¡ADELANTE!

C A P Í T U L O 1


El lunes 13 de marzo de 1995, exactamente a las 9 de la mañana, el presidente Gordon B. Hinckley encabezó una procesión de catorce hombres distinguidos que salían del llamado Salón Nauvoo del histórico Edificio Conmemorativo José Smith, en el centro de Salt Lake City, y se dirigieron a la elegante antecámara en la que se hallaba un gran número de periodistas locales, nacionales e internacionales.

Una vez que todos se hubieron sentado y que fue presentado formalmente al grupo, el presidente Hinckley se acercó al micrófono. A su izquierda se encontraban los presidentes Thomas S. Monson y James E. Faust; sentados en semicírculo detrás de ellos, estaban los miembros del Quórum de los Doce Apóstoles.

Todos se hallaban ante una magnífica escena: una impresionante estatua del profeta José Smith que parecía estar presidiendo la ocasión. El propósito de la asamblea era presentar formalmente ante la prensa y el mundo a Gordon Bitner Hinckley como el decimoquinto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días.

Durante aproximadamente catorce años, el presidente Hinckley se había sentado junto a tres distintos Presidentes de la Iglesia, había asumido responsabilidades adicionales a medida que cada uno de ellos fue experimentando las deficiencias propias de una edad avanzada y había ayudado a afianzar el progreso de la Iglesia como consejero en la Primera Presidencia. Pero a raíz del fallecimiento del presidente Howard W. Hunter, acaecido diez días antes, ahora pasaba a ser el Apóstol de mayor antigüedad.

Y de acuerdo con la norma establecida por el Señor y rigurosamente observada un siglo y medio antes desde que Brigham Young pasó a ocupar la sagrada posición que había quedado vacante al morir José Smith, Gordon B. Hinckley fue ordenado y apartado por las demás Autoridades Generales como Presidente de la Iglesia en solemne asamblea realizada en el Templo de Salt Lake.

Con breves palabras, el presidente Hinckley prometió dedicarse con mayor determinación al progreso de la obra de Dios y expresó un sincero reconocimiento por sus consejeros, por su querido amigo y colega de tanto tiempo, el presidente Howard W. Hunter, y por los nueve millones de miembros de la Iglesia en todo el mundo.

También declaró que la obra del Señor continuaría avanzando y, de la manera en que pasaría a ser distintiva su presidencia, expresó un gran optimismo en cuanto al futuro, diciendo: "Nos sentimos particularmente orgullosos de nuestros jóvenes.

Yo creo que nunca hemos tenido una generación tan fuerte de hombres y mujeres jóvenes como la que hoy tenemos... Rodeados de fuerzas que podrían arrastrarlos y de tremendas presiones que podrían alejarlos de virtudes ya comprobadas, siguen avanzando con una existencia productiva y fortaleciéndose tanto intelectual como espiritualmente. No tenemos temores ni duda alguna en cuanto al futuro de esta obra".

A continuación de su discurso, también hablaron brevemente los presidentes Monson y Faust. Luego, y por primera vez desde que el presidente Spencer W. Kimball lo había hecho en 1973, invitó a los periodistas a que le formularan preguntas. Durante treinta minutos, el presidente Hinckley respondió a una variedad de interrogantes relacionados principalmente con la condición y el futuro de la Iglesia.

Con marcada serenidad desde el comienzo, puso de manifiesto su calidez, su ingenio y la vastedad de sus conocimientos. Fue de inmediato evidente que éste es un hombre que comprende cabalmente la enorme y heterogénea organización que hoy preside. Un prominente reportero calificó la ocasión como "vigorizante"; otro describió el "debut" del presidente Hinckley como impresionante.

Tomadas en conjunto, sus respuestas no sólo destacaron su fe y su devoción en cuanto a la obra a la que había estado dedicándose por casi sesenta años, sino que también revelaron las cualidades, virtudes y actitudes tan especiales con las que ha contribuido a su nuevo llamamiento.

El presidente Hinckley demostró sentirse cómodo ante los periodistas y contestó aun las más comprometedoras preguntas con destreza y afabilidad. En respuesta al corresponsal en asuntos religiosos de Radio Londres, quien le preguntó si la Iglesia estaba dispuesta a reinterpretar su posición con referencia a temas esenciales, tal como otras importantes organizaciones religiosas lo han hecho, el presidente Hinckley fue muy respetuoso al afirmar nuevamente la posición de la Iglesia diciendo:

"Toda iglesia hace lo que desea hacer y tienen la libertad para hacerlo. Nosotros esperamos no ser desviados por cada viento de doctrina y cada cambio social que se produzca... sino que esta Iglesia se mantenga como un ancla de fe y de verdad en este mundo de cambiantes valores.'

'Como guías, contamos con las Escrituras la palabra del Señor recibidas en la antigüedad y en la actualidad. Creemos en el principio de la revelación contemporánea y proclamamos que es una función fundamental de la Iglesia bajo su sistema ejecutivo y dependeremos de ella a medida que sigamos adelante con nuestro programa, aquí y en todo el mundo".

Cuando un reportero de televisión local le preguntó si proclamaría algún lema especial durante su administración, el presidente Hinckley le respondió: "Sí. '¡Avanzara' Nuestro lema será el de adelantar la gran obra que promovieron nuestros antecesores, quienes han servido tan admirable y fielmente, y con tanta eficacia. ¿Fomentar valores familiares? Si. ¿Impulsar la educación? Sí. ¿Fortalecer un espíritu de tolerancia y condescendencia entre la gente de todo el mundo? Sí. Y proclamar el Evangelio de Jesucristo. Es Su nombre lo que esta Iglesia lleva y de Él son las enseñanzas y los ideales que procuramos emular y promover. Y continuaremos haciéndolo".

Durante casi sesenta años desde el verano de 1935, cuando regresó de su misión en Inglaterra y aceptó una designación en las Oficinas Generales el presidente Hinckley ha dedicado toda su vida a algún determinado servicio en la Iglesia. Con frecuencia, sus labores han requerido que abriera camino por territorios inexplorados y que perseverara ante el desaliento y aun el fracaso.

Algunas de sus tareas fueron llevadas a cabo en el anonimato, reconocidas y atestiguadas por solamente las pocas personas con quienes trabajaba; otros servicios, en particular como

Autoridad General y finalmente como consejero en la Primera Presidencia, han sido cada vez más notables y expuestos al escrutinio público. A lo largo de todo eso, al viajar por todo el mundo y superar las dificultades propias de una Iglesia progresista, ha sabido demostrar su carácter como hombre cuyos cimientos nunca fueron sacudidos ni siquiera en momentos inestables, como líder que confía en un rumbo del cual no se desviará aunque su posición no fuere popular, como visionario que puede ver en lontananza y que sin embargo realza con un reconfortante sentido de estabilidad todo lo que toca, y como devoto discípulo de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo, en Quienes tiene una fe inquebrantable.

Una y otra vez ha demostrado su incesante optimismo en cuanto a que el reino del Evangelio continuará progresando sin jamás dar un paso hacia atrás. "Ésta es la mejor época en los anales de esta obra", declaró en cierta ocasión como en tantas otras. "¡Cuán maravilloso es el privilegio y qué grande es la responsabilidad que tenemos de ser parte importante de esta obra de Dios en los últimos días! No permitan que les afecten las artimañas de Satanás, tan desenfrenadas en estos tiempos... Más bien, sigamos adelante con fe y con la visión del extraordinario y magnífico futuro que nos aguarda a medida que esta obra se fortalece y engrandece"

Fue con tal concepto y marco de referencia que Gordon B. Hinckley asumió sus nuevas responsabilidades como el Apóstol de mayor antigüedad y Presidente de la Iglesia. Y aunque con toda seriedad se consideraba incompetente, como se describió a sí mismo en la conferencia de prensa, y había esperado que este llamamiento nunca cayera sobre sus hombros, lo aceptó con la firme determinación de continuar edificando sobre los fundamentos del pasado y seguir avanzando.

En tal sentido, ahora se encontraba en una cómoda posición porque es el beneficiario del constante ejemplo de sus padres, de sus antepasados y de los líderes de la Iglesia a través de las edades todos quienes influyeron en su vida y le dejaron ejemplos de dedicación, perseverancia y fe.

Treinta y siete años antes, el 6 de abril de 1958, el día en que, a la edad de cuarenta y siete años, fue sostenido como Ayudante de los Doce, Gordon B. Hinckley había dicho: "He estado pensando en el sendero que me ha conducido hasta aquí. Yo sé que no lo he recorrido por mí mismo y estoy muy agradecido por el sinnúmero de hombres y mujeres... que me han ayudado. Lo mismo sucede con cada uno de nosotros en la Iglesia. Ninguna persona procede por sí sola... Todos somos mayormente el producto de otras vidas que han afectado la nuestra, y hoy me siento profundamente agradecido por todos aquellos que han influido sobre mi vida".'

En aquel lejano día, él había pronunciado esas palabras con sinceridad y emoción. Con cuánto ardor las sentía ahora, porque no había llegado a este momento y lugar, a este alto y sagrado llamamiento, por sí solo.

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