EL OUORUM DE LOS DOCE

C A P Í T U L O 1 4

El sábado 30 de septiembre de 1961, el teléfono de los Hinckley sonó a las siete de la mañana. Al contestarlo, Marjorie oyó la voz del presidente McKay, averiguando si podía hablar con Gordon. "¿Estoy interrumpiéndolo en algo?", le preguntó el presidente McKay cuando Gordon tomó el teléfono. "Solamente mi oración matutina", respondió éste. El Profeta le preguntó si podría ir a su oficina tan pronto como le resultara posible y Gordon contestó que lo haría en seguida.

Menos de dos horas después, estos dos hombres se hallaban sentados frente a frente y el presidente McKay entonces le explicó la razón por tan temprana reunión antes de la primera sesión de la conferencia general esa mañana. "He sentido que debo proponerlo para que ocupe el cargo vacante en el Quórum de los Doce Apóstoles", le dijo simplemente, "y quisiéramos sostenerlo hoy en la conferencia". Aquellas palabras sorprendieron al élder Hinckley quien, habiéndose quedado casi sin aliento, trató en vano de encontrar una respuesta.

El presidente McKay continuó diciéndole: "Su abuelo fue digno de esto, tal como su padre. Y también lo es usted". Al escuchar esas palabras, el élder Hinckley pareció perder la serenidad, porque no habría podido escoger el Profeta otro elogio que tuviera para él un mayor significado.

Poco más tarde, el élder Hinckley fue sostenido como nuevo miembro del Quórum de los Doce, ocupando el lugar que había quedado vacante en junio cuando el presidente Hugh B. Brown fue llamado a servir como tercer consejero en la Primera Presidencia.

En la última sesión de la conferencia esa tarde pronunció unas breves palabras, diciendo: "La hermana Romney [esposa del presidente Marion G. Romney] me dijo ayer de tarde que, a juzgar por la apariencia de mis ojos cuando había conversado por la mañana conmigo, ella sabía que era yo quien había de ser sostenido. Les confieso que he sollozado y orado mucho".

Entonces admitió que le acometía un sincero sentimiento de ineptitud: "Me conmueve la confianza que ha depositado en mí el Profeta del Señor y el amor que me han demostrado éstos, mis hermanos, a cuyo lado me siento como un pigmeo. Ruego tener fuerzas; ruego que se me ayude; y ruego tener la fe y la voluntad necesarias para ser obediente".

Al regresar a su hogar siendo el hombre número setenta y cinco llamado a servir en esta dispensación como miembro del Quórum de los Doce, iba tratando de entender la diversidad de emociones que le acometían. Recién en ese instante empezó a sentir el impacto de lo que acababa de ocurrir.

El élder Hinckley se puso a meditar en todo lo que había presenciado durante su vida. La Iglesia contaba ahora con un millón ochocientos mil miembros y 345 estacas, o sea casi cinco veces más de los que tenía el año en que él nació. Había más misioneros que antes (unos nueve mil) que el total de las personas (unas siete mil) que se convirtieron el año en que él mismo fue a servir su misión. Pertenecía a la segunda generación de su abuelo, quien había ayudado a colonizar Utah, y sin embargo también él había participado personalmente en algunas actividades pioneras, en particular las relacionadas con la obra del templo y a las relaciones públicas. Ahora le resultaba imposible imaginar lo que le esperaba.

En una carta que compuso con su máquina portátil de escribir, le dijo a su hijo Dick, quien servía en Duisburg, Alemania: "Quiero informarte que he sido llamado al Quórum de los Doce Apóstoles. No sé por qué se me ha llamado a tal posición. No he hecho nada extraordinario; solamente he tratado de hacer lo mejor que he podido con las tareas que me fueron encomendadas sin preocuparme acerca de quien recibiría el reconocimiento por ello".

El 5 de octubre de 1961, con la ayuda de sus hermanos de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce, el presidente McKay ordenó apóstol al élder Gordon B. Hinckley y lo apartó como miembro de dicho quórum. Los días subsiguientes fueron para el élder Hinckley llenos de reflexión, meditación, oraciones y muchas lágrimas.

Por sobre todo, deseaba ser digno de su nuevo llamamiento, pero percibía íntimamente sus deficiencias personales. Por momentos le parecía estar viviendo su noche más obscura y en vías de tener que encarar sus propias ineptitudes. Rogaba entonces al Señor que lo pusiera a la altura del manto que ahora llevaba encima.

Fue una temporada muy emotiva para él, intensificada aún más cuando, al día siguiente de su ordenación, su amigo y mentor de largo tiempo, el presidente J. Reuben Clark, hijo, falleció a la edad de noventa años. Dos días después del funeral, el presidente McKay reorganizó la Primera Presidencia y nombró a Henry D. Moyle y a Hugh B. Brown como primer y segundo consejero, respectivamente.

Se asignaron nuevas responsabilidades, nuevos líderes y nuevas oportunidades pero, por el momento, el élder Hinckley continuó dedicándose afanosamente a la obra misional, aunque para ello contaba ahora con la considerable ayuda de otras personas. En noviembre de 1961 se estableció en la Universidad Brigham Young el Instituto de Capacitación en Idiomas para misioneros llamados a países extranjeros. Dicho instituto, que más tarde pasó a ser llamado Misión de Capacitación en Idiomas, se diseñó para preparar mejor a los que servirían como misioneros. Y apenas cuatro meses después, la edad a que los jóvenes podían ser llamados a una misión se redujo de veinte años a diecinueve.

El interés del élder Hinckley en cuanto a la obra misional se intensificó, por así decirlo, desde el momento en que envió a su propio hijo como misionero. Anhelaba regresar a las misiones de Asia y su siguiente viaje, en febrero de 1962, había de ser muy diferente porque esta vez iría con Marjorie. Aunque nunca le resultó placentero separarse de ella en sus viajes anteriores, ahora le preocupaba tener que someterla a los rigores de visitar lugares donde las condiciones eran frecuentemente inhóspitas. Y a ella, por su parte, no le agradaba la idea de tener que dejar atrás a sus hijos por tanto tiempo-particularmente a Jane, que sólo tenía ocho años de edad y extrañaba terriblemente a sus padres cuando se ausentaban. No obstante, después de su último viaje, él le había propuesto: "La próxima vez vendrás conmigo.Los Santos en Asia están empezando a preguntar si en realidad soy un hombre casado".

A principios de febrero, los Hinckley partieron con rumbo a Asia, siendo Manila su primera escala. El élder Hinckley tuvo mucho agrado en enterarse que los misioneros que habían llegado allí sólo unos pocos meses antes habían bautizado ya a trece filipinos.

La obra estaba progresando también en Hong Kong, donde el año anterior unas 350 personas se habían unido a la Iglesia, sumando ahora los miembros 1.763. La necesidad de adquirir una propiedad sobre la cual edificar un centro de reuniones iba siendo cada vez más urgente.

Su próxima escala fue Taiwán, donde los misioneros continuaban viviendo en condiciones que, en algunos casos, eran aterradoras. Los élderes, sin embargo, parecían sentirse muy felices, y el año anterior habían bautizado a 304 personas, llegando así el número de miembros chinos a más de 800.

Desde Taiwán, los Hinckley volaron a Fukuoka, al sur de la isla japonesa, y desde allí recorrieron el país hacia el norte y continuaron a Corea. Marjorie podía ahora apreciar más los largos viajes que su esposo había realizado por todo el Oriente. En una carta que le escribió a Kathy, decía: "Por seguro que hay mucho que hacer acá para fortalecer la Iglesia... Tu padre podría dedicar provechosamente todo su tiempo yendo de una misión a otra y de un distrito a otro, pero no pienso mencionárselo". Había allí muchas oportunidades para que también ella participara. "Nunca había predicado tanto en mi vida", les comentó a sus hijos. "Las reuniones en inglés no son tan dificultosas, pero aquellas en que necesitamos intérpretes son horribles... Papá hace un trabajo maravilloso-especialmente con los misioneros. Todos disfrutan mucho de su agudo ingenio. Y es asombroso cómo recuerda sus nombres y sus rostros".

Marjorie se enamoró de Asia y su gente con tanta facilidad como su esposo. En Hong Kong salió a golpear puertas con las hermanas misioneras en complejos de habitaciones, donde le impresionó sobremanera enterarse de que había un cuarto de baño por cada setenta y cinco personas. Anduvieron caminando por los balcones, tratando de encontrar gente a quien enseñar. Cuando finalmente ubicaron a una familia que las invitó a pasar, debieron sentarse sobre cajas de empacar durante las charlas. Marjorie no podía dejar de mirar un pequeño cáliz con flores artificiales que había en una repisa. "No importa en qué condiciones se encuentren allí las mujeres", dijo después, "siempre tienen maneras de agregarle belleza a su vida".

En conjunto, aquella primera experiencia en el Oriente fue más de lo que Marjorie anticipaba. Cuando partieron de Asia, también el élder Hinckley quedó muy satisfecho. La obra estaba progresando. Los misioneros trabajaban con ahínco y los miembros locales de la Iglesia iban aumentando gradualmente y adquiriendo experiencia y entendimiento.

No mucho después de regresar de Asia, el presidente Moyle le pidió al élder Hinckley que le refiriera lo que había hecho durante aquella prolongada gira-particularmente en cuanto a los misioneros. Después de escuchar su informe, el presidente Moyle lo invitó a que fuera con él a California donde realizaría seminarios con los misioneros.

A ese viaje siguió otro similar a Chicago, después del cual el presidente Moyle continuó su gira por Europa. El élder Hinckley se encontró con Marjorie, Virginia, Clark y Jane, quienes habían ido a buscarlo en un nuevo automóvil que acababan de comprar. La breve vacación durante la cual los Hinckley viajaron de regreso a su hogar desde Detroit resultó ser un placentero interludio, y la familia disfrutó mucho al tener a Gordon exclusivamente con ellos durante varios días sin interrupción. Relataron historias, leyeron libros en voz alta y se detuvieron en cada sitio histórico a lo largo de su viaje hasta Salt Lake City.

Apenas llegaron a su hogar y entraron a la casa, sonó el teléfono. Era el presidente McKay, quien le preguntó al élder Hinckley si había hablado con el presidente Moyle. Cuando Gordon le explicó que acababa de llegar con su familia, el presidente McKay le informó que muy pronto el presidente Moyle lo llamaría desde Europa. Una hora después, sonó nuevamente el teléfono. "Gordon", comenzó diciéndole el presidente Moyle, "he programado un seminario para mañana a la noche aquí en Londres con los misioneros, y quiero que esté usted presente".

Pocas horas más tarde, el élder Hinckley se hallaba en camino a Inglaterra, desde donde él y le presidente Moyle comenzaron una gira de veintitrés días a través de las 21 misiones de la Gran Bretaña y Europa. Llevaron a cabo, cada día, un seminario en una ciudad diferente. "Yo me encargaba de las horas matutinas hasta el mediodía y el presidente Moyle lo hacía en las tardes", explicó el élder Hinckley. "Luego empacábamos todo y tomábamos el avión a la siguiente ciudad. Fue lo más agotador que jamás he realizado". En menos de un mes, sin embargo, pudieron observar de cerca la obra misional en toda Europa.

Durante la conferencia general que tuvo lugar dos meses más tarde, las Autoridades Generales que servían en Europa describieron el efecto que tuvieron allá las enseñanzas del presidente Moyle y del élder Hinckley. El élder Theodore M. Burton indicó que como resultado de las visitas que efectuaron a su correspondiente misión, los bautismos realizados en agosto habían sido un 28 por ciento más que los del mes de julio, y que los de septiembre superaron en un 37 por ciento a los de agosto.

En el transcurso de la década de 1960, el élder Hinckley regresó a Asia muchas veces. Él fue la primera Autoridad General en hacer frecuentes viajes al Oriente y recorrer las regiones adyacentes. Y fue quizás el primero en infundir en los Santos asiáticos la convicción de que él los comprendía. Como resultado de ello, respondieron tanto a su testimonio como a la manera en que les expresaba su amor y su confianza.

Ray Goodson, uno de los primeros misioneros asignados a las Filipinas, observó: "El élder Hinckley fue la primera Autoridad General que fue a Asia sin estar convencido de que iba a morir antes de regresar a Salt Lake... Sus discursos fueron siempre apropiados y los asiáticos no demoraron en apreciarlo. Él no temía estrecharles la mano, viajar en sus medios de transporte, caminar por sus calles o comer sus comidas".

La hermana Hinckley también se relacionaba muy bien con los asiáticos, por quienes sentía admiración y respeto. Augusto Lim, uno de los primeros conversos filipinos que más tarde llegaría a ser una Autoridad General, describió así la interacción de la hermana Hinckley con sus compatriotas: "Ella se desvivía por estrecharnos las manos y abrazarnos, y siempre besaba a mi esposa. Resultaba muy fácil estar en su presencia y ella era siempre muy amable y amorosa y se interesaba en nuestros amigos, como así también en cuanto a nuestro bienestar. En aquellos días,dedicaba mucho de su tiempo a la gente y eso es lo que más nos impresionaba".

Quizás sin darse cuenta de ello, la manera en que el élder y la hermana Hinckley actuaban entre sí atraía mucho a los asiáticos. "El élder Hinckley siempre estaba atendiendo a su esposa, cuidándola y protegiéndola", continuó diciendo Han In Sang, "casi como si fuera su hermano mayor. Era fácil ver que la amaba mucho, pero lo manifestaba de una manera que impresionaba a la gente oriental. Otro líder de Salt Lake City nos aconsejó que a diario le dijéramos a nuestra esposa que la amamos. Nosotros amamos a nuestras esposas, pero no lo decimos de ese modo. El élder Hinckley nos decía, 'Deben expresárselo a su manera'. Él nos entendía bien".

Sucedieron muchas cosas que motivaban grandes emociones. Durante una de sus primeras visitas a la Rama Fukuoka, en la isla de Kyushu [Japón], el élder Hinckley convocó una conferencia misional de zona que abarcó todo un día y que, para beneficio de la mayoría norteamericana que se hallaba presente, se llevó a cabo en el idioma inglés. El élder Yoshihiko Kikuchi, el único misionero japonés, entendió solamente lo que su compañero le traducía.

Como parte de la conferencia, el élder Hinckley invitó a cada misionero para que expresara su testimonio. Uno por uno, así lo hicieron los élderes, hasta que sólo quedaba el élder Kikuchi. Finalmente, el élder Hinckley se puso de pie y, dirigiéndose al élder Kikuchi, lo invitó a que se adelantara. Su compañero le tradujo de inmediato la invitación del élder Hinckley. El élder Kikuchi preguntó si se le permitiría dar su testimonio en japonés. "Ha¡, ha¡", sí, respondió el élder Hinckley. Entonces el élder Kikuchi se dirigió al púlpito.

Un poderoso espíritu cayó casi inmediatamente sobre él y comenzó a hablar en inglés. "Debe haber sido un inglés muy simple", recordó años más tarde, "pero era como si el Espíritu me elevara y se soltara mi lengua y mis oídos pudieran entender fácilmente el otro idioma. La dulzura y la celestial iluminación que experimenté fueron inolvidables. Fui impulsado por el Espíritu... Sentí que la sombra de mi mente se desvanecía y percibí una visión de la majestuosa luz del Evangelio"." Al hablar [el élder Kikuchi], el élder Hinckley sollozó, como así también la mayoría de los presentes.

Tan pronto como dijo "Amén", la mente del élder Kikuchi quedó cerrada para el inglés y su compañero tuvo que traducirle el resto de la reunión. El élder Hinckley se acercó al púlpito y con voz emocionada dijo: "Por lo general no bendigo a la gente desde el púlpito, pero siento la inspiración de pronunciar una bendición sobre este joven japonés. Hermano Kikuchi, este sistema misional es una gran bendición en su vida. Si usted es siempre fiel y humilde y guarda constantemente los mandamientos del Señor,

Él lo preparará para que establezca el reino del Señor en esta parte de Su viña. El Señor está preparándolo para que le sirva en una mayor medida". Ése fue el comienzo de un fuerte vínculo entre el experimentado líder de la Iglesia y el élder japonés, quien tiempo después habría de ser llamado a ser una Autoridad General.

Aunque dedicó muchísimo tiempo a principios de la década de 1960 en el Oriente, las asignaciones del élder Hinckley no se limitaban a esa parte del mundo. En mayo de 1963, por ejemplo, viajó a la Polinesia Francesa para dedicar una capilla en la isla de Huahine. Varios centenares de miembrosde la Iglesia procedentes de otras islas de la región contrataron barcazas mercantes para poder asistir a dicha dedicación y escuchar las palabras del élder Hinckley.

Al final de ese día, unos cincuenta miembros y amigos de la isla de Maupiti tomaron una vieja barcaza, la Manuia, para efectuar el viaje de regreso en horas de la noche. Para cuando la barcaza llegó a Maupiti, el mar se agitaba intensamente. El canal que atraviesa el arrecife de coral hacia la laguna de Maupiti es uno de los más peligrosos en todo el Pacífico Sur. Mientras el capitán intentaba maniobrar la nave por el angosto pasaje, perdió el control de la misma y encalló en el arrecife, se dio vuelta tres veces en medio de las olas que la sacudían y terminó destrozándose. Quince de las cincuenta personas a bordo se ahogaron, incluso todas las hermanas de la Sociedad de Socorro, a excepción de dos de ellas, de la Rama Maupiti.

Cuando al día siguiente en Tahití el élder Hinckley se enteró de la tragedia, canceló inmediatamente su vuelo de regreso a Salt Lake City. En horas de la tarde, él y el presidente de la misión, Kendall Young, lograron que un marino los llevara a más de 250 kilómetros de distancia, en una antigua lancha torpedera de la Segunda Guerra Mundial. El élder Hinckley y el presidente Young zarparon al anochecer con rumbo a Maupiti.

A eso del mediodía del día siguiente, su lancha se internó en el canal y entonces pudieron ver la destrozada Manuia. Lo que quedaba de la tragedia era verdaderamente horroroso. Al bajar en el muelle y saludar a aquella angustiada gente, no pudo menos que sollozar. "Levanté a esos niñitos que habían perdido a sus madres y traté de contener mis emociones", comentó luego. "Era muy desgarrador contemplar a aquellos huerfanitos y a los hombres que había perdido a sus esposas. Ver el casco destrozado de la nave en el arrecife fue uno de los momentos más difíciles de mi vida".

El élder Hinckley dirigió un funeral esa tarde e hizo todo lo que pudo para dar consuelo y condolencias a esa gente. Esa misma noche, partió en barco con sus acompañantes hacia Bora Bora. Algunos de los sobrevivientes les acompañaron hasta Tahití para recibir atención médica, entre ellos Claire Teriitehau, una enfermera no miembro de la Iglesia que había asistido a la dedicación de la capilla en Huahine. Durante el viaje, consintió en recibir una bendición del élder Hinckley, quien le dijo que debía unirse a la Iglesia y le explicó que el Señor necesitaba de ella. Poco tiempo después, fue bautizada .

Otras experiencias fueron igualmente impresionantes. Temprano en la mañana del 18 de septiembre de 1963, el presidente Henry D. Moyle falleció repentinamente. La noticia afectó mucho al élder Hinckley, quien lamentó la pérdida de ese consejero y amigo con quien había visitado tantas misiones en el mundo.

El año 1963 trajo consigo algunos momentos difíciles, pero también otros de regocijo. Después de treinta meses de servir en Alemania, Dick regresó de su misión. Tanto como le había agradado ver que su hijo fuera al campo misional, al élder Hinckley le resultó aún más maravilloso su retorno. ¡Cuán velozmente había transcurrido el tiempo! Sus hijos parecían crecer con rapidez y, uno por uno, iban saliendo del hogar. Kathy ahora tenía una hija,

Virginia se había graduado de la escuela secundaria, Clark habría de graduarse en menos de dos años e iría entonces a una misión, y Jane en breve cumpliría diez años de edad. Resultaba asombroso pensar que aun su hija menor, quien había sido para él motivo de grandes alegrías, sólo quedaría con ellos unos pocos años más.

En el otoño de 1963, al prepararse para realizar otro viaje al Oriente, el élder y la hermana Hinckley decidieron llevar consigo a Jane. Como alumna del tercer grado escolar, ésta no tenía siquiera idea de lo que sus padres hacían cuando se ausentaban por varias semanas; sólo sabía que no le gustaba que la dejaran al cuidado de sus hermanas mayores o de alguna tía. Siendo la menor de la familia, Jane era quizás la que más sufría a causa del prestigio y la frecuente ausencia de su padre. La razón por que el élder Hinckley pensó en llevar con ellos a Jane era simple: "A su edad, el pasaje cuesta la mitad y es mejor que invirtamos el dinero en esta clase de actividad en lugar de gastar tanto en automóviles y otras cosas". El sábado 19 de octubre, cuando salieron con rumbo a Honolulú, comentó: "Jane estaba tan entusiasmada que apenas podía disimularlo".

Una de las experiencias más memorables de la gira ocurrió en Seúl durante una reunión dominical con sesenta soldados miembros de la Iglesia. El élder Hinckley escribió luego que muchos dieron su testimonio, y agregó:

Escuchar a esos hombres fue una de las experiencias más emocionantes de mi vida. Ahí estaban aquellos enérgicos militares, llorando al agradecer al Señor por el Evangelio, por sus familias y por uno y otro... El coronel Hogan, oficial ejecutivo de la Fuerza Aérea en la base de Taegu, sollozaba al hablar... Contó de cuando lo habían enviado a Corea y que en esa ocasión consideró renunciar a su cargo antes de dejar atrás a su familia. No parecía haber manera alguna de llevarla consigo. Pero algo sucedió de improviso y logró entonces llevar a sus seis hijos con él. Luego se puso de pie un joven de apellido Falconer y dijo que sabía por qué los Hogan habían ido a Taegu. Dijo que la familia Falconer... había orado para que otra familia miembro de la Iglesia fuera enviada allí a fin de poder organizar una rama...

Un veterano capitán de artillería contó que había comenzado a abandonarse después de su traslado a Corea... Entonces el coronel Plant, quien había sido presidente de distrito para los miembros en servicio militar hasta hacía poco tiempo, lo visitó y ambos se arrodillaron [y oraron] juntos. Eso cambió el rumbo de su vida... Y así pasamos la mayor parte de tres horas en lo que llegó a ser una experiencia espiritual inolvidable.

El élder Hinckley concluyó diciendo: "Nunca antes había visto a un grupo de hombres en ningún lugar del mundo que pusieran de manifiesto tanto amor por la Iglesia. ¡Qué hermosa experiencia tuvimos esta mañana! Hay algo en Corea que me impresiona. Es el país más desolado y triste que conozco. Quizás sea por eso que siento tan intensamente el Espíritu del Señor cada vez que vengo aquí. Es la gratitud que tanto los misioneros como nuestros miembros militares tienen por el Evangelio. El contraste es tan grande y tan evidente".

Tales experiencias no pasaron desapercibidas para Jane, quien pudo ver a su padre con ojos renovados cuando se reunían con los Santos. "Recuerdo haber sentido que papá amaba lo que estaba haciendo", dijo una vez. "Y pude ver el manto de su llamamiento sobre sus hombros. Aunque era muy niña, yo podía sentir algo especial cuando daba su testimonio del Salvador y manifestaba su amor por el profeta José Smith".

Para el élder Hinckley era indudable que la responsabilidad de promover la obra en Asia recaía pesadamente sobre sus hombros. Las oficinas generales de la Iglesia se hallaban al otro lado del mundo y algunos de los métodos tradicionales de la obra misional no eran muy eficaces entre las particulares culturas asiáticas. Todo lo que podía hacer era procurar la guía del Señor, arremangarse y poner manos a la obra.

Su determinación en cuanto a abrir nuevos caminos era evidente asimismo en otras áreas. Desde mediados de la década de 1930, cuando tuvo por primera vez la responsabilidad de ayudar a producir los programas de la Iglesia que se transmitían los domingos de noche por la estación KSL, había estado participando en la tarea de preparar materiales relacionados con el Evangelio para su difusión radiotelefónica.

Su conexión con KSL se intensificó en 1957 cuando el presidente McKay lo designó, primeramente al directorio de la Corporación de Servicio Radiotelefónico de Utah (o KSL) y más tarde miembro de su comité ejecutivo. Juntamente con otros, había contribuido a que las transmisiones de las conferencias generales llegaran al público; la primera transmisión nacional tuvo lugar en abril de 1962.11 A principios de 1964 y al cabo de prolongadas negociaciones, la Iglesia adquirió las estaciones KIRO-TV y KIRO-Radio AM/FM en Seattle [estado de Washington], y el élder Hinckley fue designado director de esa compañía."19 Dos años antes, había participado también en la compra de la estación de onda corta WRUL en Nueva York (más tarde denominada WNYW), adquirida para facilitar trasmisiones a Europa y Sudamérica.

En 1964, cuando llegó a ser aparente que la Iglesia continuaría adquiriendo medios de difusión, se creó la Corporación Internacional Bonneville (BIC) con el fin de que supervisara la administración de todas las entidades de radiodifusión. Como signatario de la incorporación de dicha compañía, el élder Hinckley fue nombrado vicepresidente, miembro de su directorio y miembro del comité ejecutivo.`20 En Bonneville, había que tomar toda una gama de decisiones y a medida que él y otros directores procuraban encontrar maneras apropiadas para expandir la influencia radiotelefónica de la Iglesia, fue haciéndose cada vez más evidente que la nueva tecnología iba a poner el mundo en sus manos de una manera nunca antes imaginada.

El élder Hinckley estaba ansioso por emplear la tecnología más creativamente para propalar el Evangelio. En primer lugar, estaba seguro de que la Iglesia necesitaba incrementar su utilización de los medios de difusión. Aun su experiencia en Asia le sugirió que el tiempo y el número de misioneros que se requerían para establecer contactos individuales con cada persona no era un método muy práctico.

En noviembre de 1964, se dispuso a emprender un viaje que lo llevaría alrededor del mundo y que en el proceso le ofrecería una mayor idea de las vastas regiones que aún no habían recibido el mensaje del Evangelio. Él y Marjorie se privarían de festejar el día de acción de gracias con sus hijos y la sola idea de separarse de ellos en esa fecha tan emotiva apenó mucho a la hermana Hinckley. Pero el viaje era muy importante ya que visitarían países en los que el élder Hinckley nunca había estado antes y quería que ella lo acompañara.

Después de visitar las ciudades naturalmente incluidas en su itinerario, el élder y la hermana Hinckley viajaron hacia el oeste, a países donde la Iglesia estaba todavía limitada a pequeños grupos de miembros esparcidos en diversos lugares. Con el presidente Jay Quealy y la hermana Quealy, de la Misión del Lejano Oriente Sur, viajaron a Bangkok donde se reunieron con algunos Santos de los últimos Días.

Desde Bangkok volaron a Saigón (que luego se llamaría Ciudad de Ho Chi Minh), donde unos sesenta miembros de la Iglesia les esperaban en un caliente y vaporoso cuarto de una escuela estadounidense. En tanto que trataba de dirigirle la palabra a una congregación compuesta mayormente de personal militar, aunque también participaban entre ellos dos conversos vietnamitas, una verdadera horda de insectos se treparon sobre el élder Hinckley.

Los cuatro viajeros continuaron hasta Singapur y de allí a la India, lo cual resultó serles una experiencia muy singular. En medio de la pobreza y el desaseo, conocieron a Paul Thirithuvodoss, un hombre que había escrito a la Iglesia pidiendo ser bautizado. A invitación suya, fueron en automóvil a visitar una escuela que tenía para niños desvalidos y asistir a una reunión religiosa para varios centenares de sus compañeros. Algunos batían tambores y tocaban en un órgano, todo lo cual hizo que el élder y la hermana Hinckley pensaran en una asamblea típica del Ejército de Salvación. A estos "pobres de la tierra", como los describió el élder Hinckley, Paul Thirithuvodoss les predicó un sermón de estilo pentecostal.

A pesar de que pedía repetidamente que tanto él como otros allí fueran bautizados, ello preocupaba mucho al élder Hinckley, quien luego escribió lo siguiente: "Me inquietaba mucho lo que había presenciado y no sabía qué hacer. Éstas son personas sinceras, pero fueron educadas a la manera pentecostal, que no concuerda con la nuestra... Realmente necesitamos la inspiración del Señor en cuanto a lo que debemos hacer aquí".

Tanto a solas como con el presidente Quealy, el élder Hinckley le imploró al Señor que lo guiara. Finalmente, rehusó llevar a cabo la ordenanza, recomendando en lugar de ello que se enviaran misioneros a fin de que enseñaran a Paul y a los demás. En su diario personal escribió que ésa no fue una decisión fácil de tomar. "Nos despedimos de [Paul] y de sus amigos con verdadero afecto en nuestro corazón, especialmente por él... Iré a dormir un tanto preocupado por no haber efectuado la ordenanza para él, pero completamente satisfecho por el bien que hemos logrado al venir aquí y por saber que los resultados finales estarán muy... en armonía con la voluntad del Señor".` Paul fue bautizado tiempo después.

En la India, los Hinckley se despidieron de los Quealy y volaron al Cercano Oriente, haciendo escala en Beirut para reunirse con un pequeño grupo de miembros y continuar luego hasta Jerusalén. Éste fue su primer viaje a la Tierra Santa, donde se maravillaron al andar por las huellas de la historia en Gólgota, el Monte de los Olivos y otros lugares importantes relacionados con la vida y el ministerio del Salvador. El élder Hinckley pudo sentir poderosamente la presencia de Aquel que vivió y murió allí.

Desde Jerusalén volaron a Atenas. El élder Hinckley anhelaba poner pie sobre el Areópago, el cerro desde donde Pablo predicó su famoso sermón acerca del Dios no conocido. Luego, exactamente seis días antes de la Navidad, los Hinckley arribaron a Frankfurt (Alemania), donde les esperaban el élder Ezra Taft Benson y la hermana Benson.

Antes de salir hacia el aeropuerto para emprender su viaje a través del Océano Atlántico, el élder Hinckley dictó algunos pensamientos de bendición acerca de su gira alrededor del mundo: "Cuando lleguemos esta noche a Salt Lake City, habremos circundado el globo... Ello ha sido una experiencia inspiradora. He entrevistado a 479 misioneros [y] he conocido a muchos Santos... He escuchado su testimonio y sentido su espíritu, y mi propia fe se ha fortalecido y mi propio testimonio se ha reforzado. Ciertamente que Dios vive y que Jesús es el Cristo. Por cierto que ésta es Su obra, y es bueno estar embarcado en ella".'


No hay comentarios:

Datos personales

Mi foto
Sacerdote de la Iglesia de Jesucristo de lo Santos de los Últimos días.