía reírse tan apasionadamente al aproximarse a la culminación del relato que hasta parecía no poder, seguir hablando o que se le cortaba la respiración. Ver la manera en que reaccionaba era á veces más cómico que el cuento en sí. Las reuniones familiares llegaron a ser verdaderas celebraciones, al punto de transformarse en un jolgorio.
Los hijos de la familia Hinckley con frecuencia oían a su madre decir: "La única manera de vivir bien la vida es acostumbrándonos a reír", y Marjorie lo aplicaba con su esposo y toda la familia, sin ofenderse jamás ante hechos o palabras sin mala intención y encarándolo todo con una actitud de buen humor. Aunque según sus hijos vivía preocupándose, siempre trataba de reír aun cuando sentía el deseo de llorar. Un día, al sacar del horno cierta comida que ella consideraba deliciosa, Dick le preguntó inocentemente: "Mamá, ¿por qué horneaste: la basura?"
Como padres, Gordon y Marjorie se basaban en su propio instinto y aunque los resultados no siempre evidenciaban un padre y una madre perfectos, criaron una familia sólida y cariñosa. Él nunca había leído un manual sobre paternidad, pero Gordon habló tiempo después a millones de personas sobre ese tema. Sus consejos siempre se han basado en lo fundamental, como lo indicó en un discurso al identificar cuatro principios sencillos que los padres podrían considerar al criar a sus hijos: amarlos, enseñarles, respetarlos y orar con ellos y por ellos.
No era fácil saber quién de todos esperaba con mayor entusiasmo la llegada del verano-si Gordon, quien sentía claustrofobia en los meses de invierno que lo confinaban a vivir entre paredes, o Marjorie, a quien le encantaba escuchar el sonido de las puertas cuando los niños la azotaban al entrar corriendo desde el patio, o los hijos, que tanto disfrutaban de su libertad para corretear por el amplio terreno que circundaba la finca de la familia.
Marjorie se deleitaba en quedarse sola con sus cinco vástagos y se empeñaba en mantener cada verano sin restricciones a fin de que los niños tuvieran tiempo para echarse al suelo a disfrutar del ambiente y escuchar, si así lo querían, el trinar de los pájaros. Cada vez que llegaba el otoño, sollozaba al tener que mandar a sus hijos de vuelta a la escuela; aun en horas de clase, aguardaba ansiosa el momento en que los niños entrarían bulliciosos a la casa y empezarían a revolverlo todo en busca de algo para comer. Un día, cuando Dick tuvo que quedarse en la escuela después de hora por razones de disciplina, Marjorie fue hasta la clase y dijo a la sorprendida maestra: "Usted puede hacer lo que quiera con este niño, pero después de las 3 de la tarde él es mío".
Aunque a Gordon le encantaba East Millcreek, donde había disfrutado tanto sus despreocupados días de la infancia y ahora criaba a su propia familia, y pesar de que protegía tanto la propiedad que tan devotamente cuidaba y el hogar que había construido con sus propias manos, su decisión de mudar a la familia más cerca de la ciudad era tan fácil de vaticinar como el cambio mismo de las estaciones del año. Se exasperaba constantemente en cuanto a la distancia que tenía que viajar, como si los diecisiete kilómetros que recorría a diario fueran un fastidio insoportable.
Pero cada vez que llegaba la primavera, al sentir el olor de las flores de cerezos y empezar a escarbar la tierra, y siendo que a Marjorie le encantaban las abundantes lilas de doble pétalo que florecían en su jardín, comentaban: "¿Cómo podríamos dejar atrás todo esto?"
Para los hijos, "todo esto" era realmente un cielo. Con los huertos, la pastura y el enorme patio que rodeaba una hondonada llena de senderos y escondites, creían estar viviendo en el mejor lugar de la tierra. La hondonada en la que Gordon había jugado cuando muchacho era igualmente atractiva para sus varones, quienes construían fortificaciones en la maleza y dormían por las noches en los huertos para "proteger" sus frutos contra posibles invasores. Las niñas iban de una casa a la otra en sus bicicletas o "merendaban" en el columpio del Papá Hinckley. En la mayoría de las tardes, todos jugaban hasta ya entrado el anochecer y nunca les faltaba algo que hacer en la casa para mantenerse entretenidos y ocupados.
Desde el principio, Gordon había diseñado su casa de modo que pudiera ampliarse a medida que fueran cambiando las necesidades de la familia. Aún continuaba haciendo reparaciones y modificaciones por sí mismo; por tanto, con frecuencia se encontraba envuelto en un proyecto u otro. En cualquier momento libre que le quedaba entre su trabajo y sus obligaciones en la Iglesia, ponía de inmediato manos a la obra, ya sea levantando una pared, derribando otra o agregando un cuarto de baño, etcétera. Durante años, la mesa del comedor solía estar cubierta de planos arrollados.
El caos de las construcciones molestaba a veces a Marjorie, porque era prácticamente imposible renovar una parte de la casa sin crear confusión en otra. Pero las reparaciones de Gordon iban mejorando siempre su hogar, y siendo que las tareas tenían un efecto terapéutico en él-cuando se intensificaban las presiones en la oficina, él llegaba a casa, se ponía unos pantalones de trabajo y una desvencijada camisa blanca, se ajustaba un cinturón de carpintero y empezaba a martillar clavos-Marjorie era muy complaciente con sus proyectos.
Al ir creciendo, los muchachos tenían que trabajar a la par de su padre y si no estaban levantados entre las siete y las ocho de la mañana, Gordon iba a despertarlos: "¿Qué están haciendo en la cama todavía? Ya ha pasado la mitad del día", les decía. Sin embargo, a los muchachos les gustaba pasar los sábados con su padre. Juntos hacían reparaciones y modificaciones, plantaban y planeaban. Gordon terminaba de hacer todo lo posible ese día, sabiendo que solo de vez en cuando podría aprovechar unas pocas horas durante la semana.
Aún entonces no era posible contratar a un artesano o constructor. Él sabía cómo quería que fueran hechas las cosas y aunque era ahorrativo y habilidoso, su empeño más apremiante era el buen resultado. No creía que era necesario contratar a alguien para que hiciera lo que también él mismo podía hacer-y aun mejor todavía.
"No importaba si papá ya había hecho algo similar o no", explicaba Ginny después. "Si decidía que era necesario hacer alguna cosa, la hacía. No creo que jamás se le haya ocurrido no ser capaz de hacer algo determinado y tampoco recuerdo que haya empezado nada sin completarlo".
Lo que lo limitaba no era su aptitud, sino disponer de tiempo; Gordon era habilidoso y podía construir o componer casi cualquier cosa. Ya fuera que se tratara de una caja de engranajes de la antigua máquina de lavar, el motor de la cortadora de césped o el automóvil, podía resolver el problema y por lo general sin tener que comprar repuestos.
Cuando era necesario reparar algo, iba de inmediato al sótano o al galponcito detrás de la casa y ponía manos a la obra hasta que lo conseguía o encontraba la manera de reemplazar la parte defectuosa con algo similar. Kathy quedó muy sorprendida cuando en casa de una de sus amiguitas alguien mencionó que tenía que ir a buscar un tostador que había llevado para que se lo repararan. "No podía creerlo", dijo Kathy. "No sabía que fuera posible llevar un artefacto a alguna tienda para que alguien lo reparara. Pensaba que eso, el componer las cosas, era tarea de los padres".
La casa era probablemente el monumento más evidente a las habilidades mecánicas, la visión, el ingenio y las cualidades naturales de Gordon. Cuando la construyó, dejó libre de travesaños ciertas secciones de las paredes, pensando en las futuras modificaciones cuando tuviera que abrir pasillos o colocar puertas a medida que fuera necesario ampliarla.
Por varios años, en la sala de estar se hallaba un tocadiscos escondido que apareció cuando hubo necesidad de abrir una pared para colocar una puerta. Siendo un habilidoso plomero, Gordon tenía una caldera para derretir el plomo que usaba para ensamblar las cañerías. Con el tiempo, transformó el patio en una sala familiar y el dormitorio principal en una cocina, dividió el garaje en dos dormitorios, agregó una amplia entrada en el comedor y convirtió un cobertizo en cuarto de baño-entre muchas otras cosas.
Solamente el cuarto de baño original se salvó de los martillazos de Gordon. A pesar de que la familia siempre se quejaba del repetido trastorno causado por sus construcciones, a él lo guiaba un solo motivo en su constante actividad renovadora: 'Pensaba en el aumento de mi familia y sabía que nuestro hogar podía ser cada vez más adecuado y cómodo. Lo hacía todo con la esperanza de mejorar las cosas".
Tal como la casa, también el jardín era el producto e inventiva de su creador quien, de acuerdo con el plan maestro de su cerebro, vislumbraba lo que llegaría a ser todo el terreno cuando concluyera su labor. Clark comentó que, desde el principio, su padre "tenía una visión y un plan para el futuro. No sólo pensaba en reparar las cosas, sino en ir mejorándolas para el futuro".`
Por ejemplo, el diseño original de los jardines incluía una hilera de pequeños olmos chinos en la parte sur del terreno, intercalados con otros árboles de madera dura algo más atractivos y de crecimiento lento. La idea era simple: una vez que los árboles de madera dura hubieran crecido lo suficiente, sacaría los olmos y entonces quedaría una hilera de hermosos árboles de sombra.
Desafortunadamente, el proyecto tenía una falla: los vigorosos olmos crecieron tan rápidamente que terminaron por dominar todo el patio, produciendo millones de vainas de semillas que había que barrer constantemente de la entrada al garaje. Peor aún, una enorme cantidad de semillas fueron germinando abundantemente, llenando de pequeños arbolitos cada rincón del terreno. Durante todo un verano, habiéndosele asignado la tarea de arrancar todos los olmos que no fueran parte del diseño original, Clark recogió por lo menos doscientos arbolitos.
Al ir creciendo los hijos y mudándose a sus propios hogares, el mantenimiento del enorme jardín fue tornándose cada vez más difícil. Con el tiempo, llegó a ser evidente que, tal como la casa misma, la absoluta inmensidad del plan maestro contrarrestaba el empeño en llevarlo a cabo.
La familia creció acostumbrada a los constantes esfuerzos para tal fin que, aunque nunca se realizaron por completo, constituían un vigorizante objetivo. Si bien en base a las normas de la época era una residencia modesta, aquella maravilla progresista que al principio contaba con dos dormitorios y un baño tenía ahora cuatro dormitorios y dos cuartos de baño.
Desde que sus hijos eran pequeños, las reuniones requerían que Gordon volviera tarde a su casa muchas noches de la semana y virtualmente todos los domingos. Solamente Kathy podía recordar-y apenas vagamente-una temporada en que su padre no era el "presidente Hinckley". Había ocasiones en que sus hijos deseaban que él tuviera más tiempo disponible para ellos. "Solíamos, sí, estar juntos", dijo Dick, "pero nunca para ir a cazar o a pescar, sino martillando clavos y serruchando. De vez en cuando sentía lástima de mí mismo, pero con el paso de los años reconocí que, en realidad, pasamos mucho tiempo juntos".
Los domingos, Gordon estaba siempre ocupado con los asuntos de la estaca, tanto en la mañana como en la noche, pero dedicaba las tardes a su familia. Habitualmente, al llegar a la casa después de las reuniones, juntaba a todos los miembros de la familia y a muchos amigos para conversar con ellos.
En esas horas de la tarde, parecía como si el tiempo se detuviera, lo cual era para deleite de todos. Así era porque Gordon tenía que comprimir una enorme cantidad de trabajo durante los otros seis días de la semana. La eficacia y la puntualidad eran "marca registrada" de Gordon-de ahí que fuera tan impaciente con todo lo que trastornara su tiempo, como ser las multitudes y tener que formar fila.
El día en que se conmemora a los soldados muertos en la guerra, la familia acostumbraba a llevar flores al cementerio antes de las 7 de la mañana a fin de "adelantarse al gentío". (Ya siendo adultos, los hijos se sorprendieron al descubrir que bien podrían haberlo hecho aun al mediodía sin tener problemas de tránsito.) Para Gordon, media docena de automóviles a la vez en cualquier lugar constituía una aglomeración.
Todos los veranos, la familia iba por lo menos una vez a un cine al aire libre, pero prácticamente nunca se quedaban hasta que terminara la película. Antes del final, Gordon encaminaba el automóvil hacia la salida para no arriesgarse a formar cola en el tráfico.
Si una recepción de bodas comenzaba a las 6 de la tarde, él y Marjorie arribaban a las 5 y 30 para evitar la muchedumbre. Si programaba una reunión para que comenzara a una hora determinada, los que asistían a la misma sabían que tenían que estar sentados diez minutos antes porque era más probable que la comenzara antes de hora. En días de semana iba a trabajar bien temprano y por lo general estaba sentado a su escritorio antes de las 7, pero salía de su oficina en camino a su casa a eso de las 5 de la tarde para así evitar la conglomeración del tránsito automotor.
Muchas veces, al llegar, se ponía ropa de trabajo y dedicaba una hora a su último proyecto antes de cambiarse de camisa y ponerse una corbata para ir al centro de estaca. "Papá nunca tuvo problema para hacer en veinticuatro horas más que nadie que yo conozca", dijo Kathy. "Nunca tuvo paciencia en cuanto a la falta de disciplina y menos todavía con los que malgastan el tiempo, particularmente el suyo".
Desde el punto de vista de Gordon, siempre hubo una buena razón para que se preocupara en cuanto al tiempo. Según su propia experiencia, todo aquel que es disciplinado tiene una visión de lo que quiere realizar y si se esfuerza generalmente triunfa. "No hay nada que no podamos hacer cuando queremos hacerlo y estamos dispuestos a trabajar con afán", decía con frecuencia a sus hijos. "Ustedes son tan inteligentes y capaces como cualquier otra persona, y si quieren hacer algo, háganlo". Aunque nunca consideró en realidad que sus hijos e hijas eran extraordinariamente geniales o talentosos, siempre deseaba que pudieran, cada uno, apreciar sus posibilidades.
También le decía a Marjorie que esperaba que sus hijos se casaran en el templo, obtuvieran una buena educación, contemplaran el mundo y conocieran a su gente. También quería que vieran la vida más allá de lo que experimentaban en East Millcreek y captaran un sentido de las aventuras y el potencial que les esperaba en el futuro. Los libros y la educación eran medios para tal fin. A Gordon le encantaban las palabras y la hora de la cena frecuentemente le ofrecía una oportunidad para enseñar a sus hijos una lección de gramática al corregirles la manera en que empleaban el idioma, construían las frases y pronunciaban las palabras. Esperaba que sus hijos tomaran con toda seriedad su educación escolar e hicieran al respecto lo mejor que pudieran.
Al mismo tiempo que administraba el hogar, Marjorie cumpla con otras asignaciones complicadas. Servía ya sea como presidenta de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres jóvenes o de la Primaria del barrio o como directora de la campaña contra el cáncer en la comunidad y aceptaba muchos otros programas que se beneficiaban mucho a raíz de su entusiasmo y habilidad para alentar a otros para que participaran. Durante años enseñó las lecciones de Refinamiento Cultural en la Sociedad de Socorro y se granjeó la reputación de ser una instructora sobresaliente. La familia se acostumbró a ver libros diseminados por toda la casa cuando ella se preparaba para la próxima lección.
Marjorie era un singular ejemplo de apoyo e independencia, una mujer cuya cálida y genuina disposición amigable atraía a mucha gente. Ella no era presumida, no pretendía poder o posición alguna ni trataba de figurar. Y tenía la capacidad para hacer que las personas con quienes se relacionaba se sintieran bien recibidas y cómodas consigo mismas.
La atareada agenda de Gordon requería que su esposa fuera tolerante y flexible. Pero aunque naturalmente optimista y serena, Marjorie era asimismo decididamente independiente e inclinada a hablar con toda franqueza y trazar límites donde lo consideraba justo. Sí estaba convencida en cuanto a alguna cosa, no vacilaba en decírselo a Gordon, y él respondía en la debida forma. Así como no se imponía a sus hijos, tampoco trataba de dominar a su esposa. Gordon no tenía interés en controlarla porque sabía que ella era completamente capaz de administrar el hogar y de criar a sus cinco activos hijos.
Años más tarde, Clark observó: "El carácter independiente de mi madre es algo muy interesante. Siempre apoyó a papá, pero ella es también la única persona que puede refrenarlo. Si ella le decía, 'Esta semana no harás reparaciones en la cocina, y eso es todo', papá ni siquiera tocaba la cocina. A él siempre le ha encantado en ella ese rasgo de personalidad".
Tiempo después, Gordon comentó ante un auditorio de toda la Iglesia: "Desafortunadamente, algunas mujeres quieren remodelar a sus esposos en base a sus propios designios. Algunos esposos consideran como una de sus prerrogativas el obligar a sus esposas a satisfacer las normas de lo que les parece ideal. Eso nunca resulta"' Lo que ha resultado en el caso de los Hinckley es el respeto y la colaboración entre uno y otro.
Eso no quiere decir que no hayan tenido algunas discordias en el hogar. Los Hinckley han experimentado las lógicas irritaciones y molestias típicas de la vida familiar. Pero, en general, todo ha sido parte de una rutina natural. Los familiares y los amigos sabían que no debían llamarles muy tarde porque las luces se apagaban siempre a las 10 de la noche. A través de su vida, Gordon ha declarado: "Si se acuestan a las 10 de la noche y se levantan a las 6 de la mañana, todo les saldrá bien". Y también hay otras fórmulas que él no sólo predicaba sino que también llevaba a la práctica. Una de las reglas básicas que les destacaba repetidamente a sus hijos era ésta: "Pónganse de rodillas y pidan ayuda; entonces, levántense, pónganse a trabajar y podrán encontrar la manera de superar cualquier situación".
Un tema que los hijos incluían en sus oraciones cada verano era que no sucediera nada que pudiera postergar o, pero aún, cancelar las vacaciones anuales de la familia que Gordon siempre les prometía para cuando terminara de atender sus deberes en la oficina. Marjorie y sus hijos nunca estaban totalmente seguros del día en que ello sucedería, así que cuando él anunciaba que iba a ser al día siguiente, se producía un revuelo al ponerse todos a preparar las cosas, llenar las bolsas de agua que colgarían del paragolpes del auto y elegir libros para leer durante el viaje.
El día señalado, se levantaban a las 4 de la mañana pero nunca salían antes de las 5-entre los rezongos de Gordon, claro está. Los niños casi siempre reñían entre sí antes de llegar a los límites de la ciudad y en tales circunstancias él detenía el automóvil y les anunciaba con impaciencia: "Si no pueden quedarse quietos, regresaremos ya mismo a casa". Una vez que la vacación estaba en plena marcha, todos pasaban un tiempo maravilloso.
Las vacaciones les llevaban por todo el panorámico oesteal cañón Bryce, donde Gordon, Kathy y Dick descendían hasta el fondo del impresionante desfiladero y luego escalaban hasta la cumbre; a Moab y el Valle de los Monumentos, donde un día Dick se mareó al ver que el automóvil tenía que andar por el borde de un precipicio y dijo: "Cuando nuestro Padre Celestial creó el mundo se olvidó de completar esta parte"; y al Parque Nacional Yellowstone, donde se tapaban la nariz al caminar en puntillas alrededor de los pozos de lava. Para cuando los hijos llegaron a ser adultos, ya habían visitado, según Marjorie, "cada pulgada cuadrada" de Utah y preferían éste, su estado natal, por las maravillosas formaciones de arenisca roja y las cumbres de las Montañas Wasatch. También viajaban a muchos otros lugares fuera de Utah.
Marjorie acostumbraba a leerles a los miembros de la familia durante los viajes y juntos exploraban el mundo literario, y se ensimismaban con historias a las que ella daba vida con su manera de relatarlas. Cuando terminó de leerles el cuento Where the Red Fern Grows, todos en el auto sollozaban. El tierno capítulo final coincidió con su llegada a destino—el hogar de una tía en el estado de Nevada. Gordon dio varias vueltas alrededor de la manzana hasta que todos lograron tranquilizarse antes de llamar a la puerta.
Gordon consideraba que las vacaciones eran magníficas oportunidades educacionales, así que se detenía en cada mojón histórico a la vera de los caminos y les relataba el evento que conmemoraban. Parecía conocer las fechas y los detalles de casi todos los lugares de interés histórico. Cuando era posible, hacía un alto en el Fuerte Cove o en Fillmore, donde les narraba las historias sobre Ira Hinckley y otros de sus antepasados.
Con respecto a la disciplina, ni Gordon ni Marjorie eran propensos a imponer en sus hijos normas muy rígidas. Gordon siempre decía que ya había predicado lo suficiente en otros lugares y que no tenía deseo alguno de llegar a su casa y continuar haciéndolo.
Manejaban la disciplina más o menos de igual manera. Ambos pensaban que toda medida correctiva sólo provocaba resentimiento. "Mamá y papá nos enseñaron que hay una diferencia entre los principios y los reglamentos", explicó Ginny. "No existen suficientes reglamentos que puedan decirnos lo que tenemos que hacer en cada circunstancia. Pero nos impartían algunos principios. Teníamos libertad para tomar decisiones porque conocíamos los principios fundamentales en los que debíamos basarnos".
Los Hinckley enseñaban a sus hijos esos principios--ser responsables, trabajar con afán, cumplir con su palabra, obtener una buena educación, ser disciplinados, completar lo que comenzaran, guardar los mandamientos, etcétera-mediante el ejemplo, que es el mejor libro de texto. Dick recordó un período crucial en su propia vida, diciendo: "Cuando en mi adolescencia tuve ciertas interrogantes y dudas, mi padre era como un ancla para mí.
No recuerdo haber analizado con él muchas de mis preocupaciones, pero en mi corazón yo sentía que él sabía que el Evangelio es verdadero, y eso era realmente significativo para mí. Yo sabía que él era un verdadero creyente-no porque manifestara abierta y repetidamente sus sentimientos, pero yo simplemente sentía en mi interior que él lo sabía. Para él, Dios era una persona real. Las experiencias de José Smith eran, para mi padre, algo real. Nunca se me ocurrió siquiera pensar que él dudara de su autenticidad. Nuestros padres nos enseñaban más por el ejemplo que por la predicación. Observábamos que se guiaban por principios y entonces hacíamos lo mismo".
Cuando surgían los inevitables problemas relacionados con la crianza de los hijos-tales como las multas de tráfico, pequeños accidentes, las llegadas tarde a casa-Gordon tenía su propia manera de responder: tomaba las tijeras, salía afuera y se ponía a podar árboles. Ese ejercicio era, para él, una buena terapia.
A través de todo esto, los hijos de la familia Hinckley llegaron a entender que debían ajustarse a ciertas normas. Una vez establecido un código de conducta, Gordon y Marjorie no necesitaban estar vigilándolos constantemente. Querían que sus hijos y sus hijas se fortalecieran a sí mismos a fin de que aprendieran a tomar sus propias decisiones y entonces seguir adelante.
La oración familiar era uno de los fundamentos en los que Gordon y Marjorie dependían para proteger a sus hijos de los males del mundo. Años después, Dick conservaba un vívido recuerdo del efecto que las oraciones de su padre surtían en él: "No recuerdo que haya habido un solo día sin que tuviéramos la oración familiar. Cuando era su turno ofrecerla, mi padre oraba con profunda sinceridad, pero nunca con tono dramático o apasionado.
Llegamos a saber cuán profunda era su fe con sólo escucharle orar. Se dirigía a Dios con gran reverencia, como que si se tratara de un sabio y venerado maestro o consejero, y se refería con intenso sentimiento al Salvador.
Cuando era niño, yo sabía que, para él, se trataba de personajes reales-que él los amaba y reverenciaba, y que apreciaba profundamente el sufrimiento del Salvador"." Gordon oraba con regularidad por sus hijos, por sus maestros y por todos aquellos que se hallaban "afligidos y oprimidos" y "abandonados y temerosos". Entre otras cosas, sus oraciones enseñaban a la familia a dónde podrían acudir siempre en caso de necesidad. Una de las frases que empleaba con frecuencia quizás no tuvo un efecto cabal cuando sus hijos eran niños, pero prevaleció en ellos tiempo después: "Oramos para poder vivir sin tener que lamentarnos".
Había otras características en la familia Hinckley que incrementaban un sentimiento de seguridad en sus hijos. Ni Gordon ni Marjorie fomentaban la actitud de hacer algo simplemente para figurar. "Siempre nos sorprendía que otras personas insinuaran que necesitábamos ser perfectos", dijo Ginny. "Mamá y papá nunca nos hicieron sentir que teníamos que hacer algo sólo para hacerles sentir bien".
No obstante, Gordon y Marjorie les decían que esperaban que sus hijos procedieran con integridad y que cooperaran cada vez que se les pidiera. "Nuestros padres tenían una cierta manera de hacernos sentir que éramos los mejores niños que ellos conocían", dijo Clark. "Nunca nos hicieron creer que éramos mejores que los demás, pero pensábamos que para ellos probablemente éramos un poquito más inteligentes y más trabajadores que otros niños".
Frecuentemente, Gordon les decía que no estaba interesado en tener ningún genio en la familia, que las cárceles estaban llenas de genios que se habían creído demasiado vivos. "Pero mamá y papá nos hacían sentir que si bien no éramos los niños mejor dotados, ellos esta ban inmensamente satisfechos con nosotros", agregó Ginny.
De todas maneras, Gordon y Marjorie se las arreglaban para saber siempre lo que sucedía en la vida de sus hijos, aun mientras permanecían lo suficientemente a la distancia para que aprendieran a tomar sus propias decisiones. Cuando cursaba su último año en la escuela secundaria, Kathy sabía que se espera baque comprara su propio distintivo al graduarse del seminario.
El distintivo costaba cuatro dólares y cincuenta centavos, lo que parecía ser una extravagancia siendo que nunca volvería a usarlo, así que ella y varias de sus amigas decidieron no comprarlo. Sin embargo, al acercarse la fecha de su graduación, todos, a excepción de Kathy, accedieron a la exhortación de la directora del seminario de que compraran el distintivo. Kathy fue la única en oponerse. La situación fue aun más violenta cuando invitaron a Gordon para que hablara en el banquete de graduación y la directora temía avergonzarse cuando todos, excepto Kathy, recibieran el distintivo.
Para entonces, todo era ya cuestión de principios y Kathy rehusó cambiar de idea. Una noche, sonó el teléfono. A juzgar por las palabras de su padre durante la llamada, Kathy pudo percibir que la directora le estaba refiriendo el caso del distintivo. "Oh, bueno, si así lo ha decido ella, así debe ser", dijo Gordon, al terminar la conversación. "Ésa era la directora, que llamó acerca del distintivo del seminario", le informó a Kathy.
Ésta respondió: "Yo no quiero gastar $4,50 en ese distintivo, pero veo que va a ser difícil que asista al banquete si he de ser la única que no recibirá uno". Su padre dijo entonces: "Y bueno, ya oíste todo lo que yo puedo decir".
Kathy no compró el distintivo ni asistió al banquete. "Ni mamá ni papá me dijeron jamás otra palabra al respecto", comentó. "Estoy segura de que se tienen que haber preguntado por qué simplemente no me amoldé a la situación, pero ésa era mi decisión y ellos la respetaron. Ese incidente fue una de las cosas que me enseñaron lo que era importante para ellos-era yo, no el distintivo del seminario".
En otra ocasión, el maestro de la Escuela Dominical de Kathy insistió en que toda la clase diera su testimonio el domingo siguiente durante la reunión de testimonios. A Kathy le molestó que la obligaran a hacer algo tan personal para ella, así que informó a la familia que no tenía intención de participar. Nuevamente, sus padres decidieron no contribuir a que la situación se convirtiera en un problema. "Mamá y papá procedían en base al principio de que éramos bastante inteligentes para tomar nuestras propias decisiones", explicó Kathy. "No nos ponían obstáculos y por lo tanto no había nada que necesitáramos esquivar. Me dejaban probar mis propias alas y resolver las cosas por mí misma, confiando en que, a la larga, yo adoptaría la decisión que ellos esperaban en primer lugar".
Cada uno de los hermanos y hermanas de Kathy tuvieron experiencias similares. La asistencia de Ginny a la Mutual era menos que perfecta durante su último año en la escuela secundaria. No había muchas jóvenes de su edad en el barrio y teniendo tantas tareas escolares a veces se quedaba a estudiar en su casa.
En cierta ocasión, la presidencia de las Mujeres jóvenes fue a ver a Gordon y a Marjorie para explicarles que, a raíz de que la asistencia de Virginia era tan irregular, corría el riesgo de no recibir el Premio Individual del sexto y último año-un reconocimiento anual basado principalmente en la asistencia. Padeciendo la hipersensibilidad propia de la adolescencia, Ginny estaba segura de que aquellas líderes no estaban tan interesadas en el bienestar personal de ella como en lo inusitado que sería que la hija de Gordon Hinckley no recibiera el premio. Después de que las líderes se fueron, ni su padre ni su madre le dijeron absolutamente nada con respecto a la conversación que habían tenido.
Cuando era alumna de la escuela secundaria, Jane le mencionó por casualidad a su madre que una amiga suya no iría a estudiar con ella porque estaba en confinamiento. "¿En confinamiento? ¿Qué disparate es ése?", le preguntó Marjorie. Jane le explicó que su amiga se había comportado mal y que por un tiempo determinado podía salir de su casa solamente para asistir a la escuela. Considerándola como una manera arbitraria de castigo, Marjorie no podía creerlo y exclamó: "¡Ésa es la cosa más ridícula que jamás he escuchado!".
Marjorie pensaba que había ciertas cosas que no merecen intervención, angustia o, peor aún, castigo alguno; y por supuesto no eran dignas de que suscitaran un conflicto entre padres e hijos. "Aprendí que tenía que confiar en mis hijos", dijo tiempo después, "así que nunca trataba de decir que no cuando era posible decir que sí. Mientras criábamos a nuestra familia, todo era cuestión de completar el día y en lo posible divertirnos a la vez un poquito.
Sabiendo que de todas maneras no podría decidir nada por mis hijos, yo trataba de no preocuparme por nimiedades. Creo que heredé eso de mis padres, porque ellos tenían absoluta confianza en mí y en mis hermanos. A pesar de algunas dificultades, Gordon y yo tratábamos de tener esa misma confianza en nuestros hijos".
Un domingo por la mañana, al prepararse la familia para asistir a la iglesia, Ginny se quejó preguntando a su madre: "¿Tengo que ir a la iglesia hoy?", a lo que Marjorie, sin vacilar, respondió con calma: "No, no tienes que ir si no quieres hacerlo". Después de una breve pausa y como si se tratara simplemente de algo lógico, agregó: "Pero si has de quedarte en casa, ¿por qué no preparas la cena? Sería maravilloso regresar a casa después de la iglesia y que alguien estuviera esperándonos con la cena lista". Ginny estuvo de acuerdo y Marjorie se fue pensando que quizás tendría que haber encarado las cosas de otra manera. "Virginia jamás se quedó otra vez en casa", dijo Marjorie. "Descubrió que era mejor ir con la familia que quedarse sola en la casa. En aquella ocasión, hice bien en no provocar un altercado con el asunto".
Hubo circunstancias en que la enseñanza entre padres e hijos fue más directa. Un día, Kathy le preguntó a su padre cómo era que había diferentes opiniones entre las Autoridades Generales y que sin embargo los miembros de la Iglesia tenían que seguir al profeta. La respuesta de Gordon fue concluyente: "Préstale atención al Presidente de la Iglesia y nunca cometerás errores".
En otra oportunidad, Kathy y su padre se hallaban caminando por el centro de la ciudad y se detuvieron a conversar con un conocido de él. Kathy se quedó mirando al hombre, algo perturbada por su aspecto. Al seguir caminando por la calle, le preguntó a su padre qué pasaba con ese hombre. "Su apariencia me dice que es un hombre que no honra su sacerdocio", respondió Gordon. Ésa fue una lección que Kathy no habría de olvidar nunca. "El comentario de papá produjo en mí un gran impacto", dijo. "Llegué a la conclusión de que algo que hace del mundo un lugar seguro es el hombre que honra su sacerdocio".
Gracias a tales experiencias, Kathy y sus hermanos y hermanas aprendieron, a confiar implícitamente en sus padres. "Aun cuando era jovencita pude reconocer que mi padre poseía lo que yo consideraba buen juicio y sabiduría", comentó una vez. "Él parecía saber y entender las cosas por encima de lo que es obvio. No nos obligaba, no se ponía a filosofar, sino que nos hacía preguntas que inevitablemente daban lugar a una adecuada declaración. Parecía tener la innata capacidad para comprender toda situación. Yo tenía el presentimiento de que él siempre sabía exactamente lo que era apropiado y lo que no lo era".
Las reacciones de Gordon y Marjorie en cuanto a los distintivos del seminario, los premios y otras cuestiones semejantes, se veían siempre templadas por su proverbial naturaleza sencilla. "Era de gran ayuda", dijo Jane una vez, "que tanto mamá como papá pudieran reírse de sí mismos y tomar las cosas con humorismo. De alguna manera, siempre evitaban reaccionar exageradamente ante todas nuestras rencillas cotidianas".
Marjorie admitió: "Tratábamos de no tomar las cosas muy en serio, porque sabíamos que eso suele causar problemas".20Realmente, tanto Gordon como Marjorie reconocían sus propias flaquezas y las tomaban abiertamente en broma.
El buen humor era algo típico en esa familia en que todos tenían la habilidad para reírse de sí mismos como si fuera algo esencial para su supervivencia. A Gordon le encantaba escuchar o contar buenos chistes y solía reírse tan apasionadamente al aproximarse a la culminación del relato que hasta parecía no poder, seguir hablando o que se le cortaba la respiración. Ver la manera en que reaccionaba era á veces más cómico que el cuento en sí. Las reuniones familiares llegaron a ser verdaderas celebraciones, al punto de transformarse en un jolgorio.
Los hijos de la familia Hinckley con frecuencia oían a su madre decir: "La única manera de vivir bien la vida es acostumbrándonos a reír", y Marjorie lo aplicaba con su esposo y toda la familia, sin ofenderse jamás ante hechos o palabras sin mala intención y encarándolo todo con una actitud de buen humor. Aunque según sus hijos vivía preocupándose, siempre trataba de reír aun cuando sentía el deseo de llorar. Un día, al sacar del horno cierta comida que ella consideraba deliciosa, Dick le preguntó inocentemente: "Mamá, ¿por qué horneaste: la basura?"
Como padres, Gordon y Marjorie se basaban en su propio instinto y aunque los resultados no siempre evidenciaban un padre y una madre perfectos, criaron una familia sólida y cariñosa. Él nunca había leído un manual sobre paternidad, pero Gordon habló tiempo después a millones de personas sobre ese tema. Sus consejos siempre se han basado en lo fundamental, como lo indicó en un discurso al identificar cuatro principios sencillos que los padres podrían considerar al criar a sus hijos: amarlos, enseñarles, respetarlos y orar con ellos y por ellos.
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