EL PROGRESO EN ASIA

C A P Í T U L O 1 5

En los Estados Unidos, la década de 1960 fue verdaderamente volátil, una 'época de altibajos, de triunfos y de tragedias. El presidente de la nación [John F. Kennedy] fue asesinado el 22 de noviembre de 1963; algunos focos de la llamada guerra fría entre países del Este y del Oeste amenazaban con estallar; e indignados estudiantes universitarios, los partidarios del feminismo y los negros se habían determinado a desafiar la situación reinante y demandaban la atención de la nación.

Pero a pesar de que proliferaban los grupos de intereses particulares que se oponían a todo lo que representara una institución tradicional o un estilo particular de vida, la Iglesia continuó progresando en el país y en el extranjero. Durante 1963, los miembros de la Iglesia sumaron más de dos millones y parte del resultado se produjo en el Lejano Oriente y en la región del Pacífico Sur.

En julio de 1965, el élder Hinckey voló a Hawai para participar en un acontecimiento histórico. En un viaje de más de once mil kilómetros y que se considera como la más extensa excursión de su tipo en la historia de la Iglesia, 131 miembros adultos y 29 niños volaron desde Japón hasta Hawai para asistir al templo. La obra completa del templo estaba ahora disponible por primera vez en el idioma japonés.

La reunión del élder Hinckley con sus amigos japoneses en Hawai fue una ocasión jubilosa. Durante varios días efectuó sellamientos, participó en la instrucción correspondiente a la obra del templo, se sacó fotografías con gozosas familias y percibió en el rostro de sus buenos amigos la satisfacción de haberse unido con sus seres queridos para toda la eternidad. Mientras se hallaba en Hawai, también asistió a una reunión en honor del nuevo presidente de la Misión del Lejano Oriente Norte, Adney Y Kumatsu, un miembro japonés nacido en Hawai que era el primero de su raza en ser llamado como presidente de misión.'

Tales eventos eran fruto de la obra misional y aunque el élder Hinckley ya había sido relevado del cargo de administrar los asuntos diarios del departamento, continuaba sirviendo como Director General del Comité Misional del Sacerdocio. En consecuencia, le correspondía encargarse de los difíciles problemas de administración relacionados con el creciente programa. A fines de 1965, por ejemplo, preparó presupuestos para la operación del Departamento Misional, el viaje de los misioneros y otros asuntos pertinentes en todas las misiones a través del mundo.

Nunca comenzó ese proceso anual sin recordar el primer presupuesto que había preparado en 1938 a pedido del presidente J. Reuben Clark, hijo. Aquel año, había presupuestado 85.000 dólares para todo el Departamento Misional y el presidente Clark lo cuestionó por ser demasiado extravagante. Ahora, el presupuesto anual del departamento alcanzaba a millones de dólares.' Cuando el Consejo Encargado de la Disposición de los Diezmos revisó su última propuesta, las Autoridades Generales aprobaron el presupuesto misional sin cambiar siquiera una sola cifra.

Otros problemas del programa misional no se encararon tan rápidamente. La intensificación del conflicto bélico en Vietnam había incrementado la necesidad de que el gobierno reclutara un número mayor de jóvenes para el servicio militar. Una vez más, el élder Hinckley debió negociar personalmente con los oficiales de los Servicios de Reclutamiento la situación de los jóvenes miembros de la Iglesia que eran candidatos para servir como misioneros y también para el servicio militar obligatorio.

Tal como antes, no encontró soluciones fáciles. Al cabo de numerosas reuniones con dichos oficiales, incluso con el general Lewis B. Hershey, quien continuaba siendo el Director Nacional, la Primera Presidencia emitió una carta fechada el 22 de septiembre de 1965, en la cual anunciaba una nueva cuota para misioneros: se permitía un misionero por barrio cada seis meses, autorizándose la transferencia de las cuotas de barrios y ramas dentro de las estacas y los distritos.

Los problemas relacionados con el servicio militar obligatorio sólo fueron empeorándose a lo largo de la duración de la Guerra de Vietnam. Se trataba de un asunto emocional al revivir sentimientos pasados en cuanto a los esfuerzos de producir un delicado equilibrio entre los requisitos del gobierno y los de la Iglesia. En ocasiones, este conflicto hacía que el élder Hinckley se sintiera aislado y hasta incomprendido.

Respondiendo a un memorándum del élder Harold B. Lee al Comité Ejecutivo Misional sobre quejas relacionadas con el sistema de cuotas, el élder Hinckley presentó a los Doce una detallada reseña del problema. "Me sobrevino una gran preocupación", escribió luego en su diario personal. "Tuve la impresión de estar presentando un caso ante un jurado hostil. Describí el tema desde cada punto de vista y traté de considerar todo posible interrogante. El Señor me bendijo, porque cuando terminé no recibí crítica alguna sino gran aprecio. Marion G. Romney fue particularmente elogioso y dijo, 'Al escucharlo, pensé que usted se había educado en jurisprudencia—.'

A pesar de tales frustraciones, el élder Hinckley se dedicó por entero a su trabajo, agradecido de poder hacerlo. A fines de 1965, llegaron a su oficina cuatro ejemplares de la nueva traducción del Libro de Mormón en el idioma chino. Sin demora, le llevó uno de ellos al presidente McKay, a quien le encantó el regalo.

Cuando algo después se llevó a cabo la presentación oficial del mismo, éste contenía en parte las siguientes palabras: "El Libro de Mormón está ahora disponible en el idioma que constituye la lengua natal del pueblo más numeroso de la tierra. Quiera el Señor que se disemine entre ellos como un testimonio del Hijo de Dios, el Salvador del Mundo. Con sincero respeto y profunda estima, Gordon B. Hinckley".° El presidente McKay tomó de la mano a su colega y le dijo afectuosamente: "Usted ha hecho una gran obra en esa parte del mundo. El Señor lo ha bendecido y continuará bendiciéndolo"

Durante una extensa gira por Asia en 1966, el élder Hinckley dedicó nuevas capillas en Corea, Japón y las Filipinas. Tal experiencia le colmó de emociones. Aunque el crecimiento de la Iglesia en Asia era infinitesimal en comparación con el número de personas a quienes era necesario llegar, se produjo un considerable progreso en los seis años que el élder Hinckley había visitado el Oriente. Doquiera que iba, agradecía a la gente por su fidelidad y su afanosa labor.
En Hong Kong, el élder Marion D. Hanks, del Primer Consejo de los Setenta, y su esposa Maxine, se encontraron con los Hinckley y desde allí el presidente Keith Garner, de la Misión del Lejano Oriente Sur, acompañó a ambos hermanos en una gira a Vietnam para que visitaran a los militares miembros de la Iglesia destacados allí. Los tres oficiales de la Iglesia aterrizaron en el aeropuerto Tan San Nhut, en Saigón. Al descender del avión, el élder Hinckley saludó al comandante Allen C. Rozsa, presidente de la Zona Sud Vietnam de la Iglesia.

Al cabo de una breve conversación, el comandante Rozsa le pidió al élder Hinckley que firmara una nota eximiendo de toda responsabilidad al personal militar estadounidense mientras se encontraran en Vietnam. Ése fue un comienzo muy impresionante.

El comandante Rozsa había dispuesto un avión C-47 de la Fuerza Aérea Vietnamita (tripulado por norteamericanos) para llevar a los líderes de la Iglesia por todo el país. Abordaron entonces la aeronave y se ajustaron los cinturones de seguridad en incómodos asientos tipo canastos a los costados del compartimiento de carga. Una vez que el avión hubo despegado, el élder Hinckley notó unos estantes en los que había unos trajes de faena camuflados y equipos de emergencia, y pensó que quizás no sabría qué hacer con esas cosas si llegara el momento de tener que utilizarlas.

Cuando le preguntó al comandante Rozsa si se hallaban volando sobre regiones seguras, el oficial respondió: "Estamos a salvo en tanto que nos mantengamos alejados del campo de acción del enemigo". El élder Hinckley conservó su tranquilidad hasta el momento en que uno de los motores del avión empezó a fallar. "En tales circunstancias", reconoció después, "acuden a la mente extraños pensamientos. Nuestro espíritu pareció revivir cuando el motor volvió a funcionar normalmente". Al aproximarse a la localidad de Da Nang, el comandante Rozsa le advirtió al élder Hinckley que si habían de ser atacados, eso sucedería durante el aterrizaje.

En Da Nang, los líderes de la Iglesia fueron recibidos por el comandante de la base y llevados luego a una capilla improvisada en Quonset, donde se encontraban más de cien soldados Santos de los últimos Días. Lo que experimentaron allí habría de quedar grabado para siempre en la mente del élder Hinckley. Vestidos en trajes de faena y con barro seco en sus botas, los soldados habían llegado desde Rock Pile y Marble Mountain, a lo largo de la zona desmilitarizada, donde la lucha era encarnizada y el vahido de la muerte impregnaba el aire. Al entrar en la capilla, colocaron sus rifles automáticos sobre los dos bancos posteriores y se sentaron, la mayoría de ellos con pistolas sobre la cadera derecha y cuchillos sobre la izquierda.

Tres soldados miembros de la Iglesia habían muerto la semana anterior y el élder Hinckley dio comienzo a la reunión con un servicio recordatorio y luego invitó a todos los que desearan hacerlo a expresar su testimonio.
Durante su discurso, les ofreció también que, si querían, al regresar llamaría a sus seres queridos. Casi todos los soldados anotaron un número telefónico en una simple hoja de papel.

En su diario personal, el élder Hinckley se lamentó diciendo: 'Fue una experiencia maravillosa y deprimente a la vez estar junto a aquellos buenos jóvenes, hombres que poseían y honraban el sacerdocio, hombres que cumplían valientemente con su deber como ciudadanos de su país pero que preferirían estar haciendo alguna otra cosa.

Al hablar con ellos pensé que más bien tendrían que estar yendo a la universidad... en lugar de patrullar senderos peligrosos en la obscuridad de las junglas asiáticas, donde la muerte ocurre tan rápida, callada y trágica... Éstos son muchachos provenientes de buenos hogares donde las sábanas están limpias y las duchas son calientes, quienes ahora transpiran noche y día en esta tierra afligida, quienes son objeto de ataques y que contraatacan, quienes han podido ver heridas palpitantes en el pecho de sus camaradas y que han tenido que matar a quienes de otro modo los matarían a ellos. No pude menos que pensar en la terrible desigualdad de sacrificios que forma parte de la causa por la libertad humana".'

Al día siguiente, el élder Hinckley y su comitiva abordaron su avión y volaron a Nha Trang donde llevaron a cabo una reunión muy similar a la que tuvieron la noche anterior. Luego regresaron a Saigón y allí se reunieron con unos 200 miembros y amigos de la Iglesia en la terraza del Hotel Caravelle para dedicar la tierra de Vietnam del Sur para la predicación del Evangelio. Con el sonar de los morteros y cañones a la distancia, el élder Hanks ofreció la oración dedicatoria, en la que reconoció la función que los soldados poseedores del sacerdocio habían cumplido en traer el Evangelio a los nativos vietnamitas y suplicó al Señor que llegara al corazón de los líderes y diera término al conflicto bélico.'

A la mañana siguiente, al partir de Saigón, el élder Hinckley llevaba en su mente el recuerdo impresionante de aquellos con quienes se había reunido en las últimas cuarenta y ocho horas. Pensaba en ese joven procedente de una pequeña población rural que le contó haber presenciado el momento en que murieron sesenta y ocho de sus camaradas, y también en los soldados que habían contribuido parte de su salario -más de 3.000 dólares provenientes de los hermanos de la Rama Saigón en un solo domingo- al fondo para construcción de capillas que jamás habrían de ver o utilizar. El élder Hinckley sentía un profundo respeto por aquellos buenos hombres que, aun en medio de la guerra, enseñaban el Evangelio por medio del ejemplo y del precepto.

Los tres líderes del sacerdocio volvieron a reunirse con sus respectivas esposas en Bangkok, donde el élder Hinckley dedicó la tierra de Tailandia para la predicación del Evangelio. Un poco más tarde ese día, él y sus colegas se reunieron con el Ministro de Educación y Religión quien, al cabo de una acalorada discusión, consintió en autorizar la entrada de misioneros al país, aunque bajo condiciones sumamente estrictas. Desde Tailandia, los Hinckley, los Hanks y los Garner volaron a la India, donde el élder Hinckley y su esposa se despidieron de sus compañeros de viaje para continuar hasta la Tierra Santa y desde allí de regreso a su hogar.

Al viajar hacia el Occidente, el élder Hinckley reflexionaba acerca de todo lo que había experimentado durante las cinco semanas anteriores-los testimonios manifestados en medio del conflicto bélico, los países abiertos para la predicación del Evangelio, la fidelidad de aquellos miembros tan separados de las congregaciones de Santos de los últimos Días-todo lo cual fortalecía aún más su propia fe.

Asimismo, se sentía conmovido por el progreso de la obra en Asia. Ya se perfilaban los líderes locales y podía identificar a varios hombres que habrían de ejercer una considerable influencia en sus respectivos países. Se habían dedicado muchos edificios y ya para el año siguiente se publicaría el Libro de Mormón en el idioma coreano. El élder Hinckley creía estar presenciando el cumplimiento de la profecía de que el Evangelio restaurado habría de ser llevado a los confines de la tierra.

Marjorie y Gordon estaban también presenciando en ese entonces grandes cambios en su familia. Dick había regresado de la misión, se había graduado de la Universidad de Utah, se había inscripto en la facultad de graduados de la Universidad de Stanford, y acababa de anunciar sus planes matrimoniales con Jane Freed. Clark, por su parte, se había graduado de la escuela secundaria y se estaba preparando para ir a una misión y Jane pronto entraría en la adolescencia.

En septiembre de 1965, Virginia se había casado con James Pearce, evento que produjo la repentina actividad de remodelar la casa a medida que los Hinckley se preparaban para la recepción de bodas en el patio. Agregaron un atrio, ampliaron los jardines y remodelaron la cocina. En marzo de 1967, Clark ingresó en el Centro de Capacitación Misional para ir luego a la Misión Argentina del Norte.

Al aproximarse la fecha del casamiento de Dick, Marjorie se consolaba pensando que, esta vez, las celebraciones no habrían de requerir un reacondicionamiento mayor del patio o de la casa, siendo que la recepción se realizaría en el hogar de los padres de la novia. Su alivio duró muy poco, sin embargo. Cuando ella y Gordon decidieron ofrecer un desayuno matrimonial en su propio hogar y se dieron cuenta de que el comedor no era suficientemente grande para acomodar a tantos invitados, él determinó cuál había de ser la lógica solución del problema. Cerraría el patio, agregaría una chimenea para realzar el lugar y removería la pared existente entre el comedor y el patio a fin de poder tender largas mesas en un solo ambiente. Al fin y al cabo, él podría reconstruir todo eso después de la fiesta. Como de costumbre, la última mano de pintura se dio la noche antes del acontecimiento.

El 11 de abril de 1967, cuando el élder Hinckley salió nuevamente con rumbo al Oriente, no lo hizo en compañía de Marjorie. Le había mencionado al presidente McKay que ningún miembro de la Primera Presidencia había visitado Asia hasta ese entonces, y le preguntó si consideraría hacer una asignación tal. En consecuencia, el Profeta le pidió al presidente Hugh B. Brown que fuera con el élder Hinckley en una gira por el Oriente. Y sabiendo que tendría que dedicar toda su atención al presidente Brown, pensó que sería mejor que Marjorie permaneciera en casa.Este viaje llevó al presidente Brown y al élder Hinckley a los principales centros metropolitanos del Oriente.

El élder Hinckley tomó toda posible precaución para que aquel hombre de ochenta y tres años de edad, el primer consejero del presidente McKay, estuviera lo más cómodo posible, asegurándose de obtener servicios de primera clase en vez de los de segunda que por lo general reservaba para él mismo. Grandes números de miembros y misioneros esperaban en todas partes para recibir a estos dos líderes de la Iglesia.

En varias ocasiones, el presidente Brown profetizó en cuanto a futuros acontecimientos. En una conferencia en Japón, ocurrió una experiencia particularmente inolvidable. El élder Hinckley fue inspirado a declarar que muy pronto habría estacas en Japón, pero quee ello dependería de la fidelidad de los jóvenes. El presidente Brown después profetizó que algunos de los que se hallaban presentes allí llegarían a ver que un hombre japonés ocuparía un cargo en los consejos rectores de la Iglesia. "No sé cuándo habrá de ocurrir", dijo. "Yo no viviré para verlo, pero algunos de ustedes, los jóvenes, lo verán. Y siento que debo predecirlo en el nombre del Señor".

Luego agregó que también vivirían hasta poder ver la aparición de nuevos anales, que el Evangelio se predicaría a los rusos en su propia tierra y la asignación de misioneros japoneses a la gente de naciones circunvecinas. Esa noche, el élder Hinckley analizó con su líder los eventos del día. "Le dije al presidente Brown que, aunque lo hacía con cierta vacilación, yo presentía que él no llegaría a ver el cumplimiento de lo que había predicho, pero que yo sí, y que el Señor me había enviado allí para que me familiarizara con esta gente y me preparara para cuando fuera a cumplirse", escribió en su diario personal.

No era fácil creer que el élder Hinckley había supervisado la obra en Asia durante casi una década. Habría sido imposible saber en 1960 cuán profundamente habían influido en él los pueblos de ese vasto continente. Tampoco habría podido prever la manera en que él les fortalecería el espíritu a la gente con que trabajó.

Por ejemplo, después de que las lluvias del monzón precipitaron una verdadera cascada de agua en un desfiladero cercano a la casa de la misión en Seúl destruyendo, a la vez, propiedades y el ánimo de la gente, el informe que el presidente Spencer J. Palmer de la Misión Coreana envió al élder Hinckley manifestaba una cierta actitud desalentada. El élder Hinckley le respondió inmediatamente por correo: "Hemos recibido su carta del 22 de julio de 1966 con respecto a la inundación que ha anegado las propiedades de la casa de la misión. Es indudable que ésa ha sido una terrible experiencia y evidentemente costosa. Quizás le interese saber que la noche antes de la dedicación del Templo de Londres experimentamos allí una inundación de serias proporciones. Yo anduve con el agua hasta la cintura con otras personas para desagotarla, lo cual nos llevó varias horas. Sólo quiero sugerirle que su experiencia no es algo exclusivo de Corea. Noé debió pasar momentos aún peores. Le saluda atentamente, su hermano".

"Él siempre esperaba que enfrentáramos los problemas sin desanimarnos", explicó el presidente Palmer. "Bajaba cada vez del avión listo para trabajar y su disposición positiva y frecuentemente humorística ante las dificultades resultaba ser como bálsamo de Galilea. Era como una unción para todos nosotros a quienes los problemas nos parecían a veces demasiado grandes".

Adney Y. Komatsu tuvo experiencias similares y dijo: "Una de las cosas que yo apreciaba en cuanto al élder Hinckley era que nunca en mis tres años [como presidente de misión] me criticó ni siquiera una sola vez, a pesar de mis debilidades... Y eso me animaba. En cada ocasión en que nos visitaba..., yo pensaba: 'Esta vez me va a recriminar por no haber enviado el informe a tiempo o por no haber cumplido bien con el programa'. Pero siempre que descendía del avión, me tomaba de la mano como si estuviera bombeando agua de un pozo con gran entusiasmo y decía: 'Bien, presidente Komatsu, ¿cómo andan las cosas? ...Usted está haciendo un trabajo muy bueno'. Y me alentaba de esa manera... No iba para contarme en cuanto a debilidades que yo conocía ya muy bien" .

Los frecuentes viajes del élder Hinckley a los países del Oriente fueron familiarizándolo y ofreciéndole un conocimiento práctico del continente que en aquellos días era extraño para los norteamericanos. Cuando algunos dignatarios, líderes y expertos relacionados con asuntos asiáticos visitaban las oficinas generales de la Iglesia, casi siempre se reunían con él. El doctor Ray C. Hillam, profesor de ciencia política de la Universidad Brigham Young, escribió lo siguiente acerca de una de esas reuniones: "Durante los últimos años de la década de 1960... acompañé a Robert Scalapino, un profesor de la Universidad de California Berkeley educado en Harvard, a la oficina del élder Hinckley.

El doctor Scalapino acababa de ofrecer una disertación sobre Asia en la Universidad Brigham Young y era quizás, en esa época, el más destacado erudito del país en la materia. Aquélla fue una visita cordial. El élder Hinckley lo escuchó atentamente, le hizo algunas preguntas y también varios comentarios. Conversamos por casi una hora. Al salir del edificio, Scalapino me preguntó: '¿Quién era ese tío? Tiene una comprensión realmente histórica... Ha leído mucho sobre Asia... ¿Están todos los líderes de su Iglesia tan bien informados?`

Además de sus frecuentes viajes a Asia, el élder Hinckley continuó atendiendo numerosas responsabilidades. En noviembre de 1967, por ejemplo, se reunió con la Primera Presidencia para mostrarles una nueva película del templo, un proyecto que había supervisado durante varios meses. También se mantuvo afanosamente envuelto en el programa misional. En un período de 24 horas, por ejemplo, estuvo relacionado con el caso de un misionero excomulgado por razones de transgresión moral y con la familia de otro que había muerto en un trágico accidente automovilístico.

Ese mismo día tuvo que asistir como principal Autoridad General a una reunión del Comité Misional, al cabo de la cual debió asumir la responsabilidad de llamar a varios jóvenes como misioneros. "Ésta es una de las tareas que me intimidan, dada la enorme responsabilidad que implica", escribió una vez. "He vivido tanto tiempo y tan íntimamente relacionado con el programa misional, que creo tener un serio concepto en cuanto a la importancia de la designación de un misionero, no sólo a un área determinada sino más particularmente al liderazgo bajo el cual habrá de trabajar.

Cada vez que he tenido que encarar esta tarea, le he suplicado al Señor que me guiara y he tratado de escuchar el susurro del Santo Espíritu al hacer tales asignaciones. Sé que los mismos candidatos a misioneros, sus padres y sus seres queridos han ofrecido muchas oraciones, y esa veces aterrador reconocer que soy el instrumento mediante el cual manifestará el Señor una respuesta a esas oraciones".

No teniendo ya que viajar tanto antes de terminar el año 1967, el élder Hinckley se alegró al ver que, de vez en cuando, podría dedicar algunos días a trabajar en su jardín. Fue un verdadero alivio para él, después de haber vestido traje y corbata una semana tras otra, ponerse nuevamente sus viejas ropas de trabajo para entregarse a tareas físicas en el aire fresco y vigorizador a fines del otoño.

Con cada nueva estación, sin embargo, comenzó a pensar seriamente por cuánto tiempo habrían de permanecer él, Marjorie y Jane en East Millcreek. Dos días antes de la Navidad, pasó horas limpiando cosas afuera y sacando la nieve de las aceras. "Sé que me estoy volviendo viejo", dijo, "porque ya no me gusta este tipo de tareas. No sé cuánto más podré atender este lugar. En el invierno, siento a veces el deseo de mudarme a un apartamento".

Había otras evidencias de la marcha del tiempo. A fin del año, meditó en cuanto a la vida según ahora la percibía: "Marge y yo nos estamos sintiendo viejos. Tenemos cuatro nietos y varios cabellos grises. Es un sentimiento de melancolía y sin embargo es algo agradable y satisfactorio ver que nuestros hijos son ya mayores y continúan firmes en la fe... Para nosotros, éste ha sido un año maravilloso y esperamos con anhelo que 1968 sea aún mejor".


Quizás presentía que los días futuros prometían ofrecerle en conjunto totalmente nuevo de oportunidades y cometidos.

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