CAPITULO 23
El presidente Hinckley no esperaba en realidad que el nuevo Presidente de la Iglesia fuera a pedirle que permaneciera como integrante de la Primera Presidencia. No obstante, le prometió a presidente Hunter que le serviría con la misma fidelidad y energía que les había demostrado a los presidentes Kimball y Benson.
Durante veinte años en el Quórum de los Doce se había sen, tado junto al presidente Hunter y este modesto abogado califor. niano de voz suave había sabido ganarse su estima y su afecto "Él era un hombre muy amable", dijo tiempo después el presi. dente Hinckley. "Rara vez se perturbaba y sin embargo tenía ner. vios de acero. Podía manifestar una posición determinada y defenderla con firmeza, pero su proceder era constantementE bondadoso y considerado. Era un hombre de gran sabiduría quE pensaba con claridad y se expresaba sin rodeos. Desempeñaba calladamente sus funciones sin perturbarse ni alardear. Yo apre. cié enormemente a Howard Hunter".
El presidente Hunter captó la atención de los miembros de k Iglesia en todo el mundo con su delicada y caritativa personalidad y a raíz de su invitación a que vivieran prestando "une mayor atención a la vida y el ejemplo de Jesucristo" y a "tener el templo del Señor como el símbolo esencial de su condición dE miembros".2 El vasto rebaño del presidente Hunter comen¿ inmediatamente a dedicarse con devoción a cumplir las dos invitaciones que les había extendido: emular al Maestro y ser dignos de entrar en el templo.
El presidente Hinckley podía respaldar decididamente ambos temas. Sólo cinco días después de ser reorganizada la Primera Presidencia, viajó a Inglaterra a fin de dar la palada inicial para la construcción de un segundo templo en las Islas Británicas, el cual estaría ubicado a pocos kilómetros de Preston, la localidad donde había servido como joven misionero.
Otros días importantes le esperaban más adelante. A fines de junio, el presidente Hunter llamó al élder Jeffrey R. Holland para que sirviera como miembro del Quórum de los Doce, llenando así la vacante producida a raiz del fallecimiento del presidente Benson.
La mañana de su llamamiento, el élder Holland fue invitado a reunirse con los Apóstoles durante su asamblea semanal en el templo, la cual estaba en pleno desarrollo cuando arribó. "El presidente Hinckley salió al pasillo para recibirme", recordó luego el élder Holland, "y nunca olvidaré lo que me dijo e hizo. Él podía ver cuán preocupado me sentía por el llamamiento que había recibido. Me abrazó y simplemente dijo: 'Bienvenido, querido amigo'. Cuando me acompañó a través de la puerta, todos los que allí se encontraban se pusieron de pie. Yo me sentía ya muy emocionado, pero no estaba preparado para la impresión que tuve al entrar y ver que las Autoridades Generales se levantaban. Estoy seguro de que el presidente Hinckley comprendió mis sentimientos, porque permaneció a mi lado, me tomó del brazo y esperó a que me tranquilizara. Fue una experiencia estremecedora, pero de entre todas las cosas que podría haberme dicho, la frase que escogió fue realmente fraternal, de gran camaradería. Ahí estaba ese hombre a quien había presentado mis informes durante quince años aproximadamente, poniendo un brazo sobre mis hombros como si fuera un colega suyo. Nunca olvidaré la dulzura de esas tres palabras, 'Bienvenido, querido amigo.
Sólo dos días después, el presidente y la hermana Hinckley acompañaron al presidente y a la hermana Hunter, al élder M. Russell Ballard y su esposa, y a otras personas a Nauvoo, Illinois, con el propósito de participar en la conmemoración del sesquicentenario del martirio de José y Hyrum Smith. El domingo 26 de junio amaneció caluroso y húmedo, pero el presidente Hinckley demostró gran entusiasmo durante las reuniones en el centro de la Estaca Nauvoo, la manzana del Templo y la cárcel de Carthage.
En la conmemoración del domingo por la tarde en la manzana del templo, se refirió a la trágica historia de un templo abandonado cuando los santos tuvieron que partir hacia el oeste a través de las praderas del estado de Iowa; luego quitó el velo de sobre un sol esculpido en feldespato en préstamo perenne del estado de Illinois a la Iglesia, el cual ha de conservarse permanentemente en un lugar seguro dentro del templo. En cada una de las sesiones, el presidente Hinckley dio fuerte testimonio en cuanto a los hermanos cuyo sacrificio había sido tan significativo para la Restauración.
En la sesión de'asamblea solemne que dio comienzo a la conferencia general de octubre de 1994, el presidente Howard W. Hunter fue sostenido como el decimocuarto Presidente de la Iglesia. Tener ahora un Profeta que pudiera presidir y hablar en una conferencia no solamente alegró a los santos sino que pareció también revitalizar al presidente Hinckley quien, cuando dirigió la asamblea solemne se sintió obviamente complacido al ser el primero en expresar su apoyo por el presidente Hunter.
En su discurso de apertura, el presidente Hunter volvió a recalcar los dos temas que había señalado en junio durante su conferencia de prensa. Habiendo exhortado a los santos a que adoptaran el templo como símbolo de su condición de miembros, era lógico que tuviera la oportunidad de presidir en la dedicación del Templo de Orlando Florida una semana después de la conferencia general. Ésa fue la primera vez que un Profeta asistía a la dedicación de un templo desde que el presidente Benson lo había hecho en 1989 al dedicar el Templo de Las Vegas [Nevada].
Ya para fines de 1994, empezaron anotarse algunas indicaciones de que la salud del presidente Hunter estaba deteriorándose. El 4 de diciembre pronunció un discurso en el Devocional Navideño de la Primera Presidencia y a la semana siguiente creó, en la Ciudad de México, la estaca número 2.000 de la Iglesia. Pero al llegar la fecha de la dedicación del Templo de Bountiful [Utah] en enero de 1995, se encontraba muy débil y enfermizo. Sin embargo, leyó la oración dedicatoria e hizo uso de la palabra en la primera sesión.
El presidente Hunter presidió cinco sesiones adicionales, pero dos días antes de que se diera término a la dedicación lo internaron en el hospital completamente agotado. Al cabo de una exhaustiva examinación, los médicos le dieron la triste noticia de que el cáncer de la próstata que anteriormente padeciera no sólo le había reaparecido sino que se le había propagado a los huesos. Al día siguiente de la dedicación del templo, el presidente Hinckley visitó al Profeta y después de unos momentos percibió la gravedad de la situación. "Sencillamente le pregunté, 'Howard, ¿sientes dolor?' Él me respondió: 'No, Gordon, no siento ningún dolor'. Eso fue muy significativo, pero salí de allí con gran desasosiego. Él está en las manos del Señor. Aún podría vivir por algún tiempo o irse en cualquier momento. Entonces vinieron a mi mente las palabras: 'Quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios.
Durante algunos años le había sido difícil al presidente Hinckley evitar comentarios por parte de algunas personas, y aun de colegas, que hablaban abiertamente acerca de lo que consideraban inevitable: que era sólo cuestión de tiempo para que llegara a ser el Presidente de la Iglesia. Le molestaban esos comentarios e insinuaciones y por lo general acostumbraba a interrumpir o abreviar cualquier conversación que se orientara en tal dirección.
Naturalmente, sabía que le correspondería serlo por antigüedad, pero trataba desesperadamente de evitar aun pensar en que se le llamara como Presidente de la Iglesia. Nada bueno, creía él, resultaría de tal cosa.
El presidente Hunter no se sentía como para asistir al banquete anual de la Convención Nacional Judeocristiana en febrero, durante el cual homenajearon al presidente Hinckley por sus contribuciones como líder religioso. La velada estuvo repleta de elogios y tributos, y el presidente Hinckley admitió que le resultaba "casi embarazoso" recibir tales honores. Dijo a la congregación que sólo había tratado siempre de hacer lo que todo hombre debe hacer sin pensar en reconocimiento alguno.
En los días posteriores, la salud del Profeta fue declinando continuamente, y a pedido suyo el presidente Hinckley le dio una bendición el 27 de febrero. Lowell Hardy, el secretario del Presidente, quien se hallaba allí y participó en la ordenanza, dijo después: "El presidente Hinckley imploró al Señor que preservara la vida del presidente Hunter, pero también declaró específicamente que su vida estaba en manos del Señor. Fue una conmovedora experiencia. Después estrecharon las manos y recordaron en cuanto a los treinta y cinco años en que habían sido Autoridades Generales. Al cabo de unos momentos, me excusé al percibir que algo muy importante estaba sucediendo entre esos dos hombres. Era como si el manto [de autoridad] se estuviera preparando para entregarse".
Al regresar esa noche a su hogar, el presidente Hinckley escribió en su diario personal: "Me pareció que el presidente Hunter está extremadamente débil. Tengo el presentimiento de que no durará mucho tiempo más. Está sufriendo gran dolor. Me causa mucha pena".
El presidente Hunter falleció el 3 de marzo de 1995. El presidente Hinckley, acompañado del presidente Monson, fue al apartamento del Profeta y después de tratar de consolar a la hermana Hunter llamó por teléfono a su esposa y sencillamente le dijo: "Ya no está con nosotros". La hermana Hinckley comenzó a llorar, y más tarde dijo: "No puedo describir el vacío y la soledad que experimenté. El presidente Hunter había muerto y ahora quedábamos a cargo de todo. Me sentí tan triste y tan sola. Y también así se sintió Gordon. Estaba como azorado, sintiéndose inmensamente solo. No había nadie ya que pudiera entender lo que estaba experimentando".
Aunque Gordon B. Hinckley no sería ordenado Presidente de la Iglesia por otros nueve días, el manto de autoridad había descendido sobre él instantáneamente y sin ceremonia alguna. Dio comienzo a los arreglos para el funeral del presidente Hunter y pasó el resto del día en su oficina, andando como automáticamente, pero tenía dificultad en concentrarse.
Esa noche escribió simplemente:
"Ha caído sobre mis hombros una tremenda responsabilidad. Me parece imposible creer que el Señor me haya extendido este oficio y llamamiento tan sagrado. Sólo me queda orar y suplicar que se me ayude".
El día antes del funeral, fue a pasar unas horas a su cabaña y plantó algunas peonias. Dedicó la tarde a trabajar en su escritorio en el hogar y contemplar lo que le esperaba la semana siguiente, sabiendo que sería muy ocupada y conmovedora.
El funeral y los servicios de sepultura fueron magníficos, pero al final del día el presidente Hinckley se sentía como si se le hubieran agotado todas sus emociones. Esa noche escribió: "El presidente Hunter... se ha ido de entre nosotros. Hemos terminado sus funerales. La carga del liderazgo de la Iglesia descansa sobre mis pequeños hombros. Es una asombrosa responsabilidad y me aterroriza pensar en ello. Sin embargo, es la Iglesia del Señor.
Mi responsabilidad consiste en mantenerme firme y escuchar la voz apacible del Espíritu".
Temprano en la mañana siguiente fue al Templo de Salt Lake, entró en la sala de reuniones de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce y quedándose solo allí echó llave a la puerta. Con sus propias palabras escribió luego lo que aconteció entonces:
"Me saqué los zapatos de calle y me puse los mocasines del templo... Fue una experiencia maravillosa. Leí las Escrituras, el Antiguo y el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón y La Perla de Gran Precio. En la pared del lado oeste hay tres cuadros del Salvador-uno describe el llamamiento de los Doce, otro describe la Crucifixión y el tercero describe la Resurrección... Me puse a estudiarlos. Quedé particularmente impresionado con la pintura de la Crucifixión. Allí, estando a solas, al meditar en ello pensé mucho en cuanto al precio que mi Salvador pagó por mi redención. Pensé en la abrumadora responsabilidad de ser Su Profeta en la tierra. Me acongojé y lloré al sentirme tan inadecuado.
"Sobre la pared del lado norte hay un retrato del profeta José Smith, y en la del sur uno de su hermano Hyrum. Entre ambos y extendiéndose de una pared a la otra están los retratos de todos los Presidentes de la Iglesia, de Brigham Young a Howard W. Hunter. Caminé frente a esos retratos y contemplé la mirada de cada uno de esos hombres. Sentí como si podía hablar con ellos. Sentí como que me hablaban y me tranquilizaban... Me senté en la silla que había ocupado como primer consejero del Presidente y pasé largo rato mirando esos retratos. Cada uno de ellos pareció cobrar vida. Me parecía que sus ojos me estaban mirando. Sentí como si estuvieran alentándome y prometiéndome su apoyo. Me parecía que estaban diciéndome que habían hablado a mi favor en un concilio realizado en los cielos, que yo no tenía nada que temer, que sería bendecido y sostenido en mi ministerio.
"Me arrodillé y le imploré al Señor, hablándole en oración por largo rato... Estoy seguro que mediante el poder del Espíritu escuché la palabra del Señor, no vocalmente sino en la tibieza que sentí en mi corazón, acerca de las preguntas que formulé en mi oración".
Después de esos momentos en el templo, el presidente Hinckley dijo haber recibido un sentimiento de paz en cuanto a lo que le esperaba más adelante. "Me sentí mejor y tengo ahora una certidumbre mucho más firme en mi corazón de que el Señor está llevando a cabo Su voluntad con respecto a Su causa y Su reino, y que seré sostenido como Presidente de la Iglesia, y [como] profeta, vidente y revelador, y que serviré como tal por tanto tiempo como el Señor lo disponga", escribió después. "Con la confirmación del Espíritu en mi corazón, estoy ahora preparado para seguir adelante y hacer lo mejor que pueda hacer. Me es dificil creer que el Señor haya puesto sobre mí esta responsabilidad tan enorme y sagrada... Espero que me haya capacitado para hacer lo que Él espera de mí. Le brindaré mi completa lealtad y por cierto que procuraré Su dirección".
El domingo 12 de marzo por la mañana, los catorce apóstoles fueron en ayunas al Templo de Salt Lake. Aunque le resultaba aún imposible imaginarlo, Gordon B. Hinckley pasó a ser el decimoquinto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días. Después de que cada uno de los hermanos tuvo la oportunidad de expresar sus sentimientos acerca de la reorganización de la Primera Presidencia, el presidente Hinckley indicó que deseaba que los élderes Thomas S. Monson y James E. Faust sirvieran como su primer y segundo consejeros, respectivamente. El presidente Monson entonces fue la voz al apartar al nuevo Presidente de la Iglesia.
Esa noche, el presidente Hinckley escribió: "Todo ha terminado. La transición de la administración bajo el plan del Señor es algo sencillo. No existen los ruidos ni las campañas de la política ni los procedimientos relacionados con el liderazgo de grandes corporaciones de negocios... Uno debe aceptar que el hombre que llega a ser Presidente de la Iglesia ha sido escogido por el Señor, quien tiene poder sobre la vida y la muerte, y que preserva y capacita al hombre a través de largos años de servicio. He regresado a casa con gran serenidad, casi abatido. Quien no haya ocupado este cargo no podría realmente apreciar la impresión que uno experimenta. Aunque he servido como consejero de tres presidentes de la Iglesia, lo que siento ahora es totalmente diferente".
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