C A P Í T U L O 2 4
PRESIDENTE DE LA IGLESIA
"Fue una escena sorprendente: un saludable presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días frente a una 'manada' de sorprendidos reporteros a quienes les preguntaba si deseaban hacerle algunas preguntas". Así describió un periodista del Deseret News la conferencia de prensa que anunció la ordenación del presidente Hinckley. "Muy pocos en aquel elegante salón de recepción del Edificio Conmemorativo José Smith sabían que hacía ya 21 años que algún hombre que sirviera como 'profeta, vidente y revelador' de esa religión había llevado a cabo una conferencia de prensa.
Pero sí comprendían que lo que estaban viendo era algo realmente extraordinario y que estaban recibiendo un testimonio... Su enérgica disposición tuvo un efecto muy estimulante en los empleados de la Iglesia. Las sonrisas brillaban por doquier y los aparatos telefónicos sonaban con llamados de apoyo por parte de los miembros [de la Iglesia]".
El presidente Hinckley escribió tiempo más tarde: "Recibimos palabras de aprecio desde muchos lugares. Estuve viendo el informativo de la noche, y eso constituía la noticia principal. Los reporteros fueron muy positivos y aun entusiastas. Destacaron el hecho de que ésta era la primera vez que un Presidente de la Iglesia llevaba a cabo, en más de veinte años, una sesión de preguntas y respuestas. No me había dado cuenta de ello, pero supongo que así era. Estoy contento de que haya pasado ya y agradecido al Señor por Su bendición".
El presidente James E. Faust expresó un sentimiento que muchas Autoridades Generales compartieron: "No he conocido a ningún hombre que haya venido a la Presidencia de esta Iglesia tan bien preparado para tal responsabilidad. El presidente Hinckley ha estado familiarizado y trabajado con cada Presidente de la Iglesia, desde Heber J. Grant a Howard W. Hunter, y ha sido personalmente capacitado por todos los grandes líderes de nuestra época".
La evaluación del presidente Packer fue indiscutible: "Ningún hombre en la historia de la Iglesia ha viajado tanto a tantos lugares del mundo con el propósito de predicar el Evangelio, bendecir a los santos y promover la redención de los muertos como lo ha hecho el presidente Hinckley. Efectuó todos esos viajes a Asia cuando hacerlo era agotador y difícil. Ha recorrido toda Sudamérica una y otra vez. Estuvo en el Pacífico cuando perdimos a aquellos miembros de la Iglesia en un horrible naufragio, en el Perú cuando sufrieron un devastador terremoto, y en Corea durante un golpe de estado. Él presenció todo eso y ha estado en todas partes y hecho casi cualquier cosa en lo que a la administración de la Iglesia respecta."
A la mañana siguiente de la conferencia de prensa, la nueva Presidencia se reunió por primera vez en su sala de consejo y tal experiencia despertó una variedad de tiernas emociones en el presidente Hinckley, quien después comentó: "En julio próximo se cumplirán sesenta años desde que vine a esta sala al regresar de mi misión para reunirme con la Primera Presidencia a pedido de mi presidente, el élder Joseph F. Merrill, del Consejo de los Doce. Es imposible reconocer todo lo que ha sucedido desde entonces. Pensar que ahora estoy sentando donde el presidente Heber J. Grant se sentaba en aquel momento. Él fue un verdadero gigante a quien amé de todo corazón".
Considerando todas las reuniones a que había asistido en esa sala, muchas de las cuales había dirigido y presidido, las cosas eran muy diferentes ahora. "Previamente había tenido responsabilidades sin autoridad", explicó. "De pronto, tengo responsabilidad y autoridad, y eso de por sí me presenta nuevos desafíos y grandes preocupaciones, aun inquietantes a veces. Hay una enorme diferencia entre ser consejero y ser presidente. Así era cuando fui consejero en una presidencia de estaca y posteriormente se me llamó como presidente de estaca y así es ahora.
Existe un énfasis en el artículo el-el Presidente de la Iglesia, el profeta, vidente y revelador-que es a la vez muy distinto y aterrador. A pesar de haber estado muy cerca del Presidente de la Iglesia, no tenía idea de cuán diferentes resultarían las cosas al ser yo el Presidente".
Una diferencia inmediata fue la reacción que su sola presencia despertaba en los miembros de la Iglesia. Ninguna previa experiencia se comparaba con la atención que generaba doquiera que iba. Aunque agradecía la conmovedora bondad y las expresiones de apoyo [de la gente], se sentía incómodo con las irreprensibles emociones que rayaban a veces en señales de adoración. Continuamente se recordaba a sí mismo que era su oficio lo que la gente honraba, y no su persona.
No obstante los enormes cambios producidos en su propia vida, su sentido del humor continuaba intacto. Después de que él y su esposa se hubieron mudado a la residencia oficial del Presidente de la Iglesia, su nieto Michael, bromeando, les decía que ahora se hallaban tan incomunicados que ni siquiera un buzón propio de correo tenían. "Ya no son personas. No tienen nombres", a lo que el abuelo replicó: "Y bueno, somos los 'nadies' más trabajadores que conoces".
Debido al momento en que fue ordenado, el presidente Hinckley no pudo darse el lujo de tomar demasiado tiempo para adaptarse a las nuevas circunstancias. Teniendo menos de tres semanas antes de la conferencia general para prepararse para la Asamblea Solemne y hablar a los miembros como Presidente, encaró tales asignaciones con toda seriedad. "Espero que lo que habré de decir en la conferencia general sean palabras inspiradas que representen la voz del Señor a Su pueblo y que las reciba por medio de la inspiración", escribió en su diario personal. "Ésta es una responsabilidad casi aterradora".
Sin embargo, la conferencia general de abril no era la primera oportunidad que tenía como Presidente de dirigir la palabra a una congregación en el Tabernáculo y a una audiencia mundial. El sábado anterior-menos de dos semanas después de su ordenación-había hablado en una reunión general de las Mujeres Jóvenes. Aunque probablemente muy pocas personas se dieron cuenta del parentesco, quien lo presentó por primera vez en el púlpito como Presidente de la Iglesia fue su hija Virginia, la cual dirigió la reunión de las Mujeres jóvenes y cuya voz se le entrecortó brevemente al anunciar: "Tendremos ahora el privilegio de escuchar al presidente Gordon B. Hinckley, Presidente y Profeta de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días". Más tarde, ella dijo:
"Ni se me había ocurrido siquiera hasta que llegamos esa noche al Tabernáculo que estaría yo presentando a mi padre en esa ocasión. Pero fue un momento inspirador. Una suele encontrarse en medio de estas pequeñas intersecciones de la vida que en sentido general carecen de significado, pero que personalmente son motivo de mucha satisfacción e importancia. Fue para mí maravilloso poder compartir con él ese momento".
Una semana después, el sábado 1° de abril por la mañana, el Tabernáculo estaba nuevamente completamente lleno, mientras que otros miles de personas que no pudieron entrar buscaban un lugar sobre el césped de la Manzana del Templo en tanto que se llevaba a cabo la sesión de Asamblea Solemne de la conferencia general número 165. El presidente Hinckley dirigía la misma pero encomendó al presidente Monson el proceso del sostenimiento de la Primera Presidencia y otros oficiales.
A diferencia de lo tradicional, se invitó a las mujeres de la Sociedad de Socorro a que se pusieran de pie y ofrecieran su voto de sostenimiento tal como los miembros de quórumes del sacerdocio lo habían hecho, seguidas entonces por las mujeres jóvenes y finalmente por los miembros en general. La congregación sostuvo también al élder Henry B. Eyring como integrante del Quórum de los Doce.
Después del primer día de la conferencia general, el presidente Hinckley escribió: "Para mí, personalmente, fue una asamblea infinitamente solemne en la que mi alma se llenó de emoción y mi corazón rebosó de gratitud... Cuánto agradezco al Señor por la gran bendición que me ha dado y a la gente que levantó la mano para sostenerme. Es difícil pensar que poseo este oficio al cual se me ha llamado. Ruego que pueda obtener la fortaleza, la guía, la revelación, la fe y la vida que necesito para llevar a cabo lo que el Señor desee realizar.
Debemos reconocer que todo esto es resultado de Su voluntad. Tal conocimiento produce en mí un efecto de enorme seriedad... Éste ha sido un día maravilloso. No habrá ningún otro igual en toda mi vida. Me siento casi abrumado por el sentido de responsabilidad para con mi Padre Celestial y mi Señor y Salvador, hacia los miembros de la Iglesia y aun en cuanto al mundo entero".
En su primer discurso de la conferencia general, el presidente hizo un llamado de atención que reveló su pasión por la obra y anunció un tema que había enseñado muchas veces antes, al decir: "Esta Iglesia no pertenece a su presidente. Es el Señor Jesucristo quien está a la cabeza, cuyo nombre todos hemos tomado sobre nosotros.
Todos estamos embarcados juntos en esta obra... Las obligaciones de ustedes en sus correspondientes esferas de responsabilidad son tan serias como las mías en mi propia esfera... La hora ha llegado para que nos pongamos de pie más resueltamente, levantemos la mirada y extendamos nuestra mente hacia una mayor comprensión y entendimiento de la gran misión milenaria de ésta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días. Ésta es la época de ser fuertes. Es hora de seguir avanzando sin vacilar, reconociendo el significado, el alcance y la importancia de nuestra misión. Es el momento de hacer lo que es justo a pesar de las consecuencias que ello traiga aparejadas... No tenemos nada que temer. Dios está al timón".
Cansado pero entusiasta al terminar la conferencia, el presidente Hinckley escribió en su diario personal: "Creo que todo marcha bien, porque el Señor ha sido muy bondadoso y generoso con nosotros. Todo honor, alabanza y gloria sea para el Padre y Su Hijo. Cuán agradecido estoy por ser parte de esta obra".
El presidente Hinckley acababa de asumir el liderazgo de la Iglesia, la cual tenía ahora más de 9 millones de miembros, 47.000 misioneros que servían en 303 misiones y abarcaba 156 países y territorios. A fin de mantenerse a la par de tan asombroso crecimiento, anunció en la conferencia el relevo honorable de los Representantes Regionales e indicó que se llamaría a Autoridades de Área para que sirvan bajo la dirección de Presidencias de Área ayudando así a descentralizar la autoridad administrativa y permitir que las Autoridades Generales se mantuvieran más cerca de los miembros .
También él deseaba mantenerse cerca de los miembros. Durante la mayor parte de los últimos quince años ningún Presidente de la Iglesia había podido viajar y visitar con comodidad a los santos, así que el presidente Hinckley quiso hacerlo desde el principio. Por lo tanto, adoptó una rigurosa agenda.
Parecía difícil que pudiera abarcar tanto en cada 24 horas. Su entusiasmo en cuanto a la obra y todo lo que acontecía era, en realidad, mayor que nunca. De vez en cuanto solía comentar que lo único que lamentaba era ser tan anciano y que había tantas cosas en el futuro que no alcanzaría a ver jamás.
Muchas veces el presidente Hinckley llegaba temprano a su oficina y se quedaba hasta muy tarde, y en la mayoría de los fines de semana se reunía con grandes números de miembros de la Iglesia. Durante los primeros dieciocho meses de su administración, presidió en conferencias regionales o habló ante grandes congregaciones en muchas ciudades estadounidenses, como así también en México.
Dondequiera que iba, buscaba la oportunidad de inspirar a tantas personas como fuera posible-por lo general en congregaciones, pero, si podía, en forma individual. Y casi siempre se reunía con misioneros, saludando uno por uno a tantos de ellos que su mano artrítica le quedaba adomercida.
Su táctica con los misioneros solía ser cautivante y un tanto inesperada. "Usted no es muy atractivo", le decía bromeando a alguno, "pero es todo lo que el Señor tiene". Entonces les contaba algunas de sus propias experiencias como misionero, se refería a aquellos que habían dado la vida al establecer los cimientos del actual reino del Evangelio, les enseñaba con las Escrituras y terminaba dándoles así un ferviente testimonio: "Yo los amo. Sé que la obra misional no es fácil. Conozco algo de sus problemas, sus preocupaciones, sus desafíos y sus esperanzas. Sean la clase de misioneros que sus madres piensan que son. Cuando van al campo misional, los misioneros no solamente salvan a otros, sino que se salvan a sí mismos y a veces a sus propias familias. Nunca se olviden de que yo les dije que el Evangelio de Jesucristo es verdadero. Nunca lo olviden".
La impresión que tanto los misioneros como los miembros tenían del presidente Hinckley era extraordinaria. Resultaba reconfortante, aun vivificante, tener como Presidente de la Iglesia a un hombre que demostraba ser física y mentalmente vigoroso. Muchos miembros, en realidad, nunca habían experimentado algo tan prodigioso.
Los santos parecían adquirir nuevas energías al tener un líder que enmarcaba todo lo que decía y hacía con optimismo y un verdadero sentido visionario. Ante congregaciones numerosas y pequeñas, y aun en conferencias de prensa con reporteros de todo el mundo, el presidente Hinckley siempre ofrecía un mensaje de esperanza, declaraba que no ha habido en la historia del mundo una época mejor que ésta en la cual vivir, y alentaba a todos a que captaran la gran visión milenaria del reino del Evangelio y perseveraran con fe.
Por ejemplo, cuando un periodista del New York Times le preguntó si no era hora de diferir el progreso de la Iglesia a fin de que fuera más fácil administrarla, él le respondió: "¡Oh, no! El progreso es maravilloso. Acarrea grandes desafíos y presenta serios problemas, pero cuán maravilloso es progresar, vivir, tener posibilidades y ser de valor en este mundo. Es algo extraordinario. Creo que es maravilloso ver esta grande y palpitante [organización]. [Querría que pudiera usted] recorrer el mundo como yo tengo la oportunidad de hacerlo y reunirse con nuestra gente y ver lo que está sucediendo-es algo muy alentador y magnífico".
En esa misma entrevista, el presidente Hinckley aprovechó la oportunidad para enumerar algunos de los ambiciosos proyectos de la Iglesia. "Uno de nuestros Artículos de Fe dice, 'Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos`, comenzó diciendo. "¿Qué es lo que piensa usted que esta pequeña iglesia está tratando de hacer, dando tanto énfasis a la educación? La Universidad Brigham Young es la universidad privada más grande de [Estados Unidos]. Visítela y observe a esos alumnos-¡es algo formidable! Son jóvenes limpios y decentes, hombres y mujeres ejemplares.
El programa de seminarios e institutos tiene matriculados a doscientos o trescientos mil [jóvenes] en todo el mundo que asisten por su propia voluntad para estudiar religión. Nosotros tenemos la fuente de historia familiar más grande del mundo a disposición del público. Contamos con unos 47.000 misioneros a través del mundo que pagan sus propios gastos. Estamos construyendo entre trescientos y cuatrocientos edificios por año para atender las necesidades de nuestros miembros en todo el mundo. Ésta no es una organización minúscula. Es una iglesia mundial con una visión universal centrada en el bienestar de cada persona".
Mientras que los pregoneros de tinieblas y tragedias lamentaban el destino de las generaciones adolescentes, el presidente Hinckley proclamaba reiteradamente que la juventud de hoy día representa la más excelente generación en la historia del mundo. Las charlas fogoneras que realizaba durante sus viajes cada vez que le era posible no demoraron en ser un verdadero distintivo suyo. Una escena típica que se reestrenaba muchas veces en otras localidades del país fue ver a más de diez mil jóvenes que formaban fila con varias horas de anticipación para asistir a una charla fogonera en St. George, Utah. El Espíritu se manifestó poderosamente durante el mensaje de una hora que pronunció el presidente Hinckley, el cual empezó relatando una experiencia que tuvo cuando trabajaba para una compañía ferroviaria. Uno de los vagones de carga con destino a Newark, Nueva Jersey, fue a parar a Nueva Orleáns debido a que un descuidado operador en la estación de Saint Louis [Misuri] hizo un cambio equivocado en las vías y eso causó que el vagón tomara una dirección equivocada. "Todo empezó con un pequeño movimiento de la palanca en el apartadero", señaló el Profeta. "Y eso suele suceder en nuestra vida. Las cárceles están repletas de personas que movieron apenas un poquito la palanca del apartadero en sus vidas". Exhortaba a todos a que hicieran lo que es justo. "Sus oportunidades son enormes y maravillosas.
Ustedes han llegado al escenario del mundo en la época más extraordinaria de la historia de la humanidad. Nadie que haya vivido en esta tierra tuvo jamás tantas ventajas como las que tienen ustedes". Como de costumbre, no terminó su discurso sin expresar antes su confianza, diciendo: "Nunca se olviden, mis queridos jóvenes amigos... que cada uno de ustedes es hijo de Dios y que su Padre Celestial espera mucho de ustedes... Confío en que siempre recordarán esto: que el hermano Hinckley les dijo que pueden lograrlo".
Muy raramente hablaba el presidente Hinckley sin compartir su visión, casi con vehemencia, en cuanto al futuro de la obra. Al hacerlo, exponía con frecuencia toda una amalgama de virtudes-su reverencia por los profetas y líderes del pasado y su anhelo por explorar nuevos territorios. En realidad, parecía combinar en uno los siglos.
Era una singular aleación de patrimonio pionero y una visión del siglo veintiuno-todo lo cual sazonaba siempre con increíble optimismo.
En cuanto a las generaciones pasadas, parecía ser apropiado que Gordon B. Hinckley fuera el Presidente de la Iglesia durante un período de significativas conmemoraciones históricas. El 4 de enero de 1996, dirigió la palabra a la concurrencia que llenó el Tabernáculo con motivo del centenario del Estado de Utah. En junio de ese año, dedicó nuevamente el renovado y restaurado monumento "Éste es el Lugar", a la entrada del cañón Emigration, y a principios de julio efectuó una rápida gira por Nauvoo, Palmyra y Council Bluffs, donde participó en celebraciones que conmemoraron la jornada Mormona, y dedicó el reparado Tabernáculo de Kanesville, en el que Brigham Young había sido ordenado Presidente de la Iglesia.
Quienes trabajaban de cerca con el presidente Hinckley, y aun aquellos que tenían un contacto temporario con él, se maravillaban de su energía, vigor y dinamismo. A veces, sin embargo, sus intensas actividades lo agotaban.
Después de un viaje de fin de semana para asistir a una conferencia regional en el este del país, regresó a su casa totalmente exhausto. "Me siento terriblemente fatigado", escribió en su diario personal, "tan cansado que apenas pude darme una ducha. Han sido cuatro días muy ocupados, y me siento extenuado. Pero para eso estoy aquí, para fatigarme al servicio del Señor".
Ocasionalmente dedicaba tiempo a descansar y su diversión predilecta era permanecer en su pequeña casa de campo. "Pasábamos la mayor parte del día en nuestra cabaña", escribió después de estar allí una tarde. "Me encanta este lugar... Es maravilloso caminar sobre el césped. Me encantan los pastos, los árboles, los arbustos, los pájaros. He realizado algunas faenas y estoy cansado hasta los huesos. Pensé que podría dedicar algunos momentos a prepararme para la conferencia [general], pero no lo hice. Me puse a pensar en otras cosas y a descansar".
Solía presentársele alguna que otra oportunidad para aliviarlo de las presiones que ya nunca le faltaban. Como Presidente de la Iglesia, en realidad era algo mucho más que presiones, sino la carga inexorable del manto profético-que a la vez era glorioso y aterrador. Después de haber presidido en junio de 1995 la conferencia regional en Anchorage, Alaska, y de hablar a los miembros en localidades vecinas (algunos habían tenido que viajar diez horas en barco para asistir a dicha conferencia), él y la hermana Hinckley aceptaron la invitación de participar durante tres días en un crucero por los canales del Parque Nacional Glacier Bay-experiencia que les hizo sentirse rejuvenecidos.
"Nos vestimos con ropas cómodas, lo cual fue un gran alivio", escribió luego el presidente Hinckley. "Vinimos a descansar, a contemplar las estrellas, a pescar y a admirar las obras maravillosas del Creador". Al recorrer el parque fueron viendo ballenas y águilas, pescaron y disfrutaron el límpido esplendor de Alaska. En su diario personal escribió él: "Esta mañana me levanté temprano y fui a la cubierta [del barco]. Era difícil arrodillarse a orar en el pequeño camarote, así que fui hasta la proa y allí pronuncié mi oración matinal. Me sentí inspirado por la belleza del panorama-las montañas del alrededor cubiertas de bosques vírgenes que nunca habían visto la sierra o el hacha del leñador. Medité sobre las maravillas de la naturaleza, esos enormes glaciares, congelados y brillantes a la luz del sol". Ese día fue él quien sacó el primer pez, y luego escribió: "Me enfocaron varias cámaras y me gustó mucho, porque así podré mostrarle algunas fotos al presidente Monson, que va siempre a pescar, para que vea que yo también puedo hacerlo". Antes de partir, comentó: "El andar al aire libre es una medicina para el alma".
Irónicamente, aunque el manto que llevaba como Presidente de la Iglesia era gravoso, ciertas imposiciones del pasado habían desaparecido. "No alcanzo a imaginar", explicó el élder Russell M. Nelson, "cuán dificultoso debe haber sido para el presidente Hinckley saber en épocas anteriores que si la obra había de progresar, él simplemente tenía que moverla en esa dirección. Pero al mismo tiempo necesitaba tener cuidado y subordinarse al Profeta.
Durante todos esos años, nunca dio muestras de impaciencia o de sentirse agobiado. Su primera lealtad fue siempre hacia el Presidente de la Iglesia. Supongo, sin embargo, que ninguno de nosotros llegará a saber jamás cuánto tiempo y cuánta energía dedicó a demostrarle respeto y a desempeñar sus funciones de manera que estuvieran de conformidad con los deseos del Presidente. Me reconforta ver que ahora puede promover las cosas sin tener que aguardar a alguien más".
Sus colegas entre las Autoridades Generales y otros importantes administradores centrales de las Oficinas de la Iglesia percibieron de inmediato un ritmo acelerado en casi todos los departamentos. "El presidente Hinckley es [una personal progresista", ha dicho el élder Neal A. Maxwell. "No siempre se embarca en acciones drásticas y arrasadoras. Pero tratándose de tomar una decisión, procede enérgicamente. Consideremos, por ejemplo, la obra misional. Si solamente observamos su influencia en una parte determinada, creo que lo veríamos tomar una serie de decisiones que resultarían en una labor misional más eficaz y que causaría una mayor retención de nuevos conversos. No me sorprendería ver que incluyera una media docena de modificaciones reglamentarias para mejorar significativamente la obra misional".
El presidente Hinckley no se deja llevar necesariamente por las tendencias convencionales. Sólo porque algo haya sido hecho siempre de una manera determinada no quiere decir que deba adoptarse para siempre. "[Él]
ha estado trabajando en estas oficinas por más de sesenta años", dijo el presidente Packer, "y ha sido capacitado por varios de los grandes hombres de esta dispensación. Es lo que yo llamo 'el orden implícito de las cosas' que se transmite de una generación de líderes a otra. De tales experiencias aquí, entiende dónde se encuentran las facultades propias del Presidente de la Iglesia y también cuáles son sus inherentes limitaciones."
La comunidad de la Universidad Brigham Young se sorprendió sobremanera cuando, en noviembre de 1995, el presidente Hinckley nombró a una Autoridad General, el obispo presidente Merrill J. Bateman, para que reemplazara a Rex Lee como rector de dicha institución. Y también despertó la curiosidad de la congregación al comenzar la conferencia general de abril de 1996 adelantando que se planeaba construir un salón de asambleas con una capacidad cuatro o cinco veces mayor que la del Tabernáculo.
Cuando la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce emitieron una Proclamación sobre la Familia-la primera proclamación oficial en los últimos dieciséis años-decidió presentarla en una reunión general de la Sociedad de Socorro llevada a cabo el 23 de septiembre de 1995, en lugar de esperar a una oportunidad más pronosticable la semana siguiente en la conferencia general. Anunció el importante documento manifestando que había sido preparado como un mensaje "a la Iglesia y al mundo que expone y reafirma las normas, doctrinas y costumbres concernientes a la familia que los profetas, videntes y reveladores de esta iglesia han declarado repetidamente a través de su historia".
Entonces procedió a leer la declaración, la cual confirmaba la santidad del matrimonio, el significado de la familia y la importancia de la castidad, concluyendo con estas palabras: "Advertimos a las personas que violan los convenios de castidad, que abusan de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplen con sus responsabilidades familiares, que un día deberán responder ante Dios. Aún más, advertimos que la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos. Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla como base fundamental de la sociedad".
Comentando sobre la ocasión, Elaine L. Jack, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, dijo: "El presidente Hinckley rindió honores a todas las mujeres de la Iglesia cuando leyó la proclamación en aquella reunión general, porque las mujeres siempre han sido consideradas las guardianas del hogar. Yo no creo que estaba sugiriendo que las madres son más importantes que los padres en el núcleo familiar, sino simplemente reconociendo el valor que adjudica a su papel esencial. Realmente fue una maravillosa declaración para toda la Iglesia, como así también una manifestación de su profundo respeto por la mujer."
Fue precisamente sobre el tema de la familia y de la proclamación que se basó la conversación que el presidente Hinckley y el élder Neal A. Maxwell tuvieron con el Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, durante una visita a la Casa Blanca. El presidente Hinckley le dijo al mandatario: "Nosotros creemos que si usted va a componer el país, necesita comenzar por componer las familias. Es ahí donde hay que empezar". Entonces le entregó una copia de la proclamación y dos compendios que contenían seis generaciones de su historia familiar y de la Primera Dama.
Los compromisos de esta clase y otras obligaciones similares le requerían tanto tiempo que, aunque era por naturaleza un eficaz administrador, el presidente Hinckley se vio forzado a delegar a otras personas algunas de las cosas que había hecho por sí mismo durante años. Por ejemplo, en enero de 1996, la Primera Presidencia anunció que, a fin de que pudieran concentrarse más completamente en su ministerio, en adelante no se autorizaría que las Autoridades Generales integraran directorios de corporaciones comerciales, incluso las que fueran propiedad de la Iglesia-lo cual incluía que él mismo abandonara su cargo como presidente del directorio de Bonneville International. Asimismo, dejó de integrar varios comités de la Iglesia que por tanto tiempo había dirigido.
Había ciertas responsabilidades, sin embargo, que no quería abandonar-entre ellas la selección de terrenos para templos y otros asuntos relacionados con ellos. Indicó explícitamente a todos los que tenían responsabilidades sobre estos enormes proyectos que debían encontrar la forma de hacer mucho más y de hacerlo más rápidamente.
Después de una reunión en la que recomendó que se obtuviera una mayor ayuda en cuanto a la arquitectura para acelerar el diseño y la edificación de nuevos templos, escribió en su diario personal: "Abrigo fuertes sentimientos acerca de esto. Ahora es el momento en que debemos hacer esta obra. Tenemos los recursos para ello. La necesidad es evidente. Creo que tendremos que rendirle cuentas al Señor si no procuramos hacer estas cosas con toda diligencia". En cierta ocasión, Ted Simmons, el Director General del Departamento de Propiedades de la Iglesia, dijo en tono de broma que ahora medía una pulgada menos de estatura debido que el presidente Hinckley había estado "aporreándolo" muy duramente para que acelerara la obra de construcción de templos. A esto, el presidente Hinckley agregó rápidamente: "Sí, y aún perderá otra pulgada más si no se apura en hacerlo".
En mayo de 1995, el presidente Hinckley y el presidente Faust dirigieron la ceremonia de la "palada inicial" para el templo de Vernal, Utah, que dio comienzo al singular proyecto de renovar y ampliar el Tabernáculo de la Estaca Uintah, señalando la primera vez que un templo habría de construirse utilizando un edificio ya existente. El presidente Hinckley testificó entonces que se había arribado a tal decisión después de deliberar detenidamente sobre ello y bajo la inspiración del Señor.
No era poco común para él viajar por las noches a distintas ciudades de los Estados Unidos y aun a otros países con el fin de inspeccionar posibles lugares donde construir templos. Por cierto tiempo, él y otras personas habían buscado un terreno en los alrededores de Hartford, Connecticut, y aunque ya habían señalado uno, él no estaba muy convencido todavía. Le había implorado al Señor que lo guiara al respecto y al partir en abril de 1995 para asistir a una conferencia regional en el este de los Estados Unidos, decidió que retomaría con una firme decisión en cuanto a la ubicación de ese templo.
Después de pasar todo un día examinando propiedades en Nueva York y en Connecticut, continuaba indeciso. Al día siguiente, durante un almuerzo con los presidentes de estaca del área de Boston (Massachusetts), el presidente Hinckley les habló con toda sinceridad acerca de la dificultad en determinar dónde edificar un templo en esa región. "Hermanos", admitió, "me siento frustrado. Hemos buscado por todos lados en Hartford, Connecticut, tratando de encontrar un terreno y nada hemos conseguido. ¿Tienen ustedes algunas sugerencias?"
El presidente Kenneth G. Hutchins, de la Estaca Boston, comentó que creía que la Iglesia tenía una excelente propiedad sobre una colina desde la que se dominaba la ciudad de Boston y que nunca se había aprovechado para nada. Oyendo esto, el presidente Hinckley le pidió al élder Neal A. Maxwell, quien lo acompañaba en ese viaje, que se hiciera cargo de la reunión mientras él iba de inmediato a inspeccionar dicha propiedad. Esa misma noche, describió así en su diario personal lo que aconteció mientras recorría aquel terreno: "Al encontrarme allí tuve el presentimiento de que ése era el lugar, que el Señor había inspirado la adquisición y la conservación de ese terreno.
Muy pocas personas parecían estar al tanto de esa propiedad... Creo saber ahora por qué me había resultado tan difícil determinar la situación con respecto a Hartford. Había orado sobre ello. Había venido aquí tres o cuatro veces. Había estudiado los mapas y la demografía de los miembros, y con todo eso no lograba obtener una sólida confirmación. Esta tarde tuve la confirmación al hallarme en ese terreno allí, en Belmont. Éste es el lugar para una Casa del Señor en el área de Nueva Inglaterra".
En la conferencia general de octubre, durante la sesión del sacerdocio, el presidente Hinckley se disculpó con los santos de Connecticut explicándoles que no se edificaría el templo previamente proyectado para esa localidad yanunció entonces que se construirían templos en Boston y en White Plains, Nueva York. En 1996, la Primera Presidencia anunció también los planes de edificar templos en Monterrey, México, y en Billings, Montana.
La preocupación que el presidente Hinckley sintió en cuanto al lugar donde construir un templo en la costa oriental [de los Estados Unidos] era una indicación de los serios problemas que descansaban sobre sus hombros y los de sus consejeros. Otros problemas no se solucionaban con la misma facilidad. "Algo que me preocupa sobremanera es ver que hay miembros de la Iglesia que están apostatando", explicó al año siguiente de ser llamado como Presidente. "Aprecio enormemente y siento un profundo amor por los miembros que son fieles, pero me preocupo mucho por los que se inactivan-por lo que podemos hacer para que vuelvan y cómo podemos, en primer lugar, evitar que se alejen".
También le preocupaba el incremento en la administración de la Iglesia y la consecuente burocratización, y desde el principio de su administración pidió al Obispado Presidente que encomendara un estudio con fines de evaluar la eficacia general del desempeño administrativo en la Iglesia. "Me interesa saber", dijo, "si todo lo que estamos haciendo necesita hacerse o no al considerar la gran misión de la Iglesia. ¿Somos acaso tan eficientes como debemos ser? ¿Qué podemos hacer para obtener los mejores frutos en base al dinero de los diezmos que invertimos?"
Con frecuencia trataba de que tanto los líderes generales como los líderes locales reconocieran la creciente burocracia de la Iglesia y encontraran la manera de evitar que el desarrollo espiritual de la misma se relegara a un segundo nivel de las funciones administrativas. Aunque creía que se había logrado un cierto progreso en descentralizar la administración de la Iglesia, era mucho lo que restaba por hacerse todavía. Tal como dijo en una ocasión: "Nunca debemos enfrascamos tanto con los números y el gentío si ello nos hará olvidar el hecho de que es la persona lo que cuenta-sus problemas, sus sueños, sus aspiraciones, sus anhelos, su corazón".
"Hemos estado pasando por una época de progreso en que la Iglesia ha podido establecer un sistema administrativo universal ", explicó el presidente Packer, "y el presidente Hinckley ha cumplido una parte vital en todo eso. Pero ahora nos está brindando una clara visión en cuanto a dónde tenemos que ir. Ha dado la señal de que en una Iglesia tan bien organizada debe destacarse el ministerio espiritual y el mensaje de la redención, la Expiación y el ministerio de Jesucristo, y que la consecuencia de ese mensaje es más importante que remodelar el sistema. Ha pedido que nosotros, los Doce, busquemos la manera de presentar el testimonio apostólico a todas las naciones del mundo". En diciembre de 1995, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce dieron a publicidad un nuevo logotipo de la Iglesia, en el cual se da mayor prominencia a la palabra Jesucristo.
El presidente Hinckley también se preocupaba en cuanto al nivel de espiritualidad entre los miembros fieles de la Iglesia. Ante una congregación tras otra daba su testimonio de que el Salvador es la única solución para los problemas del mundo.
En la conferencia general de abril de 1996, que coincidió con el Domingo de la Pascua, expresó un ferviente testimonio sobre la gloria del Señor Resucitado, diciendo: "A través de los siglos, muchas personas han pagado con el sacrificio de su comodidad, sus bienes y su vida misma por las convicciones que abrigaban en su corazón de que el Señor resucitado y viviente es real y verdadero. Y entonces se produjo el resonante testimonio del Profeta de esta dispensación con respecto a la maravillosa aparición divina cuando habló con el Padre Todopoderoso y Su Hijo Resucitado. Esa visión, tan gloriosa como indescriptible, pasó a ser el manantial de ésta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días... Imponente sobre toda la humanidad se levanta Jesucristo, el Rey de gloria, el impecable Mesías, el Rey Emanuel... ¡Él vive! Él vive, resplandeciente y magnífico, el Hijo viviente del Dios viviente".
El presidente Hinckley trató siempre de aprovechar la oportunidad de expresar su agradecimiento por el servicio, la fe y la fidelidad de los miembros de la Iglesia, tanto en forma individual como ante las congregaciones. "Gracias, mis hermanos y hermanas, por la bondad de sus vidas", decía una y otra vez. "Gracias por sus esfuerzos al tratar de cumplir con las normas excelentes de ésta, la Iglesia del Señor. Gracias por su fe. Graciaspor sus manos y corazones de sostenimiento. Gracias por sus oraciones".
Siempre había sido afectuoso con los miembros de la Iglesia,pero ahora parecía serlo mucho más. Las lágrimas le fluían fácilmente. Quizás era la hermana Hinckley quien más que nadie notaba tal transformación, pues con frecuencia se refería así a su esposo cuando él la llamaba para que hablara. "Yo he conocido a este hombre desde que íbamos a la escuela secundaria y nuncale he oído decir o visto hacer algo que no sea apropiado para un apóstol", dijo en cierta ocasión similar a muchas otras.
"Pero ahora es diferente de lo que era antes de ser ordenado Presidente de la Iglesia. Sé que esto le hace sentirse incómodo y que probablemente me regañe cuando volvamos a casa, pero yo sé que él es un profeta de Dios. He visto que el poder de Dios lo magnifica. Lo he visto resolver problemas que parecían ser casi insolubles porque el Señor le ha dado la inspiración y las respuestas que necesitaba para llevar la obra adelante. Reconozco que él es casi perfecto, no del todo-pero lo más importante es que lleva el manto de Profeta".
Los colegas del presidente Hinckley en la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce, y también los millones de miembros en todo el mundo, han obtenido un testimonio de su llamamiento divino. El élder Henry B. Eyring expresó de esta manera sus sentimientos: "Uno de los grandes dones de un profeta es el de transmitir revelaciones a la gente. Yo he tenido la oportunidad de salir con él de una reunión, sabiendo haber recibido más de lo que poseía cuando entré porque estuve en su presencia. Eso es un don maravilloso. No solamente hace destacar mis mejores cualidades, sino que también influye en que los cielos hagan resaltar lo mejor que hay en mí. No sé cómo lo hace, pero él posee ese don. Y estoy convencido de que lo transmitirá a toda la Iglesia de tal modo que todos los que realmente quieran ayudar a este profeta descubrirán que son mucho más capaces de hacerlo que nunca antes".
El élder David B. Haight, que trabajó durante muchos años con el presidente Hinckley como miembro del Directorio de Bonneville International, describió así sus sentimientos: "El mundo está preparado para que sigamos adelante y estamos entrando en un período de progreso y oportunidades enormes. Las barreras están siendo derribadas y el presidente Hinckley tiene la visión, la experiencia y la inspirada dirección para guiarnos hacia adelante".
Pero sí comprendían que lo que estaban viendo era algo realmente extraordinario y que estaban recibiendo un testimonio... Su enérgica disposición tuvo un efecto muy estimulante en los empleados de la Iglesia. Las sonrisas brillaban por doquier y los aparatos telefónicos sonaban con llamados de apoyo por parte de los miembros [de la Iglesia]".
El presidente Hinckley escribió tiempo más tarde: "Recibimos palabras de aprecio desde muchos lugares. Estuve viendo el informativo de la noche, y eso constituía la noticia principal. Los reporteros fueron muy positivos y aun entusiastas. Destacaron el hecho de que ésta era la primera vez que un Presidente de la Iglesia llevaba a cabo, en más de veinte años, una sesión de preguntas y respuestas. No me había dado cuenta de ello, pero supongo que así era. Estoy contento de que haya pasado ya y agradecido al Señor por Su bendición".
El presidente James E. Faust expresó un sentimiento que muchas Autoridades Generales compartieron: "No he conocido a ningún hombre que haya venido a la Presidencia de esta Iglesia tan bien preparado para tal responsabilidad. El presidente Hinckley ha estado familiarizado y trabajado con cada Presidente de la Iglesia, desde Heber J. Grant a Howard W. Hunter, y ha sido personalmente capacitado por todos los grandes líderes de nuestra época".
La evaluación del presidente Packer fue indiscutible: "Ningún hombre en la historia de la Iglesia ha viajado tanto a tantos lugares del mundo con el propósito de predicar el Evangelio, bendecir a los santos y promover la redención de los muertos como lo ha hecho el presidente Hinckley. Efectuó todos esos viajes a Asia cuando hacerlo era agotador y difícil. Ha recorrido toda Sudamérica una y otra vez. Estuvo en el Pacífico cuando perdimos a aquellos miembros de la Iglesia en un horrible naufragio, en el Perú cuando sufrieron un devastador terremoto, y en Corea durante un golpe de estado. Él presenció todo eso y ha estado en todas partes y hecho casi cualquier cosa en lo que a la administración de la Iglesia respecta."
A la mañana siguiente de la conferencia de prensa, la nueva Presidencia se reunió por primera vez en su sala de consejo y tal experiencia despertó una variedad de tiernas emociones en el presidente Hinckley, quien después comentó: "En julio próximo se cumplirán sesenta años desde que vine a esta sala al regresar de mi misión para reunirme con la Primera Presidencia a pedido de mi presidente, el élder Joseph F. Merrill, del Consejo de los Doce. Es imposible reconocer todo lo que ha sucedido desde entonces. Pensar que ahora estoy sentando donde el presidente Heber J. Grant se sentaba en aquel momento. Él fue un verdadero gigante a quien amé de todo corazón".
Considerando todas las reuniones a que había asistido en esa sala, muchas de las cuales había dirigido y presidido, las cosas eran muy diferentes ahora. "Previamente había tenido responsabilidades sin autoridad", explicó. "De pronto, tengo responsabilidad y autoridad, y eso de por sí me presenta nuevos desafíos y grandes preocupaciones, aun inquietantes a veces. Hay una enorme diferencia entre ser consejero y ser presidente. Así era cuando fui consejero en una presidencia de estaca y posteriormente se me llamó como presidente de estaca y así es ahora.
Existe un énfasis en el artículo el-el Presidente de la Iglesia, el profeta, vidente y revelador-que es a la vez muy distinto y aterrador. A pesar de haber estado muy cerca del Presidente de la Iglesia, no tenía idea de cuán diferentes resultarían las cosas al ser yo el Presidente".
Una diferencia inmediata fue la reacción que su sola presencia despertaba en los miembros de la Iglesia. Ninguna previa experiencia se comparaba con la atención que generaba doquiera que iba. Aunque agradecía la conmovedora bondad y las expresiones de apoyo [de la gente], se sentía incómodo con las irreprensibles emociones que rayaban a veces en señales de adoración. Continuamente se recordaba a sí mismo que era su oficio lo que la gente honraba, y no su persona.
No obstante los enormes cambios producidos en su propia vida, su sentido del humor continuaba intacto. Después de que él y su esposa se hubieron mudado a la residencia oficial del Presidente de la Iglesia, su nieto Michael, bromeando, les decía que ahora se hallaban tan incomunicados que ni siquiera un buzón propio de correo tenían. "Ya no son personas. No tienen nombres", a lo que el abuelo replicó: "Y bueno, somos los 'nadies' más trabajadores que conoces".
Debido al momento en que fue ordenado, el presidente Hinckley no pudo darse el lujo de tomar demasiado tiempo para adaptarse a las nuevas circunstancias. Teniendo menos de tres semanas antes de la conferencia general para prepararse para la Asamblea Solemne y hablar a los miembros como Presidente, encaró tales asignaciones con toda seriedad. "Espero que lo que habré de decir en la conferencia general sean palabras inspiradas que representen la voz del Señor a Su pueblo y que las reciba por medio de la inspiración", escribió en su diario personal. "Ésta es una responsabilidad casi aterradora".
Sin embargo, la conferencia general de abril no era la primera oportunidad que tenía como Presidente de dirigir la palabra a una congregación en el Tabernáculo y a una audiencia mundial. El sábado anterior-menos de dos semanas después de su ordenación-había hablado en una reunión general de las Mujeres Jóvenes. Aunque probablemente muy pocas personas se dieron cuenta del parentesco, quien lo presentó por primera vez en el púlpito como Presidente de la Iglesia fue su hija Virginia, la cual dirigió la reunión de las Mujeres jóvenes y cuya voz se le entrecortó brevemente al anunciar: "Tendremos ahora el privilegio de escuchar al presidente Gordon B. Hinckley, Presidente y Profeta de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días". Más tarde, ella dijo:
"Ni se me había ocurrido siquiera hasta que llegamos esa noche al Tabernáculo que estaría yo presentando a mi padre en esa ocasión. Pero fue un momento inspirador. Una suele encontrarse en medio de estas pequeñas intersecciones de la vida que en sentido general carecen de significado, pero que personalmente son motivo de mucha satisfacción e importancia. Fue para mí maravilloso poder compartir con él ese momento".
Una semana después, el sábado 1° de abril por la mañana, el Tabernáculo estaba nuevamente completamente lleno, mientras que otros miles de personas que no pudieron entrar buscaban un lugar sobre el césped de la Manzana del Templo en tanto que se llevaba a cabo la sesión de Asamblea Solemne de la conferencia general número 165. El presidente Hinckley dirigía la misma pero encomendó al presidente Monson el proceso del sostenimiento de la Primera Presidencia y otros oficiales.
A diferencia de lo tradicional, se invitó a las mujeres de la Sociedad de Socorro a que se pusieran de pie y ofrecieran su voto de sostenimiento tal como los miembros de quórumes del sacerdocio lo habían hecho, seguidas entonces por las mujeres jóvenes y finalmente por los miembros en general. La congregación sostuvo también al élder Henry B. Eyring como integrante del Quórum de los Doce.
Después del primer día de la conferencia general, el presidente Hinckley escribió: "Para mí, personalmente, fue una asamblea infinitamente solemne en la que mi alma se llenó de emoción y mi corazón rebosó de gratitud... Cuánto agradezco al Señor por la gran bendición que me ha dado y a la gente que levantó la mano para sostenerme. Es difícil pensar que poseo este oficio al cual se me ha llamado. Ruego que pueda obtener la fortaleza, la guía, la revelación, la fe y la vida que necesito para llevar a cabo lo que el Señor desee realizar.
Debemos reconocer que todo esto es resultado de Su voluntad. Tal conocimiento produce en mí un efecto de enorme seriedad... Éste ha sido un día maravilloso. No habrá ningún otro igual en toda mi vida. Me siento casi abrumado por el sentido de responsabilidad para con mi Padre Celestial y mi Señor y Salvador, hacia los miembros de la Iglesia y aun en cuanto al mundo entero".
En su primer discurso de la conferencia general, el presidente hizo un llamado de atención que reveló su pasión por la obra y anunció un tema que había enseñado muchas veces antes, al decir: "Esta Iglesia no pertenece a su presidente. Es el Señor Jesucristo quien está a la cabeza, cuyo nombre todos hemos tomado sobre nosotros.
Todos estamos embarcados juntos en esta obra... Las obligaciones de ustedes en sus correspondientes esferas de responsabilidad son tan serias como las mías en mi propia esfera... La hora ha llegado para que nos pongamos de pie más resueltamente, levantemos la mirada y extendamos nuestra mente hacia una mayor comprensión y entendimiento de la gran misión milenaria de ésta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días. Ésta es la época de ser fuertes. Es hora de seguir avanzando sin vacilar, reconociendo el significado, el alcance y la importancia de nuestra misión. Es el momento de hacer lo que es justo a pesar de las consecuencias que ello traiga aparejadas... No tenemos nada que temer. Dios está al timón".
Cansado pero entusiasta al terminar la conferencia, el presidente Hinckley escribió en su diario personal: "Creo que todo marcha bien, porque el Señor ha sido muy bondadoso y generoso con nosotros. Todo honor, alabanza y gloria sea para el Padre y Su Hijo. Cuán agradecido estoy por ser parte de esta obra".
El presidente Hinckley acababa de asumir el liderazgo de la Iglesia, la cual tenía ahora más de 9 millones de miembros, 47.000 misioneros que servían en 303 misiones y abarcaba 156 países y territorios. A fin de mantenerse a la par de tan asombroso crecimiento, anunció en la conferencia el relevo honorable de los Representantes Regionales e indicó que se llamaría a Autoridades de Área para que sirvan bajo la dirección de Presidencias de Área ayudando así a descentralizar la autoridad administrativa y permitir que las Autoridades Generales se mantuvieran más cerca de los miembros .
También él deseaba mantenerse cerca de los miembros. Durante la mayor parte de los últimos quince años ningún Presidente de la Iglesia había podido viajar y visitar con comodidad a los santos, así que el presidente Hinckley quiso hacerlo desde el principio. Por lo tanto, adoptó una rigurosa agenda.
Parecía difícil que pudiera abarcar tanto en cada 24 horas. Su entusiasmo en cuanto a la obra y todo lo que acontecía era, en realidad, mayor que nunca. De vez en cuanto solía comentar que lo único que lamentaba era ser tan anciano y que había tantas cosas en el futuro que no alcanzaría a ver jamás.
Muchas veces el presidente Hinckley llegaba temprano a su oficina y se quedaba hasta muy tarde, y en la mayoría de los fines de semana se reunía con grandes números de miembros de la Iglesia. Durante los primeros dieciocho meses de su administración, presidió en conferencias regionales o habló ante grandes congregaciones en muchas ciudades estadounidenses, como así también en México.
Dondequiera que iba, buscaba la oportunidad de inspirar a tantas personas como fuera posible-por lo general en congregaciones, pero, si podía, en forma individual. Y casi siempre se reunía con misioneros, saludando uno por uno a tantos de ellos que su mano artrítica le quedaba adomercida.
Su táctica con los misioneros solía ser cautivante y un tanto inesperada. "Usted no es muy atractivo", le decía bromeando a alguno, "pero es todo lo que el Señor tiene". Entonces les contaba algunas de sus propias experiencias como misionero, se refería a aquellos que habían dado la vida al establecer los cimientos del actual reino del Evangelio, les enseñaba con las Escrituras y terminaba dándoles así un ferviente testimonio: "Yo los amo. Sé que la obra misional no es fácil. Conozco algo de sus problemas, sus preocupaciones, sus desafíos y sus esperanzas. Sean la clase de misioneros que sus madres piensan que son. Cuando van al campo misional, los misioneros no solamente salvan a otros, sino que se salvan a sí mismos y a veces a sus propias familias. Nunca se olviden de que yo les dije que el Evangelio de Jesucristo es verdadero. Nunca lo olviden".
La impresión que tanto los misioneros como los miembros tenían del presidente Hinckley era extraordinaria. Resultaba reconfortante, aun vivificante, tener como Presidente de la Iglesia a un hombre que demostraba ser física y mentalmente vigoroso. Muchos miembros, en realidad, nunca habían experimentado algo tan prodigioso.
Los santos parecían adquirir nuevas energías al tener un líder que enmarcaba todo lo que decía y hacía con optimismo y un verdadero sentido visionario. Ante congregaciones numerosas y pequeñas, y aun en conferencias de prensa con reporteros de todo el mundo, el presidente Hinckley siempre ofrecía un mensaje de esperanza, declaraba que no ha habido en la historia del mundo una época mejor que ésta en la cual vivir, y alentaba a todos a que captaran la gran visión milenaria del reino del Evangelio y perseveraran con fe.
Por ejemplo, cuando un periodista del New York Times le preguntó si no era hora de diferir el progreso de la Iglesia a fin de que fuera más fácil administrarla, él le respondió: "¡Oh, no! El progreso es maravilloso. Acarrea grandes desafíos y presenta serios problemas, pero cuán maravilloso es progresar, vivir, tener posibilidades y ser de valor en este mundo. Es algo extraordinario. Creo que es maravilloso ver esta grande y palpitante [organización]. [Querría que pudiera usted] recorrer el mundo como yo tengo la oportunidad de hacerlo y reunirse con nuestra gente y ver lo que está sucediendo-es algo muy alentador y magnífico".
En esa misma entrevista, el presidente Hinckley aprovechó la oportunidad para enumerar algunos de los ambiciosos proyectos de la Iglesia. "Uno de nuestros Artículos de Fe dice, 'Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos`, comenzó diciendo. "¿Qué es lo que piensa usted que esta pequeña iglesia está tratando de hacer, dando tanto énfasis a la educación? La Universidad Brigham Young es la universidad privada más grande de [Estados Unidos]. Visítela y observe a esos alumnos-¡es algo formidable! Son jóvenes limpios y decentes, hombres y mujeres ejemplares.
El programa de seminarios e institutos tiene matriculados a doscientos o trescientos mil [jóvenes] en todo el mundo que asisten por su propia voluntad para estudiar religión. Nosotros tenemos la fuente de historia familiar más grande del mundo a disposición del público. Contamos con unos 47.000 misioneros a través del mundo que pagan sus propios gastos. Estamos construyendo entre trescientos y cuatrocientos edificios por año para atender las necesidades de nuestros miembros en todo el mundo. Ésta no es una organización minúscula. Es una iglesia mundial con una visión universal centrada en el bienestar de cada persona".
Mientras que los pregoneros de tinieblas y tragedias lamentaban el destino de las generaciones adolescentes, el presidente Hinckley proclamaba reiteradamente que la juventud de hoy día representa la más excelente generación en la historia del mundo. Las charlas fogoneras que realizaba durante sus viajes cada vez que le era posible no demoraron en ser un verdadero distintivo suyo. Una escena típica que se reestrenaba muchas veces en otras localidades del país fue ver a más de diez mil jóvenes que formaban fila con varias horas de anticipación para asistir a una charla fogonera en St. George, Utah. El Espíritu se manifestó poderosamente durante el mensaje de una hora que pronunció el presidente Hinckley, el cual empezó relatando una experiencia que tuvo cuando trabajaba para una compañía ferroviaria. Uno de los vagones de carga con destino a Newark, Nueva Jersey, fue a parar a Nueva Orleáns debido a que un descuidado operador en la estación de Saint Louis [Misuri] hizo un cambio equivocado en las vías y eso causó que el vagón tomara una dirección equivocada. "Todo empezó con un pequeño movimiento de la palanca en el apartadero", señaló el Profeta. "Y eso suele suceder en nuestra vida. Las cárceles están repletas de personas que movieron apenas un poquito la palanca del apartadero en sus vidas". Exhortaba a todos a que hicieran lo que es justo. "Sus oportunidades son enormes y maravillosas.
Ustedes han llegado al escenario del mundo en la época más extraordinaria de la historia de la humanidad. Nadie que haya vivido en esta tierra tuvo jamás tantas ventajas como las que tienen ustedes". Como de costumbre, no terminó su discurso sin expresar antes su confianza, diciendo: "Nunca se olviden, mis queridos jóvenes amigos... que cada uno de ustedes es hijo de Dios y que su Padre Celestial espera mucho de ustedes... Confío en que siempre recordarán esto: que el hermano Hinckley les dijo que pueden lograrlo".
Muy raramente hablaba el presidente Hinckley sin compartir su visión, casi con vehemencia, en cuanto al futuro de la obra. Al hacerlo, exponía con frecuencia toda una amalgama de virtudes-su reverencia por los profetas y líderes del pasado y su anhelo por explorar nuevos territorios. En realidad, parecía combinar en uno los siglos.
Era una singular aleación de patrimonio pionero y una visión del siglo veintiuno-todo lo cual sazonaba siempre con increíble optimismo.
En cuanto a las generaciones pasadas, parecía ser apropiado que Gordon B. Hinckley fuera el Presidente de la Iglesia durante un período de significativas conmemoraciones históricas. El 4 de enero de 1996, dirigió la palabra a la concurrencia que llenó el Tabernáculo con motivo del centenario del Estado de Utah. En junio de ese año, dedicó nuevamente el renovado y restaurado monumento "Éste es el Lugar", a la entrada del cañón Emigration, y a principios de julio efectuó una rápida gira por Nauvoo, Palmyra y Council Bluffs, donde participó en celebraciones que conmemoraron la jornada Mormona, y dedicó el reparado Tabernáculo de Kanesville, en el que Brigham Young había sido ordenado Presidente de la Iglesia.
Quienes trabajaban de cerca con el presidente Hinckley, y aun aquellos que tenían un contacto temporario con él, se maravillaban de su energía, vigor y dinamismo. A veces, sin embargo, sus intensas actividades lo agotaban.
Después de un viaje de fin de semana para asistir a una conferencia regional en el este del país, regresó a su casa totalmente exhausto. "Me siento terriblemente fatigado", escribió en su diario personal, "tan cansado que apenas pude darme una ducha. Han sido cuatro días muy ocupados, y me siento extenuado. Pero para eso estoy aquí, para fatigarme al servicio del Señor".
Ocasionalmente dedicaba tiempo a descansar y su diversión predilecta era permanecer en su pequeña casa de campo. "Pasábamos la mayor parte del día en nuestra cabaña", escribió después de estar allí una tarde. "Me encanta este lugar... Es maravilloso caminar sobre el césped. Me encantan los pastos, los árboles, los arbustos, los pájaros. He realizado algunas faenas y estoy cansado hasta los huesos. Pensé que podría dedicar algunos momentos a prepararme para la conferencia [general], pero no lo hice. Me puse a pensar en otras cosas y a descansar".
Solía presentársele alguna que otra oportunidad para aliviarlo de las presiones que ya nunca le faltaban. Como Presidente de la Iglesia, en realidad era algo mucho más que presiones, sino la carga inexorable del manto profético-que a la vez era glorioso y aterrador. Después de haber presidido en junio de 1995 la conferencia regional en Anchorage, Alaska, y de hablar a los miembros en localidades vecinas (algunos habían tenido que viajar diez horas en barco para asistir a dicha conferencia), él y la hermana Hinckley aceptaron la invitación de participar durante tres días en un crucero por los canales del Parque Nacional Glacier Bay-experiencia que les hizo sentirse rejuvenecidos.
"Nos vestimos con ropas cómodas, lo cual fue un gran alivio", escribió luego el presidente Hinckley. "Vinimos a descansar, a contemplar las estrellas, a pescar y a admirar las obras maravillosas del Creador". Al recorrer el parque fueron viendo ballenas y águilas, pescaron y disfrutaron el límpido esplendor de Alaska. En su diario personal escribió él: "Esta mañana me levanté temprano y fui a la cubierta [del barco]. Era difícil arrodillarse a orar en el pequeño camarote, así que fui hasta la proa y allí pronuncié mi oración matinal. Me sentí inspirado por la belleza del panorama-las montañas del alrededor cubiertas de bosques vírgenes que nunca habían visto la sierra o el hacha del leñador. Medité sobre las maravillas de la naturaleza, esos enormes glaciares, congelados y brillantes a la luz del sol". Ese día fue él quien sacó el primer pez, y luego escribió: "Me enfocaron varias cámaras y me gustó mucho, porque así podré mostrarle algunas fotos al presidente Monson, que va siempre a pescar, para que vea que yo también puedo hacerlo". Antes de partir, comentó: "El andar al aire libre es una medicina para el alma".
Irónicamente, aunque el manto que llevaba como Presidente de la Iglesia era gravoso, ciertas imposiciones del pasado habían desaparecido. "No alcanzo a imaginar", explicó el élder Russell M. Nelson, "cuán dificultoso debe haber sido para el presidente Hinckley saber en épocas anteriores que si la obra había de progresar, él simplemente tenía que moverla en esa dirección. Pero al mismo tiempo necesitaba tener cuidado y subordinarse al Profeta.
Durante todos esos años, nunca dio muestras de impaciencia o de sentirse agobiado. Su primera lealtad fue siempre hacia el Presidente de la Iglesia. Supongo, sin embargo, que ninguno de nosotros llegará a saber jamás cuánto tiempo y cuánta energía dedicó a demostrarle respeto y a desempeñar sus funciones de manera que estuvieran de conformidad con los deseos del Presidente. Me reconforta ver que ahora puede promover las cosas sin tener que aguardar a alguien más".
Sus colegas entre las Autoridades Generales y otros importantes administradores centrales de las Oficinas de la Iglesia percibieron de inmediato un ritmo acelerado en casi todos los departamentos. "El presidente Hinckley es [una personal progresista", ha dicho el élder Neal A. Maxwell. "No siempre se embarca en acciones drásticas y arrasadoras. Pero tratándose de tomar una decisión, procede enérgicamente. Consideremos, por ejemplo, la obra misional. Si solamente observamos su influencia en una parte determinada, creo que lo veríamos tomar una serie de decisiones que resultarían en una labor misional más eficaz y que causaría una mayor retención de nuevos conversos. No me sorprendería ver que incluyera una media docena de modificaciones reglamentarias para mejorar significativamente la obra misional".
El presidente Hinckley no se deja llevar necesariamente por las tendencias convencionales. Sólo porque algo haya sido hecho siempre de una manera determinada no quiere decir que deba adoptarse para siempre. "[Él]
ha estado trabajando en estas oficinas por más de sesenta años", dijo el presidente Packer, "y ha sido capacitado por varios de los grandes hombres de esta dispensación. Es lo que yo llamo 'el orden implícito de las cosas' que se transmite de una generación de líderes a otra. De tales experiencias aquí, entiende dónde se encuentran las facultades propias del Presidente de la Iglesia y también cuáles son sus inherentes limitaciones."
La comunidad de la Universidad Brigham Young se sorprendió sobremanera cuando, en noviembre de 1995, el presidente Hinckley nombró a una Autoridad General, el obispo presidente Merrill J. Bateman, para que reemplazara a Rex Lee como rector de dicha institución. Y también despertó la curiosidad de la congregación al comenzar la conferencia general de abril de 1996 adelantando que se planeaba construir un salón de asambleas con una capacidad cuatro o cinco veces mayor que la del Tabernáculo.
Cuando la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce emitieron una Proclamación sobre la Familia-la primera proclamación oficial en los últimos dieciséis años-decidió presentarla en una reunión general de la Sociedad de Socorro llevada a cabo el 23 de septiembre de 1995, en lugar de esperar a una oportunidad más pronosticable la semana siguiente en la conferencia general. Anunció el importante documento manifestando que había sido preparado como un mensaje "a la Iglesia y al mundo que expone y reafirma las normas, doctrinas y costumbres concernientes a la familia que los profetas, videntes y reveladores de esta iglesia han declarado repetidamente a través de su historia".
Entonces procedió a leer la declaración, la cual confirmaba la santidad del matrimonio, el significado de la familia y la importancia de la castidad, concluyendo con estas palabras: "Advertimos a las personas que violan los convenios de castidad, que abusan de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplen con sus responsabilidades familiares, que un día deberán responder ante Dios. Aún más, advertimos que la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos. Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla como base fundamental de la sociedad".
Comentando sobre la ocasión, Elaine L. Jack, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, dijo: "El presidente Hinckley rindió honores a todas las mujeres de la Iglesia cuando leyó la proclamación en aquella reunión general, porque las mujeres siempre han sido consideradas las guardianas del hogar. Yo no creo que estaba sugiriendo que las madres son más importantes que los padres en el núcleo familiar, sino simplemente reconociendo el valor que adjudica a su papel esencial. Realmente fue una maravillosa declaración para toda la Iglesia, como así también una manifestación de su profundo respeto por la mujer."
Fue precisamente sobre el tema de la familia y de la proclamación que se basó la conversación que el presidente Hinckley y el élder Neal A. Maxwell tuvieron con el Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, durante una visita a la Casa Blanca. El presidente Hinckley le dijo al mandatario: "Nosotros creemos que si usted va a componer el país, necesita comenzar por componer las familias. Es ahí donde hay que empezar". Entonces le entregó una copia de la proclamación y dos compendios que contenían seis generaciones de su historia familiar y de la Primera Dama.
Los compromisos de esta clase y otras obligaciones similares le requerían tanto tiempo que, aunque era por naturaleza un eficaz administrador, el presidente Hinckley se vio forzado a delegar a otras personas algunas de las cosas que había hecho por sí mismo durante años. Por ejemplo, en enero de 1996, la Primera Presidencia anunció que, a fin de que pudieran concentrarse más completamente en su ministerio, en adelante no se autorizaría que las Autoridades Generales integraran directorios de corporaciones comerciales, incluso las que fueran propiedad de la Iglesia-lo cual incluía que él mismo abandonara su cargo como presidente del directorio de Bonneville International. Asimismo, dejó de integrar varios comités de la Iglesia que por tanto tiempo había dirigido.
Había ciertas responsabilidades, sin embargo, que no quería abandonar-entre ellas la selección de terrenos para templos y otros asuntos relacionados con ellos. Indicó explícitamente a todos los que tenían responsabilidades sobre estos enormes proyectos que debían encontrar la forma de hacer mucho más y de hacerlo más rápidamente.
Después de una reunión en la que recomendó que se obtuviera una mayor ayuda en cuanto a la arquitectura para acelerar el diseño y la edificación de nuevos templos, escribió en su diario personal: "Abrigo fuertes sentimientos acerca de esto. Ahora es el momento en que debemos hacer esta obra. Tenemos los recursos para ello. La necesidad es evidente. Creo que tendremos que rendirle cuentas al Señor si no procuramos hacer estas cosas con toda diligencia". En cierta ocasión, Ted Simmons, el Director General del Departamento de Propiedades de la Iglesia, dijo en tono de broma que ahora medía una pulgada menos de estatura debido que el presidente Hinckley había estado "aporreándolo" muy duramente para que acelerara la obra de construcción de templos. A esto, el presidente Hinckley agregó rápidamente: "Sí, y aún perderá otra pulgada más si no se apura en hacerlo".
En mayo de 1995, el presidente Hinckley y el presidente Faust dirigieron la ceremonia de la "palada inicial" para el templo de Vernal, Utah, que dio comienzo al singular proyecto de renovar y ampliar el Tabernáculo de la Estaca Uintah, señalando la primera vez que un templo habría de construirse utilizando un edificio ya existente. El presidente Hinckley testificó entonces que se había arribado a tal decisión después de deliberar detenidamente sobre ello y bajo la inspiración del Señor.
No era poco común para él viajar por las noches a distintas ciudades de los Estados Unidos y aun a otros países con el fin de inspeccionar posibles lugares donde construir templos. Por cierto tiempo, él y otras personas habían buscado un terreno en los alrededores de Hartford, Connecticut, y aunque ya habían señalado uno, él no estaba muy convencido todavía. Le había implorado al Señor que lo guiara al respecto y al partir en abril de 1995 para asistir a una conferencia regional en el este de los Estados Unidos, decidió que retomaría con una firme decisión en cuanto a la ubicación de ese templo.
Después de pasar todo un día examinando propiedades en Nueva York y en Connecticut, continuaba indeciso. Al día siguiente, durante un almuerzo con los presidentes de estaca del área de Boston (Massachusetts), el presidente Hinckley les habló con toda sinceridad acerca de la dificultad en determinar dónde edificar un templo en esa región. "Hermanos", admitió, "me siento frustrado. Hemos buscado por todos lados en Hartford, Connecticut, tratando de encontrar un terreno y nada hemos conseguido. ¿Tienen ustedes algunas sugerencias?"
El presidente Kenneth G. Hutchins, de la Estaca Boston, comentó que creía que la Iglesia tenía una excelente propiedad sobre una colina desde la que se dominaba la ciudad de Boston y que nunca se había aprovechado para nada. Oyendo esto, el presidente Hinckley le pidió al élder Neal A. Maxwell, quien lo acompañaba en ese viaje, que se hiciera cargo de la reunión mientras él iba de inmediato a inspeccionar dicha propiedad. Esa misma noche, describió así en su diario personal lo que aconteció mientras recorría aquel terreno: "Al encontrarme allí tuve el presentimiento de que ése era el lugar, que el Señor había inspirado la adquisición y la conservación de ese terreno.
Muy pocas personas parecían estar al tanto de esa propiedad... Creo saber ahora por qué me había resultado tan difícil determinar la situación con respecto a Hartford. Había orado sobre ello. Había venido aquí tres o cuatro veces. Había estudiado los mapas y la demografía de los miembros, y con todo eso no lograba obtener una sólida confirmación. Esta tarde tuve la confirmación al hallarme en ese terreno allí, en Belmont. Éste es el lugar para una Casa del Señor en el área de Nueva Inglaterra".
En la conferencia general de octubre, durante la sesión del sacerdocio, el presidente Hinckley se disculpó con los santos de Connecticut explicándoles que no se edificaría el templo previamente proyectado para esa localidad yanunció entonces que se construirían templos en Boston y en White Plains, Nueva York. En 1996, la Primera Presidencia anunció también los planes de edificar templos en Monterrey, México, y en Billings, Montana.
La preocupación que el presidente Hinckley sintió en cuanto al lugar donde construir un templo en la costa oriental [de los Estados Unidos] era una indicación de los serios problemas que descansaban sobre sus hombros y los de sus consejeros. Otros problemas no se solucionaban con la misma facilidad. "Algo que me preocupa sobremanera es ver que hay miembros de la Iglesia que están apostatando", explicó al año siguiente de ser llamado como Presidente. "Aprecio enormemente y siento un profundo amor por los miembros que son fieles, pero me preocupo mucho por los que se inactivan-por lo que podemos hacer para que vuelvan y cómo podemos, en primer lugar, evitar que se alejen".
También le preocupaba el incremento en la administración de la Iglesia y la consecuente burocratización, y desde el principio de su administración pidió al Obispado Presidente que encomendara un estudio con fines de evaluar la eficacia general del desempeño administrativo en la Iglesia. "Me interesa saber", dijo, "si todo lo que estamos haciendo necesita hacerse o no al considerar la gran misión de la Iglesia. ¿Somos acaso tan eficientes como debemos ser? ¿Qué podemos hacer para obtener los mejores frutos en base al dinero de los diezmos que invertimos?"
Con frecuencia trataba de que tanto los líderes generales como los líderes locales reconocieran la creciente burocracia de la Iglesia y encontraran la manera de evitar que el desarrollo espiritual de la misma se relegara a un segundo nivel de las funciones administrativas. Aunque creía que se había logrado un cierto progreso en descentralizar la administración de la Iglesia, era mucho lo que restaba por hacerse todavía. Tal como dijo en una ocasión: "Nunca debemos enfrascamos tanto con los números y el gentío si ello nos hará olvidar el hecho de que es la persona lo que cuenta-sus problemas, sus sueños, sus aspiraciones, sus anhelos, su corazón".
"Hemos estado pasando por una época de progreso en que la Iglesia ha podido establecer un sistema administrativo universal ", explicó el presidente Packer, "y el presidente Hinckley ha cumplido una parte vital en todo eso. Pero ahora nos está brindando una clara visión en cuanto a dónde tenemos que ir. Ha dado la señal de que en una Iglesia tan bien organizada debe destacarse el ministerio espiritual y el mensaje de la redención, la Expiación y el ministerio de Jesucristo, y que la consecuencia de ese mensaje es más importante que remodelar el sistema. Ha pedido que nosotros, los Doce, busquemos la manera de presentar el testimonio apostólico a todas las naciones del mundo". En diciembre de 1995, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce dieron a publicidad un nuevo logotipo de la Iglesia, en el cual se da mayor prominencia a la palabra Jesucristo.
El presidente Hinckley también se preocupaba en cuanto al nivel de espiritualidad entre los miembros fieles de la Iglesia. Ante una congregación tras otra daba su testimonio de que el Salvador es la única solución para los problemas del mundo.
En la conferencia general de abril de 1996, que coincidió con el Domingo de la Pascua, expresó un ferviente testimonio sobre la gloria del Señor Resucitado, diciendo: "A través de los siglos, muchas personas han pagado con el sacrificio de su comodidad, sus bienes y su vida misma por las convicciones que abrigaban en su corazón de que el Señor resucitado y viviente es real y verdadero. Y entonces se produjo el resonante testimonio del Profeta de esta dispensación con respecto a la maravillosa aparición divina cuando habló con el Padre Todopoderoso y Su Hijo Resucitado. Esa visión, tan gloriosa como indescriptible, pasó a ser el manantial de ésta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días... Imponente sobre toda la humanidad se levanta Jesucristo, el Rey de gloria, el impecable Mesías, el Rey Emanuel... ¡Él vive! Él vive, resplandeciente y magnífico, el Hijo viviente del Dios viviente".
El presidente Hinckley trató siempre de aprovechar la oportunidad de expresar su agradecimiento por el servicio, la fe y la fidelidad de los miembros de la Iglesia, tanto en forma individual como ante las congregaciones. "Gracias, mis hermanos y hermanas, por la bondad de sus vidas", decía una y otra vez. "Gracias por sus esfuerzos al tratar de cumplir con las normas excelentes de ésta, la Iglesia del Señor. Gracias por su fe. Graciaspor sus manos y corazones de sostenimiento. Gracias por sus oraciones".
Siempre había sido afectuoso con los miembros de la Iglesia,pero ahora parecía serlo mucho más. Las lágrimas le fluían fácilmente. Quizás era la hermana Hinckley quien más que nadie notaba tal transformación, pues con frecuencia se refería así a su esposo cuando él la llamaba para que hablara. "Yo he conocido a este hombre desde que íbamos a la escuela secundaria y nuncale he oído decir o visto hacer algo que no sea apropiado para un apóstol", dijo en cierta ocasión similar a muchas otras.
"Pero ahora es diferente de lo que era antes de ser ordenado Presidente de la Iglesia. Sé que esto le hace sentirse incómodo y que probablemente me regañe cuando volvamos a casa, pero yo sé que él es un profeta de Dios. He visto que el poder de Dios lo magnifica. Lo he visto resolver problemas que parecían ser casi insolubles porque el Señor le ha dado la inspiración y las respuestas que necesitaba para llevar la obra adelante. Reconozco que él es casi perfecto, no del todo-pero lo más importante es que lleva el manto de Profeta".
Los colegas del presidente Hinckley en la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce, y también los millones de miembros en todo el mundo, han obtenido un testimonio de su llamamiento divino. El élder Henry B. Eyring expresó de esta manera sus sentimientos: "Uno de los grandes dones de un profeta es el de transmitir revelaciones a la gente. Yo he tenido la oportunidad de salir con él de una reunión, sabiendo haber recibido más de lo que poseía cuando entré porque estuve en su presencia. Eso es un don maravilloso. No solamente hace destacar mis mejores cualidades, sino que también influye en que los cielos hagan resaltar lo mejor que hay en mí. No sé cómo lo hace, pero él posee ese don. Y estoy convencido de que lo transmitirá a toda la Iglesia de tal modo que todos los que realmente quieran ayudar a este profeta descubrirán que son mucho más capaces de hacerlo que nunca antes".
El élder David B. Haight, que trabajó durante muchos años con el presidente Hinckley como miembro del Directorio de Bonneville International, describió así sus sentimientos: "El mundo está preparado para que sigamos adelante y estamos entrando en un período de progreso y oportunidades enormes. Las barreras están siendo derribadas y el presidente Hinckley tiene la visión, la experiencia y la inspirada dirección para guiarnos hacia adelante".
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