LA IGLESIA PROGRESA

C A P Í T U L O 1 8

El élder Hinckley no recordaba una época en la que había tenido tanto que hacer y tan poco tiempo disponible para hacerlo. La Iglesia estaba creciendo y ello demandaba más de cada una de las Autoridades Generales, particularmente de los miembros del Quórum de los Doce.

Al comenzar uno de sus discursos ante maestros de religión, reveló así la naturaleza de su agenda: "Era un tanto descabellado para mí tratar de venir aquí esta noche. Una azafata me reprendió al intentar yo bajarme del avión antes de que se detuviera. He tenido hoy un día largo y muy atareado. Me levanté temprano para dictar estas palabras y luego corrí al templo para efectuar una ceremonia matrimonial. De ahí fui a que me cortaran el pelo, después me apresuré hasta el aeropuerto, tomé el avión, y aquí me tienen. Esto es demasiado para hacerlo en un solo día, pero es característico del tiempo abrumador y complicado en que vivimos".

Él probablemente no cambiaría este régimen de las cosas, sin embargo. En ese mismo discurso exhortó a quienes le escuchaban a que continuaran progresando, sin importar la edad que tuvieran. "Su diligencia en hacerlo causará que los años pasen más rápidamente de lo que podrían desear, pero estarán llenos de un dulce y maravilloso deleite que agregará sabor a sus vidas", les dijo.

Una agenda tal le hacía pensar si el propio volumen de las tareas quizás lo estaban alejando demasiado de la gente. Extrañaba principalmente el contacto personal, la relación individual con los miembros. No obstante, el progreso de la Iglesia iba haciendo que el mantener tales relaciones fuera cada vez más difícil. Los Hinckley se esforzaban por seguir en contacto con sus amigos en todo el mundo y las conferencias generales les ofrecían cada seis meses la oportunidad de renovar esas amistades.

Tales relaciones eran lo que hacía que sus viajes tan frecuentes fueran tolerables. En enero de 1977, los Hinckley partieron nuevamente con rumbo al Lejano Oriente. Les encantó retomar a Hong Kong, donde se llevaría a cabo un seminario para los presidentes de misión que se hallaban sirviendo en Asia. Pero ésa fue solamente su primera escala de una larga y laboriosa jornada. Volaron a Kuala Lumpur, ciudad capital de Malasia-siendo ésa para ambos la primera vez que iban allá.

Algunos colegas del élder Hinckley se preguntaron por qué habría él incluido esa ciudad en su itinerario. Pero cuando con Marjorie desembarcaron del avión, vieron que un miembro estadounidense de la Iglesia se les acercó y los invitó a su hogar. Allí conocieron a otras varias familias Santos de los últimos Días, algunas de las cuales habían viajado muchas horas por caminos escabrosos a través de la jungla, y llevaron a cabo una cálida reunión espiritual. Una mujer que vivía en un lugar muy lejos de otros miembros de la Iglesia soltó el llanto al conocer al élder Hinckley.

Al final del día, él escribió: "Hoy pude entender por qué hemos venido a Kuala Lumpur. Al terminar la reunión, los santos nos entregaron un plato cincelado de peltre, indicando que yo era la primera Autoridad General que había jamás visitado esta ciudad".

A la mañana siguiente, partieron rumbo a la India y allí se reunieron con pequeños grupos en varias aldeas. La mayoría de la gente era pobre y analfabeta, pero el élder Hinckley se sintió muy animado al conocer a dos o tres hombres bien educados que demostraban poseer habilidades para el liderazgo. "La vida acá no es como si volviéramos 100 años atrás", dijo en una carta que escribió a su familia, "sino como si retrocediéramos a los días del Antiguo Testamento. Todas las mujeres visten sanes... Van a llenar sus cántaros al pozo de agua llevando sus cargas sobre vacas de cuernos blancos y asnos... Pienso en mi bien decorado hogar en América y me pregunto qué dirá el Señor acerca de nuestra vida en medio de tanta opulencia. Por otro lado, el Señor ha proporcionado las buenas cosas de la tierra para beneficio de Su pueblo-pero sólo hace falta que las buenas cosas se distribuyan más equitativamente".

En aquella primavera, los Hinckley pasaron casi dos semanas recorriendo las misiones en Australia y estando allí celebraron su cuadragésimo aniversario matrimonial. Los misioneros de la Misión Australia Perth le regalaron a Marjorie un ramillete, algo que su esposo no había tenido tiempo de conseguirle. Él, sin embargo, reconocía cuánto significaba ella en su vida. "Mucho es lo que podríamos escribir acerca de los últimos cuarenta años", comentó. "Nuestro cabello se ha plateado y nuestra figura ha cambiado. Hemos tenido dificultades y problemas. Pero, en general, la vida nos ha sido buena. Hemos sido maravillosamente bendecidos. A nuestra edad, uno empieza a presentir el significado de la eternidad y el valor de una eterna compañía. Si estuviéramos esta noche en casa, muy probablemente tendríamos una cena familiar. Estamos, sin embargo, lejos de nuestro hogar al servicio del Señor y ésa es una dulce experiencia".

Fue con particular agrado que los Hinckley regresaron a Gran Bretaña a fines de la primavera de 1978 cuando, con el élder David B. Haight, el élder Hinckley reorganizó las estacas en el área de Londres. El domingo a la mañana ocurrió un acontecimiento inolvidable: Los miembros de seis estacas londinenses se congregaron en el Royal Albert Hall, a sólo dos cuadras de la Capilla Hyde Park, para la reorganización de dichas estacas y la creación de otras tres.

Cuarenta y cinco años antes, cuando era allí misionero, el élder Hinckley había pagado un chelín y seis peniques para escuchar a Fritz Kreisler tocar el violín en ese antiguo y magnífico edificio y ahora ocupaba ese mismo escenario al presidir una reunión ante casi cinco mil miembros ingleses. Con la mente desbordando en pensamientos sobre el pasado y el presente, luchaba en vano por contener sus emociones. Los ojos se le llenaron de lágrimas al expresar su amor por los santos de la Gran Bretaña y les prometió que, si eran obedientes, la Iglesia progresaría en esa nación.

Aunque esos eventos fueron inolvidables, muy pocos de ellos se compararon con lo que ocurrió en junio de 1978. Después de la reunión mensual de las Autoridades Generales en el templo, el presidente Kimball pidió que todos, a excepción de sus consejeros y de los Doce, se retiraran y entonces presentó un tema que habían estado tratando repetidamente por varios meses: el de conferir el sacerdocio a todo varón digno, sin distinción de raza. Después de proponer que trataran definidamente el tema, reconociendo el hecho de que se había preocupado mucho al respecto y con cuánto fervor había estado suplicándole al Señor que le guiara, el presidente Kimball pronunció una oración.

El élder Hinckley escribió después al respecto: "Había una apacible y santificada atmósfera en la sala. A mí me pareció que se había abierto un conducto desde el trono celestial hasta donde, arrodillado y suplicante, se hallaba el Profeta de Dios en compañía de sus hermanos. El Espíritu de Dios estaba allí. Y el Profeta, mediante el poder del Espíritu Santo, recibió la afirmación de que aquello por lo cual oraba era correcto, que ése era el momento y que en adelante las maravillosas bendiciones del sacerdocio debían extenderse a todos los hombres dignos en el mundo, no importa cuál fuere su linaje. Así lo comprendimos, por el poder del Espíritu Santo, cada uno de los que formábamos ese círculo... Nuestros oídos físicos no oyeron ninguna voz, pero la voz del Espíritu ciertamente nos lo dejó oír en nuestra mente y en nuestra misma alma... Todos los que allí estuvimos en esa ocasión fuimos renovados".

Aunque los acontecimientos de ese día fueron emocionantes e intensamente espirituales, todo eso no resultó ser una gran sorpresa para el élder Hinckley. "No era sólo el presidente Kimball quien se había preocupado tanto al respecto, sino que también el presidente Lee y el presidente McKay se habían desvelado acerca de ello", explicó más tarde. "Fue, sin embargo, una maravillosa realización. El presidente Kimball tuvo la intrepidez de suplicar al Señor tal revelación. Se inquietó por ello. Se esmeró. Recurrió una y otra vez al Señor. Y cuando fue recibida la revelación, se produjo entre los Doce un enorme sentimiento de gratitud por tan indescriptible bendición".

La Iglesia estaba progresando a pasos agigantados y merced a dicho crecimiento se suscitaba la necesidad de una constante adaptación de su maquinaria administrativa. En el otoño de 1978 se anunció que todos los que fueran llamados a servir en misiones de habla inglesa recibirían cuatro semanas de instrucción y los que tuvieran que aprender otros idiomas debían estar por ocho semanas en el Centro de Capacitación Misional en Provo (Utah).

En un discurso ante Representantes Regionales pronunciado previo a la conferencia general de octubre de 1978, el presidente Kimball no escatimó palabras en cuanto a la responsabilidad que tenían para con el avance de la obra [misional]: "Tenemos la obligación, el deber, la divina comisión de predicar el Evangelio a toda nación y a toda criatura... Aun parece que el Señor está interviniendo en todos los asuntos de hombres y naciones para apresurar la llegada del día en que estarán dispuestos a permitir que los elegidos entre ellos reciban el Evangelio de Jesucristo...

Gran parte de los medios tecnológicos para esparcir la verdad parecen estar ya en el lugar adecuado, pero nosotros parecemos estar demorándonos en aprovecharlos. Los recursos técnicos y los adelantos en materia de transporte han reducido el tamaño del mundo, pero éste continúa siendo enorme con respecto a sus habitantes cuando pensamos en países como China, la Unión Soviética, la India, todo el continente africano y nuestros hermanos y hermanas árabes-centenares de millones de hijos de nuestro Padre Celestial".

Detrás de todos los adelantos y de las estadísticas, sin embargo, descansaba el más optimista y promisorio aspecto de la obra en la que se hallaban embarcados. El élder Hinckley declaraba con insistencia que la verdadera fortaleza de la Iglesia no se encuentra en los edificios, las corporaciones y otros bienes tangibles, sino en el testimonio de sus miembros.

Una experiencia relacionada con un joven oficial naval de Asia que había llegado a los Estados Unidos para un avanzado entrenamiento ilustró tal convicción. Ese joven oficial se había sentido intrigado por el estilo de vida de algunos de sus colegas en la fuerza Naval de Estados Unidos e indagó acerca de sus creencias. Aunque no era cristiano, le impresionó mucho enterarse en cuanto al profeta José Smith y posteriormente fue bautizado. Antes de que regresara a su país, le presentaron al élder Hinckley quien le preguntó qué sucedería cuando retornara a su hogar.

El rostro del joven empalideció al contestarle: "Mi familia quedará muy decepcionada. Sospecho que me rechazarán y me considerarán como si hubiera muerto. En cuanto a mi porvenir y a mi carrera, supongo que se me privará de toda oportunidad". "¿Está dispuesto usted a pagar tan alto precio por el Evangelio?", le preguntó el élder Hinckley. Las lágrimas asomaron a los ojos del joven al responderle: "Es verdadero, ¿no?" Cuando el élder Hinckley le dijo, "Sí, es verdadero", el hombre concluyó: "Entonces, ¿qué importa lo demás? Tal cometido le estremeció el alma al élder Hinckley y muchas veces habría de conmoverlo cuando se sentía agotado, frustrado o se preguntaba si estaba haciendo algo bueno. No debía olvidar jamás, se advertía a sí mismo con frecuencia, que detrás de todos los números [estadísticos] estaba la gente-hombres y mujeres, muchachos y niñas-cuyas vidas habían sido transformadas por el Evangelio.

En octubre, el élder Hinckley se reunió con el presidente Kimball y otras Autoridades Generales en Johannesburgo, Sudáfrica, para llevar a cabo la primera conferencia en el continente africano. Desde allí, todos volaron luego a Sudamérica para asistir a la dedicación del Templo de Sáo Paulo, en Brasil. ¡Cuán maravilloso fue ver a miembros de toda raza en la sala celestial del templo! Realmente, la dedicación de esa casa del Señor en un país donde muchos miembros de la Iglesia eran de linaje mixto fue una conmovedora evidencia del efecto causado por la reciente revelación acerca del sacerdocio.

El presidente Kimball continuaba manteniendo un dinámico andar y el élder Hinckley participaba con él en muchos eventos. El 13 de marzo de 1979, se reunió con el Profeta y otras Autoridades Generales para volver a dedicar el Templo de Logan (Utah) después de una amplia remodelación del mismo. En junio, acompañó al presidente Kimball a Houston (Texas), donde dirigieron la palabra a unos 17.000 miembros en la primera conferencia de área jamás realizada en los Estados Unidos. Hablando sobre la obra misional, el presidente Kimball exhortó a los matrimonios mayores a que sirvieran una misión. "Muchas personas están-¿cómo se dice?", preguntó, dirigiéndose al élder Hinckley, quien estaba sentado detrás suyo. "Jubilándose", le sugirió éste. "Sí", continuó diciendo el Presidente. "Están jubilándose demasiado temprano. Bien podrían ir a una misión".

No había jubilación ninguna para el presidente Kimball y cuando comenzó a aflojar el paso en el otoño de 1979, no fue por decisión propia. El 7 de septiembre, fue sometido a una operación para aliviarle la presión causada por una acumulación de sangre en el cerebro. Para tranquilidad de las demás Autoridades Generales, se recobró lo suficiente como para hablar cinco veces en la conferencia general del mes siguiente. En noviembre, sin embargo, empeoró su condición y recibió una segunda cirugía al Esta fotografía muestra al presidente Hincklev cuando asistió en 1981 al Holiday Bowl en el mip el encino de la Universidad Brieham Toung derrotó al de Washington State 38 a 36.

El presidente y la hermana Hincklev en compañía de la Reina de Tailandia El presidente Hincklev sella la piedra angular de un templo Después de haber visitado al Presidente de Estados Unidos Bill Clinton, el presidente Gordon B. Hinckley es entrevistado en la Casa Blanca el 13 de noviembre de 1995 por Charles Sherrill, del Canal KSL de Televisión. El presidente Hinckley, conciertoalarde,muestra el cetáceo que pescó durante una breve vacación cerca de la Bahía Glacier (Alaska), en junio de 1995acercarse el Día de Acción de Gracias. Esta vez, no recuperó sus fuerzas tan rápidamente.

Junto con todas las Autoridades Generales, el élder HincIdey se preocupó mucho por la salud del Profeta. Se acercaba un evento de trascendental significado-el sesquicentenario de la organización de la Iglesia-y esperaba que el Presidente se sentiría bastante fuerte como para dirigirlo. Como director del comité ejecutivo del sesquicentenario, el élder Hinckley aguardaba con anhelo la oportunidad de referirse a los orígenes de la Iglesia. Creía que había que celebrar los acontecimientos del pasado y esta conmemoración ofrecía una incomparable oportunidad para ello.

El élder Hinckley supervisó los preparativos para que una parte de la conferencia general de abril de 1980 se originara en la antigua granja de Peter Whitmer y en el centro de reuniones y centro de visitantes recientemente inaugurado en Fayette (Nueva York). Por primera vez en la historia, la conferencia se propaló desde dos lugares diferentes por transmisión vía satélite. El élder Hinckley había alentado a la Corporación Bonneville-la entidad difusora de la Iglesia-para que se intentara utilizar el sistema de satélites y estaba convencido de que este experimento inicial presagiaba futuras posibilidades para difundir las conferencias generales a todo el mundo." Emitida vía satélite hacia el Tabernáculo de Salt Lake y proyectada en grandes pantallas junto a los tubos del órgano, la parte sobresaliente de lo que acontecía en Fayette fue la dedicación, a cargo del presidente Kimball, del hogar de la familia Whitmer y del nuevo centro de reuniones.

El sábado de mañana, como de costumbre, la primera sesión de la conferencia comenzó bajo la dirección del presidente Kimball en el Tabernáculo. Pero la sesión matutina del 6 de abril-el domingo de Pascua-no tuvo nada de tradicional. Al cabo de la primera hora, la reunión pasó a ser transmitida desde la reconstruida cabaña de troncos de la granja en Fayette, donde el presidente Kimball se hallaba parado detrás de la caja de madera en la que José Smith había colocado las planchas de oro después de recibirlas del Ángel Moroni.

Tras unas breves palabras de presentación por parte del presidente Kimball, el élder Hinckley leyó una proclamación de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce reafirmando que el Evangelio de Jesucristo había sido restaurado. Entre tanto, el presidente Kimball y el élder Hugh W. Pinnock caminaron unos cien metros hasta el centro de reuniones de la Rama Fayette y esperaron a que el élder Hinckley terminara de leer la declaración para continuar con la transmisión desde la capilla. Desde ese lugar, las tres Autoridades Generales pronunciaron sus discursos de la conferencia.

Ese día se cumplieron muchos sueños del élder Hinckley. Habiendo venerado lo histórico y también abogado por las realizaciones actuales, esa celebración fue para él como una amalgama del pasado, el presente y el futuro. "Aquella mañana del 6 de abril, cuando nos dirigimos a ese escenario, me resultaba difícil contener las lágrimas que tan fuerte emoción me provocaba", escribió luego. "Me sentí particularmente conmovido al encontrarme allí en el hogar restaurado de los Whitmer en ocasión de emular la reunión que había ocurrido 150 años antes donde estuvieron el profeta José Smith y sus colegas. El 6 de abril de 1980, el Espíritu del Señor nos impresionó maravillosamente a todos los que nos hallábamos en esa pequeña cabaña de troncos, como así también cuando entramos en la capilla. Yo me sentí muy emocionado e inspirado a meditar en los procedimientos del Todopoderoso y el terrible precio que debieron pagar aquellos que nos precedieron por lo que hoy disfrutamos nosotros. Recibí una poderosa y real confirmación en cuanto a mi convencimiento de que Dios, nuestro Eterno Padre, vive y que Jesús es el Cristo, el Salvador y Redentor del mundo, y que ambos, el Padre y el Hijo verdaderamente se aparecieron al joven José Smith en la arboleda... Supe con renovada convicción que el Libro de Mormón es exactamente lo que José dijo que es [y]... me regocijé en tener la oportunidad de ser un participante en esta gran obra eterna restaurada a la tierra".

Aunque todo era gratificador para el élder Hinckley, había momentos en que las presiones y la intensidad de la obra solían resultarle agotadoras. "Esto les parecerá repetitivo", escribió Marjorie a su familia a principios de 1980, "pero nunca he visto a papá tan atareado. Está tratando de hacer tantas cosas a la vez que terminan complicándosele hasta frustrarlo. Anoche me dijo que está cansado de sentarse en una reunión tras otra tratando de ser más inteligente de lo que es. A una edad en la que la mayoría de los hombres se jubilan, él parece exigirse cada vez más a sí mismo. Anteanoche le dije que el caño de la pileta de la cocina estaba tapado, pero aún no se ha ocupado del problema".13 Y antes de que su esposo tuviera que dar otro discurso más, ella escribió: "Papá tiene que hablar esta noche ante la Sociedad del Mayflower... Dedicó la mayor parte de ayer a preparar su discurso. Está cansado, exhausto, [aun] enfermo de moler palabras".

Un grato descanso de la rutina se produjo cuando, a principios del verano de 1980, los Young Ambassadors, el popular grupo artístico de la Universidad Brigham Young, fue invitado a actuar en una excursión a través de la China. Al élder Hinckley lo asignaron para que acompañara al presidente de la Universidad, Dallin Oaks, y al grupo artístico. Aunque ya había viajado extensamente por el Oriente, ésta sería su primera visita a la China continental y durante las dos últimas semanas de mayo, él y la hermana Hinckley visitaron las principales ciudades de esa inmensa nación.

Ese viaje a Asia fue muy diferente de sus anteriores visitas, tal como lo explicó Marjorie en una de sus cartas: "Papá no tiene obligaciones y anda siempre de pantalones grises, camisa celeste y chaqueta azul. Apenas si lo reconozco. Salimos a pasear casi todos los días. Lo más impresionante ha sido la Gran Muralla China... Se extiende por unos 3.000 kilómetros a través de las montañas. Caminamos por la muralla... hasta un punto de observación...; fue un esfuerzo monumental, un paso tras otro. Algunas personas en nuestro grupo no llegaron hasta ese lugar, pero nosotros tuvimos el legítimo orgullo de lograrlo. Era un cálido día primaveral y unos 10.000 chinos tuvieron la misma idea".

A lo largo de sus presentaciones, los integrantes del grupo universitario fueron agasajados por altos funcionarios del partido comunista. En tales recepciones, el presidente Oaks se sentía un poco incómodo a raíz de que, como presidente de una universidad, se lo destacaba en reconocimientos especiales. Debido a que los chinos son muy peculiares en materia de religión, la universidad tenía la necesidad de disimular el título y la función del élder Hinckley, pero aun así al presidente Oaks le molestaba que se pasara por alto a un miembro del Quórum de los Doce. Unos cuatro días después de iniciada la gira, tuvo una idea para rectificar la situación y en la próxima oportunidad presentó al élder Hinckley como el "Presidente del Comité de nuestra Universidad". El presidente Oaks escribió luego: "Hubo entonces muchas exclamaciones [aprobatorias]. Se me había ocurrido que 'presidente' y 'comité' eran palabras que podían traducirse bien en esa cultura, y así fue", Cuando regresaron de la China, al presidente Oaks le gustaba contarles a otros miembros de los Doce que el élder Hinckley era el "presidente del comité central de la Universidad Brigham Young".

Asia continuó siendo uno de sus lugares predilectos y sólo cinco meses después de esa gira por China, el élder Hinckley y su esposa fueron con el presidente Kimball, la hermana Kimball y otras Autoridades Generales en un viaje de tres semanas que incluyó las Filipinas, Hong Kong, Taiwán, Corea y Japón, como así también un acontecimiento especial: la dedicación del Templo de Tokio.

En reunión tras reunión, el élder Hinckley trató-sin lograrlo-de reprimir sus emociones al contemplar a aquellos que habían sido los primeros en afirmar la obra en el Oriente. En la sofocante ciudad de Manila señaló a la congregación que uno de sus hermanos, David Lagman, había sido el único filipino nativo que se hallaba presente cuando en 1961 se inauguró la obra misional allí. Con un gesto de cariño y de respeto, invitó entonces al hermano Lagman a que pasara al estrado y, abrazándolo, le agradeció por todo lo que había hecho al ayudar en la difusión el Evangelio.

En la conferencia realizada en Hong Kong, el élder Yoshihiko Kikuchi, de los Setenta, quien fue el primer japonés en ser llamado como Autoridad General, incitó la risa de la congregación al sugerir que se adoptara un programa para convertir a los 5.200.000 habitantes de la ciudad, diciendo: "Si cada miembro que vive en Hong Kong trajese a la Iglesia un solo converso por año, la ciudad entera sería bautizada en once años". El élder Hinckley, quien dirigía la reunión, causó aún muchas risas más al comentar luego: "Han escuchado ustedes al élder Kikuchi, quien acaba de utilizar una de esas máquinas japonesas de calcular".

El clima en Corea durante la conferencia era tan frío como lo fue caliente en las Filipinas. La hermana Hinckley escribió a su familia: "Esta tarde tuvimos una reunión de misioneros con más de 400 [de ellos] en el centro de estaca. El presidente Kimball me pidió que hablara. Fue algo aterrador. No se pudo alquilar un salón bastante amplio como para una conferencia de área, así que construyeron un anfiteatro en los terrenos de la Iglesia. Está lloviendo, hay mucho viento y el frío es congelante. Todos estamos orando para que deje de llover antes de mañana".

El élder Hinckley pidió a los misioneros que oraran para que se calmaran las fuerzas de la naturaleza. Esa noche llovió y nevó intermitentemente, pero a la mañana siguiente el cielo se había aclarado. La temperatura, sin embargo, descendió a 3 grados bajo cero, obligando a que la primera sesión de la conferencia se llevara a cabo en la capilla del Barrio Seúl 4. Miles de miembros que no encontraron dónde sentarse en el edificio, debieron hacerlo afuera y escucharon los mensajes por medio del sistema de altoparlantes. La sesión de la tarde se realizó afuera a fin de que aquellos que no podían acomodarse en el edificio pudieran ver al presidente Kimball y a los demás líderes visitantes, quienes tuvieron que sentarse encogidos en una plataforma cubriéndose con pesados abrigos y mantas.

Desde Corea, el grupo viajó al Japón donde, el 27 de octubre de 1980, el presidente Kimball dedicó el Templo de Tokio en una ceremonia de intensa espiritualidad. Para el élder Hinckley, aquélla fue una ocasión muy emotiva y espiritual. Pensó en sus primeras giras asiáticas de veinte años atrás, cuando pequeños grupos de miembros se reunían en míseros edificios alquilados y meditó acerca de los sacrificios que tantas personas debieron hacer para unirse a la Iglesia y conservarse activas. Al concluir las conferencias de área en Asia, el élder Hinckley permaneció en Japón a fin de organizar la primera estaca en la Misión Japón Senda¡.

El marcado progreso de la Iglesia se reflejaba en la obra del templo, la cual iba aumentando como nunca antes. En la conferencia general de abril de 1981, el presidente Kimball asombró a la congregación del Tabernáculo y a los miembros de la Iglesia en todo el mundo al anunciar que se edificarían nueve templos nuevos: dos en los Estados Unidos (el de Chicago [Illinois] y el de Dallas [Texas]) y los otros siete en otros lugares: Francfort [Alemania], Estocolmo [Suecia], Guatemala [Guatemala], Lima [Perú], Johannesburgo [Sudáfrica], Seúl [Corea] y Manila [Filipinas]. Nunca antes la Iglesia se había embarcado en un proyecto de tal magnitud para construir templos. El élder Hinckley se regocijó enormemente. Podía imaginar el júbilo que experimentarían los santos en esas localidades, pero en particular pensó en aquellos que vivían en Corea y en las Filipinas. ¡Cuánto progreso se manifestaba así en esos rincones de la viña! Por momentos, dicho progreso había parecido ser lento, pero el esfuerzo total de tantos años de labor estaba produciendo una cosecha casi increíble.

Algunas experiencias, aunque emotivas, fueron mucho más tristes. En julio, la hermana Freda Joan Lee, viuda del presidente Harold B. Lee, falleció un día antes de su octogésimo cuarto cumpleaños. El élder Hinckley habló en sus funerales en representación del Quórum de los Doce. También pronunció algunas palabras, aunque breves, el presidente Kimball, cuya voz era ya muy débil y apenas se le oía como en un susurro.

La vida iba pasando con fragilidad. El fallecimiento de varios de sus colegas y amigos afectó mucho al élder Hinckley. Le preocupaba en particular el presidente Kimball, cuya salud y energía habían estado decayendo ya para fines de 1980. De cuando en cuando, había días en que no se sentía como para ir a su oficina y empezó a verse como si ya no volvería a recuperar su anterior vitalidad. Para el élder Hinckley era muy difícil observar al presidente Kimball sufrir las consecuencias de su avanzada edad. A veces deseaba que hubiera algo que él mismo y las demás Autoridades Generales pudieran hacer para aliviar las responsabilidades del Profeta.


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