LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y SUS CONSECUENCIAS

CAPITULO 8

En la víspera del Año Nuevo, 1941, Gordon le escribió a uno de sus amigos diciéndole: "Aquí nos encontramos al fin de otro año y al principio de uno nuevo. Ningún año en toda mi vida ha transcurrido con mayor rapidez... [Pero] el Año Nuevo empieza con cierto presagio para todos nosotros. No hay necesidad de decir que experimentaremos grandes cambios en nuestras vidas. Hay un solo rumbo a seguir y yo creo que nuestro país está haciendo todo lo posible por seguirlo. Los valores cambiarán, pero las verdades eternas habrán de perdurar. Y tenemos que aferrarnos a ellas".

En cuestión de minutos, el ataque japonés a Pearl Harbor había transformado completamente el concepto político de los Estados Unidos, disipando toda resistencia norteamericana en cuanto a su intervención en el conflicto global.

A raíz de la consecuente declaración de guerra de Estados Unidos contra el Imperio del Sol Naciente y de Alemania contra Estados Unidos, la mayoría de los norteamericanos se encontraron de pronto procurando, de una manera u otra, determinar cómo sostener la enorme maquinaria bélica.

No sólo se vio profundamente afectado cada ciudadano, sino que las instituciones también tuvieron que adaptarse al cambio de prioridades.

Para acomodar las circunstancias de sus miembros, la Iglesia modificó sus operaciones. El 17 de enero de 1942, la Primera Presidencia notificó a todas las mesas directivas y a las organizaciones auxiliares que debían suspender la realización de conferencias y otras reuniones de estaca para facilitar que los miembros pudieran obedecer las restricciones propias en época de guerra en cuanto a viajes, y también para reducir gastos personales a raíz del aumento de los impuestos debido al conflicto.

La conferencia general anual de abril se limitó a las Autoridades Generales y a las presidencias de las 141 estacas que entonces existían. El 5 de abril de 1942, la Primera Presidencia cerró el Tabernáculo hasta que terminara la guerra.

Durante todo ese tiempo, las sesiones de las conferencias se llevaron a cabo en el Salón de Asambleas de la Manzana del Templo y en el salón de asambleas solemnes, en el quinto piso del Templo de Salt Lake.

Lo que resultó más perjudicado fue el programa misional. Los misioneros fueron evacuados de muchos países, algunas misiones fueron clausuradas por completo y cesó el llamamiento de nuevos misioneros.

Al suspenderse la obra misional, el trabajo que Gordon tenía para proporcionar publicaciones eficaces para el proselitismo fue cada vez menos necesario. Percibiendo que sus tareas habrían de disminuir mientras durara la guerra y consciente de su responsabilidad ciudadana de apoyar el esfuerzo bélico, respondió con un amigo suyo al aviso de un periódico respecto al alistamiento de candidatos a oficiales en la fuerza naval.

Se sintió muy desalentado al saber que aceptaron a su amigo pero que a él lo descalificaban por causa de que padecía de alergias y fiebre del heno.

Atormentado a raíz del rechazo de la marina y sintiendo que de alguna manera tenía que colabor con su país, Gordon consiguió que lo entrevistara un gerente del Ferrocarril Denver-Río Grande.

Por simple casualidad, le pidió empleo justo el día en que necesitaban un ayudante de jefe de estación en la terminal de Salt Lake City. Aunque carecía de experiencia con respecto a la industria del transporte, solicitó y obtuvo el cargo como superintendente auxiliar en la compañía ferroviaria. Era el año 1943.

Gordon había trabajado en las oficinas generales de la Iglesia por más de siete años en un empleo muy riguroso, pero ahora tenía que encarar lo que calificó como la "tremenda" responsabilidad de mantener en movimiento el tránsito ferroviario a través de Salt Lake City en una época en que los trenes entraban y salían de la estación como si fueran simples tranvías.

A pesar de no conocer mucho en cuanto a la operación ferroviaria, no lo acobardaba el trabajo duro y asumió sus responsabilidades con energía, buen sentido común y con la disposición de aprender lo más rápidamente posible todo lo que pudiera. Su primera lección era sencilla pero imperativa: Mantener los trenes en funcionamiento, a tiempo y sin que se estorbaran entre sí.

En aquellos días, las perspectivas internacionales eran desalentadoras. Los alemanes en Europa y los japoneses en el Pacífico parecían conservar la delantera, aunque los norteamericanos que respaldaban la guerra en el país y en el extranjero se movilizaban como nunca antes. Entretanto, el ferrocarril se encontraba en la obligación de operar más rápida, inteligente y eficazmente. A pesar de las condiciones económicas impuestas por la guerra, el notable progreso de la industria ferroviaria exigía contar con supervisores y jefes de estación mejor adiestrados.'

Consecuentemente, Gordon fue una de las personas invitadas a asistir, en el verano de 1944, y bajo los auspicios del ferrocarril, a un curso en Denver (Colorado) para candidatos aventajados en concepto administrativo.

Aunque la industria ferroviaria era un campo nuevo para él, algunas de sus aptitudes naturales resultaron ser muy importantes para la tarea de supervisar la estación de Salt Lake City. Gordon era ingenioso y productivo, un administrador innato que mejoraba toda eficiencia y hacía cumplir las cosas con mínimo esfuerzo.

Ávido por echar mano a todos los pormenores de su nuevo cargo, en el seminario hacía más preguntas que los demás participantes en conjunto. "Siendo que yo no había crecido en el ambiente ferroviario, era mucho lo que no sabía", dijo. "Estaba ansioso por aprender y aquella gente no me intimidaba. Considerando que ya había trabajado para hombres de un mayor calibre del que ellos jamás podrían obtener, no me preocupaba en lo más mínimo tener que hablar".

Los oficiales de la compañía ferroviaria observaron al supervisor ayudante de Salt Lake City y dos semanas después lo llamaron por teléfono. ¿Aceptaría el cargo de gerente auxiliar de correos, equipaje y transporte expreso de todo el sistema férreo? La promoción le significaría un aumento de salario y oportunidades, pero le requeriría mudarse con su familia a Denver.

Se dio cuenta de que, en realidad, la "decisión" no estaba bajo su control siendo que la compañía esperaba que mudara su domicilio. Después de considerar todos los factores de importancia, los Hinckley llegaron a la conclusión de que no les quedaba otra cosa que trasladarse a Colorado.

Casi inmediatamente se fue a Denver para asumir sus nuevas responsabilidades y buscar una vivienda. Marjorie permaneció en Salt Lake City tratando de encontrar a alguien que les alquilara la casa. Las propiedades eran caras en Denver-aun los garages modificados y los altillos se alquilaban a alto precio-y encontrar algo adecuado le resultó a Gordon mucho más difícil de lo que esperaba.

Mientras aguardaba que algo conveniente se presentara, residió en un pequeño hotel y trabajaba casi día y noche. Después de dedicar largas horas durante el día, viajaba por las noches en los trenes para familiarizarse mejor con todo. En muchas ocasiones se lo encontraba viajando hasta Grand Junction (Colorado) para regresar entonces en el vagón de equipajes repleto no sólo de valijas sino también de féretros y otras cosas resultantes de la guerra. Ese ambiente le ofrecía muchas horas para meditar en cuanto a los horrores del conflicto bélico.

A Gordon y a Marjorie les afligía su separación, la cual se extendió por casi seis meses. Él aliviaba un tanto la situación utilizando los fines de semana su pase gratis para viajar durante doce horas en coche dormitorio, tomando el tren hacia el oeste en días viernes tan temprano como le fuera posible, regresando en el expreso nocturno de los domingos.

La circunstancia no era muy conveniente, pero hacía que la separación fuera más tolerable. A fines de año, Gordon pudo finalmente conseguir una pequeña casa en el centro de la ciudad y en junio de 1945 llevó a su familia a la capital de Colorado.

La Mesa Directiva [de la Escuela Dominical] rehusó relevarlo, ofreciéndole en cambio un permiso de ausencia y casi inmediatamente, al ser llamado a enseñar una clase en Denver, tuvo la oportunidad de practicar lo que había estado predicando. Según recuerdan, ésa fue la única vez en toda su vida que sus hijos pudieron sentarse con su padre en las reuniones sacramentales.

No había muchos miembros de la Iglesia en Denver y los Hinckley se hallaron viviendo en un ambiente totalmente ajeno a los Santos de los últimos Días. Era muy poco lo que la mayoría de sus vecinos, así como los colegas ferroviarios de Gordonconocían en cuanto a la Iglesia. Muchos de los que habían oído hablar de los mormones tenían un concepto infundado o equivocado. A Gordon le interesaba, sin embargo, relacionarse con aquellos que no comprendían a la. Iglesia y sus miembros, pues durante aproximadamente diez años había estado estudiando maneras de mejorar la presentación del Evangelio a esa clase de personas.

Al vincularse con sus compañeros y amigos, fue mentalmente tomando notas y apuntando ideas para usarlas en el futuro. Y a pedido del élder Richards, solía en ocasiones tomar el tren a Salt Lake City por un largo fin de semana a fin de continuar algunos proyectos relacionados con la obra misional.

Gordon sospechaba que, una vez terminada la guerra, habría de regresar a su empleo de incógnito en relaciones públicas con la Iglesia. Pero por el momento, se dedicaba a mantener el ferrocarril en funcionamiento. Denver era un centro muy importante y el movimiento en la terminal ferroviaria bullía día y noche. No era extraño que cada una de las vías en la estación estuviera atestada y que otros trenes a la distancia esperaran recibir la señal para adelantarse y desembarcar sus cargas. "A toda costa", explicaba Gordon, "teníamos que mantener las vías abiertas y los trenes en movimiento, porque si algo causaba la detención del tráfico, ello provocaba una reacción en cadena por todo el sistema".

Un día se produjo un descarrilamiento en un desfiladero a cierta distancia de Denver. A Gordon lo enviaron como rectificador para que resolviera rápidamente el problema. Encontró que se habían volcado cinco vagones bloqueando así la línea. Había sólo una posible solución y Gordon ordenó que tres vagones de carga se empujaran arrojándolos al río Colorado. Esta firme decisión despejó la línea y restableció el tráfico que se había acumulado por varios kilómetros. El episodio le quedó grabado en la mente. "Aprendí cuán importante es mantener el tráfico en funcionamiento y hacer todo lo posible por conservar abiertas las líneas", dijo. Dicho principio tuvo muchas aplicaciones que fueron grabándosele en el subconsciente.

En febrero de 1945, Gordon y Marjorie recibieron un tercer agregado a la familia Virginia, a quien sus familiares y amigos apodarían Ginny. Kathy tenía casi seis años de edad y Dick cuatro, ambos lo suficientemente grandes como para excitarse por la llegada a su hogar de esa pequeña hermanita pelirroja.

Tres meses después se rendían los alemanes. El regocijo de la victoria en Europa solo fue atenuado por la noticia del fallecimiento del presidente Heber J. Grant, a la edad de ochenta y ocho años. Aunque la salud del presidente Grant había sido delicada por varios años, Gordon tenía la esperanza de volver a verlo otra vez. Amaba mucho a ese hombre que fue presidente de la Iglesia desde que Gordon tenía ocho años de edad y no podía recordar a ningún otro profeta. Le habría gustado estar en Salt Lake City a fin de presentar sus respetos a ese líder que tan profunda influencia había tenido en él.

En agosto de ese mismo año se rindieron los japoneses, dando fin a la terrible guerra. Las tropas comenzarían a regresar y todos los civiles que trabajaban en relación con la economía debida a la guerra, Gordon podrían volver a la normalidad.

El élder Stephen L. Richards se había mantenido en contacto personal con Gordon y le ofreció de vuelta su empleo anterior. Sin vacilación, Gordon presentó su renuncia a la compañía ferroviaria, pero a ésta le agradaba mucho lo que veía en el gerente oriundo de Utah y le hicieron otra oferta con un salario mayor del que podría jamás esperar trabajando para la Iglesia.

La oferta fue tentadora, pero su corazón estaba de regreso en las oficinas de administración de la Iglesia en Salt Lake City y sentía que ése era el lugar en que debía estar, siempre y cuando le permitieran modificar su antiguo trabajo.

Le contestó entonces al élder Richards que estaba dispuesto a regresar si le dejaban "hornear tortas sin tener que lavar siempre los platos". Cuando el élder Richards le aseguró que podría emplear a alguien más para que lo ayudara en sus tareas, Gordon notificó a la compañía ferroviaria que había decidido regresar a Salt Lake City. "No se apresure a tomar decisiones todavía", le instaron. "Tómese noventa días de licencia y entonces decida. Le conservaremos su cargo hasta entonces". Gordon estuvo de acuerdo y partió nunbo a Utah.

Los Hinckley se sentían muy emocionados al regresar a su hogar en East Millcreek. Cuando entró en las oficinas generales de la Iglesia, a Gordon le pareció que nunca en realidad había salido de ahí. Era realmente agradable regresar a un ambiente más adecuado a su naturaleza personal y volver a concentrarse en temas que tanto lo apasionaban.

Treinta días después llamó a los administradores de la compañía ferroviaria y les informó que no retornaría. Aún así los ferroviarios no se dieron por vencidos; volvieron a comunicarse con él para ofrecerle algo mucho mejor, la gerencia de un departamento con un sueldo de 510 dólares mensuales. No obstante la perspectiva de tan generoso aumento de sueldo, Gordon consideró que su decisión era relativamente fácil. Así lo explicó a un amigo: "Ésta es la obra del Señor. Siento que mi mayor contribución en la vida consiste en continuar haciendo humildemente todo lo que pueda para promover Su causa".'

Las Autoridades Generales y los empleados de las oficinas generales de la Iglesia parecían complacidos de tener de vuelta a Gordon. Su reputación de "esclavo" continuaba intacta y de nuevo se necesitaban seriamente sus talentos. De inmediato reanudó la tarea de escribir y producir materiales para la obra misional y de relaciones públicas. Tal como antes, su estilo de escritor era claro, preciso y exento de excesos literarios: cada palabra tenía su significado, concepto tras concepto, y nunca su redacción atraía la atención sino simplemente comunicaba el mensaje.

Su experiencia en Colorado lo había convencido de que mucha gente continuaba teniendo un concepto falso sobre los mormones y su religión, lo cual le proporcionó una idea diferente en cuanto a lo que podría hacerse para llevar de manera más eficaz el Evangelio a los que no eran miembros de la Iglesia.

Tal discernimiento demostró ser muy valioso cuando el presidente George Albert Smith le pidió que escribiera una franca descripción del Evangelio que un miembro pudiera entregar con toda confianza a un investigador.

El resultado fue un libro de 230 páginas dividido en dos secciones. La segunda sección reseñaba la historia de la Iglesia desde la Restauración hasta la fecha, la que luego se reimprimió por separado bajo el título de La verdad restaurada. Durante varias décadas, La verdad restaurada ha servido como un texto de referencia modelo para centenares de miles de misioneros.

Algunas de las obras de Gordon se ofrecieron a otra gente además de los miembros de la Iglesia. En la primavera de 1951,la revista Look lo invitó a que escribiera algo en respuesta a un artículo que se había publicado ese año en la edición del 24 de abril bajo el título "Los Mormones: Somos una gente peculiar",escrito por Lewis W. Gillenson.

Gordon fue concluyente en su análisis de la interpretación que Gillenson había hecho en cuanto a la Iglesia:

"[Este artículo] es una decepción después de haber leído algunos de los que ha escrito acerca dé las iglesias protestantes de América... En general... es una caricatura de la gente mormona", comenzó diciendo a la vez que señalaba las razones específicas que daban pie a su comentario desfavorable:

"El título de su artículo dice, 'El "pueblo escogido" de José Smith se deleita en su peculiaridad a medida que se prepara en el desierto para el recogimiento de Israel'.

¿Qué quiere decir con esto? ¿Pretende hacernos creer que los mormones son una secta de gente fanática de largos cabellos que vive alejada del mundo, preparando algún tipo de asilo en el desierto para el dispersado Israel?...

El Sr. Gillenson sugiere que los adeptos de José Smith son un grupo de personas ingenuas-'discípulos fronterizos', hombres de 'vehementes esperanzas' y 'candidez'. La realidad es que la mayoría de los primeros conversos al mormonismo eran de los estados de Nueva Inglaterra. Eran por lo menos tan bien educados y cultos como cualquier otra clase del país".

Gordon concluyó diciendo: "Es lamentable que para reseñar la historia de un pueblo que ha logrado tanto a pesar de enormes dificultades, el Sr. Gillenson haya dependido tanto de fuentes de información evidentemente indignas de confianza. Al hacerlo, sólo ha conseguido presentar un panorama mediante el cual sus lectores tendrán problema en distinguir entre lo verdadero y lo ficticio".

En general, como parecía indicar [la revista] Look, el prestigio de la Iglesia estaba en aumento.

En 1947, cien años después de que la primera compañía de pioneros arribara al Valle del Lago Salado, el número de miembros de la Iglesia había alcanzado a un millón. En octubre de 1949, como resultado, al menos en parte, del entusiasmo y los esfuerzos de Gordon, la conferencia general fue por primera vez transmitida por la estación KSL de televisión. Durante varios años antes de eso, él había hecho los arreglos para que mediante conexiones privadas se transmitieran las reuniones generales del sacerdocio a numerosas congregaciones en todo el mundo y continuó asimismo participando en otros programas radiotelefónicos .l

A medida que progresaba la obra misional, Gordon deseaba tener el tiempo necesario para llevar a cabo todas sus ideas y aprovechar cada oportunidad. Había momentos, sin embargo, en que le parecía haber llegado a su límite.

Para complicar aún más su agenda, Gordon y Marjorie continuaban tratando de restablecer su hogar después de su mudanza desde Colorado cuando, el 20 de abril de 1946, a él lo sostuvieron como segundo consejero de Lamont B. Gundersen en la presidencia de la Estaca East Millcreek.

Estaba complacido ante la perspectiva de trabajar entre sus propios amigos y vecinos y comenzó así un prolongado período de servicio a la Iglesia en East Millcreek. Después de servir dos años y medio como segundo consejero del presidente Gundersen, el 14 de noviembre de 1948 lo llamaron como su primer consejero en reemplazo de Ralph S. Barney, quien fue relevado por razones de salud.

Al ir cumpliendo sus varias asignaciones en el sacerdocio, Gordon fue conociendo a otros líderes de las estacas vecinas, aumentando de ese modo su círculo de amistades. Por ejemplo, trabajó con un joven abogado que servía como consejero en la presidencia de la Estaca Cottonwood, llamado James E. Faust, y con Thomas S. Monson, que servía como consejero en la Estaca Temple View.

Las actividades de Gordon fueron creando una interesante yuxtaposición: Durante el día proyectaba maneras de presentar el Evangelio a personas no miembros y en las noches procuraba obtener soluciones para la integración de numerosas concentraciones de Santos de los últimos Días a los programas de la Iglesia. Al mismo tiempo, él y Marjorie trataban de criar a sus propios pequeños Santos.

La vida en el hogar de los Hinckley era muy raramente monótona, frecuentemente alegre y casi siempre ruidosa. El 30 de octubre de 1947, fueron bendecidos con la llegada de su vástago número cuatro, el segundo varón, Clark Bryant.

Madre ahora de dos varones y dos niñas, Marjorie no podía imaginar una mayor felicidad en su vida. Las obligaciones de criar hijos pequeños parecía darle más energías en lugar de desalentarla. Aunque con frecuencia tenía que entendérselas por sí sola con su progenie mientras Gordon atendía sus obligaciones en la presidencia de estaca, siempre había aceptado la realidad de que él habría de tener exigentes responsabilidades en la Iglesia. Ella se sentía cómoda con la mayordomía de él y feliz con la suya.

Ninguno de los hijos, sin embargo, tenía dudas sobre quién mandaba en la casa, aunque Gordon rara vez tomaba parte en solucionar controversias o en disponer las numerosas labores que correspondían al cuidado de los niños.

Ni él ni Marjorie eran muy estrictos, ya sea en disciplinarlos o en establecer normas severas. A Gordon le gustaba comentar que su padre nunca le puso la mano encima, excepto para bendecirlo, y que él pensaba hacer lo mismo. Tampoco era la pareja muy exigente, el uno con el otro. Marjorie lo explicó así: "Gordon siempre dejó que yo hiciera lo que quisiera. Nunca insistió en que lo hiciera a su manera o de ninguna manera, en realidad. Desde el principio me dio libertad de acción y me dejó que alzara vuelo".

En el horizonte se perfilaban maravillosas oportunidades. Habiendo dejado atrás el trauma de la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes que habían dedicado varios años a su patria estaban ansiosos por sentar raíces, tal como las señoritas que habían permanecido atrás. A diferencia de la década que acababa de finalizar, la de 1950 comenzó con un sentimiento general de buena voluntad. Los ciudadanos en general confiaban en que sus líderes les dirían la verdad y mantendrían el país exento de guerras.

Por eso es que el estallido de la Guerra de Corea en 1950 fue como la descarga de un rayo. Los Estados Unidos se encontraron en medio de otro conflicto internacional. Fue entonces que, al aproximarse la fecha de la conferencia general de abril de 1951, falleció el presidente George Albert Smith después de haber servido casi seis años como Presidente de la Iglesia. Tanto el conflicto coreano como el fallecimiento del profeta habrían de tener una profunda y directa influencia en la vida de Gordon.

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